Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 20 de septiembre de 2015

EL MURCIÉLAGO

Una almohada es suave, hasta puede ser tierna; pero sólo muy dormido se le puede confundir con una mujer. En la piel de una mujer se puede sentir el sabor a sudor ajeno, en una almohada, no. Yo, sin estar dormido, puedo sentir el sabor a sudor ajeno sobre la funda de mi almohada.
            Duermo solo. Bueno, casi siempre. A veces los sueños me acompañan, pero basta que el ritmo de mi respirar cambie para que me abandonen. Basta que el murciélago que habita en mi tórax roce mis pulmones para que éstos se agiten. Entonces los sueños se van, me abandonan huyendo del terrible batir de alas peludas. Yo tengo un murciélago volando dentro de mi pecho, nadie me cree.
            Cuando voy al médico siempre se enoja. Él cree que mi corazón tiene una magnífica salud, que lo mío no es más que una necedad extraordinaria. Que difícil es explicarle que no tengo un corazón que bombea sangre sino un murciélago que la succiona. Un miserable quiróptero que cuando bate las alas, agita mis pulmones, espanta mis sueños, arruga mi ceño y sospecho que deja mi boca con un aliento terrible, pues basta que la abra para quedarme solo.
            ¿Cómo pudo crecer ese bicho dentro de mí?
            No sé, supongo que fue cosa de los años, las costumbres y esas ganas de comer en mi plato sin interrupciones. En la secundaria siempre me mantuve alejado de los muchachos, mucho más de las muchachas; nunca jugaba pelota, jamás piropeaba chicas, siempre sentía el roce del murciélago en mis entrañas. Desde entonces, al eructar, siento cómo su pelo asqueroso se mezcla con mi comida. Una vez en el bachillerato tal sensación me provocó vomitar; al explicarle la razón a mi padre, él revisó el vomito minuciosamente y al no encontrar nada parecido a un pelo, me castigó por una semana. Todo por el maldito murciélago.
          Gracias a él soy un solitario.                   
            Por él, camino sin compañía por los parques y me siento en alguna banca retirada a esperar por lo menos que caiga la lluvia.
Por él, voy al cine y no tengo con quien comentar la película ni a quien ofrecerle palomitas de maíz.
            Por él, mi labio inferior no conoce otra piel que la de mi labio superior.
Por él, por el maldito murciélago, sin estar dormido, sin usar mucho la imaginación y sin la compañía de los sueños; por él y sólo por él, confundo el olor de mi almohada con el aroma a sudor de mujer y la mojo, a ella, mi almohada, con aquella humedad viscosa que el murciélago no me deja compartir.

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