Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

sábado, 24 de septiembre de 2011

Nada más difícil de tragar que el orgullo

Rosa y clavel (Dece Ereo-Panamá)

Nada más difícil de tragar que el orgullo
-Haló
-Buenas, ¿se encuentra Charitín?
-Sí, ella habla.
-Hola, habla Víctor.
-¡Eh, Víctor! ¿Cómo estás?
-Aquí comiendo cabanga desde la última vez que nos vimos.
-¿Cabanga? ¿Y eso?
-Nom'be, que mi hermana fue al interior y trajo varias, me he dado una "jartá" que ni te
imaginas.
-Bueno, ¿y cuando me traes un pedazo?
-¿Así que quieres comer cabanga? No te lo recomiendo, en exceso puede hacer daño; pero
algún día vas a comer de la cabanga que yo te dé.
Esa misma noche, Charitín Córdoba partió al extranjero a terminar estudios en ingeniería con
especialización sabe Dios en qué cosa y esperó en vano la despedida de su amigo Víctor Martínez.
Él, más adelante, le explicó en una carta el porqué de su ausencia en el aeropuerto; según sus
propias letras "resulté no ser tan fuerte para la despedida".
Días después de la partida Víctor se encontró solo, como si algo le faltara; buscó refugio en el
pasado y se puso a recordar. Se acordó de cuando conoció a Charitín; al principio le cayó mal por
ser muy hablantina, pero al escuchar lo que decía halló que tenía sentido y comenzó a simpatizarle.
De a poquitos fue queriéndola y apegándose a ella. Todo lo de ella le caía bien, incluso cuando lo
llamaba chiquillo. Sólo le llevaba 27 días y ya se creía muy mayor. Aunque nunca soportó cuando
venía a contarle problemas que tenía con su novio y mucho menos cuando ella le contestaba "NO" a
sus propuestas. Incluso, intentando ser poeta, le cantó así a ella:
“Ojalá que estuviese
El mundo entero contra mí.
Pero no, no es así.
No son los demás,
Los que me hacen sufrir.
Eres tú la que me persigue y reprime,
Sólo tú estás en contra mía...”
¡Ah, sí! De mil maneras él le declaró su amor y de mil modos ella le respondió con un "no".
Se acordó de la última vez que lo hizo, y de las palabras de Charitín:
-Mira, ¿tú eres necio o bobo? ¿Cuándo vas a entender que yo a ti no te veo como hombre? Es
más no creo que seas la suficiente para mí. ¿Eso era lo que querías que te dijera? ¿Cuándo te he
insinuado algo, para que te creas con derecho? Estás engañado, mi'jito, y perdiendo tu tiempo.
Después de esa "trapeada", el espíritu de Víctor quedó bajo la planta del pie izquierdo,
prometiéndose para sus adentros jamás volver a tocarle el susodicho tema.
Los días se fueron sumando en meses y estos a su vez en años, y mientras Víctor se convertía
en un reconocido reportero, Charitín recibía su diploma y título en ingeniería, con especialización en
sabe Dios qué cosa.
Llegado el día de recibirla en el aeropuerto, Víctor esperó en un rincón. Ahí se quedó incluso
cuando ella, pasando la aduana, fue a saludar con besos a familiares, amigos y, por supuesto, a su
novio, y ahí se hubiera quedado de no ser porque ella, al reconocerlo, lo llamó por su nombre y lo
saludó muy efusivamente, estrechándole la mano.
Con el correr del tiempo, su amistad se hizo más grande, tanto fue así que el día en que su
novio por fin decidió proponerle matrimonio y ella a él si le contesto afirmativamente, fue a él,
Víctor Martínez, a quien Charitín le pidió fuese su padrino de bodas. Él, al dudar un momento, se
vio convencido por las siguientes palabras: "Si me vuelves a hacer la del aeropuerto, olvídate para
siempre de mí". Palabras sugestivas y muy persuasivas.
Muy rápido llegó el día de la boda y al finalizar esta, mientras todos disparaban el tradicional
arroz sobre los novios, estaba Víctor mirando fijamente a una muchacha que sollozaba. Se acercó
como para consolarla y ésta se le abalanzó al pecho, golpeándolo y gritando: "Por tu culpa, por tu
culpa". Él, tratando de cubrirse, le contestó: "Pégale a él, que se casa, y no a mí", a la vez que, a
empujones, se la quitaba de encima. Por un instante pensó: "Si lo hubiese intentando una vez más",
pero luego se acordó de su promesa y decidió olvidar el asunto.
Como el tiempo no espera a nadie, siguió corriendo sin detenerse. La vida de casada que al
principio parecía un sueño para Charitín, fue convirtiéndose en pesadilla. Pero siempre allí estaba
Víctor, escuchándole sus problemas y siempre viéndola reconciliarse.
Un día, Charitín descubrió a su amantísimo esposo en brazos de aquella muchacha del
incidente en la boda. Al parecer, al contrario de Víctor, ella nunca se rindió. Esto fue el fin y acabó
con un matrimonio de cuatro años, cuatro años de la vida de Charitín y, por supuesto, cuatro años de
la vida de Víctor.
Había llegado la hora de recuperar el tiempo perdido. Una noche, después de la cena, de una
espléndida cena preparada por Charitín en su casa, sentados muy juntos en el sofá, mientras una
música suave se escurría en el ambiente, Víctor abrazó a la mujer de sus sueños a la vez que ésta,
dócilmente, permitía que sus bocas se uniesen. Víctor vio en ese momento la oportunidad de su
vida: Charitín, solitaria y desamparada, veía en él un refugio; él todavía la amaba y este era el mejor
momento, no para decírselo, sino para recordárselo.
- Charitín, yo quiero que tú sepas...
De pronto, a la mente de Víctor vino el sufrimiento: de cómo llegó a ser padrino de bodas y el
incidente que hubo en ella, de las constantes discusiones y reconciliaciones de Charitín con su
marido...
-Dilo, Víctor, déjame escucharlo de tus labios.
Recordó de las veces que se había tragado las lágrimas al verse rechazado; de cuántas veces
había orado cada vez que Charitín le dijo que no, para que ella nunca se arrepintiese de su
respuesta...
-Dilo, tú que eres a quien de verdad siempre he querido.
Víctor recordó la promesa que él mismo se hiciera y, poniéndose de pie, se marchó de la vida
de Charitín, diciendo:
-¡Lo siento!

