Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 21 de diciembre de 2014

NICASIO CAMINA RUMBO A LA IGLESIA

Media mañana dominical. Nicasio camina rumbo a la iglesia. Busca sentir esa atmósfera que tienen los edificios viejos y pequeños. Camina mirando el suelo y cuidándose de no pisar algún adorno matutino, abandonado por algún perro callejero. Él es un jubilado que juega dominó en la acera, los días que la lluvia y la policía lo permiten. Pero ir al templo no es un pasatiempo, más bien, es un resumen.
Al llegar, por breves segundos contempla la fachada; luego atraviesa el atrio y se quita el sombrero de fieltro ya no tan negro; con una rodilla en el piso, se persigna como sólo él sabe hacerlo; por último, se levanta y busca asiento en la última banca. Es temprano y la misa no ha empezado. Cerca del altar se oye el ensayo de un coro y las voces de unas doñas que conversan mientras acomodan flores; a un costado, unos pasos de tacón grueso se dejan escuchar. Ese clima interior del templo le gusta, le parece que es como estar sumergido en un lago donde nadan los sonidos bañados por el sigilo.
Cuando la mayoría de las bancas están ocupadas, la misa da inicio. Es muy bonita. El evangelio leído es el de la Resurrección de Lázaro y en la homilía se comenta sobre el bingo del próximo sábado. No faltó el gran anuncio de todos los domingos: pronto habrá un templo inmenso y nuevo que reemplazará al viejo y pequeño. La misa continúa.
Al momento de la señal de la paz, los parroquianos con brazos abiertos buscan saludar y estrechar las manos de conocidos y desconocidos. Nicasio es el blanco principal y en esos momentos es cuando desea que a misa viniera otro viejo mal vestido; así se repartirían tanto saludo. Él responde con la mano alargada cual palanca de maquinita de casino.
            Después de la bendición final sale por donde entró y observa a los asistentes abordar rápido sus autos. A su lado mirando el suelo pasa la muchacha que lo besó en ambas mejillas. También pasa el cura gritando indicaciones, algo sobre unos cartones de bingo.  Pronto queda solo, ve una vez más la fachada del templo y le dice:

            “Cuando te derrumben, no sé a que viejo le van a estrechar la mano en la misa, porque lo que soy yo, a ese nuevo edificio, no voy...”.

domingo, 30 de noviembre de 2014

¿SABES QUE PODRÍAS VER EL SOL?


El sistema establecido es el arado que estampa los surcos por donde transitan los borregos. A mí no me crece lana en el pecho ni lanzo al aire balidos matutinos. Por eso me catalogan de inadaptado, sólo por que no sigo los surcos marcados y camino por mis propias rutas. Ganarme el título de personaje extraño me costó muchos años.
El paso decisivo para adjudicarme tal mote fue cuando escogí la manera de buscarme los frijoles. Soy un sembrador de miedos: Gracias a los surcos, camino en línea recta, aspiro el olor de la lana sudada, me acerco a los borregos y les susurro a las orejas cosas como estas: ¿Sabías que si alzas la vista podrías ver el sol?...Fuera de los surcos hay otros caminos que no necesariamente son rectos... La hierba que está lejos de la parcela tiene un sabor desconocido... Atrévete a caminar en reversa dentro de un surco... La próxima vez que te esquilen, sal de los surcos, corre hasta el río más cercano y sumérgete. Los borregos me escuchan, abren muy grandes los ojos, los bajan, se alejan aferrándose con más fuerza al camino de surcos y se conforman con masticar algunas hierbas marchitas.
Sembrar miedos es mi forma de ganarme los frijoles. Por eso los borregos me consideran un inadaptado. A veces me incomoda su rechazo. Ser un incomprendido tiene sus consecuencias, la principal, el aislamiento. No me agrada mucho que los borregos al verme arruguen el ceño hasta convertirlo en piedra. Pero lo que más me desagrada es mi retribución monetaria, les dije que vivo de sembrar miedos. Soy otro explotado. Me es sumamente fastidioso que el sistema establecido me pague mal; por cada miedo sembrado, por cada borrego que se aferra aún más a los surcos, solamente recibo cincuenta míseros centavos. ¡Abajo lo establecido!

domingo, 23 de noviembre de 2014

LA ROSA CONTRA EL HIELO


Siempre me he preguntado ¿Por qué siendo tan hermosas tenemos que saldar las cuentas ajenas? ¿Que culpa tenemos de ser lindas? ¡Vaya destino! Fallecer en nombre del amor, el flirteo o el halago. Pero si vamos morir, mejor hacerlo sobre unas manos cariñosas. De repente y eso tenga sentido.          Por eso me ofendiste y ahora que me aprietas entre tus dedos tengo que reclamarte.
            Llenaste mis pétalos con la promesa de regalarme a una mujer que acogería mis colores. Pero me ocultaste. Y encima tuviste el coraje de decirme: "Que cursi es regalar una rosa". Luego me abandonaste en un refrigerador. En un frío y atiborrado congelador. ¿Qué te costaba respirar hondo, quizás sonrojarte, estirar la mano y cumplir lo prometido? No te atreviste. ¡Cobarde! Cubierta de escarchas espero que cumplas con tu palabra. Aún no entiendo tus razones. ¿Tanto temes al rechazo? ¿O fue la soberbia? De cualquier forma, ¿Cómo osaste desdeñar la magia de mi belleza? Y por encima de todo ¿Por qué me encerraste aquí? Pese a su destino los alimentos congelados confortaron mi abandono: Las barras de mantequilla acariciaron mi tallo; los chorizos me hicieron reír con sus anécdotas y a los tiernos quesos los oí sollozar mientras contaba mi historia. Un corazón de pollo intentó consolarme y sentenció: "Mejor el frío que un basurero". Fue tierna su intención pero una nevera no es mi lugar. Por eso hablo sin temblores y te digo: ¡Qué incertidumbre soporté cada vez que abrías la refrigeradora! ¡Qué desilusión sufrí al verte llevar una rodaja de mortadela en mi lugar! Escúchame ahora que te atreves a tomarme entre tus dedos. Comprende que el perfume de una rosa no merece disiparse entre costillas de cerdo. No puedo seguir encerrada; anímate y resuelve mi destino ¡Manos prometidas o basurero! Pero no más frío.

