Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 18 de diciembre de 2016

EL GENIO Y EL OTRO ALADINO

Hay una historia, hasta ahora, no escrita; por lo tanto, poco conocida. La del otro Aladino. Sí. Hubo otro Aladino. Uno que caminaba las calles por no volar en alfombras ajenas. Aquel que quiso regresar la lámpara y por querer regresarla limpia, la frotó hasta abrillantarla. Ya había liberado al genio de su encierro, sin embargo él seguía lustrando la farola. Tan abstraído estaba que no restó atención al famoso discurso, ese de amo estoy a tus servicios, he de concederte todos tus deseos, bla bla, bla. Aladino, el otro, parecía más preocupado por completar la labor comenzada. El genio, después de unos minutos de ser ignorado, se impacientó y preguntó con imperiosa voz: -¿Qué deseas?.

            El otro Aladino levantó sus ojos y poco se admiró con los vestidos del majestuoso elfo. Vio un sesgo despectivo en su mirada que no le agradó para nada. He dicho que deseas-insistió, casi gritando, el mágico ser. El Aladino de las sandalias gastadas le contestó que por lo pronto no deseaba nada y puso mayor ahínco en el movimiento del paño sobre la superficie del quinqué. Así estuvo por lo menos un par de minutos, hasta que finalizó. Una vena comenzó a inflarse en la frente del genio.
¿Acaso deseas un palacio repleto de joyas? Cada baldosa sería del más fino mármol. Cada acabado de oro y marfil. No habría mueble que no fuese de sándalo y caoba. Sus jardines abundarían en flores y topacios-inquirió el antiguo habitante de la lámpara. El otro Aladino, arqueó por un instante la ceja izquierda, se llevó el índice de la mano derecha hasta sus trompudos labios, y finalmente le dijo a su interlocutor que mejor no. Que eso de dedicar el resto de su vida a velar por el brillo de una casa tan bella y de tantas alhajas no le era para nada atractivo. Y ni casa ni joyas tendrían gracia si alguien no se dedicase de lleno a cuidar su fulgor. Abrillantó la lámpara sólo para no regresarla opaca a su dueño.  Podrías dedicarte a abrillantar diamantes y esmeraldas y luego regalarlos a tus familiares y amigos-le sugirió el genio. Aladino, el del turbante viejo, reaccionó de un saltó preguntándole al genio sobre que clase de amigo sería él, si por culpa de esos regalos sus familiares y amigos perdieran el amor al trabajo.
Después de un largo suspiro el genio preguntó: ¿Quieres ser dueño de mucha tierra y mucho ganado? Tendrías los más finos corceles. Las vacas y cerdos más gordos. Las ovejas con la más delicada lana. Las aves de corral de más rápido crecimiento. Muchas hectáreas sembradas con las más frescas legumbres y muchas más hectáreas cubiertas por las sombras de los más productivos árboles frutales. Nuestro Aladino le contestó que apenas tenía tiempo y ganas para atender una docena de sábilas que crecían en su patio trasero.           Podrías darle trabajo a tus amigos- sugirió tentador el majestuoso cumple deseos. Al Aladino de las manos callosas no le pareció mala la idea. Pero al final desistió, pues tendría que preguntarse si sus amigos y familiares seguían siendo sus amigos y familiares o se convertirían en sus empleados. La respuesta lo asustaba.
¿Quieres que te consiga la mujer de tus sueños?-golpe bajo de parte del genio. Aladino, el otro, apenas pudo confesar que aquella a la cual dedicó muchas horas de ilusión, al final, decidió ilusionar a otro. Y él respetaba tal opción. El genio insistió: Te inventaría una mujer de acuerdo a tus gustos y deseos. El otro Aladino no disimuló su ira y le espetó al mago que se imaginara lo amargo que sería vivir con una mujer sabiendo que toda la felicidad no era más que fruto, no del amor, sino de un hechizo. El genio enojado, con la vena de la frente a punto de estallar, se transformó en ogro y lanzó esta amenaza: O le pedían un deseo o a alguien le iría mal. Muy mal. El otro Aladino, dadas así las cosas, sólo se le ocurrió ordenarle que entregase la lámpara a su dueño. Pero el dueño de la lámpara es quien tiene la lámpara- replicó el genio. Bueno, ahora tú la tienes, le dijo el otro Aladino. Y así muy ufano se marchó. Y la cara del genio angustiado se alargó, se alargó y se alargó.

domingo, 11 de diciembre de 2016

LA VOZ ESCONDIDA

Las sirenas repletas de hisopos aún parecen deltas impenetrables. Es el canto agudo que recuerda los clavos y las hienas. La noche de las chispas de terror y fósforo, puntas que atormentaron en diciembre. Ni aquel enero fue tan cruel. La Niña de Chocolate fue inmolada en adviento. Secreto de pirámide y carne convertida en olor y ceniza.
            Nos sorprendió dormidos. Entre tanto amago, no amagar fue la sorpresa. Golpe de brazas sin ascos ni contemplaciones. Los ídolos de la guerra proclamaron su oráculo: ¡Vengan los humos ácidos y las llamas crueles! Una garra apagó las estrellas.
            Las tanquetas a media noche vomitaron. Los torpedos iluminaron con luz de oscuridad los techos, baños y zaguanes. A la una de la madrugada murió Demetrio envuelto en sudarios de fuego. El reloj demente declaró que la lumbre lamió el barrio a las siete de la mañana. Así fue el apuro por declarar inocente a un cangrejo llamado Hummer.
            Con sus tenazas lujuriosas y obscenas, aquel cangrejo rasgó la playa y nos dejó sin tiempo y ahogados en intrigas. Desde Carolina llegó flotando y desató la lluvia de vergüenzas y bermellones. El fósforo molido inundó las arterias y el incendio habitó entre nosotros.
            La Niña de Chocolate por más gritos y alaridos no lo pudo evitar. En la tarde cerveza y dominó en la acera, en la noche clavos de hoguera traspasando las manos de la infanta. Un aletazo del abismo quemó sus mejillas, ahorcaron la doble sena de un viejo aburrido.
En los techos y envueltas en sábanas de humo, las moscas letales depositaron sus huevos. Y más allá de las cortinas donde sólo llega el resplandor voló un murciélago sin perdonar a quien no llevó la marca de un transponder. Desde una trampa llamada retén, Manuel, el de las especias, fue triturado por las muelas malditas de un crustáceo. Y encima convirtieron en suceso el que su cuerpo no cupiera en la bolsa negra.

