Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 27 de diciembre de 2015

EL DESEO DE JUANCITO



EL DESEO DE JUANCITO
            Juancito es un limpiabotas.
            Todas las madrugadas se levanta con la esperanza de lustrar algún par de calzados antes de entrar a la escuela; cuando sale de ella se dirige a la plaza y abrillanta zapatos hasta la llegada de la noche. No es de extrañar, entonces, que su mejor amigo sea el cepillo de lustrar. Con él sostiene largas conversaciones y no hay secretos entre ambos, bueno, casi nunca.
            Después de cada jornada dirige sus pasos al hogar. Tiene que atravesar el puentecito sobre la quebrada de aguas negras y saludar atentamente, para no pagarle, al tipo del enorme diente de oro que pide plata por cruzarlo. Antes de llegar a su casa todavía tiene que saltar algunos charcos de extraña procedencia. Siempre lo hace con mucho cuidado, no se vaya a caer de su caja y extraviar su mejor amigo, el cepillo.
            Dentro de la vivienda saluda a su abuela y mira de reojo a sus hermanitos. Generalmente, a esa hora su mamá aún no ha llegado. A su papá sólo lo ve en la corregiduría cuando le sacan una boleta por lo de la pensión alimenticia.
            Ingiere la única comida fuerte del día. Hace algunas tareas. Medio que se lava los dientes. Eso sí, lustra muy bien sus zapatos venidos a menos; de él jamás podrán decir que es el herrero que usa cuchillo de palo. Se acuesta entre dos de sus hermanitos y espera el sueño mirando el techo de zinc oxidado. Entonces la abuela le pide un informe pormenorizado de todo lo que hizo durante el día. Juancito lo hace, poniendo por testigo, a su amigo, el cepillo de lustrar.
            A la madrugada siguiente, lo mismo, otra vez.
            Juancito ha repetido un par de grados, por lo cual las camisas del uniforme escolar le quedan con el ombligo medio afuera. Pero eso ya pronto no va a importar, este diciembre termina la primaria y el próximo año usará otro uniforme. Tiene grandes planes para celebrar la graduación y, al fin, cumplirá un íntimo deseo.
            Con mucho trabajo ha ido ahorrando algo y seguirá hasta tener suficiente para realizar su anhelo. Este afán se le desbordaba por los poros y no le era fácil ocultarlo. Tanto que el cepillo llegó a notarlo.
            Sin conocer los pensamientos de Juancito, su amigo le animaba a no desistir y a seguir trabajando. Que él mientras tuviera pelo, lo acompañaría siempre. Juntos trabajarían por alcanzar el deseo de Juancito. Aunque le molestaba un poco que su amigo no confiara en él y le guardara un secreto.
            Un día por fin, mientras lustraban en el parque, el cepillo ya no resistió más la curiosidad y le preguntó sobre el famoso deseo. Juancito, después de algunos rodeos, le contestó:
            -Amigo mío, quiero ahorrar suficiente plata para mandarnos a poner a mi abuelita, a mis hermanitos, a mi mamá y a mí mismo, un enorme y brillante diente de oro para poder sonreír-.
            El cepillo no quiso decir nada y se apuro a seguir estirando el betún sobre el cuero del calzado.

domingo, 20 de diciembre de 2015

CABRA CLOROFÍLICA

Una cabrita verde cayó en el hueco de mis sueños. Sus ornamentas se incrustaron en mis encías y la savia derramada, en el aire, dibujó su nombre: Exequátur.
            Aquella cabrita, con pezuñas de algodón, pastó entre mis agróstides y el sirle fértil desbordó la parcela en rosas, oberturas, versos, y me guió hasta el bosque turquesa donde trotan rinocerontes calzados con zapatillas de porcelana, donde vuelan hipopótamos con alas de tul, donde los tapires y sus encajes buscan el polen de los claveles, donde un engripado elefante estornuda decenas, cientos, miles de colibríes y sonríe azorado.
            Y juntos, Exequátur y yo, allá en el bosque turquesa le dimos la bienvenida a los perros de aire que ladran poemas de espumas y a las mariposas de enormes orejas que buscan la voz correcta y a un búho con plumas de uranio que se ríe de tal codicia.
            Esa cabrita me enseñó a buscar. Y aprendí a buscar. Y busqué a una potranca que corriera por la llanura sin perderse de vista. Busqué un amanecer de toros en embestida salvaje contra las tristes murallas y a una trapecista que saltara envuelta por las trenzas del viento.
            Busqué un mar sabio donde murieran ahogados los peces ridículos. Busqué una vorágine que arrastrara los velos del imposible en rifa de todo o nada y a una mujer con M de Edén que comiera de lo prohibido.
            Busqué una estrella rabiosa coronada de resplandores. Busqué una madrugada fresca, una cascada de rocío y un camino, lleno de baches, pero al fin y al cabo, camino. 
Busqué una razón para respirar. Busqué un desmotivo de querellas y un grito silencioso en la autopista. Busqué el hueco de mis sueños. Exequátur, la cabrita verde, me lo descubrió.

domingo, 25 de octubre de 2015

SUGERENCIA

Debes estar aburrido y harto del rechazo y el abandono. Creo das razones para ello y por eso te sugiero lo siguiente. No es que sea muy sabio, pero te he observado bastante.
Socialmente estás insertado en el intersticio existente entre la pequeña burguesía y los propiamente pobres. Tarde o temprano los primeros concluyen que eres su enemigo y los segundos han de suponer que pretendes quitarles las telenovelas.
Claro, cómo no ha de ser así, si siempre terminas hablando, en un cóctel o en una cantina, de la complicidad de la clase media en los procesos de marginación social o de cómo la cultura del pueblo es una copia de la televisión.
Psicológicamente creo que no has superado la etapa infantil del porqué; eso no debería ser problema, pero insistes en preguntarle a un fulano que acaba de comprar un auto último modelo sobre el por qué prefiere tener dos empleos en lugar de compartir tiempo de calidad con sus hijos. Después te preguntas por qué con cada por qué tienes un amigo menos.
Políticamente vives en otro planeta. ¿Te acuerdas cuando fuiste candidato a alcalde? No regalaste ni una gota de ron ni prometiste ningún opulento puesto público. Nada. Ni siquiera a mí que soy tu mejor amigo.
Sólo obtuviste unos cuantos votos, supongo, de algunos familiares convencidos del adagio que reza: “Con la sangre, con razón o sin razón.”
Y amorosamente, amorosamente no tienes remedio, eres un fiasco. Tan romántico y en el instante clave, metes la pata. Siempre. ¿Recuerdas a Marta, la que terminó siendo mi novia? Ella siempre me dijo: “Lo que tu amigo construye con las manos, lo destruye con los pies”.