domingo, 9 de noviembre de 2014

ESTO NO ES UN POEMA, ES UN DILEMA CON LA VIDA

Los años pasan y ya no tengo tres, cuando dice mi madre que le dije: “Tío Pipo pum, pum”-y de verdad que los gringos lo llenaron de pum, pum-. Tampoco cinco, cuando con abuela le rezaba al ángel de la guarda-recuerdo la vez que comiendo porotos, con la cuchara, me saque un diente-. Mucho menos siete, cuando la maestra Zenaida me sonaba con la regla y después me consolaba-¡qué planes más largos copiaba en el tablero!-.
            Los años pasan y ya no tengo ocho, cuando Torrijos repartía juguetes el día del niño
-una vez con todo y bolsita me perdí en el Revolución-. Tampoco nueve cuando dejé de usar pantalones cortos para ir a la escuela-aún así como me revolcaba cada recreo en el patio-. Mucho menos diez, cuando la maestra Phillips, para calmar mi temor al año escolar, me decía: “Mijito, un año pasa muy rápido”-con la maestra Fulvia, el ser más temido de la escuela República de Guatemala, un solo día parecía la eternidad-.
            Los años pasan y ya no tengo doce, cuando la maestra Babacaris me dijo: “Lo que haces con las manos lo destruyes con los pies”-aún guardo la foto donde mi mirada triste auguraba lo cierto de sus palabras-. Tampoco trece, cuando Astroboy y Ultraman eran los héroes de la televisión y el señor Palacios el de la vida real-él nos llevaba en su gigantesco camión desde la escuela hasta la casa-. Mucho menos catorce, cuando Chespirito nos enseñaba natación-bastante bien conocí el fondo de la piscina Patria-.
            Los años pasan y ya no tengo diecisiete, cuando el acné inundaba mi rostro-y Morales le gritaba a Milán: “¿Acaso quieres un banquillo de corbata?”-. Tampoco dieciocho, cuando corrí al Fénix a estrenar mi cédula-la vaina fue rápida pero agradable-. Mucho menos veinte, cuando Cipriano me gritaba: “David, llegar a viejo es una enfermedad”-una vez me largo de la iglesia y debí hacerle caso-.
            Los años pasan y ya no tengo veintiuno, cuando vilma llegó a mi vida-vil matraca, un chevi chevelle lleno de malas mañas-. Tampoco veinticinco, cuando el año internacional de la juventud pasó y me sentí viejo y conocí a From y su arte de amar-también descubrí lo peligroso de atropellar un carro-. Mucho menos veintiséis, cuando nunca encontré los palos cuadrados del Valle de Antón-pero hallé la rosada ternura y el básquetbol-.
            Los años pasan y ya no tengo veintinueve, cuando se fue abuela y los gringos llegaron
-gracias a los hummers se fueron Demetrio y Manuel y un montón más-. Tampoco treinta, cuando me gradué de biología y terminé enseñando religión-y las cosas del amor se toparon con la luz-. Mucho menos treinta y uno, cuando mi maestra y yo nos encontramos-y yo corrí y corrí y corrí... -.
            Los años pasan y ya no tengo treinta y dos, cuando el primer poemario fue premiado
-ninguno me puso más pechón-. Tampoco tengo treinta y cuatro, cuando las soledades parieron dolores y risas y angustias y serenidades-regresé a los predios donde antes importunaba ha ser importunado-. Mucho menos treinta y cinco, cuando encontré el perfume de la flor de septiembre-y volví a correr y correr y correr-.
     Los años pasan y ya no tengo treinta y nueve, cuando el rocío se secó en mi piel y se evaporó para siempre-los demonios me atacaron y me sembraron de incertidumbres-. Tampoco tengo cuarenta y dos, cuando la aurora sufrió el ocaso y un alecrín floreció en medio del incendio-comprendí que un día puede encerrar los mejores y peores tiempos-. Mucho menos cuarenta y tres, cuando trece soles parieron tinta-al fin me tomaron en cuenta para una feria del libro-.
     ¡Qué vaina! Ya no tengo cuarenta y cuatro años, cuando descubrí la ruta del maíz y el gallo pinto de Sandra y las playas donde nace el fruto de las ostras y que la poesía, sino es para volar, es un gasto inútil de palabras. Sí pues sí. La confianza es posible. También la amistad, pura y espontánea, de los encuentros casuales de un viaje en autobús.
            Los años siempre pasan y ya no tengo ni cuatro ni treinta y ocho. Ya tengo cuarenta y cinco. Y ellos, los años, me atropellan como diablo rojo a peatón ingenuo-esos buseros del carajo-O en el mejor de los casos, me hacen la del taxi en noche de quincena, que me abandona en la calle y bajo la lluvia y  encima me grita: ¡Pa Juan Díaz no voy!-después se preguntan por qué es que los matan-
            ¡Así es! Ya tengo cuarenta y cinco y todavía recuerdo el sabor de mi primer trago de seco. Tenía diecisiete años y fue una borrachera de parque celebrando mi graduación de secundaria (un par de meses antes  de la entrega de los diplomas). Llegué todo enlodado a la casa. Es que me dio por bailar en el césped, hasta que patiné y... ¡allá va esa vaina!
            Y pasan los años y comprendo algunas cosas. Por ejemplo que el acné no importa después de los treintas y que mi boca hasta hoy ha fustigado el aire con muchas tonterías.
Supongo que pronto haré más silencios y menos bulla-y nunca más derramaré cerveza sobre un vestido negro, menos si ella lo lleva puesto-.
            Y pasan los años y comprendo algunas cosas. Por ejemplo que las llantas de mi cintura tienden a la permanencia y que es difícil oír con la boca llena de palabras. Supongo que pronto seré más tolerante-¡Por vinagre que lo seré, siempre que no me carbreen con ahuevazones!-.
            Y pasan los años y comprendo algunas cosas. Por ejemplo que los lentes ya no son adorno sino necesidad y que hasta ahora me preocupo mucho por pagar las deudas. Supongo que pronto no haré de eso un problema-quien coño los mandó a prestarme-.
            Y pasan los años y comprendo algunas cosas. Por ejemplo que no tengo precio y por eso o me regalo o me dejo robar o me niego. Supongo que me gustará más compartir con los amigos. ¡Ah... Y con las amigas!-no se vayan a emputar las feministas y me condenen a la eterna asexualidad-.
     Y pasan los años. Y a veces me marean. Y a veces los mareo. Y pasan los años y comprendo algunas cosas. Por ejemplo que hay que elegir entre las canas y la química, entre derramar bilis o las lágrimas de la risa. Supongo que pronto asustaré menos a mis estudiantes del Pinate-recordaré las veces que en la dirección del Remón Coni me preguntaba: “¿Tú aquí de nuevo?”.
            Y pasan los años y comprendo algunas cosas. Por ejemplo que la marca olímpica de los cien metros sólo podré hacerla gateando desde un ranchito de El Volcán hasta la parada de buses y después de la séptima cerveza. Supongo que pronto haré más ejercicio-ja, ja, ni yo mismo me lo creo-.
            Y pasan los años y comprendo algunas cosas. Por ejemplo que me hago muchos líos y me lleno de problemas imaginarios y que quizás deba ver menos noticias y dar más noticias.
Supongo que pronto dejaré de discutir tanta pendejada-no me quiero excusar, pero para discutir conmigo se necesita otro pendejo-.
            Y pasan los años y ya empiezo a comprender algunas cosas. Por ejemplo que puedo mirar atrás sin avergonzarme y que cuento menos mis canas y más los días de lluvia que no caen sobre mi fosa. Creo que muy pronto tenderé mis telarañas al viento y esperaré atrapar algo más que moscas y polvo. Supongo que pronto le diré a mi soledad: “Hoy permíteme construir un puente”. Estoy sospechando que el problema no es el permiso de construcción, sino que conozco muy poco de ingeniería.
     Y por cosas que el dolor, el tiempo y el amor enseñan, he comprendido que ellos, los años, no regresan, así que es mejor decirles adiós. Que el tiempo que paso pensando en los aplausos es tiempo que le quito a la poesía. Que cada hora de amargura es una hora menos de nobleza. Que fustigar los minutos con tonterías es arrebatarles su derecho al silencio.
            Amores. Sonrisas. Triunfos. Lágrimas. Fracasos. Se marchan. Sólo queda la memoria. Y ojalá algo más que el respirar. Resignado a morir olvidado, enfermo y pobre, ya comienzo a convencerme que todo lo vivido es ganancia. Y que en este juego hay que arriesgarse. No los riesgos de siempre: Ir a huelga sin rajarme, manejar una bicicleta sin frenos, comer los potajes que yo mismo cocino, hacer un paseo al río con cuarenta recipientes de hormonas sexuales, renegar de los gringos o del gobierno de turno-nada de eso nunca me ha costado-. No, esos riesgos no. He de arriesgarme en algo verdadero y totalmente peligroso: Algo como espantar a los murciélagos y vivir sin excusas.
     Ahora viejo y pellejo entiendo lo que un día Meregilda, mi sensei de karate, me dijo en un entierro: “Flaco...”-en esos tiempos yo no tenía panza-“Flaco... al final lo importante es si fuiste o no, feliz.”. También entiendo lo que Sandra, mi primera noviecita en el colegio, me quiso explicar: “Ojalá y podamos volar juntos”. Estoy empezando a suponer que me condené a imitar a Tántalo, ¿o fue a Sísifo?
            Así fue que comprendí  algunas cosas. Hoy ya tengo cuarenta y cinco años. Pronto tendré cincuenta. Los demonios aún me visitan y también muchos ángeles. Sufrí el Getsemani y el Gólgota. También gocé el Edén y el Tabor. Tanto discurso amoral y resulta que, en el fondo, siempre he sido fiel a la ética de la aurora. Solamente he sido yo mismo.
            Y ya tengo cuarenta y cinco años. Parece que todavía no aprendo a dejarme querer. Pero Ariel dice que soy buen profesor y creo que estoy aprendiendo a escribir. Me parece que aprendí de Babot a nunca negociar la libertad.
            Ya tengo cuarenta y cinco años. Y a pesar de los ayunos, mi panza sigue…allí. Pero aún me río muy fuerte. Claro, con el tesoro de amigos que tengo. ¡No hay gastritis que me impida seguir bebiendo cerveza con ellos!
            Tengo cuarenta y cinco años. Quiero más a mis hermanas y hasta hablo cordialmente con mi padre. Y antes que asesinaran a mi madre aprendí a darle consejos. Por supuesto ella siempre hizo lo que le dio la gana.
            Cuarenta y cinco años. Pronto cincuenta. Quince de escritor. Diecinueve de profesor. Y entiendo que la vida es lo que es y que las cosas pasan y punto. Que lo importante es lo que se decide que es importante. Y que nada más nos queda gritarnos a los oídos: “Está prohibido rendirse”.
            Ya no quiero ser líder sino creador. Ya no busco el amor sino amar. Y ya no me preocupa la ausencia de elogios sino necesitarlos. Y este poema, digo, dilema, tendrá su punto final. Y también mi vida. Por suerte, espero, no sea al mismo tiempo. Y me iré sin adioses y mis cenizas reposarán en la pata de algún limonero del patio-fueron muchos años peleando contra el que dirán para que después de muerto me importe-.
            Y me asombro al pensar que cualquiera de estas mañanas despierto con cincuenta años encima. Veinte años no son nada. Cuarenta y cinco tampoco. Aún huelo los mangos caídos al suelo, después de una noche de lluvia, en el patio de mi abuela Rosilia; también, los enormes pocillos de té negro de mi abuela Victoria.
            Me imagino el tiempo esfumándose y a pesar de la tristeza, de los demonios y la ira y gracias a que entendí que lo que importa, importa y lo que no importa, no importa, he decidido invertir en un nuevo negocio: ¡Mandar al carajo a los demonios!