            La montura de Atila cabalgó por la ciudad y su relincho opaco sólo lo escuchó la muerte. La peor de las guerras cohabitó entre nosotros, con el incendio de la veintisiete y los aplausos de la cincuenta. Y el fuego cundió. Y una raza de castrados anidó junto a las garzas. Y un machete azotado fue reemplazado por una carrera hasta la más próxima sotana. Ecuación infame: Un general más un machetazo más una manada de pequeñas alimañas indispuestas para la lucha igual a una recua de cobardes.
            ¿Será posible lavar la brisa del asco de la orgía montada en el nido de amor de las tanquetas, de la vulgaridad del saqueo, de la sensación de impotencia, del sabor que deja en la boca ver a un gringo desde un hummer saludar como reina de carnaval? ¿Será posible olvidar?
            Mis pupilas sonámbulas dan vueltas y buscan sin encontrar. Una lágrima con sabor a vinagre surca la mejilla. Claman los caídos bajo el húmedo césped. Murió el culantro y sólo crecen hongos. ¿Será posible olvidar? ¿Ocultar el holocausto?
            ¿Qué máscara, por inmensa que sea, puede ocultar el horror de las cenizas de Demetrio y la bolsa negra de Manuel? ¿Qué máscara puede ocultar detrás de los votos las botas invasoras?      Si tan sólo se hubiesen preocupado por dejar una gotita de aire sin humo, sin ceniza de zinc retorcido y carne abrazada. Pero no les bastó el dolor del fuego. Tuvieron que construir el muro de los aplausos. ¡Oh Señora tricolor! ¿Cuándo bajaras del Ancón convertida en el otro fuego? La causa justa embriagó a los istmeños con tuétano de fémures y nuevamente precisan cubrir el horror con un velo. ¡Resaca maldita!

            No hay máscara posible. El fuego quemó los lazos y los salvajes acamparon en el patio y no hay lágrima que los conmueva. No es posible pensar que todo fue un mal sueño, pesadilla de indigestiones. El olor a muerto abrazado aún se siente. No se puede, aún las botas marchan cerca, muy cerca.

domingo, 6 de noviembre de 2016

LAS MANOS DEL HIJO DEL ISTMO

En enero el hijo del istmo salió a sembrar plantones en los jardines y las praderas del gran huerto. Salieron a sembrar flores blancas, rojas y azules rebosantes de néctares y polen. Pero ese mes, las garras del águila calva bebieron del plasma rebelde.
            Antes de aquel término hubo otras manos de sueños universales y savias multicolores. Manos de cobre que crecieron entre frutos de la selva. Manos de ébano que preñaron a la joven tierra. Manos de bronce que, con arcilla delgada y sudor grueso, forjaron la quimera libertad. Manos de marfil que rompieron el aire con la guitarra. Manos bellas y ancestrales.
            Cuando nació la idea del gran huerto, desde cada esquina del arco iris vinieron muchas manos a tirar del arado y trazar los surcos. Las manos juntas clavaron sus gruesas falanges en la hoja metálica, rompieron tierra, allanaron planicies y sembraron abrazos inmortales en plena cintura del hogar istmeño. Manos de cada esquina del arco iris vinieron a cubrirse de callos en el borde del huerto. También lo hicieron las manos del hijo del istmo.
            Y vio crecer las verduras y las legumbres y los granos. Y después de muchos años creyó conveniente sembrar sus flores en los predios del gran huerto. Nada más natural le pareció. Y esperó el mes de enero. Y el águila calva también lo hizo.
            El día nueve el tornado de alas y garras arrastró las flores. Y nunca fueron tan unidas las manos, la izquierda y la derecha, del hijo del istmo. Un dilatado peregrinar emprendió. Sin embargo, cuatrocientos meses más tarde, llegó el medio día del águila calva. Aún hubo otro incendio maldito. Pero la historia ya estaba escrita. Las manos del hijo del istmo ahora siembran dignos plantones blancos, rojos y azules entre los ricos surcos del gran huerto.
            La cosecha es mucha.

domingo, 11 de septiembre de 2016

LA CONFIANZA

Fue un riesgo totalmente innecesario. Tan sólo bastaba verle la facha para comprender que ninguna medida de precaución estaba de más. Pero ella prefirió arriesgarse y lo invitó a su casa. Y todo tiene un precio. Así lo pudo comprender. ¿Tarde? Desde niña la habían instruido sobre las extrañas e inconvenientes costumbres de aquellos individuos, más si tenían cara de dragón. Estaba prohibido acercárseles, era inconcebible hablarles y definitivamente, abrirles las puertas del propio hogar era síntoma de esquizofrenia.

            Durante toda su vida los vio con desconfianza hasta que apareció el cara de dragón. No resistió la tentación de por fin conocer de cerca a un miembro de la especie que tanto discriminaba. Pero, ¿y sí las buenas tradiciones tenían razón y resultaba que todo lo dicho sobre ellos era verdad? Con esa inquietud muy presente en su mente, tomó algunas precauciones, aunque sabía que a la hora de la definición no serían suficientes.


La invitación consistió en una cena. Ella cocinó y él se sentó en su mesa. Ella supo hallar el punto correcto de la sazón y él usar todos los cubiertos. La sobre mesa y el café fueron exquisitos. Conversaron como si fueran amigos. Como si no perteneciesen a familias con siglos de evolución por caminos diferentes. Caminos plagados de feas historias y peores miradas. Conversaron y conversaron. Conversaron hasta que él con el seño convertido súbitamente en piedra se levantó y en silencio se dirigió a la cocina. Ella, mientras una gota muy fría de sudor le recorría la frente, hizo inventario de cuantos cuchillos, tenedores y otros instrumentos punzo cortantes había en la estantería. Desde su asiento escuchó el ruido de trastos. Una pausa y lo sintió regresar al comedor. Lo vio recoger la vajilla de la mesa y dirigirse nuevamente a la cocina. Esta vez lo siguió. Lo vio terminar de fregar, limpiar la estufa y pasar la escoba. Ya no conversaron. No era necesario. Caminaron hasta la puerta. Dos sonrisas y un apretón de manos y varios siglos de evolución se dieron al traste esa noche.

domingo, 28 de agosto de 2016

FUE REAL

Tuvo que subir al estrado y negar la magia, el polvo de estrellas, la posibilidad de que dos átomos en libre trayectoria se encuentren y conformen una nueva sustancia. Tuvo que negarlo todo. La alternativa era perder y perder en serio. Tuvo que subir al entablado y ante los magistrados, jueces, fiscales y personeros renegar del Edén sin manzanas, aceptar que fue una fantasía, el mito de una nueva diosa. Así lo hizo. Subió y renegó de los versos que cabalgan al amparo de la hechicería. Aceptó que nunca los conoció. Al bajar del pedestal y como para que sólo lo escuchase su corazón y la novata providencia, se dijo: “Y sin embargo, fue real”.

