Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 29 de mayo de 2011

LOS MOTIVOS DE CASTEL

El Violinista (Dece Ereo-Panamá)

Sin armas ni recursos ni alternativas, salvo aquella mirada insulsa repleta de tonterías. Así era yo cuando estaba frente a ella. Nunca pude dominar tal situación.
La conocí en la discoteca del hotel con nombre de santo, donde, por lo general, se escucha mucho merengue. Cualquiera diría que en medio de esa música tan agitada no hay espacio para el romance. Todo lo contrario, no sólo la sangre sube de temperatura, también las hormonas y lo que comienza siendo un ejercicio aeróbico termina siendo el desaforado ritual canino. Por las ansias, la primera vez, buscar donde fue una labor tormentosa; tanto que al desvestirme, el mero roce de la ropa casi me hace culminar anticipadamente. Por suerte no fue así y pude cumplir.
Siguieron otras veces, siempre llenas de esfinges y misterios; de silencios como respuesta. Otras veces que eran locos retos de forma y lugar. Creo que la vez más salvaje fue en un ascensor entre la planta baja y el décimo piso.
Pero. Desde el día que la conocí, un gusano comenzó a reptar sobre la mucosa de mis entrañas. Esa discoteca, la del hotel con nombre de santo, no se caracterizaba precisamente por el buen nombre de sus asistentes, sino por el contrario, por lo terrible de la fama de sus acciones. Sólo este hecho me puso a la defensiva. Una defensa endeble, pero defensa al fin.
Ella nunca respondía claramente a mi inquietud. Hablarle sobre el tema era navegar en mares plagados de tintoreras. Con un no sé o un quizás, dejaba laceradas las piernas de mi alma, frustrando así, cualquier posible huida. Eso me lastimaba.
Cuando le preguntaba, sus besos quemaban con pasión mi boca mientras sus manos colmaban de ternura mis cabellos; aún así, jamás dio una respuesta directa a una pregunta directa.
Únicamente callaba y sus ojos desilusionados, me condenaban. Nunca tuve una respuesta definitiva, nunca calme mi inquietud, nunca supe si de verdad me quería, si yo significaba algo más que un momento para ella. Le era tan fácil salir a bailar con otro en la discoteca; sólo me decía "ahora vengo" y se introducía en la pista de baile. El día que la conocí ¿a quién le diría "ahora vengo"?
¿A quién? ¿A quién? Decía que a nadie, pero el tono de su voz no me convencía. Si le hubiese creído me habría evitado el dolor. Esos miserables celos clavaban sus colmillos de víbora en las carnes de mi vientre hasta lograr convulsionarme. En su ausencia, pensar en las infinitas posibilidades de lugares donde podría encontrarse me provocaba las más graves fiebres y nauseas; más al pensar, en las infinitas posibilidades de aventuras con otros tipos que podía tener. Pero nada me enfermaba tanto como hacerme la siguiente pregunta: ¿Y si yo era una aventura?
Vivía entre ausencias dolorosas, intensos encuentros eróticos y largas discusiones. No soportaba las nubes de humo que la rodeaban; su pasado, presente y futuro, despertaban única y absolutamente dudas en mi persona. ¿Estaría yo incluido en sus planes? A pesar del ardor y la pasión nada indicaba que así sería. No soportaba tanta incertidumbre. ¿Qué le costaba darme algo de seguridad?
Por eso, para evitar el dolor agudo de mi vientre y alejar los colmillos de víbora, decidí realizar la mejor defensa, atacar y terminar con esta absurda situación. Después de muchos rodeos temerosos, me convencí de que debía no sólo eliminarla de mi vida sino de la vida. Me faltaba el valor para hacerlo yo mismo pero no me atrevía a contratar a alguien. ¿Y si por mala suerte contrataba a uno de sus negados amantes?
Yo tendría que hacerlo. Muchas horas de planes y decisiones se alternaron con angustias y arrepentimientos. Pero las discusiones y los ataques de celos se hicieron demasiado abundantes, como para no hacerlo. Su asesinato finalmente tomo forma en mi mente: un cuchillo clavado en su pecho en la misma discoteca donde la conocí. Tal vez en el baño o en la misma pista, no sé, pero sí después de que me dijera ahora vengo.
Con paciencia aguardé la noche adecuada, la noche donde no hubo discusiones. Bailamos, comimos, bebimos, hubo besos, caricias y a la mitad de una íntima conversación, un tipo vino a sacarla a bailar y ella aceptó. Largos minutos duró la espera. Una furia sorda colmó mi espíritu, una furia que guiaría mi mano hasta su pecho. Al rato, ella regresó a la penumbra de nuestra mesa; regresó, me dio un gran beso y me dijo al oído: Ves que siempre regreso a tus brazos.
Saqué el cuchillo, mi corazón y pulmones triscaban bestialmente, un sudor frío pobló la piel de mi cara; pronto sentí el efecto de su persona sobre la mía y posando mis ojos sobre ella, con aquella mirada insulsa repleta de tonterías, solté el cuchillo sobre la alfombra y dejé que me besara.