Por eso te sugiero, solitario rodeado de gente, lo siguiente. Sumérgete en el proceso de perderle cariño a la vida y ríndete. Mátate, pero no lo hagas de cualquier forma. No hables ni compartas ni critiques ni negocies ni preguntes ni sonrías ni enamores ni beses y mucho menos tengas sexo, ni siquiera contigo mismo. Pronto la soledad triunfará y tu psique deforme apuntará al autismo voluntario. Después de la locura, poco a poco, el desuso hormonal surtirá su efecto. Una molestia, una inflamación y el doloroso e inevitable cáncer prostático acabará con tu vida.

domingo, 27 de septiembre de 2015

MADRE

Detalle de estatua de Leda Astorga

Madre geográfica de senos concretos. Una Coca-Cola y en enero te mataron a Pipo. Madre histórica de ombligo abstracto. Unas papitas y te incendiaron el Chorrillo con todo y Demetrio. Madre tendida entre dos mares. Un Big-Mac y tu mariposa tricolor silba una canción.
            Madre de basquiñas amuralladas. Nunca abortaste a los cincuenta y dos traidores. Madre de tembleques asoleados. Un bucanero asaltó tu cintura y las sierpes rodearon tus caderas. Madre de encajes en sombra. No baja tu ángel con la espada de fuego.           
            Madre de la piel sin flores. Árbitro en la guerra entre chiquillos y palos de mango. Madre de los muslos cenicientos. Gobernadora que exilió al rencor y dio asilo diplomático a la resignación. Madre de la cadera talada. Rebelde de lunes a viernes y fiestera el fin de semana. Madre de las rodillas raspadas y repletas de costras. Desbordada en amores y ternuras, apatías y rendiciones, borrones y cuentas nuevas, eterno tropezón.

            Madre que abrigas a los niños de enero y lloras el diciembre negro. Madre que en mayo te vistes de serpentinas y en septiembre te llenas de aprensiones. Madre del medio día del fin de la perpetuidad y olvidada por tus hijos en un mástil escolar. Madre geográfica e histórica te sobra cariño y vives, aunque alguna vez, pareces no respirar.

domingo, 20 de septiembre de 2015

EL MURCIÉLAGO

Una almohada es suave, hasta puede ser tierna; pero sólo muy dormido se le puede confundir con una mujer. En la piel de una mujer se puede sentir el sabor a sudor ajeno, en una almohada, no. Yo, sin estar dormido, puedo sentir el sabor a sudor ajeno sobre la funda de mi almohada.
            Duermo solo. Bueno, casi siempre. A veces los sueños me acompañan, pero basta que el ritmo de mi respirar cambie para que me abandonen. Basta que el murciélago que habita en mi tórax roce mis pulmones para que éstos se agiten. Entonces los sueños se van, me abandonan huyendo del terrible batir de alas peludas. Yo tengo un murciélago volando dentro de mi pecho, nadie me cree.
            Cuando voy al médico siempre se enoja. Él cree que mi corazón tiene una magnífica salud, que lo mío no es más que una necedad extraordinaria. Que difícil es explicarle que no tengo un corazón que bombea sangre sino un murciélago que la succiona. Un miserable quiróptero que cuando bate las alas, agita mis pulmones, espanta mis sueños, arruga mi ceño y sospecho que deja mi boca con un aliento terrible, pues basta que la abra para quedarme solo.
            ¿Cómo pudo crecer ese bicho dentro de mí?
            No sé, supongo que fue cosa de los años, las costumbres y esas ganas de comer en mi plato sin interrupciones. En la secundaria siempre me mantuve alejado de los muchachos, mucho más de las muchachas; nunca jugaba pelota, jamás piropeaba chicas, siempre sentía el roce del murciélago en mis entrañas. Desde entonces, al eructar, siento cómo su pelo asqueroso se mezcla con mi comida. Una vez en el bachillerato tal sensación me provocó vomitar; al explicarle la razón a mi padre, él revisó el vomito minuciosamente y al no encontrar nada parecido a un pelo, me castigó por una semana. Todo por el maldito murciélago.
          Gracias a él soy un solitario.                   
            Por él, camino sin compañía por los parques y me siento en alguna banca retirada a esperar por lo menos que caiga la lluvia.
Por él, voy al cine y no tengo con quien comentar la película ni a quien ofrecerle palomitas de maíz.
            Por él, mi labio inferior no conoce otra piel que la de mi labio superior.
Por él, por el maldito murciélago, sin estar dormido, sin usar mucho la imaginación y sin la compañía de los sueños; por él y sólo por él, confundo el olor de mi almohada con el aroma a sudor de mujer y la mojo, a ella, mi almohada, con aquella humedad viscosa que el murciélago no me deja compartir.

domingo, 13 de septiembre de 2015

RENDICIÓN

El Maestro no soportó más. Tuvo que rendirse y hacer votos de silencio. Su prédica chocó de frente contra la más grande de las murallas. Después de años de oración y reflexión, por fin se iluminó e identificó, objetivamente, los dominios del demonio. Y en valiente cruzada marchó al Centro Comercial. Su paso firme hizo temblar los pasillos, su índice señaló al pecado y su fuerte voz con el grito de: “Arrepiéntanse y dejen de comprar” inundó las vitrinas y los escaparates.
            Al principio muchos lo tildaron de loco, otros clavaron en su rostro las agujas de sus miradas condenatorias. No faltaron las lenguas que flagelaron el aire con muchos murmullos. Pero el Maestro no se rindió. Día tras día, hora tras hora la cruzada continuó. Algunos comenzaron a seguirle; después fueron muchos y ya no era una sola voz, sino un coro que predicaba. La emoción embargó al Maestro, aunque se fue percatando que todos sus discípulos vestían túnicas de diferentes colores e igual corte, sus cabellos olían a buen champú y sus uñas pintadas con colores extravagantes imponían una nueva moda; no usaban maquillajes pero sí mucha crema humectante. Todos calzaban sandalias que llevaban colgada una etiqueta de marca. Esto llamó mucho la atención al Maestro y en medio de sus entusiastas prédicas, comenzó a leer los nuevos nombres de los almacenes del Centro Comercial: Boutique La Cruzada, Bazar El Maestro y el peor de todos, Rebajas La Prédica.
            El Maestro no pudo más, tuvo que rendirse y hacer votos de silencio.