domingo, 7 de agosto de 2016

DECÁLOGO

DECÁLOGO SISTÉMICO, SISTEMÁTICO E INCOMPLETO POR LA AUSENCIA DE NUEVE PUNTOS, DONDE, A PESAR DEL DESENMASCARAMIENTO DE HISTRIÓN, SE HACE REFERENCIA A CÓMO ADQUIRIR, DE MANERA EXPEDITA Y SIN TRAUMAS, LOS HÁBITOS Y ACTITUDES, CONVENIENTES Y NECESARIOS, PARA LOGRAR QUE EL UNIVERSO ENTERO CONSPIRE A FAVOR DE LA PROPIA FELICIDAD

 


1-¡Prohibido rendirse!




domingo, 31 de julio de 2016

TU, LA MERLUZA

Nunca hubo origen. Tú siempre fuiste el pez sin pan de los encomios, aquel que responde con himnos el llamado del profeta. Eres amigo de la aurora y mal vecino del  engaño. En tu presencia tiritan las quijadas dinosaurias, temen el fulgor del asteroide y construyen la tenebrosa muralla. Sin embargo, no hay dique que frene tu río. Más les valdría ataviarse de escamas y remontar a nado el piélago.
Tú, mujer de la palabra, eres la merluza de escamas y pétalos; la que no mordió el anzuelo de jade y artificios. Tus aletas, las gasas de anhelos turquesas, vencen al hipocampo abusivo y de sombra corsaria. Cuando el negro caballo de mar afrenta la playa, merluza maravillosa, saltas el broquel de medusas y conquistas la espuma y los vientos.
El viento caribe, tu aliado indiscutible, resiste los belfos y las patrañas; le basta un soplo y viene el adiós de los cupones y las ofertas. La rauda vela de mi nave se infla en oriente y el horizonte se acerca a la proa. Viajo con los himnos que te he aprendido, y con las ganas de alcanzar el puerto donde aguarda el profeta. Y eres tú quien marca la ruta. 
Un atolón de óxidos quebranta la ruta ¿Puede la herrumbre pervertir el topacio? Los  nubarrones de polvo ferroso lo pretenden. Y el chubasco reta al valiente y tus saltos alcanzan el nimbo y tu espada hiere la pared y la vela rauda atraviesa la distancia. La voz regurgita la traición. Un mástil rompió el himen y danza preñado un horizonte.
Y en el mar florecieron las horas y tu cola fracturó un continente. Un perfil de manchas acostumbra acosarte, las barracudas homicidas escoltan al corcel marino de las vejaciones. Pero eso te tiene sin cuidado. Lo tuyo es volar sobre la espuma y escribir un verso, el verso, en el añil del océano. ¡Oh cangrejo dónde tu victoria!
La búsqueda de la voz es la consigna. Y tres de tus aletas señalan la ruta y con cuatro escamas tuyas se construye un puerto y cinco aletazos rompen las redes. ¡La voz de las búsquedas salió de la gruta! Y vuela sobre las olas y va más allá de la costa y la constancia es su signo. Esta voz no es intento frívolo. Es anuncio y es profecía. Consagración de verbo y vino. Breve melodía de las sugerencias. Es la voz que tu liberaste.
Un verbo nos fue anunciado. Esa palabra ya viene. Ya fue encontrada y cabalga sobre tus lomos. La profecía brotó de los salitres.

domingo, 5 de junio de 2016

TÚ, EL FRÍVOLO

         
¡Qué frívolo es tu intento, poeta, de silabar el destino! Las letras se truecan en feroces lechuzas y las vocales saltan los techos de ficción y las consonantes olvidan las torres bribonas. Pero una docena de sofismas, vanidosos y encerrados en tu palabra, te anclan a la plaza de pirotecnias ¿Cómo podrás deletrear futuro con alas tan frágiles?

            No te fíes de Ícaro, el aguilucho impetuoso y cubierto de quimeras. Sus alas de cera jamás fueron carne y pagó muy caro su desafío. Bien pudo escuchar a Dédalo y comprender que parafina no se escribe en clave de Sol. Bien pudo permitirse sentir los hervores del océano y evitarse la temprana sepultura.