            Descubrí que hay que perder un montón de batallas para ganar la guerra. Eso lo aprendí de Peggy. Y por eso, hoy en la tarde me voy a permitir que mis cuarenta y cinco años con sus horas y meses y sus minutos y sus angustias y sobre todo, su caminar pastoso, me acaricien, con mucha ternura, mi enorme barriga.

domingo, 2 de noviembre de 2014

¿DÓNDE NACEN TUS ALAS?


Una lanza humilde te clavó un sueño en el costado y tu cuerpo se llenó de tumores y de tus dientes cariados brotó una luz rebelde. Tus codos polvorientos se agitaron con la noticia: Tu mano izquierda, a dedo armado, dio a luz una hoja escrita.
            De la llama de sus poros, una chispa fue arrancada y el incendio cundió por el parque donde ángeles de aureola plateada y cola de lagarto escupen furias perfumadas. Cien batallones de bomberos no han podido con el fuego. Tu mano izquierda amenaza con parir otra página y tú te llenas de virtudes. Ahora, ¡Qué intenten detenerte!
            Sin embargo. Las ganas de estancarse son grandes. Tienes que pasar la prueba.
            Por ejemplo. Si miras al sol y gritas: ¡Intenten detenerme! Y las nubes no se desmayan en llovizna y los árboles no resplandecen de clorofila y las mariposas no cruzan los piélagos y el viento no galopa en los prados y los corazones no laten a paso doble y los toros no cabriolean en la macarena y los buitres no se desbandan estremecidos. Si miras al sol y gritas y el pasto no tiembla con el sonido de tu garganta, puedes estar seguro que te detendrán. No pasaste la prueba.
            Por eso regresa al parque y permite que mil lanzas humildes perforen tus costados. Así recordarás los sueños y te olvidarás de los necios. Así, únicamente así, tu mano izquierda cumplirá con su amenaza. Y tú pasarás la prueba.

