Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

sábado, 27 de julio de 2013

MI GRADUACIÓN



El amor es un gato (1)
 

...Nunca tuve en mi juventud graves problemas, sólo el roce con aquel pedante chico que tan mal me caía, por vanidoso, hipócrita y egoísta. Antes del incidente no me importaba su existencia, la indiferencia entre ambos era mutua: él no se metía conmigo, yo no con él; simplemente no me interesaba. Todo fue así, hasta que él-que conste que fue él-comenzó a entrometerse en mi vida. Sus puyas empezaron a ser más seguidas, sus burlas y estupideces me fueron colmando.
            Claro, cómo no iba a interferir en mi existencia, si era yo a quien él envidiaba; yo poseía el mayor tesoro que había entonces en el colegio: la tenía a ella, a Yiseika, la chica más dulce y cariñosa que he conocido y que, por mala suerte, él también conoció.
            En realidad, Yiseika no era la gran beldad; tampoco es que fuese fea, digamos que no llegaba a monumento. No muy bajita, delgada, ojos negros, cara perfilada y graciosa, con la piel algo bronceada y formas apenas lo suficientemente perceptibles. Sin embargo, tenía la mirada profunda y sincera, una sonrisa cautivadora y la virtud de poner en cada palabra el tono capaz de calmar tempestades y causar hondo placer en cualquier hombre. Sus caricias y besos, su cuerpo moviéndose entre mis brazos... ¡Ah!...En fin, era la mujer de quien yo estaba locamente enamorado.
            Pero nada bueno dura para siempre. Tato, así apodaban al pedante, un muchacho con carro propio y otros lujos derivados del buen salario de su padre; alto, aunque no mucho; de pelo negro y con un don-que él llamaba encanto y yo engaño-de conquistar a todas las muchachas con las que se encaprichaba, estaba dispuesto a saciar otro de sus apetitos: Yiseika.
            Mis planes eran muy grandes. Yiseika y yo. Yo y Yiseika. Para toda la vida. Unos tíos me habían prometido empleo en cuanto me graduase del bachillerato y una vecina alquilaba cuartos muy baratos. Luego buscaría mi casita. Nuestra casita. Con lo que pude reunir de mi mesada aboné un anillo de compromiso para nada lujoso, tenía la esperanza de que llegado el momento estuviese pagado. El momento sería en el baile de graduación; en medio de la fiesta de gala le declararía mi amor pidiéndole que fuese mi esposa, sellando con el anillo el compromiso y con un beso nuestro amor. Imaginarme la escena me provocaba la más grande de las alegrías. Yiseika sólo sonreía.
            Pero el destino tenía otros planes. Tato hizo lo necesario para que creciese la pugna; ya no sólo era en el campo del amor, también en el estudio, el deporte, incluso en la manera de comportarse como hombre. Aquello de simple pelea, pasó a guerra abierta.
            Las insinuaciones de Tato no me preocupaban. Yiseika siempre lo había rechazado en público y supongo que también en privado. Mi confianza en ella era inquebrantable. Sus palabras me convencieron de que en su vida sólo existía yo, yo, nadie más que yo. Ver en la cara de Tato la frustración y en sus ojos el odio que la envidia le despertaba me convenció de que Yiseika no mentía.
            Fue transcurriendo el tiempo; la fecha del baile de fin de año se acercaba. Las invitaciones me fueron entregadas, el traje de Yiseika estaban por terminarlo y a mi vestuario sólo le faltaba ponérmelo. El plazo estaba por cumplirse y la noche gloriosa ya pronto llegaba. Pero.
            Unos días antes del magno acontecimiento, cuando los diplomas habían sido entregados, todo pareció cambiar y dar un revés. Yiseika se volvió esquiva; algunos de mis amigos, los más íntimos, me miraban con tristeza tratando de decirme algo pero el miedo ahogaba las palabras en sus gargantas. Aún el mismo Tato cambió, no andaba nervioso sino tranquilo, ya no veía en su cara frustración, ya no había odio en sus ojos, y su sonrisa era lo que más me preocupaba y atormentaba, pues veía en ella la traición del infame y el desprecio del triunfador.
            Desde unos meses atrás, con tanta tensión y ajetreo, debido supongo a los estudios y a la misma pugna en sí, venía sufriendo de agudos dolores de cabeza. Eran terribles esos malestares y me obligaban a ingerir fuertes analgésicos. Ahora que presentía algo, que no sabía que podía ser, mi alma no descansaba, y mucho menos, mis dolores. Tuve que doblar la dosis de calmantes.
            El día de la fiesta, a la hora convenida, pasé por Yiseika. Me recibió mi futura suegra y muy extrañada me dijo que ella había partido con unas amigas hacía un buen rato. Una punzada en el cráneo comenzó a torturarme. Antes de irme, la madre de Yiseika se despidió diciéndome-como para tranquilizarme-que quizás ella estaría en el baile esperándome con una sorpresa. ¿Qué sería? ¿Por qué no me llamaría? El dolor me martilló por un momento, después se me quitó al pensar que lo dicho por la señora sería cierto y luego de tragarme dos comprimidos.