            Sin embargo más pudo la audacia de sospecharse el amo del cielo y el engaño quebró sus alas ¿Acaso suspiras por la entraña del abismo? ¿Quieres unirte a los corales y vestirte de anémonas? ¿Imitar el vuelo imperfecto de Ícaro? ¿Terminar de la mano con Narciso?
            El mancebo del desdén y los rechazos también es mala compañía. Tarde o temprano queda cubierto por una cobija de agua. Y es inútil el reloj antiguo de la amante. Y de nuevo se te escaparán las palabras. A ti no te tocará ver la flor, sino el cadáver del hijo de Liríope. Un calambre en el hocico del estómago y tu digestión será asesinada ¿Aún insistes en adornar tu frente con la vanagloria del ahogado?
            La traición de los espejos alcanzó al hermoso y Cefiso, el torrente custodio de Atenas, aún se pregunta: ¿Cómo un hijo de mis aguas pudo morir de una sumergida? La pregunta no es el cómo es el por qué. Narciso prefirió el propio fulgor a los meandros de Eco. Se alejó de la tibia acaricia y se acercó al estrujo glacial. No fue la ninfa quien enterneció las médulas del tesoro imposible, fue su propio reflejo. ¡Qué cruel es la paradoja!
            Los dilemas siempre sobran: Bregar por un retrato en la fuente o construir un bajel. Perder de vista el hemisferio o pintar los dedos del horizonte. Cantar el himno del sol o vestirse de humedades.
            Ícaro y Narciso, las sendas tentadoras y equivocadas ¿Quieres vestir tu verbo de cerrazón salpicada de batracios? ¿Plagiarlos y dejar pudrir las raíces? ¿Acaso los secoyas y las palabras dejaron de tenerlas?
            No es la filigrana, es lo profundo. Tu voz sin búsqueda es una agudeza de moda que pierde la cintura. Tu voz sin propuesta es el encanto asfixiado y convertido en lodo. Una pose más y serás uno de los tres mil aplastados por Sansón.
            Con trescientas zorras incendio los trigales del enemigo y una quijada de asno le bastó para liquidar a más de mil. Los filisteos pronto reaccionaron a la amenaza. Dalila y sus preguntas casi matan de hastío al héroe y con tal de callarla el fornido se rindió a sus deseos: Confesó su secreto. Mil cien monedas de plata por cada jefe cobró la intrigante. Y ni uno sólo pudo recordar en la justeza del tiempo recortar los cabellos del prisionero.
            Desde el valle de Sorec vino la perdición del nazareo y en el templo de Dagón él pudo desquitarse. Acostados en los laureles de la burla, ellos celebraban la victoria. Un descuido y el peso de las rocas cobró muy alto la indolencia de los rivales del juez.
            Murió Sansón junto al filisteo olvidadizo. Aquel que llenó al héroe de cadenas sin afilar la navaja Aquel que esperó la ruina sin fijarse en la melena ¿Eres tú uno de ellos?
            De repente sí eres uno de ellos. Uno como el genio que despierta cada mañana y descubre un viejo ángulo del prisma y salta de alegría y corre a predicar. ¡Un nuevo credo ha nacido! ¡Vida se escribe con uve de vaca! Y con la prédica crece la feligresía. Otro santo es elevado a los altares. Y resulta que un anciano ya conoce la perorata y un niño canturrea desde el jardín de infancia que vida es con uve de vaca y una mujer se olfatea el negocio oculto. Sin embargo, todos guardan silencio.
            Por suerte nunca falta el exiliado de los tabernáculos, el orate y su pregunta: ¿No era vida con eme de pasión? Y la pregunta es un escándalo Y después del rechinar de dientes, ¿Cubrirá el genio sus oídos con las ásperas manos? Quizás sí lo haga. Quizás vigilará con ojos de Saulo las ropas de Esteban.
            Esteban era el crío de la luz, la voz de cincel. No perdonó los rancios tímpanos y fue el primero en la sangre ¿Qué molestó tanto a los maestros de la Ley? ¿La radiante palabra escuchada? ¿El manantial en labios tan jóvenes? ¿Su propia boca sellada?
            Primero fue el soborno, luego el perjurio, por último las piedras. Sólo faltó la rifa del vestido. Las bestias tomaron las carnes de Esteban y Saulo miró complaciente.
            ¡Qué frívolos son todos tus intentos! ¿Quién eres? ¿Esteban o Saulo? ¿Tímpano rancio o verbo atrevido? ¿Qué buscas? ¿La palabra radiante o el pan de los encomios?
            Poeta, una vez marcaste con verbo ardiente la blancura del papel. Cimbraste por un verano los pechos ingenuos o terribles ¿Pero acaso las huellas del estío no las borra el otoño? ¡Qué frívolo es tu intento de cantar la profecía! Un efímero aplauso cruza las nubes, pero una pila de cráneos pretende alcanzar la cola del cometa. El lienzo quedó manchado.
          Todas tus pretensiones valen un aleteo de mosca. Olvidas adrede que el mausoleo es el árbol crustáceo siempre a la mano. Ni el más grande ni los más valientes escaparon de sus tenazas. Heracles falleció por la sangre del centauro. Leonidas y sus trescientos cayeron en las Termópilas. ¿Tendrá ya el cangrejo tu guarida preparada?

domingo, 22 de mayo de 2016

LA VENTANA

Una de estas noches cargaré diez mil ladrillos y sellaré para siempre la ventana. Ya no me serán suficientes las cortinas de lino. Ellas, sin mayor esfuerzo, se pueden correr. Así que buscaré los bloques. Quizás como sin querer, tal vez perdiendo adrede la cuenta, pero sé que sólo así no abriré más la ventana y ya no podré asomarme más en ella.
Deseo olvidar la cabalgata del corcel de sombras y la campana de los cascos de la sangre. ¿Quién no huye del espanto? ¿Del tintineo diabólico?
A la mala me enteré del por qué, después de su paso, no crece la hierba. Vi a la medrosa salamandra ocultarse entre la humillación de los musgos. Las esporas del agobio explotan en el jardín. Buen incentivo para encerrarse tras las paredes. Sin embargo, una cosa es observar al batracio desde el hogar y otra es huir del equino hasta la cárcel. Exquisito dilema: O la amargura que ruge o las flores del hibisco.
Alguna vez me he decidido y uno a uno comienzo el transporte de los ladrillos. Nunca falta un relincho malvado para alentarme. Empero, una noche no basta para tanto tabique. Las horas pasan y pronto la oscuridad es vencida. Cien falanges rosadas despejan el horizonte. El corcel de sombras huye hasta otras latitudes. Es la aurora quien marcha triunfante. Bandadas de gorriones anuncian su llegada. Ya no hay campana de sangre, sólo rocío en cristales.
Abandono los ladrillos y vuelvo asomarme por la ventana. La aurora y sus lienzos acarician la pradera y veo a la salamandra salir de la humillación de los musgos y escucho crecer la hierba. Posiblemente, una noche de estas, regresen los relinchos de la sangre y mis ganas de tapiar la ventana. Pero ya es de día y hoy no lo haré.

domingo, 15 de mayo de 2016

INTERROGACIONES

¿Habrá algo que le importe al poeta? ¿Habrá algo? 
            ¿Le importará que los pobres ya no existan pues ya no los cuentan en los censos? ¿Que los niños sean desechos industriales? ¿Que ser joven es un evento peligroso? ¿Que llegar a viejo parece un castigo? ¿Le importará que una mujer, por el mismo salario, sea secretaria, ama de casa y meretriz?
¿Le importará que el horizonte se convirtiera en el club exclusivo de los incluidos y que el suelo es la única cofradía que incluye a los excluidos? ¿Que los parias inunden de miserias los parques? ¿Que un olor a excreta empantane el sendero? ¿Le importará que el sol se refleje en muy pocas sonrisas?
¿Le importará que un caminante reniegue de la luz? ¿Que prefiera finalizar el viaje? ¿Que se convierta en espejo conquistado? ¿Que se esconda en el ropero de las investiduras? ¿Que a partir de ese minuto final adore el triunfo de los ídolos sobre la sangre libre? ¿Le importará que ese caminante olvide ser hombre?
            ¿Habrá algo que le importe?
            ¿Le importará el valor que pueda darle a una orquídea un gigantesco y mofletudo contador de pollos? ¿El valor en pechugas que dará por la lluvia? ¿O los muslos que ofrecerá por una mariposa? ¿O las alas grasosas que pondrá en la balanza por un arco iris? ¿Le importará cuanta carne de pollo, húmeda y llena de hormonas, ofrezca el ogro por el niño que vende tomates bajo la luz del semáforo?
            ¿Le importará lo bello de las primeras lluvias con su olor a polvo asustado y el Sol desmayado en brazos del ocaso? ¿Una hoja cual barquito navegando sobre una corriente y el viento enardecido levantando papalotes? ¿Un talingo azabache picoteando en su jardín y los colores del ave del paraíso que sus ojos no conocen? ¿Le importará la piedra azul del riachuelo y la hiedra que cubre el muro?
            ¿Le importará que la gaviota quiera atrapar al pez que salta entre la espuma? ¿Que vuele sobre las olas? ¿Que aviste la anhelada presa y tras caída libre y letal hinque su pico en la blanca carne? ¿Le importará que el pez, desde el otro abismo, no quiera perdonar a la gaviota?
            ¿Habrá algo que le importe?
¿Le importará que un niño sin papá ni lonchera ni zapatos de fútbol habite una casa donde llueve por igual afuera y adentro? ¿Que después de tantos años de sudores y denuedos el final sea un cartón en la acera abrazando la soledad? ¿Le importará que preocuparse ya pasó de moda?
            ¿Le importará romper su voz en playas indiferentes? ¿Verter sangre en opaco tintero y lavar con lágrimas la carta sin respuesta? ¿Cantar a oídos de poliuretano? ¿Buscar la palabra como única y olvidada raíz? ¿Ensuciar sus sandalias y salir de su cómoda habitación? ¿Le importará convertir en música los signos de interrogación y despertar inquietudes con cada hoja escrita?
            ¿Habrá algo que le importe al poeta? ¿Habrá algo?
            Y si hay algo qué le importe, ¿qué le importará más? ¿La semántica de la palabra llanto o el dolor del que nacen las lágrimas?