domingo, 30 de agosto de 2015

TÚ ME DICES QUE NO IMPORTA

Quisiera rozar tus labios con las puntas de mis dedos y obsequiarte con alegres noticias; no lo hago, no puedo, no hay buenas nuevas que contar, sólo las malas de siempre. Tantos sudores, tanta fatiga y vivo asustado con la idea de no tener suficiente para pagar la cuenta del teléfono; y con rencor, ternura, odio y amor escribo versos; versos que parecen crueles espejos que nunca reflejan las engañosas máscaras, versos que salpican con rayos de luna mis insomnios.
            Escribo mis pobres versos que lo son todo y no son nada. Recuerdo los gritos de tu madre: "¡Un poeta! ¿Tú estas loca? ¿Acaso se come poesía?". Cuanta razón encerraban sus palabras, la pobreza es triste y es lo único que no quisiera darte.
            Ahora casi siempre pienso que los versos no son nada y agredido por la incertidumbre, ya no sé para qué sirven. Por suerte tú sí, y tu boca dibuja una sonrisa mientras dices: "No importa" y con la fuerza de dos palabras, tus palabras, regresa mi anhelada paz.
            Cada tarde, después de ocho horas en una oficina mediocre y asfixiante, me pides mis versos y yo te los doy, por lo menos eso puedo entregarte y aunque no todas las veces los entiendes, siempre los comprendes.
            Sabes que son tuyos, que los escribí en tu nombre movido por la ira de saber que te quiero y que hay miles de cosas que no puedo regalarte. Y mayor es mi enojo al comprobar que ya los amores no vienen con el pan y la cebolla.
            Y tú sólo te sonríes y me pides mis versos y yo te los doy, sabes que son tuyos, que los escribí en tu nombre movido por la rabia de saber que pronto llegará la cuenta de luz y habrá que decidir entre dormitorio iluminado o timbre de teléfono.
            Me pides mis versos y yo te los doy, sabes que son tuyos, que los escribí en tu nombre movido por el coraje de saber que los versos no se comen, que tu madre tenía razón y aunque todas las quincenas te traigo un cheque, siempre hay cuentas que pagar y sólo queda lo único que no quisiera darte: la triste pobreza.
            Y tú me dices: "No importa" y vuelas hasta a mi pecho con alas de picaflor, tan suave, tan quedo, que temo moverme y en mi brusquedad romper el frágil encanto.
            Por eso escribo con el odio y el rencor de no poder cubrirte de obsequios.
            Por eso escribo con la ternura y el amor que tu sonrisa siembra en mí, en especial, cuando nos sobran las deudas y tu me dices: "No importa, la quincena que viene pagaremos, ahora léeme tu último poema".

domingo, 2 de agosto de 2015

LA RAZA ADOLORIDA

¡Nosotros pertenecemos a la raza adolorida!
            La que derrama lágrimas en el silencio de la noche, la que ya no habla pues tiene un grito amargo atascado en la garganta. La que tiene repletos sus adentros de calores y olores.
            El brillo de nuestra sonrisa no es más que maquillaje impuesto. Un detalle de los amos para lucirnos en las fiestas. Luego de ser oprimidos y aplastados por el peso de nuestros explotadores, somos los olvidados en un rincón, el pasto de los hongos. Somos un linaje herido, el de los pobres diablos, sin mayor esperanza que ser gastados y luego desechados. ¡Qué vida!
            Mañana a mañana, tarde a tarde, noche a noche lo nuestro es salir a la calle cargando los deberes hasta que el tiempo nos hiera con su aguijón. Parecemos destinados a ocupar el último lugar; siempre lo ocupamos. Aún así, no desfallecemos.
            Llueven los golpes pero no nos hacen mella; después del primero los que siguen no duelen. Por eso proseguimos sin dejarnos engañar ni por la perfidia ni la envidia, ambas hijas de la ignorancia y nosotros no somos ignorantes. Insistimos sabiendo que al final del camino nuestros sueños nos estarán aguardando. Como todos los demás también tenemos sueños: levantarnos del suelo y ver con nuestros propios ojos a las nubes jugar con el sol en el horizonte.
            Así llegará un día en que el negro, el blanco y el chocolate uniremos nuestras roncas voces, para dejar escapar el grito amargo que teníamos atascado en la garganta y decir con orgullo:
            ¡Zapatos de todos los países, uníos!

domingo, 26 de julio de 2015

HOY NO TENGO MUCHAS GANAS DE RENDIRME

           
Hoy, cuando los números cuentan tanto y las letras piensan poco, me percato del infinito que separa lo que soy de lo que no seré. Hoy las tildes han de caer en las sílabas precisas y he de pescar doradas comillas y encerraré las víboras entre dos paréntesis y adornaré mi delantal con signos de admiración. Hoy mis voces besarán los signos de interrogación y no me preocuparé, mucho, por las respuestas. Hoy celebraré el plasma de talismán vertido por los héroes.
            Hoy, aunque las vigas anuncian su derrota y fanfarronean con hacer añicos las aventuras, detendré el paso de las once sanguijuelas que consumen los años. Hoy, aunque el ocaso termine con agua hasta la cadera, veré que estallen los colores en el prado y que la brisa dance con el canto de la abeja. Hoy, aunque el abandono se alista a pedir audiencia, silbaré una sonrisa.
            Hoy se quebrará la cruz con una mirada de sol. Hoy no habrá rifa de ropajes. Hoy la luna danzará sin eclipses. Hoy no habrá estrella oculta. Hoy el valle de las lágrimas será la pradera de las espigas. Hoy no habrá ayuno involuntario. Hoy el corazón traspasado por fin exiliará a los puñales. Hoy no habrá hierro bermellón. Hoy es el día. Hoy, con un guión en el alma, pondré un punto final al capítulo de las esperas. Hoy al mediodía saldré a caminar. Aunque sea cuesta arriba.

