Una
lanza humilde te clavó un sueño en el costado y tu cuerpo se llenó de tumores y
de tus dientes cariados brotó una luz rebelde. Tus codos polvorientos se
agitaron con la noticia: Tu mano izquierda, a dedo armado, dio a luz una hoja
escrita.
De la llama de sus poros, una chispa
fue arrancada y el incendio cundió por el parque donde ángeles de aureola
plateada y cola de lagarto escupen furias perfumadas. Cien batallones de
bomberos no han podido con el fuego. Tu mano izquierda amenaza con parir otra
página y tú te llenas de virtudes. Ahora, ¡Qué intenten detenerte!
Sin embargo. Las ganas de estancarse
son grandes. Tienes que pasar la prueba.
Por ejemplo. Si miras al sol y
gritas: ¡Intenten detenerme! Y las nubes no se desmayan en llovizna y los
árboles no resplandecen de clorofila y las mariposas no cruzan los piélagos y
el viento no galopa en los prados y los corazones no laten a paso doble y los
toros no cabriolean en la macarena y los buitres no se desbandan estremecidos.
Si miras al sol y gritas y el pasto no tiembla con el sonido de tu garganta,
puedes estar seguro que te detendrán. No pasaste la prueba.
Por eso regresa al parque y permite
que mil lanzas humildes perforen tus costados. Así recordarás los sueños y te
olvidarás de los necios. Así, únicamente así, tu mano izquierda cumplirá con su
amenaza. Y tú pasarás la prueba.
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