domingo, 8 de mayo de 2016

POEMA DEDICADO A UN VALLE QUE SUEÑA

Sueña este valle lejos del saludo y más lejos del abrazo. Sueña con el torrente que ya no está, con las antiguas crecidas y con el murmullo de sus rápidos; ahora, el cauce seco de su amado río es la cicatriz sin lluvias donde la semilla jamás germinó. El azafrán se quedó sin estambres Y el valle prefiere no despertar.
            Si tan sólo fuesen las ilusiones de la espera; hay también un asalto de congojas. Con cada minuto que pasa crece la invasión de la sequía y el agrio rencor arruina la tierra. Es la pesadilla del triunfo de la ausencia. El valle perseguido por desiertos y  hostigado por delirios. Con cada huella del sol el rocío huye asustado
En alguna ocasión la rueca del tiempo torció la vereda. Antes siempre estuvo el río en su lecho con su canto de murmullos, era el espejo de pertinaz claridad. Pero las Parcas tejieron otro destino. Y ya la corriente no adorna el huerto. No hay canela que irrigue las euforias. Es que llegó el estiaje, se marchó la humedad. Un tifón de sequedades arrastró el río y el capullo de la orquídea languideció en su tallo.
     La ausencia es un hielo iracundo, es la granizada de la destrucción. No hay cáliz que resista su golpe. La soledad es la sequía grande, una herida yerma en el suelo y la feroz sed de los dromedarios. Simplemente el valle fue verde. Hoy lejos del riacho, el valle vive inundado de flagelos y cardos, bajo el agobio de la separación. Y sueña con  los bosques de la memoria y los olores del mantillo que asaltaban las narices. Sueño tras sueño, recuerdo tras recuerdo, gota tras gota, la peña será vencida. Tanto va el cántaro al eco del río que quiebra la arcilla solitaria. Una añoranza en clausura es cincel y martillo.
            Pero la roca es granito puro. El valle huérfano y sordo a la canción del verde de las cañas; es víctima del nocturno destierro. En la boca un sabor perdido En la mente dos pesadillas ¡Adiós a la tranquilidad de la noche!
     Para detener el suplicio, el valle abrazó el vientre de una quimera y aunque ya no hay flores, sólo rastrojos, prefirió soñar que el río asaltaba la hierba seca y que pronto brotarían las margaritas. Los cardos ríen del consuelo iluso del valle. Su regocijo es la pesadilla de unas sequedades creciendo.
Los flagelos llenos de abismos azotan la orilla de los pétalos y cae un pistilo de la flor ¿Recordarán los dueños del olvido? Ojalá así sea y se pueda llamar a la lluvia, y regrese el río a su cauce y por fin renazca la crecida.
Encendidas las angustias quizás el valle se llene de arenas, de las dunas oportunistas, de los planos y estaciones. Las orquídeas se bifurcan, buscan petroglifos que hablen de humedades. Así tal vez la lluvia escuche la súplica y germine la semilla.
¿Aún el mantillo resguardará los olores del bosque? ¿Flotarán los aromas sin ruta fija entre galaxias de animales? Ya no hay minutero en silencio; un pícaro tic tac aprendió a cantar y la melodía vuela entre libélulas. Las hiedras conquistan los muros Seis ramas de albahaca en suspiro El colibrí agita el color ¿O es la guerra de las esperas?
            Los cardos sospechando la derrota aceptaron incendiarse, en último intento de borrar el frescor del valle. Con lenguas y espinas, con ansias y mareos, anhelan la tierra fértil Conquistarla a punta de cenizas, quemar los musgos sedientos Y desenterrar la capilla. Y repeler el diluvio
            En el trillo que crea el fuego la luz de las sombras recoge garabatos. Huele a dolor y añoranza. Unos pétalos amarillos aparecen en la muralla. Prófugas hormigas anuncian el peligro ¡Qué indefenso el valle de margaritas!

            El incendio aprieta la alfombra y las nubes rechazan la ofensa del humo manchando su cielo, del valle asaltado por la hoguera. Cáliz brotado y listo, la lluvia está en su punto. La sequía teme.

Primero fue la pincelada gris y luego el aguacero. Un olor a carbón mojado borró la candela. El colibrí voló hasta el nimbo y cayó vestido de gotas. Después de tantos calores la sequía falleció. El suelo árido vuelve a cantar y pronto la ausencia conocerá la derrota. La lluvia llena los vacíos. Ya vuelve el río a su antiguo lecho.
            Hay treinta y siete pétalos en la pared y ciento ochenta y tres capullos de orquídeas por explotar. El valle despierta.