domingo, 19 de julio de 2015

OJALÁ ENTIENDAS

Lo que más extraño es tu boca de labios estirados cual leona en celo y la inclinación de tu pelvis a punto de recibirme. Pero nos alejamos, me alejé, te alejaste o más bien, un sedán me alejó de ti. La velocidad siempre es un inconveniente y más cuando la impunidad señorea.
            Todavía hoy me afano por el retorno y aunque resisto la separación, sólo puedo adivinarte.
            Adivino que te encuentras detrás de ese terroso muro y que incluso mis huellas dactilares no se borran de tu cuerpo. Y así como te adivino espero entiendas que no he dejado de sentirte. Me ahoga pensar que no logres entenderme.
            ¿Entenderás cuando te digo que el día que te conocí tropecé con tu aliento como aquel que halló entre las dunas una orquídea naranja? ¿Entenderás que hoy necesito, más que nunca, me prestes cincuenta de tus bueyes que arranquen sonrisas a mi huerto? ¿Me entenderás?
            No vayas a creer que estoy borracho; aún aquí las palabras se me atropellan cuando quiero decirte que te amo. Espero entiendas que la lejanía estorba, que no poder compartir tu mismo espacio me atormenta y que no ser de tu misma sustancia es un vértigo eterno.

            Espero entiendas que los seis pies de tierra y la grama que me cubren te obligan a agudizar el oído y a prestarme más atención. Escúchame y escúchame bien. ¿Puedes entenderme?

domingo, 5 de julio de 2015

PELIGRO: NIÑO BUSCANDO VER TELEVISIÓN

Mamá, ¿puedo ver televisión? ¿Por qué no? Te juro que no voy a ponerme a pelear con el perro. Lo que pasó ayer es que apareció ese señor gritando desde una rama y golpeándose el pecho; después un elefante grandote que aplastaba todo, y el señor ese comenzó a correr descalzo y en vestido de baño y se puso a pelear con un león, y como Barrabás estaba echado en la alfombra, me puse a jugar con él y se cayó la lámpara. Te juro que no lo vuelvo a hacer...
            Viste mamá, sólo un ratito. ¡Háyala vida!, Viste cómo tú eres. Bueno, si no puedo ver televisión ¿puedo salir a jugar? Yo no tengo tarea, en serio, la maestra no dejó nada que hacer, ¿el cuaderno? ¿Cuál cuaderno? ¿Todos los cuadernos? ¡Háyala peste! ¡Ayayay! Ya voy, ya voy... Ya hice la tarea, ¿puedo prender la tele? ¡A no!, Eso no es justo, ahora me va a mandar a la tienda. ¿Qué si quiero un qué…? ¿Qué es lo que me dijo que tengo que comprar?...
            Aquí esta el mandado, ¿puedo salir a jugar? Sí, voy a tener cuidado con los carros, y no voy a pelear con los otros niños, te lo juro mami... ¡Ayayayay! Yo no estaba peleando, es que así jugamos nosotros, ¡ayayay! Eso duele. En serio que no estaba peleando, no ve que el sábado mi papá estaba viendo el boxeo y como hubo nocaut, tenía que tumbarlo. Pregúntele a Rafi... ¡Ah! Vio que nada más era un juego. ¿Puedo prender la tele? ¿Bañarme? ¡Ah no!, Fue la ropa la que se ensució, no yo. ¿Que si no me baño, me baña abue? Chuleta, lo que hay que hacer en esta casa...

               Listo. Si me limpié detrás de las orejas, también el cuello, esa parte también. ¿Para ver? ¿Qué le pasa?... ¿Ya puedo prender la tele? Apúrese, mamá, antes que vengan las noticias.

domingo, 21 de junio de 2015

¿PREGUNTAS?

¿Cómo no encerrar esas cuantas voces entre signos de interrogación? ¿Cómo no darles el tono de la duda? ¿Cómo no preguntarse por tantos misterios? ¿Acaso un perro es un misterio? ¿Por qué saca la lengua? ¿Se estará burlando? ¿Y al mover la cola desea refrescar a su amo? ¿Y cómo es que suelta tanto pelo y nunca queda calvo?
            ¿Cómo no preguntarse por qué debajo de la cama siempre aparecen monstruosas bolas de pelusa? ¿Será que de noche, misteriosos primates descansan de un ajetreado día? ¿Y por qué siempre son grises? ¿Se tratará de una raza uniformada?
¿Cómo no preguntarse por qué una rebanada de pan siempre cae al piso del lado untado con mantequilla? ¿Por qué eso ocurre con más frecuencia después de varios días sin barrer? ¿Será una conspiración para reducir las calorías en la dieta? ¿Y qué detergente es el adecuado para quitarle el sucio a la mantequilla ensuciada?
¿Cómo no preguntarse por las ballenas azules? ¿Por qué no tienen cabellos? ¿Por qué ni siquiera tienen plumas? ¿Cómo pueden soportar tanto frío? ¿Y cómo pueden cantar tan bello? ¿Será que las ballenas azules fueron alumnas de las famosas sirenas?
¿Cómo no preguntarse por Herodes y su afán por los niños? ¿Se habrá preguntado si logró asesinar al niño adorado por los Magos? ¿Cuántos años tuvo de zozobras? ¿De cuántos infantes habrá sospechado? ¿A cuántos habrá asesinado, en secreto, con sus propias manos?
¿Cómo no encerrar entre gigantescos signos de interrogación esas cuantas voces secretas que llegan a mis oídos? ¿Cómo no darles el tono de la duda y preocuparse obstinadamente por elaborar la siguiente pregunta? ¿Cómo no preguntarse por tantos misterios?