domingo, 26 de octubre de 2014

ALECRÍN ES UNA CANCIÓN


Alecrín es la flor que canta, una copla en febrero, la sinfonía de septiembre. Sin embargo. Su canción es inconveniente, inoportuna, imposible. Y aún así. A pesar del julio fatal. Himno lejano del Octavo Sol.
            Entre las ráfagas de la incertidumbre se escuchan las notas del cántico. Así como aletear de colibrí, tenue torrente que se aproxima y, asustado, rehuye el encuentro. Se escucha el canto y el prado vacante del Octavo Sol, invitó a diez mariquitas a caminar entre los capullos y desde las puntas del pasto avistaron a Alecrín vestida de cantatas y recorriendo las praderas. Una obertura verde nació desde sus labios.
            El octavo Sol al medio día lanzó mil reflejos contra el escudo arcilloso. Y nació un feroz ataque de sed. Ese canto perfecto, ¿sería un espejismo? Ningún par de huellas crecía en la ribera. La flor no caminaba. El astro habitaba el cielo.
            ¿Sería un espejismo? El Sol oyó la canción y por fin quiso correr hasta la flor y las corolas que no eran ensueños. El pasto no mintió. El himno era su alegría.
            Sin embargo la arcilla jamás guardó los pasos. No podía. El octavo Sol, al igual que todos los soles, no abandonaba sus pisadas. Una vez un sol lo hizo y el incendio fue terrible. A pesar de la cercanía, a la flor no le pudo arrancar ni una sola gota de perfume. Y no fue culpa de las espinas. No era Alecrín el espejismo. Él, el incandescente sublime, lo era.
            Desencanto. El lucero tan cerca de los pétalos, el aroma tan lejos de los rayos. Alecrín es una flor y también una canción, una copla en febrero, la sinfonía de septiembre. Sin embargo. Canción inconveniente, inoportuna, imposible. Y aún así. A pesar del julio fatal. Himno del Octavo Sol.

domingo, 19 de octubre de 2014

CARTA A UNA COSA ALADA Y PELUDA


Juan Díaz, 1 de abril de 2002

Querida cosa alada y peluda:
            ¡Hola! ¿Cómo estás? Espero que bien y recuperándote de ese terrible y afortunado accidente. Fue como para el titular de un periódico: “Murciélago choca a alta velocidad contra un ventanal”. Me imagino que te confundiste por volar de día. ¿Qué te motivó a hacerlo? ¿Acaso fue el gato del vecino que rondó por donde acostumbras dormir? Si fue así, házmelo saber para reclamarle cuanto antes al dueño del felino.
            ¿Ya sanó tu fractura del tabique nasal? Cuando te vi sangrar por la trompa supe al instante que te amaría por siempre. Mi vocación de veterinario frustrado brotó como agua de un manantial. Te tomé muy dulcemente entre mis manos y limpié la sangre de tu rostro. Tuve que tener mucho cuidado para que no me mordieras con tus filosos dientes. Mira si te amo, a pesar de mi costumbre, no te obligué a fumar ni un solo cigarrillo. Todo lo contrario. Al terminar de curarte te deposité entre las ramas de un almendro; así podrías, después de recuperarte, tener a la más corta de las distancias los frutos que tanto te gustan.
Al volver en ti, como para demostrar tu maestría, volaste varia veces cerca de la ventana sin siquiera rozarla. Luego te alejaste y no te he vuelto a ver. Por eso decidí escribirte esta carta. La voy a dejar en la misma rama donde te coloqué aquella tarde del accidente. Espero que regreses por almendras, la encuentres, vueles hasta mi ventana y como no sabes leer, me pidas con una mirada que camine hasta el almendro y te lea mi carta. Con cariño...

Alberto Olivardía

domingo, 21 de septiembre de 2014

LA NIÑA Y LA MARIPOSA


Era una tarde de luz melódica. Una tarde de acordes resguardados por los colores. Era una tarde afectada por la transparencia. Había tanta luz que nada quedaba oculto. Todo se podía ver. Era una tarde repleta de franquezas.
            Esa tarde, durante un buen rato, una niña estuvo observando a las mariposas. Observó su vuelo en el jardín, tal como si fuesen retazos de tul flotando sobre el césped. Observó su ir y venir entre las flores bebiendo el néctar, tal como si fuese el más rico de los siropes. Observó el golpe de sus lentas alas, tal como si estuvieran suspendidas en el aire por hilos invisibles. Y con tanta observación se le ocurrió una idea.
            Corrió por todo el prado practicando el aletear de las mariposas. También estiraba los labios formando una trompeta presta a chupar el líquido dulce de las flores.
            Cuando creyó estar lista, la niña extendió sus manitas y sus dedos aletearon entre la luz. Los colores del iris, haciéndose cómplices con ella, pintaron sus intenciones.
            Primero fueron las uñas de sus manitas, luego las mismas manitas; los codos y los hombros; el cuello, la cara y el cabello; su tórax, abdomen y espalda. Por último, sus piernas, tobillos y pies.

            Esa tarde brillante y honesta, ella, la niña que observaba a las mariposas, bañada en colores y con su trompeta lista a chupar el líquido dulce, extendió sus alas y voló con alas de retazos de tul. Tal como si estuviera suspendida en el aire por hilos invisibles. Tal como si buscara el néctar que hay más allá de las flores.

domingo, 14 de septiembre de 2014

SIMÓN EL ALFARERO

¡Vengan señoras! ¡Vengan señores! Vengan y admiren el arte de Simón el Alfarero. También ustedes, almas incrédulas, vengan, asómbrense y vuelvan a creer. No se resistan y abran las orejas a la historia.
            Así nació el arte de Simón. Desde las aguas púrpuras agotó los partos iracundos y sus poros vomitaron el rencor de los siglos y la náusea y los espasmos y el dolor en las articulaciones y la mordida en el pecho dijeron adiós y él pudo bajar a la piscina y, al fin, lavarse la sangre. Desde ese instante la arcilla se topó con la magia. Y ya no fue Simón, sino Simón el Alfarero.
            Con diez dedos Simón forja unas manos hábiles; con un puñado de miradas un par de ojos rasgados; con unas carcajadas una treintena de dientes blancos; con cuatro largos suspiros Simón forja tres melancolías cortas.
            ¡Eso no es nada señoras y señores! 
            Él atrapó al pez vestido de cunas, el de las aletas de ébano y ojos diamantinos, el que nada entre los vientos y aparta las nubes grises. Él atrapó al pez de la mordida de fenómeno marino, la que convierte huracanes en papalotes mojados. Simón pilló al pez de las violetas, al pez con la fábula trazada en sus agallas. Al arenque bandido que salta los eclipses y asperja atardeceres.
            ¡Vengan señoras! ¡Vengan señores! ¡Vengan y crean!
            Denle hojas caídas en otoño y él les regresará un árbol, traigan aceite de oliva y él les regresará miles de aceitunas, entréguenle algunas plumas deslustradas y él les regresará tucanes. En sus manos un poco de lodo será un músculo recio, agua de arroyo sangre valiente, tronco de árbol huesos firmes.
            Así es el talento de Simón el Alfarero. Vengan a verlo.
            Con el alba, él se levanta de la alfombra y decide respirar. Sin la incertidumbre de las respuestas. Sin la soledad de unos muebles sin usar. Sin el polvo y la sinusitis. Él se levanta de la alfombra y decide correr a la montaña y llenarse los pulmones.
            Así es el talento de Simón el Alfarero. Vengan a verlo ustedes los indecisos que van y vienen mordiendo arenas y digiriendo pulpos. Ustedes los dragones iracundos, temerosos y avergonzados de sus garras afiladas. Ustedes las simas de mutismos hilados por arañas discretas y prudentes. Ustedes los gritos insensatos y escondidos entre los buenos modales. Ustedes los deseos de herir la atmósfera y beber su sangre. Ustedes los oídos sordos y las gargantas gruesas. Ustedes, más que nadie, deben venir y admirar su arte. Así lo hice y ahora existo en la montaña.