domingo, 18 de septiembre de 2011

Joaquín nació

El cubo de las rosas (Dece Ereo-Panamá)

Joaquín nació
En una ciudad
Que parece odiarlo

En esa urbe
Quien lo educa
Es el fracaso
Quien lo entretiene
Es el pánico
Y quien lo quiere
Lo quiere
Tranquilito y estúpido
Frente al televisor

¡Todo tiempo pasado fue mejor!
¡Nada por venir será agradable!
Así piensan los adultos
Que le toca sufrir

Así piensan los adultos
De la ciudad donde le tocó vivir
Una metrópoli
Que no sólo parece odiarlo
Una metrópoli
Que en verdad lo odia

domingo, 4 de septiembre de 2011

CARTA A JULIO VERNE

Inhibido (Dece Ereo, Panamá)

Ciudad Radial, 4 de septiembre de 2011

Señor Julio Verne
Causa de mis dolores de cabeza
(En donde se encuentre)

Mi para nada estimado escritor:

No crea que le voy a desear buenos augurios en sus labores ni llenarlo de parabienes; muy por el contrario. Ojalá y sufra de jaqueca crónica, de artritis deformante y cataratas dobles. Sí, que así sea su suerte, que lo acompañe la misma desgracia como nos acompaña a nosotros.
Usted y su obra literaria han perjudicado sobre manera a mi persona y a mi familia. Porque el triste destino nos convirtió en vecinos de Aristides, un mozalbete enviciado con la lectura de sus novelas. ¡Y lo peor de todo! Un muchacho ávido de buscarle aplicación a todo nuevo conocimiento adquirido.
Es que con cada novela ocurre cada desastre. Desastres que por supuesto sufrimos nosotros. La primera que leyó fue DE LA TIERRA A LA LUNA. El día en que finalizó la lectura, Aristides, el genio, construyó un armatoste con maderas, cartones y fuegos artificiales. Una pretendida nave espacial. Vale la pena decir que el diablo ese, mientras leía su novelucha se dedicó a investigar todo sobre la carrera aeroespacial; todo menos las leyes de la aerodinámica. Al grito de “Un pequeño paso para un hombre, un gran paso para la humanidad” encendió su invento; el cual subió, subió, subió hasta que dio una gran curva en el aire enfilando su carga demoníaca contra el techo de nuestra casa donde hizo explosión. ¡Pobre de mi madre! Saltó del baño a la calle con sus 247 libras, apenas vestida con una toalla y gritando hasta enronquecer: “Se acaba el mundo, se acaba”. Señor Verne, si sospecho que usted se está riendo, no sabe de lo que soy capaz.
La segunda novela que leyó fue LA VUELTA AL MUNDO EN OCHENTA DÍAS y quien pagó el pato fue nuestro gato. Amarró al felino a una enorme cometa, la elevó y esa tarde arremetió por sorpresa una ventolina y a saber si nuestra mascota se encontró con La Vieja Voladora o por lo menos con Mary Poppins. Nunca más hemos tenido noticias de nuestro cariñoso micho.
En estos días está leyendo VEINTE MIL LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO y sabe algo señor Verne, ¡Yo no sé nadar! Así que si usted está acostumbrado a recibir elogios, no los busque en esta misiva, ¡Ni se le ocurra! Usted es el culpable de nuestra desgracia. Ahora mi madre vive a punta de valeriana y mi hermanita no para de llorar por su desaparecido gato.
En donde usted se encuentre sepa que en mí tiene al más ferviente detractor de su obra; esas novelas impulsan a la gente a inventar cosas y eso es peligroso; lo sé, lo he vivido en carne propia. Por lo pronto dejemos las cosas de ese tamaño, si sobrevivo a la última lectura de Aristides tendrá noticias mías.
Procurando ser lo más grosero posible, su seguro reclamante

David C. Róbinson O.