domingo, 7 de junio de 2015

LA CANCIÓN DE CAÍN

Y Dios se ríe. Y se ríe de mí. Y sus carcajadas juegan la ronda. Y yo en el centro las veo saltar. Y Dios se ríe. Y es estruendoso. Y no es sutil. Y sí es obvio. Y es más que evidente. Y es hasta tosco. Y sus risas me sacan la lengua. Y me resisto. Y mi cejo intenta arrugarse. Y mi abdomen se endurece. Y no tarda en relajarse. Y lucho contra las intenciones de mis labios.
            Y Dios se ríe. Y pienso cómo hacer para que se detenga. Y se me ocurre no complacerlo. Y pienso no cumplir los mandamientos. Y decido no cumplir el noveno mandamiento. Y sí deseo la mujer de mi prójimo. Y pienso que así Dios dejará de reírse. Y ya Dios sabrá lo que es que yo me convierta en pecador. Y Dios continúa riéndose.
            Y Dios se simplifica. Y yo me complico. Y soy asaltado por un pero. Y es que siempre hay un pero. Y a veces hay varios peros. Y sus carcajadas son más fuertes. Y de nuevo pienso en infringir el noveno mandamiento. Y las risas me restriegan las dudas en el rostro. Y sí las deudas de esa mujer son más grandes que mi cheque quincenal. Y sí sus hijos detestan el sólo pensarme. Y sí sus complejos son mayores que los míos.
Y la duda es un petardo. Y ese petardo me estalla en la cara. Y sí ella se atreve a decirme: “Nunca dejaré a mí marido”. Y es preeminente no complicarse la vida. Y se me hace preciso no codiciar la mujer de mi prójimo. Y es que el rechazo duele. Y no me funciona el cohecho.
Y Dios se ríe más fuerte. Y sus ja ja me tuercen los ojos. Y sus jo jo me hacen muecas. Y hasta sus ji ji me asaltan con cosquillas. Y ahora intento el regaño. Y le digo a las risas que hay cosas serias. Y de las cuales no se deben reír. Y que la historia está llena de pesares. Y que eso no es cosa de risa. Y que es todo lo contrario.
            Y le recuerda a Dios el dilema fraterno. Y Caín y Abel. Y me enojo. Y pienso en el asesino. Y Caín invirtió mucho sudor. Y los callos le abundaron en las manos. Y ensució sus uñas con la tierra. Y le costó mucho esfuerzo encontrar las semillas. Y más le costó cargar el agua. Y todo para que las cabras de Abel rumiaran el huerto.
Y Caín se complicó la vida. Y dijo que nada diferente pudo hacer. Y Abel pagó la complicación. Y todo por que Caín quería ser el preferido. Y no lo era. Y era Abel. Y no lo soportó. Y Caín no pudo vivir libre de una preferencia ajena. Y Dios entre risas, me recuerda que Él tiene sus preferencias. Y que tiene derecho a tenerlas. Y que Él entre divertirse con los corderos y comerse los vegetales de la comida, elige divertirse. Y vuelve a reír más fuerte.
            Y yo le recuerdo las eternas alabanzas de los ángeles. Y Dios me dice que prefiere decir un chiste tonto y reírse solo sin sentirse idiota. Y yo le recuerdo los santos sacramentos. Y Dios me dice que prefiere correr por el parque con sus chiquillos. Y yo le recuerdo los ritos y los rezos. Y Dios me dice que prefiere irse a beber una cerveza sin gastarse toda la quincena y sin pegarle a su mujer. Y yo le recuerdo las revelaciones escritas. Y Dios me dice que prefiere mirarse las llantas sin correr al gimnasio. Y yo. Y Dios. Y yo me complico y Dios se simplifica. Y a mí ni chantaje ni regaño y ni evocaciones me funcionaron. Y Dios se sigue riendo.
Y estoy desconcertado. Y ningún catecismo me preparó para un Dios sin Plagas de Egipto ni Corona de Espinas. Y eso me aturde. Y es que necesito mi Valle de Lágrimas. Y Dios me viene ahora con una pradera de sonrisas. Y no creo lo que en el fondo significan las risas divinas. Y es que no puedo creerlo. Y qué concepto tan poco ortodoxo tiene Dios de la vida.
            Y Dios sigue riéndose. Y eso me parece poco serio. Y mi ceño de nuevo intenta fruncirse. Y las risas corren hasta él. Y no me queda más remedio que rendirme.
            Y Dios se ríe de mí. Y es de mí de quien se ríe. Y me suena a burla. Y me convenzo de que Dios se burla de mí. Y no me parece bien. Y mi ceño se arruga. Y de nuevo tengo que rendirme. Y es que las risas son muchas. Y son pertinaces. Y son impertinentes. Y las fuerzas de mi ceño no son muy grandes.
Y trato de ser adusto. Y pienso en la injusticia histórica. Y Dios se ríe más fuerte. Y se ríe de mí. Y de mi excusa para no reír. Y Dios sabe cuanto me importan la justicia y la historia. Y que la injusticia histórica es una excusa para beber café. Y Dios se ríe de mí. Y las risas asaltan mi ceño. Y mi ceño se resiste. Y las risas son muchas. Y finalmente mi ceño es vencido.
            Y Dios se ríe más fuerte. Y mis labios comienzan a estirarse. Y son unos labios traidores. Y mis comisuras labiales buscan mis mejillas. Y mi diafragma comienza a vibrar. Y mi estómago también. Y mis pulmones se hacen cómplices. Y mi hígado los acompaña. Y mi corazón se prepara para la traición. Y ya mi páncreas me traicionó.
            Y es que de una traición se trata. Y es que Dios se ríe de mí. Y mis labios se aprestan a imitarlo. Y todo mi cuerpo. Y mi alma entera. Y mi cerebro también. Y comprendo que es necesario evitarme la humillación. Y pienso en traiciones. Y pienso que eso de amar al prójimo como a ti mismo es como usar el hilo dental muy despacio. Y en cada uno de los dientes. Y hacerlo una vez cada dos años. Y descubro la traición. Y la traición en mis labios crece.
            Y hago un último intento por resistir la risa. Y pienso en cosas tristes. Y pienso en el padre de una niña que quiere una muñeca. Y el tipo no se atreve a contarle la verdad. Y no se atreve decirle que Santa Claus sólo lee las cartas de los clientes con crédito en alguna juguetería. Y no se atreve decirle que los arbolitos navideños sólo crecen al sonido de las monedas. Y no se atreve decirle que este año el olor a pavo y jamón sólo entrará por la ventana desde la casa de la vecina. Y el buen hombre se complica la vida. Y se afana por las vitrinas. Y pone su mano sobre un paisaje nevado. Y no lo siente frío. Y se le complica la vida. Y me enojo. Y Dios se ríe de la mano que busca el frío de la nieve en el dibujo de una vitrina ubicada en el trópico.

