Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 27 de septiembre de 2015

MADRE

Detalle de estatua de Leda Astorga

Madre geográfica de senos concretos. Una Coca-Cola y en enero te mataron a Pipo. Madre histórica de ombligo abstracto. Unas papitas y te incendiaron el Chorrillo con todo y Demetrio. Madre tendida entre dos mares. Un Big-Mac y tu mariposa tricolor silba una canción.
            Madre de basquiñas amuralladas. Nunca abortaste a los cincuenta y dos traidores. Madre de tembleques asoleados. Un bucanero asaltó tu cintura y las sierpes rodearon tus caderas. Madre de encajes en sombra. No baja tu ángel con la espada de fuego.           
            Madre de la piel sin flores. Árbitro en la guerra entre chiquillos y palos de mango. Madre de los muslos cenicientos. Gobernadora que exilió al rencor y dio asilo diplomático a la resignación. Madre de la cadera talada. Rebelde de lunes a viernes y fiestera el fin de semana. Madre de las rodillas raspadas y repletas de costras. Desbordada en amores y ternuras, apatías y rendiciones, borrones y cuentas nuevas, eterno tropezón.

            Madre que abrigas a los niños de enero y lloras el diciembre negro. Madre que en mayo te vistes de serpentinas y en septiembre te llenas de aprensiones. Madre del medio día del fin de la perpetuidad y olvidada por tus hijos en un mástil escolar. Madre geográfica e histórica te sobra cariño y vives, aunque alguna vez, pareces no respirar.

domingo, 20 de septiembre de 2015

EL MURCIÉLAGO

Una almohada es suave, hasta puede ser tierna; pero sólo muy dormido se le puede confundir con una mujer. En la piel de una mujer se puede sentir el sabor a sudor ajeno, en una almohada, no. Yo, sin estar dormido, puedo sentir el sabor a sudor ajeno sobre la funda de mi almohada.
            Duermo solo. Bueno, casi siempre. A veces los sueños me acompañan, pero basta que el ritmo de mi respirar cambie para que me abandonen. Basta que el murciélago que habita en mi tórax roce mis pulmones para que éstos se agiten. Entonces los sueños se van, me abandonan huyendo del terrible batir de alas peludas. Yo tengo un murciélago volando dentro de mi pecho, nadie me cree.
            Cuando voy al médico siempre se enoja. Él cree que mi corazón tiene una magnífica salud, que lo mío no es más que una necedad extraordinaria. Que difícil es explicarle que no tengo un corazón que bombea sangre sino un murciélago que la succiona. Un miserable quiróptero que cuando bate las alas, agita mis pulmones, espanta mis sueños, arruga mi ceño y sospecho que deja mi boca con un aliento terrible, pues basta que la abra para quedarme solo.
            ¿Cómo pudo crecer ese bicho dentro de mí?
            No sé, supongo que fue cosa de los años, las costumbres y esas ganas de comer en mi plato sin interrupciones. En la secundaria siempre me mantuve alejado de los muchachos, mucho más de las muchachas; nunca jugaba pelota, jamás piropeaba chicas, siempre sentía el roce del murciélago en mis entrañas. Desde entonces, al eructar, siento cómo su pelo asqueroso se mezcla con mi comida. Una vez en el bachillerato tal sensación me provocó vomitar; al explicarle la razón a mi padre, él revisó el vomito minuciosamente y al no encontrar nada parecido a un pelo, me castigó por una semana. Todo por el maldito murciélago.
          Gracias a él soy un solitario.                   
            Por él, camino sin compañía por los parques y me siento en alguna banca retirada a esperar por lo menos que caiga la lluvia.
Por él, voy al cine y no tengo con quien comentar la película ni a quien ofrecerle palomitas de maíz.
            Por él, mi labio inferior no conoce otra piel que la de mi labio superior.
Por él, por el maldito murciélago, sin estar dormido, sin usar mucho la imaginación y sin la compañía de los sueños; por él y sólo por él, confundo el olor de mi almohada con el aroma a sudor de mujer y la mojo, a ella, mi almohada, con aquella humedad viscosa que el murciélago no me deja compartir.

domingo, 13 de septiembre de 2015

RENDICIÓN

El Maestro no soportó más. Tuvo que rendirse y hacer votos de silencio. Su prédica chocó de frente contra la más grande de las murallas. Después de años de oración y reflexión, por fin se iluminó e identificó, objetivamente, los dominios del demonio. Y en valiente cruzada marchó al Centro Comercial. Su paso firme hizo temblar los pasillos, su índice señaló al pecado y su fuerte voz con el grito de: “Arrepiéntanse y dejen de comprar” inundó las vitrinas y los escaparates.
            Al principio muchos lo tildaron de loco, otros clavaron en su rostro las agujas de sus miradas condenatorias. No faltaron las lenguas que flagelaron el aire con muchos murmullos. Pero el Maestro no se rindió. Día tras día, hora tras hora la cruzada continuó. Algunos comenzaron a seguirle; después fueron muchos y ya no era una sola voz, sino un coro que predicaba. La emoción embargó al Maestro, aunque se fue percatando que todos sus discípulos vestían túnicas de diferentes colores e igual corte, sus cabellos olían a buen champú y sus uñas pintadas con colores extravagantes imponían una nueva moda; no usaban maquillajes pero sí mucha crema humectante. Todos calzaban sandalias que llevaban colgada una etiqueta de marca. Esto llamó mucho la atención al Maestro y en medio de sus entusiastas prédicas, comenzó a leer los nuevos nombres de los almacenes del Centro Comercial: Boutique La Cruzada, Bazar El Maestro y el peor de todos, Rebajas La Prédica.
            El Maestro no pudo más, tuvo que rendirse y hacer votos de silencio.