            Dirigí mis pasos al lugar del festejo; por suerte no era el único sin pareja; allí se encontraba toda la palomilla tomando licor, un nuevo privilegio de recién graduado, como marino recién llegado a puerto. Los gritos, las bromas, las risas hicieron que pronto me hallara a mis anchas y más después de un par de tragos y otra píldora. El dolor desapareció por completo; hasta llegué a olvidarme de Yiseika por un momento.
            Más tarde, cuando el ron surtió efecto, Pittí, uno de mis compañeros, desde la ventana donde tomaba fresco gritó a todo pulmón, por encima de la música y la algarabía: -¡Ey, gente! Allí vienen las siete plagas de Egipto juntas, viene el perro de Tato-.
            En efecto, llegó la peste, pero estábamos en tan buen ambiente que, incluso con él en la fiesta, seguiríamos divirtiéndonos; vino en su majestuoso carro, con un vestido muy elegante que a lo mejor era prestado, y una joven que, al parecer, rehusaba bajarse. Por la distancia, la oscuridad o quizás la bebida, no llegué a distinguirla. Cómo demoraba, fui a sentarme a una mesa que daba la espalda a la entrada principal.
            Instantes después entró Tato y su desconocida acompañante; era tanto el interés que le tenía que, recostando la cabeza sobre la mesa, me puse a dormitar la borrachera. No sé cuanto tiempo pasó; desperté al oír una canción que gustaba mucho a Yiseika, aquella melodía romántica que tanto-decía ella-le hacía acordarse de mí.
            Todavía en el letargo vi parejas bailar la canción, entre ellas distinguía a Pittí y a una muchacha que siempre demostró debilidad por mi compañero. ¡Vaya! Al parecer el único que no bailaba era yo. ¡Qué diablos! Si con quien quería bailar no se encontraba.
            Me retiré a un rincón lejano, no valía la pena quedarse mirando a los danzantes; me quedé meditabundo hasta que finalizó la música, volví a acercarme al grupo mientras lentamente las parejas iban abandonando la pista; una de ellas llamó mi atención en especial; andaban muy abrazados y melosos, como pidiendo que todo el mundo los viera; aguijoneado por la curiosidad, me acerqué más aún para saber quienes eran; primero lo distinguí a él, que resultó ser el odioso de Tato; a ella, por la penumbra y su propio maquillaje no podía reconocerla. Pero bastó que las luces cayeran sobre ella un segundo para que su rostro quedara grabado en mi mente.
            Jamás olvidaré ese instante. El estómago empezó a arderme y las manos a sudarme; el corazón acelerado extenuaba mi respiración; la boca me quedó reseca y con un sabor amargo; pronto un taladro perforó mi cráneo. El mundo se hundía a mis pies, y el cielo, hecho añicos, caía sobre mí.
            ¡Mi amada Yiseika! Y ahora sus besos y caricias eran dedicados a aquél que consideraba un detestable enemigo. Tato después de unir sus labios a los de ella, sus sucios labios, levantó la vista hacia mí y, dándose cuenta de lo que me ocurría, comenzó a sonreír de aquella misma forma que tanto me hizo sospechar.
            En esos momentos perdí la conciencia, o por lo menos la memoria, pues no recuerdo nada de lo ocurrido de allí en adelante. Dicen que los ataqué como una fiera; dicen que con mis propias manos derribé a Tato y comencé a azotarle el cráneo contra el suelo, hasta que lograron separarme de él. No me acuerdo haber hecho eso, sólo recuerdo un inmenso dolor de cabeza que cegaba mi razón, pero dicen que así lo hice; también dicen que cuando vi a Yiseika  inclinarse sobre el cuerpo inerte de Tato y llorar, con la más gigantesca de las iras me liberé de quienes me apresaban, y tomando una botella la quebré buscando cortar con su filo el cuello de Yiseika. ¿Por qué me hacía eso? Ella, a quien yo amaba.
            Dicen que Tato no llegó vivo al hospital y que, por puro milagro, Yiseika no murió desangrada; una fea huella quedó en su terso cuello, un regalo de aquella terrible noche; noche de traición. Eso es lo que dice la gente. No sé nada de eso, pues de nada logro acordarme; sólo de vez en cuando siento un dolor de cabeza y a veces, por las noches, despierto  todo sudado después de haber tenido una pesadilla que no recuerdo.
            Ahora me tienen aquí encerrado en algo que parece un hospital; las enfermeras y auxiliares temen pasar a mi lado, no me explico por qué, si nada voy a hacerles. A veces oigo a los doctores decir que soy un caso perdido, no sé por qué lo dicen, sólo sé que yo no lo creo, pues no creo nada de lo que dicen...