Y Dios se ríe. Y se ríe más fuerte. Y es de mí de quien se ríe. Y sé que es de mí de quien se ríe. Y por mis venas corren las ganas de capitular ante sus risas. Y todas mis células me piden la rendición. Y no me queda más remedio. Y acepto la rendición. Y mi risa se une a la de Dios. Y Dios ríe conmigo. Y los dos reímos libres de suplicios. Y ahora somos dos quienes nos reímos. Y nos reímos de las cosas complicadas que me pasan a mí. Y porque es a mí a quien le pasan esas cosas complicadas. Y esas cosas son tan complicadas que Dios prefiere reírse.

domingo, 24 de mayo de 2015

SÍNDROME NEUROLÍTICO TELEVISIVO

Estoy muy enfermo. Me soplo las narices y siento que una masa viscosa es arrancada desde las mismas raíces de mis sesos. Qué alivio es abrir el pañuelo y ver que es verde o roja, no gris. Me preocuparía si así fuera. Precisamente, ese es uno de los síntomas terminales de mi enfermedad: catarros grises. No cualquier gris, sino gris cerebral.
            ¡Y todo por la caja boba! El mundo entero la ve. Pero ocurre que hay cerebros que se derriten al entrar en contacto con las emanaciones Q-14. Muy pocas personas pueden captar dichas emanaciones televisivas. Obsérvese que he dicho emanaciones, no radiaciones.
            Este síndrome, provocado por un gene recesivo, se debe a una hipersensibilización de la corteza cerebral, que permite procesar las emanaciones mencionadas y la consiguiente formación del infraplasma. Esta última sustancia convierte la masa encefálica sólida en un gel, que termina por escurrirse, gracias al proceso osmótico, a través de las cavernas acondicionadoras del aire usadas en la respiración. Las emanaciones de la caja embobizante, a una de cada diez mil personas, le transforma el cerebro en catarro, en moco. ¡Qué suerte! Tenía que ser una de esas diez mil personas.
            Ahora. Con la vida que he llevado no morir de SIDA, cirrosis o un infarto es un prodigio. Morir de algo que le da a una de cada diez mil personas, también es un milagro.
            Me percaté que algo raro me ocurría cuando no pude curarme de una exagerada dolencia, un resfriado caracterizado por los ríos de moco que se escurrían por mi labio superior. En lluvia como en soleado, la gripe no daba ninguna muestra de mejoría; todo lo contrario, se agravaba.
Vinieron los exámenes médicos, las consabidas pruebas antialérgicas, los días en la sala de observación, muchas cápsulas, inyecciones, muestras de sangre, orina y por supuesto, de moco.
Luego de una serie de análisis un especialista, de esos que están suscritos a muchas revistas médicas y que sí sacan tiempo para leerlas, me refirió al famoso Centro Internacional de Investigaciones Neurológicas.
            Allí, casi un mes después de mi hospitalización, diagnosticaron mi mal: Síndrome Neurolítico por Emanaciones Catódicas (S.N.E.C.). También me explicaron lo irreversible del mal, pero que podía controlarse sometiéndome a un régimen inflexible de medicamentos, dieta libre de colesterol, mucho ejercicio físico al aire libre y, sobre todo, alejamiento total de la fuente de las perniciosas emanaciones; me recomendaron que dedicara tiempo a leer y a conversar con amigos y familiares.

            Allí también les expliqué a los doctores lo absurdo que era pretender que un hombre de este siglo, viviera sin ver televisión. Soy un hombre moderno y asumo las consecuencias. Morir de algo que le da a una de cada diez mil personas es un gran honor. Me consuela saber que me convertiré en mártir.

domingo, 17 de mayo de 2015

EL SUDOR DE ZELINA

Supe de Zelina  la  noche del desierto. Cuando no pudo escapar la gacela. Mis ojos se reflejaron en su cabello y su mirada acarició mis dientes y desató al espacio las papilas y nacieron musgos sobre las fauces y los helechos azules cubrieron mis uñas.

            Zelina abrazó mi cuello y el sudor cubrió mi ombligo y nació un mar habitado por algas de sodio y las tortugas cantaron al mediodía y bebí sediento de esa agua de sales, líquido fértil y alimento de margaritas.
            Así percibí la poesía de sus venas. La danza de su tórax. La música de su encéfalo. Y de la poesía escapó el murciélago y la danza sosegó al dragón y la música derribó el muro. Entonces la conocí. Por eso hablo de ella
            Zelina nunca llama a las puertas. Se mantiene alejada y busca su destino entre los tulipanes. Sus amantes en vano esperan. Para gozar su piel debo abrir los ojos al alba, estirar los músculos y desnudo caminar hasta el jardín y cosechar hipocampos y correr tras los claveles.
            Así es Zelina. Escapa de quien sentado en el sofá anhela un beso de las hadas. Ella no cree en labios prometidos sin mordisquear cristales, sin beber de la hiel eterna. Ella sabe del rosal donde los dedos besan espinas y la sangre tiñe la flor.
            El hogar de Zelina es un castillo con muros de vientos, techos de olas y ventanas de abismos. No hay ataduras, cepos o grilletes. Sólo alfombras de apretados tejidos y extendidas hasta el espectro y abrazadas con el horizonte.
            Sólo torrentes donde Zelina y su mejor compañera, la de alas ligeras y ancha nariz, humedecen sus falanges con fluidos de seda y ámbar. Sólo muebles de calcio arrebujados con terciopelos de luna y algodones de fuego.
Es un hogar de muchos rincones. Allí la bebé de ojuelos llorosos y zapatitos de estaño pasea extraviada entre tapias ocres. Hay una esquina donde los pasos son libres, en otra se respira soledad. Una estancia donde los vegetales se quedaron sin dominios.
            Zelina la mujer, la singular, la generosa. La que sajó con sus muelas el cordón de sus crías y luego con mano inflexible las alejó del pezón. Desde el columpio las ve jugar sobre el césped: Correr, tropezar, caer, levantarse, sacudir la tierra de sus rodillas, seguir retozando. Zelina ríe sin dejar de columpiarse.
            Pienso en el sudor de Zelina, líquido fértil y alimento de margaritas. Lo pienso en la hora que los alacranes se resbalan por mis vellos erizados. En el minuto que el salitre alimenta el calvario de mi piel. En el segundo que el sol liba el tuétano de mis huesos. Pienso en su sudor y proclamo: ¡Resistir! Que el dolor no es perpetuo y donde termina la vereda, Zelina y sus labios carnosos aguardan a quienes nunca se rindieron.
            Pienso en Zelina y vislumbro su cintura labrada en marfil, su cabello de cristales, su mirada de cilantros. Pienso en su sudor y vislumbro la fuente oceánica, el canto de quelonios, el bosque florido de sargazos. Zelina y el sudor. Una flor y un día a la vez.