            Vengan señoras, vengan señores, vengan y vuelvan a creer. 

domingo, 7 de septiembre de 2014

Y LA LLUVIA LLEGÓ

          Salió a pescar el artesano cuando las cerámicas crecieron a un costado de los montes. Ellas, las cerámicas, semejaban árboles de trigo masticados por la mirada hambrienta del sol. Ellos, los montes, parecían sorbetes de granito y mármol derramándose hasta los valles.
            Las manos de vidrio del artesano, callosas y repletas de elefantes, a lo largo del camino acariciaban los lacios cabellos del índigo pasto; a su vez, el niño medio día lloraba lágrimas rubias sobre sus hombros aterronados.
            Sus ojos, cuencas de jazmines, tejían quimeras sobre el lago de las eternidades y del modo que mimarían a las almejas veloces de conchas carnosas y labios únicos y voluptuosos en las noches breves con piel de celo.
            Sus pies, como lenguas hambrientas, saboreaban los reflejos. Un calor picante empujaba su ombligo de humedad y el artesano sonreía al imaginarse reflejado en el lago querido.
            Al llegar a la orilla, ¡Fraude de fraudes! Ni una gota, ni una, sólo moluscos atrapados en el lodo duro, envejecido. Sus manos de cristal se marchitaron cual claveles ermitaños. Sus ojos, cuencas marinas, se inundaron de vacíos mientras tintoreras amargas aleteaban en sus remansos. Sus pies, ofendidos al ver el lago asesinado por la sequía, vomitaron los sabores del camino.
            El artesano, desde la orilla, lloró por las almejas antes veloces y ahora cubiertas de fango. Se acercó a una de ellas, la tomó y, luego de besarla, la alimentó con requiebros en su cobijo. ¡Restitución de restituciones! Al alzar los ojos, el artesano vio el cielo nublado y prestó a derrumbarse sobre él. El lecho del lago y los moluscos atrapados en el lodo envejecido, se prepararon para la danza.

domingo, 31 de agosto de 2014

LA OTRA TABOGA


¿Quién envuelve con su piel? No es Penélope. Es la ira y ni siquiera es mujer pero sus manos tejen en el recuerdo las caricias que provocan incendios.
¿Quién pretende dictar los sabores? No es Odiseo. Es el rocío y ni siquiera es hombre pero marchó sobre los mares en busca de los muros de Troya.
¿Quién pretende ser el puerto? No es Itaca. Es la otra Taboga y ni siquiera es isla pero desde sus playas se abordan naves que descubren universos.
Taboga, la otra Taboga. Isla de piñas con riveras de tela y vigilada por un pequeño sol. Así como las arenas reciben las olas, así sus almohadas acogen los sueños.
Taboga, la otra Taboga. La repleta de inquietudes y oráculos: ¿Quién hará feliz al mendigo de flores? La jardinera de sueños. ¿Qué perfume abrazará el cáliz? El de la tierra envolviendo entrañas. ¿Dónde los tallos alcanzarán el polen? En las playas de nubes. ¿Quién traerá el consuelo? El sol y sus dientes de maíz. ¿Y por qué un huracán envuelto en sus espinas desafiará la soledad? Porque el viento se va y los ojos firmes continúan en la habitación.
Taboga es isla. Es puerto. Es oráculo. Pero sobretodo, Taboga es nostalgia.
Evoca el entorno de miradas cuando los besos no se rinden. La sonrisa de rostro entero y el ombligo de sensibilidades. Los conjuros de aquella palabra que hace caer la lluvia y a los cangrejos bailar y a las gaviotas cantar y a los cocoteros aplaudir y a las olas silbar.
Y sueña con regresos. Porque de los peces y los gatos, de los líquidos y los arenas, un sol de mandarina bailará en los labios náuticos. Taboga tiene nostalgias.
Y cada árbol y cada roca de sus riveras y cada pez y cada tortuga de sus aguas piden al céfiro se lleve este verso: “Idólatra de las rocas, ven y camina por estas arenas”.
            Con amor ama Taboga, por lo menos al recuerdo que marca sus pasos en la arenisca. Más cuando viene el sol en caída libre mientras lo espera el horizonte y sus brazos abiertos. Más cuando viene el viento cabalgando entre las olas mientras lo seduce el aroma de los sargazos. Más cuando viene la luna sonriendo entre las nubes mientras la rodean las estrellas danzarinas.
Taboga es sol y viento, nubes y luna, horizonte y sargazos, olas y estrellas. También es la espera. Esperar esa peculiar expresión de labios a punto de sonreír y ceño que corre de ida y vuelta, entre el enojo y la alegría. Esperar que esas facciones de tristeza alcen vuelo y dejen el campo libre a media docena de bocas rebeldes y prestas a parir besos.
Nunca más la una en punto, nunca más la soledad. Y en cada atardecer esperar se continúe el rito: El canto del viento arrullando al sol que se duerme. Y en cada madrugada, la luna acariciando los cristales.
Con amor ama Taboga, más cuando viene el manto frío de la noche y con la noche, el mago de los sueños y con el mago, la caricia sobre los pechos.
Así ama Taboga, sin retratos pero sin olvido, sin promesas pero sin desmayo. Sólo quiere sentir pasos en la playa y escurrir su arena entre los dedos y las sandalias. Sólo beberse el horizonte y las espumas rojas del atardecer.

sábado, 23 de agosto de 2014

AÑORANZAS

     
Ahora que mis pies tropiezan y el polvo lastima mis mejillas. Ahora que las lenguas rasposas de los años recorren mis barbas, ahora te añoro mi amada Mocedad. Te marchaste con la brisa del ocaso llevando entre tus dientes los sueños y el horizonte.
            Tu luz me abandonó y volví a temblar con la oscuridad de los invidentes.
            ¡Que tonto! De mis brazos te dejé escapar y ahora como te añoro mi amada Mocedad. Siempre estuviste allí hinchando mis velas y empujando mis piernas. El celaje de tus ojos animaba mis detalles. El vaho de tu aliento entibiaba mi soledad. Sí que eras importante para mí. Aún lo eres.
            Cómo te añoro Mocedad. Qué difícil se me hace librar el alma de odios y rencores. El recuerdo del tiempo compartido y tu vacío en los años que vendrán dejan mi vida en moratoria, empalagada con sueños inacabados y sin cielo a la vista. El desierto llenó mis huesos de lastres y mi piel de fastidios. El ruiseñor de mis labios voló la mañana en que te marchaste y las nubes del estío se enredaron en mis cabellos. Tu ausencia definitiva debilitó mis carnes hasta reducir lo irreducible. Cómo te añoro mi amada Mocedad. Tu fuerza. Tu ingenuidad. Tus sueños.
            Ahora que las hormigas desbastan el bosque de mi vida te añoro mucho, amada Mocedad. Una puerta abierta, un descuido, un auto a gran velocidad y ya tu resuello no me hace más compañía. Se acabaron los días de tu paso firme, tu cola de abanico y tus ladridos alegres.