sábado, 20 de julio de 2013

BIENAVENTURADAS

LA CANCIÓN ATREVIDA (CLICK AQUÍ)




Insinuación

Bienaventuradas

Las pobres de escrúpulos

Porque ellas regresaran al cielo



Bienaventuradas

Las que aspiran el cálido aliento

Porque ellas cumplirán sus anhelos



Bienaventuradas

Las favoritas de la piel

Porque ellas verán la cara del placer



Bienaventuradas

Las que viven para las caricias

Porque ellas se atreverán a vivir



Bienaventuradas

Las que no disfrazan el deseo

Porque a ellas no les temblará la mirada



Bienaventuradas

Las cazadoras de jaguares

Porque ellas no tendrán frío esta noche

Bienaventuradas

Felices

Dichosas

Las que tienen las cimas

Los senos

Las simas

A punto de estallar

Porque ellas
Ya están en el cielo

viernes, 12 de julio de 2013

Cariño tú eres mi amante



Cariño tú eres mi amante
Nada me falta

En suaves camas
Con mucha querencia
Me haces retozar
Y donde brota un beso
Tu lengua osada se sumerge

Acaricias hasta el rapto mi cuerpo
Por el camino de la piel
Me diriges
Y por amor tomas mi cuerpo

Aunque pase por noches muy frías
No temeré al abandono

Aunque te hallas alejado
Espero tu regreso
Por que tú estás conmigo

Tus brazos y  manos me protegen
Y tu pecho entibia mi descanso
Libre de afanes
Sirves en mi lecho

Perfumas mis senos
Con tu sudor
Y cada noche rebosas mi cáliz

Tu ternura me acompaña
Y mientras dure mi vida

Tú serás mi remanso

sábado, 6 de julio de 2013

Dios te salve piel



Dios te salve piel

Dueña de todos los placeres

Llena eres de sensaciones



El deseo

Señor de sinfonías

Es contigo



Bendita cada noche eres

De aromas y explosiones



Bendito es tu fruto

Libre de arrepentimientos

Al amanecer



Santa piel

Madre de los encuentros

Juega con nosotras

Las expulsadas del Edén

Las que un mediodía

Ofrendamos incienso y mirra 

Al desenfreno



Juega con nosotras

Ahora 

Y en la hora

Del orgasmo


Amén