            El sudor, el de Zelina, agua hechizada, lavó mis ojos de las costras perennes y empapó las manos que robaron las alas de Cupido y obligaron al querubín a caminar sobre la tierra. Nunca imaginé tal fluido nigromante. Conozco a Zelina y por eso la pienso y hablo de ella. Conozco a Zelina y al beber de sus poros, ya no me importa tanto el desierto.

domingo, 26 de abril de 2015

BELLA Y TARADA

¡Es una coqueta! Frente a mis ojos flirtea con cualquiera que la salude y a mí me da la espalda, a mí, el hombre que le tiene cariño. Lo que pasa es que se sabe bella y lo proclama a viva voz. La humildad no es una de sus cualidades. Y menos con tan exuberante corona. Ella encanta con su blancura y lo asombroso de su hablar. Sin embargo es una malagradecida; me empeño en bien cuidarla y jamás escuchó la palabra gracias. ¡Abusiva!
Y es que a ellas les gusta abusar. No es la primera vez que abusan de mí. Hace unos años disfruté de un largo noviazgo hasta que mi futuro suegro me exigió una fecha para el matrimonio. ¡Crisis total! Al final, debido a graves conflictos, tuve que resignarme a insospechadas condiciones impuestas, no me quedó de otra. El día de la boda y en medio de mi angustia, mi mamá volvió a sermonearme. Ella y su traje blanco estaban preciosos. Pocas horas más tarde su cuerpo explotó en mujer. Al igual que su padre, ella caminaba con los pies bien puestos sobre la tierra. Muy bien puestos. Era un regalo del cielo. Lástima que no fui yo quien recibió tal obsequio. Desde entonces tiendo a suponer que todos los seres vivos son de igual calaña y poseedores de esa execrable costumbre de sobrestimar eso de caminar con los pies bien puestos sobre la tierra.     

            ¿Estaré prejuiciado? Si lo estoy. Creo estar matizado por esa experiencia de mi pasado. Por el recuerdo de mi antigua novia cuando opino sobre esta otra no puedo ser neutral. No permitiré que otra coqueta tarada con el supuesto de tener los pies bien puestos sobre la tierra arruine mi vida. Por eso a ésta la tengo encerrada y no le permito poner los pies sobre el suelo. ¡Sí señor! ¡Así es! Esta vez las insospechadas condiciones las impongo yo. De ningún modo seré abandonado de nuevo. ¡El destino de mi cacatúa australiana es vivir encerrada en su jaula!

domingo, 12 de abril de 2015

CARTA AL DIRECTOR

                                                                             

            Ciudad de Panamá, 9 de septiembre de 1996


Prof. Marcos José Aizpurú
DIRECTOR DEL INSTITUTO LEÓN A. SOTO
(E.             S.              D.)


Estimado profesor:
            Sirvan estas líneas para desearle éxitos en su labor administrativa. Por este medio, deseo informarle de cierto irritante suceso acaecido durante la feria de aniversario del plantel. Tal hecho motiva mi solicitud de traslado a otro departamento diferente al de Bellas Artes. De ser necesario, puedo trabajar en el departamento de Artes Industriales, pues tengo los créditos suficientes.
            Usted recuerda muy bien mi alegría al firmar contrato para laborar como profesora de artes plásticas en el Instituto Soto, también conoce mi entusiasmo con el cual he acometido la docencia en sus diversas actividades, y sobre todo, sabe de mi interés por el buen funcionamiento de la institución. Pero hay cosas que sobrepasan cualquier límite imaginable de tolerancia.
            Durante la semana previa al festejo, estuvimos pintando con estudiantes del IV nivel un mural alusivo a la vida y muerte del poeta que da nombre a nuestro plantel. Para ello discutimos sobre el nacionalismo de los istmeños de comienzos de siglo, la represión llevada a cabo por las autoridades colombianas y la detención que sufrió el bardo istmeño. Más que detención, martirio, pues a pesar de haber sido liberado, los golpes recibidos durante el arresto le provocaron la muerte.
            Decidimos hacer un cuadro surrealista, donde se apreciaba al joven León abatido por los golpes de uno de sus captores y alrededor de ellos, pequeños detalles de las luchas nacionalistas. Dada la aparente lejanía en el tiempo, entre aquellos hechos históricos y la cotidianidad de nuestros estudiantes, intentamos relacionarlos con el presente; al poeta lo vestimos de uniforme escolar y al captor del poeta con la misma vestimenta policíaca de quienes reprimieron la manifestación estudiantil del mes pasado. ¿Recuerda que usted esa vez habló de brutalidad y exceso de fuerza? Los muchachos que participaron del proyecto no pudieron quedar más sintonizados con los sentimientos que motivaron al poeta; sólo ese detalle convierte en logro el mural mencionado.
            Antes de dar algún brochazo hablé con el profesor Narciso Quiel, coordinador del departamento, exponiéndole el proyecto y sus justificaciones; él al principio no estuvo de acuerdo con el detalle de los uniformes, pero al final accedió y dio su aprobación. Parece ser que en privado, nunca aceptó la idea.
            Las sesiones de pintura se realizaron tal como fueron planeadas; no debe olvidar que los planes son para ponerse de acuerdo y los acuerdos se respetan.
            El lunes en la presentación para sorpresa mía, el profesor Narciso Quiel cambió los uniformes de policía por trajes de la época, lo cual no fue lo que pintamos mis alumnos y mi persona. En el fin de semana se puso de acuerdo con sus alumnos y secretamente hizo el cambio, sin tomarme en cuenta.
            A esta altura lo más probable es que usted se esté preguntando ¿Y que más da un uniforme que otro? ¿Acaso se acabó el mundo por el bendito cambio ese? Permítame mencionarle dos o tres cositas. La primera, el tal cambio fue un acto de vulgar censura y ningún intelectual que se precie de tener algo de dignidad puede admitirla. La segunda, a pesar de no vivir del arte me considero una profesional pues cuando estoy en el proceso creativo lo hago en serio y después de invertir tiempo y energía en un trabajo, lo único que espero es respeto. La tercera y última cosita, tras que vivimos en un ambiente extremadamente árido para esto de las artes, no estoy dispuesta a soportar intrigas del tamaño que sean pues quien lo hace en pequeño, sabe como hacerlo en grande.
            Es posible que mi apariencia sea la de una mujer menudita, pero defiendo a capa y espada mis principios y cada uno de ellos es innegociable. Prefiero comenzar a cazar mosquitos que aceptar la censura y el irrespeto.
            ¿Estoy exagerando?
            Es lo más probable, mejor ser una exagerada que un muerto que camina por los pasillos con una tiza en la mano y en la mente la pregunta: ¿Cuándo me llegará la jubilación?
            Por todo lo anteriormente dicho, solicito me cambie a otro departamento, donde lo más probable es que tampoco se me tome en serio, pero por lo menos no tocarán cosas tan importantes para mí.
SUYA