domingo, 24 de abril de 2016

BODEGA DESNUDA DE FLORES

En vano me demoro deletreando el mundo; las letras se me vuelven quirópteros de arena y vuelan sobre techos de oropel, plástico, excremento. ¿Cómo entender este mundo sí la hermenéutica y la simbología se me atascan entre los dedos y no puedo soltar un par de tuercas verbales?
            En vano pierdo el tiempo; las manecillas del reloj, antiguo y de cuerdas, aprietan el hocico de mi estómago y mi digestión es asesinada por el asco. Un pescuezo y dos yucas fritas, un vomitar sin libertad. La casa del aceite y una corvina nadando, y todo porque un bobo decidió que aún no había llegado el tiempo. ¿Quién lo autorizó?
            En vano intento entender una ocurrencia de moda, justicia en tonterías. Tan frondoso fue su detalle; ahora montón de falanges desnutridas alzándose a quien sabe qué cielo; buscan esporas y caspas entre estrellas y cenizas, algún deseo negado, una bendición oculta.
            En vano me demoro; esta cosa no tiene descosificación, este café sin cafeína que bebo en la mañana después de la letra M, este infinito que quisiera se me convirtiera en lienzo y no en los bichos alados que se alejan de mis labios. ¿Por qué me hunden en el fango donde el sol no rasga la punta de mi nariz? ¿Por qué no me ayudan a extraviar mis cabellos manchados de leche? ¿Por qué no ahuyentan de mis costados esas tijeras del silencio?
            Muchos por qué y ninguna respuesta. Abundante náusea y escasos piropos. Una tele mentirosa y un espejo demasiado franco; tanta tensión me fastidia y nada me alivia el asco.       
            Ni la venduta de carne zaherida ni la célebre larva de satín arcilloso ni la moneda duchada con polvo de huesos. ¡Nada! Ni la fuente de supuraciones ni el cielo rosado ni sus élitros de tul envejecido. ¡Nada! Le tengo terror a una próstata inflamada y a las fauces de la tonta mariposa que con el roce de sus dientes me recuerdan mi blanqueado y cardiaco sepulcro.       

            Me siento como el arbusto de cangrejos nacido el día que el sol se ocultó al mediodía. Un almuerzo en sociedad, otra rifa desubicada: Señorita no quisiera avergonzarla, pero podría ayudarme con todos estos tenedores. ¡Cubiertos repugnantes! ¿Y qué me importa la urbana y cortés etiqueta de los enlatados con corbata?

El mundo no tiene gramática posible y a veces me parece que academia se escribe con zeta de soberbia. ¡Torpe pretensión! La mantis vuela y se posa sobre mi pecho. Y en medio de tanto marasmo el asco crece. ¿Vida y muerte se escriben con k de cómplice?
            ¡No es posible escribir sin faltas ortográficas la palabra mundo! Sin embargo hay vocablos más sencillos; por ejemplo, cantina. La bodega desnuda de flores y vestida de ausencias. La taberna de cerveza caliente y donde siempre falta un real de trapo: Me ahogo sobre la mesa. La decrépita cantina de paredes de madera vieja y clientes ancianos; un letrero de letras rojas prohíbe hablar con vulgaridades, a las once cierra. ¡Apúrate! Bebe rápido y ligero.
            Allí los quirópteros de arena se bañan en la espuma y ya no importa el abecedario que encierra la palabra mundo. Las tuercas se aflojan solas y la semiótica se fue de viaje. El reloj libera el hocico de mi estómago y las falanges engordan mientras agradecen. El pantano se llena de los mangos y su miel. Es un engaño, el asco sólo duerme, pero no me importa. La carne es débil, la sed es fuerte. La cantina es mi guarida cuando la filología se me complica. Pero siempre hay un pero. Borrachos petulantes y sabiondos llevan el problema lingüístico a la cantina. Me arruinaron el escape. Abandono el mundo, me marcho a otra cantina. 

domingo, 3 de abril de 2016

DOS PUNTOS ROJOS SOBRE SUS FAUCES

Me observaba desde la vidriada luna y al percatarme de tal detalle cesé todo movimiento. Por lo menos los movimientos bruscos. Su mirada, dos puntos rojos sobre sus fauces, era tan fija que sentía un clavo en pleno esternón. Las ansiedades son tan difíciles de anticipar. Terminan por horadar un abismo en medio de nuestras seguridades. Si pudiera huir, si tan sólo lo quisiera. Soy la prueba palpable de que no querer es no poder.
            Uno tiene sus planes y espera algo. Trabaja, avanza, retrocede y vuelve a avanzar. Uno nunca se rinde. Uno quiere triunfar. No importa el precio. El dedo de la angustia trabado en la garganta hace necesario anudar la boca del estómago. Es la única forma de no vomitar. Uno sigue trabajando, avanzado, retrocediendo y volviendo a avanzar. De repente, sin petición alguna, se abre una puerta. Todo se hace fácil. La gran oportunidad, el negocio del centenario: la venta de viajes sin aeropuertos ni visas.        
El progreso nos pone una mano en el hombro. Entonces los parientes. Los amigos. Los conocidos. Todos ellos. Lo miran a uno con malos ojos y lo señalan a uno con el dedo índice. Uno les huele mal. Pretenden arrojarnos al rostro la mugre almacenada bajo sus uñas. Así es. Hasta que se entiende y uno procura que el propio bienestar los alcance a ellos. Entonces la situación cambia y adiós a las miradas y señales. También a la mugre de sus uñas.
Trabajar, avanzar, retroceder y volver a avanzar deja de ser nuestra rutina. Ya no lo hacemos, otros lo hacen por nosotros. Ahora nuestros planes se cumplen Ya no tenemos que esperar porque lo esperado ya llegó.
No hay problemas, no los hay. Pero una noche un sobrino se cae de un vuelo y todo se complica. No era cualquier sobrino. Era mi sobrino. Tu sangre no quiere olerte y los índices, ahora sí, te arrojan su mugre. Un desfile de uniformes te acosa y por último, desde algún punto detrás del cristal, llega él y clava sus ojos en tu esternón. Aunque sin pasión, como si fueses un negocio más. Y uno recuerda los años de avanzar y retroceder y se siente nostalgia por el dedo de la angustia trabado en la garganta. Tal vez hacernos un nudo en la boca del estómago no nos hizo gran bien. Nos alejó del vómito, del asco y de aquellas sensaciones que anuncian el peligro.
Uno se arrepiente de haber traspasado esa puerta que uno nunca pidió que se abriera. Esa bendita puerta. La ancha. La que convirtió los planes en algo más que simples propósitos. La de las enormes ganancias. Ahora resulta que había un precio por traspasarla. Y ahora me vienen a cobrar. Él viene a cobrarme.
Pensar que nada hubiese pasado si el sobrino del vuelo hubiese sido el de otro. Ni toda la mugre ni todos los uniformes me hubiesen inquietado. Pero fue mi sobrino. Y eso me inquietó. Una sombra se vistió con mis ropas.
            Ya pronto llega él. No hay más nada que hacer. Sólo caminar con él, llevado por él, cargado por él. Uno da largas al asunto hasta que los relojes revientan y se entiende que hay que hacer lo que hay que hacer. Sólo eso. La idea clara, el cuerpo listo y uno se levanta, se llena los pulmones, y se grita a los oídos:
            -Mejor no pierdo más el tiempo y me arrojo ya a su hocico-.