            No hubo, no hay y no habrá perra guía como tú. Terminaron mis paseos por el parque. Prefiero no salir o sólo usar el bastón para ciegos que buscarme otro perro lazarillo. 

domingo, 10 de agosto de 2014

AÚN DE PIE, SEÑORA

Hay fieras que saltan la cerca, se arrastran por el prado, se cuelan por una ventana y atacan a sus víctimas en su propio hogar; así es el cáncer, no sospechas su presencia hasta que es muy tarde. El Checo, sin ser un anciano, era devorado por uno. Cuando representó al país en un congreso en Praga le dieron las llaves de la ciudad; fue tan grande su orgullo que creyó estar en el cielo en el que no creía. ¡Qué tiempos! La revolución era un hecho real defendido por muchos; ahora, parecía negocio abandonado. Él, a su modo, seguía defendiéndola. Pero los tragos, la pobreza y el ataque certero del cáncer lo separaban de aquellos días. Ahora, acostado en un rincón de su cuarto, alumbrado por el punto rojo de un cigarrillo, oía los pasos de la muerte, su última novia, rondar su viejo colchón.

            Asistía a la escuela y mal que bien, intentaba dar sus clases; las fuerzas no le duraban mucho y pronto debía acostarse en un sofá del salón de profesores. Era entonces cuando la cafetería hervía en rumores sobre su evidente deterioro. Él, desde su cama improvisada, replicaba irónico: "Eso es cuento de los guacamayos". No soportaba el olor de la intriga. Su desquite, pedir prestado. Para nadie fue sorpresa que dejara de ir al colegio. Hubo quien dijo verlo por las cantinas del mercado y muchos se quejaron por no cobrarle lo adeudado. Otros lo encontraron en una cama de hospital. Allá fue a verlo su última novia y sintió el roce de su velo, el olor de las flores del ramo y aquella mano fría acariciándole el pecho. A su pregunta final de: "¿Cómo está profesor?", él le contestó: "Muriéndome, señora, pero aún de pie".

domingo, 3 de agosto de 2014

SU DIESTRA Y SINIESTRA

La mañana del cielo morado y el sol verdoso. La mañana de tránsito por los picachos de encajes y el océano de terciopelo. Esa mañana el cantor vio nacer de su diestra, mano fuerte, coros de pieles bañadas en aurora, espejos de uñas reflejantes de mares vaporosos y cuarteles dáctiles repletos de resuellos líquidos.
            De su siniestra, mano suave, brotaban locas oberturas danzantes y un canto de acuarelas y versos. El cantor, inflamado de júbilos, no pudo menos que dibujar coreografías de colores pasteles, en la atmósfera uterina.
            Aquella mañana, todos los astros azules recogieron sus cabellos de las praderas de mármol; así lo hicieron después que ríos y quebradas los peinaran. A su vez, sediento de cúspides de senos, con sus dedos brillantes e insolentes y acicalado por la mariposa de fuego, el sol rasgó los vestidos de la luna y arrojó los jirones de pálida tela más allá de los lomos montañosos.
            Cutis, sinfonías, óleos y sonetos; las caricias osadas estallaban como serena lluvia caída en terreno henchido de semillas y detonaban cual mirada de poeta. Sólo un alma repleta de embriones es capaz de doblar un rayo de luz. Sólo un alma sin vacíos puede llenarse de plenitudes.

            La mañana del cielo morado, las pupilas del artista se posaron en el sol verdoso y contrariaron la física, el derecho y cualquier silogismo; su diestra, aliento de vigor, en abrazo voluptuoso, largo, abismal y prohibido tomó a la siniestra, aliento de amor, preñándola con canelas ácidas y olores verdes.

domingo, 27 de julio de 2014

HIMAIRA

En las llanuras de Himaira, donde el pasto crece alto y los arroyos siempre cantan, pasea un toro turquesa de pesuñas de henequén y cuernos de plata. Gracias a sus pezuñas nunca se le escucha acercarse. Dicen que su cornada es mágica. Sus cuernos de plata concretan cualquier sueño. Por supuesto que para que ello ocurra, hay que cumplir ciertas condiciones. La primera, hay que vestirse correctamente: gorra o sombrero, saco o playera, pantalones de lino o mezclilla, zapatos o zapatillas, no importa; lo que sí es primordial es que sean de marca y que ella esté a la vista. No se admite comprar en baratillos. La segunda condición es poseer una o varias tarjetas de crédito y un celular; el beeper apenas disimula el asunto. Usar tarjetas de prepago en el celular no es tan conveniente, es preferible pagar una mensualidad. La tercera, es indispensable recorrer la pradera en carro propio, preferible en auto del año y que tenga todas las extras. Una cuatro por cuatro es perfecta. Para encontrarse con el toro turquesa también sirve: ir a las discotecas y pedir los tragos en otro idioma, ser miembro de algún club campestre, navegar diariamente en la red informática, tener la boca llena de alambres, comunicarse por medio de onomatopeyas y tecnicismos, ir al gimnasio tres veces por semana, permanecer atado a algún tipo de dieta y vivir sin preguntarse que tienen que ver los sueños con una cornada de plata. Yo cumplí todas las condiciones. Estacioné mi automóvil en la orilla de un riachuelo. Caminé algunas centenas de metros. Lo hice con suficiente cuidado para no ajar ni empolvar mi atuendo y admiré por un momento el verdor de Himaira. No lo escuché venir.  Ahora, aquí tendido cuan largo soy en una camilla hospitalaria, zurcido por los dolores me pregunto seriamente, ¿Qué tienen que ver los sueños con una cornada de plata?

domingo, 20 de julio de 2014

CURIOSIDAD

Acostado sobre mi acolchado mueble preferido y sin nada que reflexionar, me dediqué a observar los pocos objetos de mi austero cuarto: Un espejo de pared cuyo marco imita el oro, un palo horizontal con unos cuantos trapos colgados y bajo ellos, una caja cuyo contenido no recuerdo. Libros y zapatos que tendidos por el suelo parecen dormir la siesta y...y esa caja. Mi curiosidad se agita. Pero mi pereza es mayor, así que decido dormir, decisión no acatada por mis ojos que abandonando su lecho viajaron hasta la caja.
            Dentro de la caja mis ojos vieron a un colibrí perverso retando a un huracán; por supuesto, un brazo en alto del huracán y el pobre pajarillo perdió hasta las plumas y al Sol fue a parar. Tras el ave voló mi ojo derecho. El Sol parece amarillo. Sin embargo, gracias al peregrinar del responsable de mi diestra visión, me percaté que no lo es. Ocurre que está sembrado de flores. Flores brillantes y doradas. Flores visitadas por muchas abejas. Abejas naranjas de alas fulgurantes. También entre los tallos de las flores abundan hormigas blancas y plateadas. El Sol parece amarillo. Pero no lo es. Ocurre que tiene muchas flores doradas, abejas naranjas y hormigas plateadas. Eso vio mi ojo derecho. Mi ojo izquierdo se quedó en la caja y percibió otro fenómeno de los colores. Mi esferoide órgano vio como un lápiz sufrió un ataque de hipertensión. ¡Qué mala suerte! O mejor dicho, ¡Qué rabieta! El lápiz especialista en pintar los cielos, no pudo controlarse y de aquí en adelante sólo pintará volcanes sonrojados. Una discusión sobre colores con las acuarelas, un acceso de ira y el lápiz hipertenso, que antes era azul y que ya nunca más lo será, ahora es el lápiz rojo. Así lo vio mi ojo izquierdo.