MARIANA ITURRALDE
 EX-MIEMBRA DE LA COMISIÓN DE BELLAS ARTES

domingo, 29 de marzo de 2015

LA REBELIÓN DE LOS NIÑOS

Todavía no puedo creerlo. Está bien que este niño de cerámica sea tan grande como un bebé, incluso, la pintura que lo cubre se parece mucho al color de la piel, pero aún así no lo creo; debí imaginarme todo.
            ¡Hey! Ahora que me fijo ¿quién habrá puesto el abanico apuntando hacia San Martín? ¿Acaso las imágenes sudan? La gente pasando calor y miren lo que hacen los diablillos.
            Definitivo... ¡Qué misa más horrible!
            Tanto adornar la iglesia, tanto preocuparse por colocar al lado del altar un impresionante nacimiento de imágenes tamaño natural; tantos preparativos y los chiquillos se portan así de mal.
            El destino de cada una de mis palabras fue ahogarse en el mar de la algarabía. Vaya víspera de Navidad, estos chiquillos en ningún momento se comportaron a la altura que merece el rito eucarístico.
            Primero fueron las risitas; ji ji por aquí, ja ja por allá, ¡jo jo, ju ju, que gracia me da!
            Luego en los cantos, nada de melodía, ni armonía, ni siquiera algo de ritmo; puros gritos. Ni que la iglesia fuera Salsipuedes, con todo y sus buhoneros.
            Estoy predicando y ellos diciéndose chistes. ¡Si yo los vi, no fue que me lo contaron! Ni porque les lancé una mirada dura, ni porque les tiré un par de indirectas dejaron de hablar. Bla, bla, bla, laca, laca, laca. ¡Qué insolentes!
            Al recoger las ofrendas, comenzaron a tirar las monedas a la canastita que sirve para ello, como si fueran pelotas de baloncesto.
            Regaño desde el púlpito a los padres y nada, el desorden continuó. Hasta se atrevieron a mirarme como si yo fuera Herodes. Hay que saber interpretar bien eso de "dejen que los niños vengan a mí", la disciplina es necesaria y más en actos tan solemnes como la Navidad.
            El colmo fue en el saludo de la paz. No bien había dicho "démonos fraternalmente el saludo de la paz", cuando saltó la chiquillería y formó el gran alboroto. ¡Qué bullaranga!

            ¿Dónde quedó el respeto a la solemnidad? ¿Y el respeto a mi persona? Les extiendo la mano para saludarlos y los muy diablos se me abalanzaron y casi me tumban en pleno altar. Si no es porque una niñita de trajecito celeste capturó mi total atención, los agarro a porrazos. Cuando la vi, a ella, la niña del traje celeste, al principio me asusté y luego me asombré; ella corrió hasta el niño del pesebre y lo besó. No sé si ya estoy enloqueciendo pero me pareció que éste, el niño de cerámica, también comenzó a reír.

domingo, 22 de marzo de 2015

A LA FELICIDAD LE GUSTA PERTURBARME

A veces la felicidad arroja guijarritos contra el tragaluz de mi recámara. Eso me preocupa. Mucho. Es que escucho con recelo los ayes del cristal asaltado.
            Desde el césped y con cada gimoteo vidrioso, ella, la felicidad, rompe mis costumbres. No entiendo sus deseos, pero esperaré la tarde en que con una piedra rompa el ventanal.
            Esperaré que la luz tibia de la tarde entre por la pequeña ventana rota y se resbale por las paredes, asperje la alfombra y me envuelva con un paño.
            Esperaré que afuera la brisa despeine los árboles y me invite a pasear. Me atreveré a franquear la puerta y los sueños se colarán en mi alcoba. Y ya no serán necesarios más vidrios rotos.
            Esperaré que la soledad no teja más espinas y que la música traspase el dolor. Será posible el regreso y llegará la mañana sin mareos y una sonrisa retozará en la habitación.
            Esperaré que el vértigo deje de ser, que la muerte entierre las uñas en su ombligo y que mi cama no admita un insomnio más.
Esperaré que por la ventana rota la felicidad entre a mi recámara. De allí no saldrá. Trenzará mallas y las tirará al mar de mi tristeza y me atrapará. Sé que lo hará. Espero ansioso la tarde en que la felicidad con un guijarro rompa los cristales.

A veces la felicidad