domingo, 27 de marzo de 2016

GIGANTE

           
          Las sobrevivientes del Reino Yoredh nos advirtieron sobre él. Nos contaron de sus crueldades: de cómo periódicamente las cazaba una a una, hasta que contar las bajas llegó a ser parte de la rutina diaria; de cómo anegó sus fortalezas subterráneas echando a perder las provisiones; de cómo alineaba los cuerpos heridos en los caminos para que sus gritos atormentasen a las caminantes; de cómo al amputarles sus antenas, enloquecidas, terminaban combatiendo entre ellas.
            El final del Reino Yoredh fue espectacular. El gigante inundó sus ciudadelas con aceite negro y tapó sus entradas con un polvo que, a una orden suya, se convirtió en destellos de luz y calor. Ese día el aire se espesó con colores y olores que yo esperaba nunca más volver a percibir.
            Las vecinas, las del Reino Yoredh, las pocas que pudieron sobrevivir, ahora caminan atolondradas, idas, llenas de malos recuerdos; sus pieles aún exhalan ese olor pesado, el de los destellos. Y lo peor, deambulan sin reina. Ya no son súbditas, ahora son obreras y guerreras sin reino que construir o defender.
            Luego de acabar con las vecinas, el gigante dirigió sus maldades hacia nosotras.
            La primera vez que lo vi, no me impresionó; había visto a otros muchos más grandes, pero me llamó la atención las risas de cristales que producía cuando aniquilaba a mis conciudadanas. Lo bueno era que sus pantalones cortos permitían hincarle las mandíbulas en las pantorrillas.
            Con el correr del tiempo, la historia de Yoredh también fue la nuestra. El temor se infiltró en las paredes del reino, y cada vez que se escuchaban sus pisadas en el prado, la angustia rasgaba nuestras entrañas. Incluso, las de la Reina. Sufrimos sus crueldades: nos cazaba una a una, hasta que contar las bajas llegó a ser parte de la rutina diaria; anegó nuestros fortines echando a perder las provisiones; alineó en las vías de acceso al reino los cuerpos heridos de sus víctimas, nuestras hermanas, para que sus gritos atormentasen a las transeúntes; nos amputaba las antenas, y enloquecidas, terminábamos combatiendo entre nosotras.
          La historia de Yoredh también fue la nuestra. Ahora sólo nos queda esperar el final, y que el olor a aceite y a ese polvo mágico, convierta el reino en destellos de luz y calor.

domingo, 13 de marzo de 2016

TREINTA Y SIETE

Treinta y siete veces lo has intentado, otras tantas has fracasado. Por lo menos nadie te puede acusar de que te rindes fácilmente, de que eres poco pertinaz, de que tu espíritu se quiebra con la memoria del dolor. Nadie puede tirarte en cara algo que suene a antónimo de terquedad.
Tres docenas más uno de intentos. Si tan sólo pudieras explicarte y dar razones. Quizás si comunicaras mejor tus motivos y los pensamientos que hay detrás de ellos, quizás tendrías seguidores, gente que te aplaudiera y reforzara tus intenciones. Pero bien sabemos que lo tuyo no es eso de la comunicación. Y precisamente allí está el dilema.
No somos islas. Todos estamos de una u otra forma relacionados. Hasta mi camisa es una manera de entrar en contacto con el trabajo de un montón de mujeres atadas a una máquina de coser allá en Tailandia. Pero lo tuyo no es la comunicación. Comienzas muy bien, hasta encandilas como fuego artificial; de repente explotas y luego sólo queda el silencio. Hasta allí tu comunicación. Tú estás consciente de eso. Por eso admiro tu decisión de intentarlo una vez más.
Mañana te vestirás de saco y corbata, te acompañará tu testigo, te pondrás de pie frente al juez de paz y ella estará a tu lado, prometerás cuidarla en las buenas y en las malas y al final escucharás, nuevamente, al magistrado decir: “Los declaro marido y mujer”.

domingo, 6 de marzo de 2016

LA FLOR DE SEPTIEMBRE

                       
El día del granizo perdí el néctar de la Flor de Septiembre y gané los cardos tejidos por el desierto. Su corola, desencantada por la música de mi clarinete, marchó con su color rumbo al horizonte y dejó tras de sí mariposas azules disueltas en la arena. Un clavo saca otro clavo, una espina saca otra espina pero ninguna zarza de aserrín saca una puya de acero.
            Pésimos caminos recorrí con la ausencia tomada de mi mano y una lechuza de plomo picoteó los filos de mis cejas. Al nadar en su riachuelo y secar mi piel con su estrella, jamás pensé que ella podría olvidar mi eufonía.
            Desde el arco iris hasta el tucán. Desde la rosa hasta el jazmín. Desde la piña hasta el níspero. Todos me son grises, fétidos, amargos. Inhalo arena y polvo de mariposas. Exhalo sequedad y el dolor de los bronquios. La Flor de Septiembre se transplantó a otro jardín, su nuevo perfume jamás conocerá la tez de mi olfato.
           Mordida por orugas la dermis de mi vientre refleja las oscuridades. La seguridad del suelo pudo más que la libertad del viento. Ganó el jardinero y perdió el clarinete. El batir de alas cayó en el hueco de la distancia. La Flor de Septiembre estaba lista, yo no y ella, la Flor, no pudo esperar.

domingo, 28 de febrero de 2016

JEREMIADA

Solía convertirme en cualquier cosa. No es que fuese una especie de transformista. No es que podía cambiar mi esencia a mi gusto. Nada de eso. Pero hay cosas que uno termina haciendo, simple y llanamente, porque uno se acostumbra a todo. Es increíble la capacidad humana de bajar hasta el fango y al día siguiente, aún poder bajar más.
            Solía caminar por los parques y ver a los piedreros inhalar sus pipas de crac y a los borrachos extender hacia mí sus manos pedigüeñas de cuaras y yo, sin el menor problema, me podía transmutar en ciego y no ver nada. Solía detenerme en una esquina cualquiera, observar a las niñas ofrecerse a los transeúntes y a los transeúntes conducirlas a una pensión cercana. Yo, sin el menor dolor, me podía transformar en retrazado mental y no entender nada.
            Solía subir las escaleras de la casa condenada donde vivo, abrir mi puerta, traspasarla y al escuchar como algún vecino azotaba las paredes de su cuarto con el cuerpo de su mujer, sin ningún resquemor, yo podía transformarme en sordo y no oír nada. Hasta mi cocina llegaba el llanto de los infantes asustados por la suerte de su madre, pero ya no importaba. Un sordo mudo incapaz de hablar por no querer escuchar. Hasta no hace mucho mi piedad se reducía a no hablar mal de nadie. Ni siquiera hablaba bien de alguien. Es más, ni siquiera hablaba con alguien.