Al despertar mis ojos regresaron encandilados a sus cuencas. Tanta flor, ave y hormiga. Tanta ira de lápiz hipertenso. Ahora me arden bastante. Tendré que deshacerme de esa caja.

domingo, 13 de julio de 2014

CARTA A JULIO VERNE

CARTA A JULIO VERNE
Ciudad Radial, 6 de marzo de 2002

Señor Julio Verne
Causa de mis dolores de cabeza
(En donde se encuentre)

Mi para nada estimado escritor:

            No crea que le voy a desear buenos augurios en sus labores ni llenarlo de parabienes; muy por el contrario. Ojalá y sufra de jaqueca crónica, de artritis deformante y cataratas dobles. Sí, que así sea su suerte, que lo acompañe la misma desgracia como nos acompaña a nosotros.
            Usted y su obra literaria han perjudicado sobre manera a mi persona y a mi familia. Porque el triste destino nos convirtió en vecinos de Aristides, un mozalbete enviciado con la lectura de sus novelas. ¡Y lo peor de todo! Un muchacho ávido de buscarle aplicación a todo nuevo conocimiento adquirido.
Es que con cada novela ocurre cada desastre. Desastres que por supuesto sufrimos nosotros. La primera que leyó fue De La Tierra A La Luna. El día en que finalizó la lectura, Aristides, el genio, construyó un armatoste con maderas, cartones y fuegos artificiales. Una pretendida nave espacial. Vale la pena decir que el diablo ese, mientras leía su novelucha se dedicó a investigar todo sobre la carrera aeroespacial; todo menos las leyes de la aerodinámica. Al grito de “Un pequeño paso para un hombre, un gran paso para la humanidad” encendió su invento; el cual subió, subió, subió hasta que dio una gran curva en el aire enfilando su carga demoníaca contra el techo de nuestra casa donde hizo explosión. ¡Pobre de mi madre! Saltó del baño a la calle con sus 247 libras, apenas vestida con una toalla y gritando hasta enronquecer: “Se acaba el mundo, se acaba”. Señor Verne, si sospecho que usted se está riendo, no sabe de lo que soy capaz.
            La segunda novela que leyó fue La Vuelta Al Mundo En Ochenta Días y quien pagó el pato fue nuestro gato. Amarró al felino a una enorme cometa, la elevó y esa tarde arremetió por sorpresa una ventolina y a saber si nuestra mascota se encontró con La Vieja Voladora o por lo menos con Mary Poppins. Nunca más hemos tenido noticias de nuestro cariñoso micho.
            En estos días está leyendo Veinte Mil Leguas De Viaje Submarino y sabe algo señor Verne, ¡Yo no sé nadar! Así que si usted está acostumbrado a recibir elogios, no los busque en esta misiva, ¡Ni se le ocurra! Usted es el culpable de nuestra desgracia. Ahora mi madre vive a punta de valeriana y mi hermanita no para de llorar por su desaparecido gato.
            En donde usted se encuentre sepa que en mí tiene al más ferviente detractor de su obra; esas novelas impulsan a la gente a inventar cosas y eso es peligroso; lo sé, lo he vivido en carne propia. Por lo pronto dejemos las cosas de ese tamaño, si sobrevivo a la última lectura de Aristides tendrá noticias mías.
            Procurando ser lo más grosero posible, su seguro reclamante

Carlos Orozco

sábado, 28 de junio de 2014

¡QUÉ COMPLICADO ES EL AMOR BREVE!

¡QUÉ COMPLICADO ES EL AMOR BREVE!

            ¡Que complicado es el amor breve! No permite que el sabor de los besos se añeje en los labios y que las pieles se reconozcan a fuerza de contacto. No permite que las miradas se sumerjan hasta tocar los valles y que las sonrisas anuncien las gratas esperas. No permite irritarse y que el enojo fallezca como aguacero.
            ¡Qué complicado es el amor breve! Tanto como construir un dolor o correr a los brazos del miedo. Peor que abrazar la cintura del mar o caminar descalzo sobre la brisa. Es cosa de ventanas cerradas o fuga de estrella interrumpida o degustación de arena huraña.
            ¡Qué complicado es el amor breve! No deja espacio para que un hombre pida a una mujer que despida los silencios con el susurro nacido de sus cabellos, de su boca, de su cutis, en las noches sin luna. No deja que se escuchen los versos de los dedos arando la piel o las sinfonías de los poros estallando.
            ¡Qué complicado es el amor breve! Sin hogar de pocos trastos y muchas conversas. Sin ollas preocupadas por tener algo de arroz para las visitas. Sin mecedoras cálidas que acojan a quien merece descanso. Sin camas cómplices a la hora de la hora de nuestra vida amén.

            El amor breve es tan complicado, basta un descuido y fallece marchito. El amor breve es tan complicado como volar con las alas de Ícaro, acercarse al sol y pretender sobrevivir.