domingo, 22 de mayo de 2011

AURORA

La Maldiciente (Dece Ereo-Panamá)
Aurora, cantas y de tu boca brotan... ¿Canciones? ¿Historias? ¡No! ¡Maldiciones! Unas envueltas en celofán o papel de regalo, otras perfectamente desnudas, pero todas llenas de esperanza. Son como querubes de sol que rasgan el tapiz de la noche. Son como extrañas melodías que hurgan el punto preciso.

Tus maldiciones son especiales; no son gasto inútil de saliva. Son juramentos sin marcas de la bestia, germinados en una esquina del desierto, libres de víboras y cangrejos. Tienen sabor a cabellos despeinados, olor a dedos industriosos y textura de orquídea amable.
Maldices todos los días y hasta tienes tus preferencias, por ejemplo, condenas el agua estancada y al viento frenado, la impotable y el irrespirable. Para ti, interrumpirse es morir y tú maldices por no resignarte. ¡Vivan tus cascadas y tornados! ¡Adiós a la charca!

Tus maldiciones son las mías, las de una tarde vacía de eclipses pendencieros y colmada de resonancias luminosas. Me costó unos años comprenderlo. Sin embargo el dolor, el tiempo y el amor lograron abrir mis oídos y así pude entender de imprecaciones. No tengo tu maestría, pero ahora proclamo que es mejor maldecir que doblar la rodilla izquierda.

Maldices al papá que regala una bicicleta a un niño sin enseñarle a manejarla; y a la madre que matrimonia a la hija con una ceremonia y no con un hombre. Al joven que necesita colgarse una marca en el cuello para sentirse y a la chica que requiere engancharse a un cuello para sentir.

Maldices la cucaracha oliva que se filtra entre las rajaduras del ombligo y se jacta de las envidias que derraman sus encías. Tú maldices, Aurora, las horas bordadas con el temor de zafarse de las sombras. ¡Miedo al miedo! Hay que apagar el televisor y encender la vida. ¡Maldita sea!

Por tus maldiciones, un puñal de tul en caída libre se sumerge en las carnes y abre espacio entre las costillas y rompe la unidad de los tejidos y los inunda de coraje. Por tus maldiciones, el encaje más amarillo se torna blanco al sufrir los pinchazos de la aguja uniéndolo a la pollera. Tú nunca te rindes y siempre coses tus camisas. Por eso atiendo tus condenaciones.

Aurora, cantas y la atmósfera estalla en maldiciones, llenas de esperanza. Y tu anatema viaja hasta los cometas y tu denuesto rebota por los cráteres. Extraña melodía en busca de libertades. Sé que no eres necia sino que en verdad nos quieres.

Benditas tus abominaciones, las que no abandonan el bajel amenazado por el naufragio. Benditas tus execraciones, las que perennemente alentarán a un niño armado con un biombo, a lanzar una piedra al aire para que estallen los colores.

Aurora, cantas y de tu boca brotan... ¿Canciones? ¿Historias? ¡No! ¡Maldiciones!

sábado, 14 de mayo de 2011

Hoy no quiero cantarte mis metáforas


Hoy no quiero cantarte mis metáforas
Se me antojan patéticas
Repletas de caries y arrugadas
No quiero que escuches mi poética
Es sólo un discurso
Y fue concebido en el silencio del cómplice
En la soledad del descomprometido
Lejos de la belleza de un corazón que late
De dos pulmones que inhalan y exhalan
De un hígado que se estruja con cada desengaño
Hoy no quiero que me veas
Como ese poeta encerrado tras los barrotes de una pose
Deseo que mires a un hombre
Que dejó de contemplarse el ombligo
Que levantó la vista
Que se abrió el alma
Que conoció a un niño
Huerfano de un padre vivo
Que vive
En alguna parte del país
Criado por una madre
Que es madre
En alguna parte de su ser