            Solía percatarme cómo los delincuentes vendían su porquería y cómo la policía pedía su parte del negocio y cómo, para justificar su salario, arrestaban a un ciudadano con la cédula vencida y yo, como si nada, me convertía en autista y me aislaba de la inmundicia.

            Sí, así es. Solía hacer esas cosas y otras peores. Ya no puedo. Perdí el don de transformarme. Hasta para ser apático se necesitan fuerzas.

domingo, 21 de febrero de 2016

HALTEROFILIA CON HERNIA


Leopoldo quiso ser lógico consigo mismo. Levantar en vilo la realidad a punta de técnicas convenientes, de cálculos correctos y metodologías adecuadas. Paso a paso aplicó la ciencia lógica. Premisas más conclusión, silogismo perfecto.
Primera premisa. Ella con sólo verlo fumaba más y achacaba al humo los charcos en su mirada. Segunda premisa. Él, con toda la alegría que ella le brindaba, cual tornillo, se hundía más en su soledad. Conclusión: La pareja no funciona. Hay que salvar lo que se pueda salvar. Adiós a los amantes, bienvenidos los amigos. Sentir y construir no siempre es igual. Así lo decía la lógica. Pero la lógica no siempre es lógica.
Algoritmo fallido. Dos más dos también es igual a cinco menos uno. La lógica falló y la oreja de Van Gogh fue a parar a una alcantarilla. Ni siquiera hubo burlas para el ridículo.
Nada se pudo salvar y todo se perdió. La realidad aplastó a Leopoldo, la lógica no evitó ni los charcos en la mirada ni el tornillo de la soledad. Adiós a la larga melena salpicada de cristales de vino tinto, también a la zanahoria bizarra. No hubo bienvenidas. Leopoldo quiso levantar en vilo todo el peso de la realidad. No pudo. Una hernia le recuerda su fracaso.

domingo, 7 de febrero de 2016

FILOSOFANDO EN LA COCINA

Quiero inmortalizar mi nombre. Que todos me recuerden y entrar a la historia. Pero me simpatiza la tipa que inventó la rueda, nadie recuerda su nombre pero todos usamos la rueda. Porque la verdad es que somos una partida de ingratos. ¿Cómo olvidar el nombre de quien nos hizo tan valioso favor? Y sin cobrarnos el derecho de autora. Sólo una mujer sería así de desprendida.
            ¡Ingratos! Somos estiércol de la más desnutrida de las vacas. Tan corta que es la vida y hay quienes nunca escuchan la palabra gracias. ¡Y mereciéndolo! La vida demora en esfumarse lo que el rocío tarda en evaporarse. Encima de eso nosotros haciendo trastadas. Somos una mierda. Aunque, después de todo, la mierda es un buen fertilizante.
            Pero quien tiene tufo a fertilizante es mi vecino. Tiene un hedor a producto intestinal fermentado enorme y horrible. Su fetidez me tiene mortificada. Se precisa mucho vigor para soportarlo y yo no lo tengo. Ni siquiera el más callejero de los perros se atreve a ladrarle.
            ¡Que espeluznante! Su olor inunda el jardín, penetra mi hogar, se derrama por la alfombra, trepa por mis piernas y ataca mis narices. ¡Ya me tiene harta! Con lo corta que es la vida, no puedo permitirme el lujo de vivir atormentada por su hediondez.        

            Es cierto que fue él quien nos dio la bienvenida recién mudados y que fue una especie de abuelito para mis hijos. También es verdad que muchas veces me prestó la plata que tan urgentemente necesitaba. Si, es verdad y no lo voy a negar. No es que yo sea desagradecida con mi vecino, pero tengo que hacer algo radical contra esa pestilencia. Y lo voy a hacer hoy.             ¡Voy a llamar a Sanidad Municipal para que lo sepulten!

domingo, 3 de enero de 2016

VUELVO A MI PUEBLO

Vuelvo a mi pueblo y voy comparando los recuerdos de la infancia con las imágenes provocadas por los retumbos del auto. Ya no había razón para quedarme allá, ya no podía quedarme allá, por eso regreso a mi pueblo.
Desde mi cómoda posición, me acuerdo de la selva por la que tantas veces busqué guabita cansa boca y evoco el monte que siempre estuvo lleno de sonidos. Recuerdo a mis parientes que de día labraban la tierra y en la noche, con sus cuentos y leyendas, sembraban fantasías en mi mente. También recuerdo el hambre que me alejó de este territorio. Esa hambre que tiene olor a perro.
            Hoy regreso y encuentro un silencio de olor a hierba quemada y a guabita cansa boca desaparecida. Ya hay carretera hasta el pueblo; siento como el carro, a pesar de los baches, se desplaza sin mayores problemas mientras me llegan voces de chiquillos. Me los imagino desnudos corriendo en el lodo. Presiento que todo ha cambiado y que ahora es más fácil sacar a una mujer parturienta y buscar guaro y cigarrillos.
            Al llegar a casa, me dan la bienvenida las carcajadas rellenas de aliento alcohólico de jóvenes vecinos que ni siquiera habían nacido cuando partí. Los olores de la cocina empeoraron desde la última vez que los percibí. Hace tantos años partí huyendo del aroma a olla vacía. Pero nunca olvide mi pueblo. Ahora regreso a él. Lo encuentro y a la vez no lo encuentro. A pesar de los años el dolor no se movió de lugar.
            Vuelvo a mi pueblo y sólo hallo caras nuevas con los mismos sufrimientos. Por eso siempre es amargo volver. Pero ya no podía quedarme allá. Siempre es triste recomenzar. Pero ya no puedo reiniciar nada. ¡Que grande es mi malestar! ¿Pero a mí que me pueden importar ya los malestares?
            Intenté quedarme allá, en esas tierras, y ser próspero y estable; logré ganar algo de dinero pero jamás me aceptaron. Siempre fui tratado como extranjero. Ahora de nuevo aquí, me siento rodeado de espumas y lo peor... creo que soy el único con esa sensación.
No hay muchos amigos y parientes conocidos, sólo recuerdos ingratos que a fuerza de no querer sufrir tengo que endulzar. ¿Dónde me habré equivocado? ¿Habrá sido al pensar en el progreso? ¿En desear tiempos mejores? ¿En huir de un pueblo sin otro futuro que el de mantener a sus hijos en vacaciones permanentes? No sé. Lástima que dentro de esta camisa de madera, este cajón del viaje sin regreso, ya no pueda enmendar nada.