domingo, 15 de junio de 2014

LOS JUEGOS DE LA INFANTA ALEJANDRA

Arte de Rafael Galdames

A mí me gusta platicar con la Luna. Es muy divertido porque ella es muy hablantina. Sólo hay que aprender a escucharla. Ya es de noche cuando aterriza en mi patio y me escapo por la puerta de la cocina y voy al jardín a saludarla. La miro muy fijamente, le digo hola y entonces comenzamos a conversar. Así aprendí a oírla. Ella me cuenta que viene de más allá de las nubes y de jugar con meteoros; yo le cuento mis andanzas.
A veces, la Luna se conforma con ser resplandor y me saluda desde los sombreros del bosque; otras veces se convierte en niña y jugamos a las escondidas. Antes de irme a dormir, siempre, me invita a sentarnos en el césped y usamos de espejo las gotitas del rocío. Al día siguiente, el Sol se pone muy celoso y calienta mi cabeza con más fuerza. ¡Qué mal humor tiene el Sol! Por eso tengo que jugar con él también. Pero él nunca se convierte en niño.
            También me gusta jugar en los parques. Allí corro por las veredas, salto las bancas y hago sudar mucho a mi abuelito. Cómo me gusta ver a las estatuas. Pero siempre que miro una está inmóvil. A ninguna he visto caminar, correr o saltar ni siquiera sentarse a las que están de pie. Siempre quietecitas, sin gotas de sudor en sus caras, sin sus pechos inflarse al respirar, sin sacudir las piernas por el cansancio. Tal vez algunas de ellas bajen por las noches a caminar por los patios que vigilan de día. Quizás, cuando nadie las ve, estiran perezosas los músculos mientras truenan sus huesotes. A lo mejor van en secreto hasta una refresquería y allí beben mucha chicha. Mi papá dice que tales cosas son una tontería y que nadie ha visto brincar a una estatua. Yo creo que lo que pasa es que ellas son tímidas y no les gusta que las vean juguetear.
            Con las estatuas no puedo jugar y nada más las miro… ¡cómo no se mueven…! Por eso cuando voy al parque me divierto con el viento. Lo que no me gusta es que siempre trata de soltarme las trenzas que mi mamá me hace en las mañanas. También juego mucho con las nubes, yo adivino y ellas dibujan. A veces, ellas tratan de adivinarme el pensamiento.
Lo que sí no me agrada es ir a la escuela y hacer la tarea.
Ayer le pregunté a la maestra: ¿Para qué sirve un caracol? No me contestó. Supongo que un caracol sirve para dejar baba sobre las piedras del jardín. O para dormirme mientras camina hasta la siguiente piedra. Lo hace tan lento que no hay más remedio. También para verlo mover sus antenas como si fuera un marciano. Creo que los caracoles no sirven para jugar, me da asco la baba esa. ¡Ah! Ya sé: los caracoles deben servir para asustar a las otras niñas, pero que sea Emilio el que los agarre, ni loca me embarro con esa baba.
La maestra nunca me sabe contestar mis preguntas. Por eso no me gusta la escuela. Pero sí me encanta jugar. Jugar con la luna, el sol, las estatuas, las nubes, el viento y hasta con los caracoles. Pero con quien más prefiero jugar es con papá y mamá; más que con mis muñecas. Dice mi abuelita que lo que ellos deben hacer es regalarme un hermanito. No sé cómo van a hacer, pues yo no he visto que vendan hermanitos en las jugueterias.

domingo, 1 de junio de 2014

LA MANCHA AUSENTE EN EL RETRATO

Contraste en verde
Buscó acuciosamente en esa deformidad pintada que un día fue su retrato. Cada pulgada del lienzo fue indagada con extrema diligencia. Allí encontró todo el amarillo de sus infamias. Los amores muertos a golpe de hielo. Las humillaciones infringidas a los claveles que sólo querían agradarle. Almas azules que creyeron que la hiel sabía de sinceridad. Allí la pareja abandonada, allá el amigo hundido en la empresa fraudulenta. Acá la familia avergonzada y aquí el ser que ya no resiste la inmortalidad de su malvada belleza. Eternamente joven. Eternamente vacío. ¡Basta ya!
Vino, coca, sexo. Nunca amistad. Menos amor. Jamás lealtad. Mucho menos fidelidad. Aunque sí fue fiel. A su terso rostro. A lo hermoso de su cuerpo. Al ingenio de su charla. A la fulminante ternura de su mirada. Sí fue fiel. A como adueñarse de las voluntades ajenas para ajarlas y luego arrojarlas por el caño. Por el mero placer de hacerlo. Sólo porque se podía hacer.
Pero hay límites. No hay lienzo que resista tanta mancha putrefacta. No hay posible resistencia al horrendo cuadro. Por eso ese ser, paradigma de la belleza de la piel para afuera, decidió ponerle fin a todo. Un cuchillo. Un corte preciso y adiós a la pintura que le recuerda sus muchas crueldades. Un corte preciso y adiós a esa eterna, bella, decrépita juventud.

Pero tenía que saberlo. Tenía que confirmar que allí no estaba la mancha que registraba la destrucción del único ser que vio a través del oropel barato y luego le sonrió mirándolo directo a los ojos. Ese ser que sin estar frente al grabado de sus maldades siempre supo de las entrañas de su sepulcro blanqueado. Buscó en el retrato deforme. Indagó por muchas horas. Y allí, entre todo el amarillo de sus infamias, no encontró la mancha que registraba la ruina de aquel ser tan especial. Al final, la belleza de la piel para afuera regaló su última sonrisa. Un corte preciso y todo terminó.

domingo, 25 de mayo de 2014

DISCERNIMIENTO

Gris y rosado

DISCERNIMIENTO

            Hoy día la carrera de derecho se encuentra en pleno apogeo. Todo papeleo implica contratar a un abogado. El otro día, para un simple trámite municipal, supe que necesitaste los servicios de un licenciado en leyes. Lo del contrato de importaciones y todo aquello. ¡Y qué honorarios más altos cobró el fulano! Pero quiero que te detengas a reflexionar sobre tus hijos.
            Mira a Eusebio. Está allí por tu culpa. Querías ufanarte ante tus amigos y mamá deseaba una atención rápida y confiable a su hipocondría. De nada valió decirles cuanto le disgusta ver sangre, agujas, catéteres y huesos rotos. No les importó. Tampoco su escasa vocación para afrontar el dolor humano. Menos. Cuando les dijo que deseaba ser maestro, se rieron comentando que ya había suficientes muertos de hambre. Lo único que les interesaba era colgar otro feo trofeo en la pared: Su diploma de medicina. Por eso Eusebio es infeliz. De nada valió obligarlo a estudiar medicina. No cura enfermos. No pudo. Así que se ve obligado a seguir abriendo cadáveres en la morgue.
            ¿Y Marino? ¿Qué me dices de Marino? ¿Por qué le faltará valor para cambiar de profesión? Sé que no quiere vivir así. Le falta ternura, cariño y sobre todo un cuerpo que lo acompañe. Una cintura donde clavar sus dedos, una espalda que lo calme, unas manos ajenas inquietas por contar sus vellos, recorrer sus curvas y llenar sus profundidades. Tú bien sabes que eso del celibato no es para Marino. Al obligarlo a entrar al seminario, sólo intentaste ocultar sus preferencias. Pero él sigue anhelando satisfacer el deseo que tanto te espanta. Y también es infeliz.
Pero donde te luciste fue con Susana. Desde muy joven la hiciste calzar botas militares. Todo porque era un espíritu libre que no se sometía a tus designios. Lleva muchos años manchando sus botas de polvo, lodo y sangre. Antes ella misma las lavaba y lustraba hasta que brillarán como espejos. Ahora, algún soldado con el fusil cruzado en la espalda y acomodado en un taburete lo hace. Ventajas del rango. Y pensar que tú eres el responsable de ese amorío entre Susana y sus botas. La arrastraste, tirando de sus orejas, hasta la academia militar. ¿Y adivina? También es infeliz.

            ¿Comprendes el efecto que han tenido tus imposiciones sobre la vida de tus tres hijos mayores? ¿Y quieres que yo siga por el mismo camino? ¿Qué te pasa? Sé que es importante contar con un abogado de confianza, por si acaso un percance con la justicia o algo parecido. Es más, me honra que pienses en mí para tal responsabilidad familiar. Pero papá, si quieres un abogado en la familia, matricúlate tú en la Facultad de Derecho.