Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 8 de enero de 2012

CANCIÓN DE MARIPOSAS

Aunque la puerta por donde acaba de pasar dice: "prohibida la entrada de menores", Fede no hace el menor caso y penetra al mundo de la media luz y olor a desinfectante. Ya bien sabe el cuento que echarle a la guardia: "hombre, ¿qué quiere? ¿qué robe?", mientras sigue con su pregón "¡Ceviche, ceviche bien picante!" Esta noche habrá bastante negocio; es sábado de quincena y hay un barco atracado en el puerto. Por lo tanto, el local está al tope tanto de naturales como de "acamaronados", ansiosos todos de descargar dentro de las damas del deseo.

Mariposas de la noche
de colres brillantes
y ojos dormidos.
Aves del placer
de carnes sin sol
y sonrisas automáticas.
Aves sin ruta fija
siempre complacientes
con quien paga su precio.


Entre el gentío se distinguen tres tipos de clientes: los locales, en su mayoría jóvenes, parados en las sombras, a la expectativa de aquella que más los excita, mientras hablan entre ellos de cómo lo hicieron la última vez; vienen por mujeres y no tienen plata para los tragos. Entre los de piel de camarón, hay unos sentados alrededor de varias mesas que ellos mismos unieron con algarabia, hablando en un idioma raro, gritando y vociferando quién sabe cuántas vulgaridades en esa jerigonza que nadie entiende: deben ser los marinos del barco y quién sabe de dónde sean, pero tienen plata y hay que ayudarlos a gastarla. El resto de los "acamaronados" son "armys" y tampoco entienden qué dicen los del barco.

Estos gringos son clientes habituales; ellos son los únicos que vienen a bailar y, cuando ya se cansan, echan su polvo y vuelven a repetir la rutina hasta que amanezca, se les acabe el dinero o ya no respondan. También, son los únicos que pelean entre ellos por las damitas. Por supuesto, hay algunos viejos solitarios, sentados en mesitas con sendas "frías" frente a ellos y tremendas hembras a su lado, que esperan en silencio que el espíritu se les caliente.

También, por ahí anda el tipo aquel que se les declara a las "chichis", luego les paga y sube con ellas para, al día siguiente, llenarse la boca con la historia del "levante". Algunas lo comprenden y sigan la corriente, otras ya lo han mandado al carajo y lo tienen amenazado.


Y ellos, ellos son los peores.
Hombres incoherentes
que aman a la virgen
pero buscan a la ramera.
Hombres lujuriosos
y encima perezosos
que prefieren pagar
por no convencer con amor.


Entre las chicas se escuchan los más variados acentos: las hay del Caribe, Centro y Sur América; claro que, eventualmente, es posible encontrar una que otra cholita nativa, que corta de nalgas y pródiga de pechos, navega entre la clientela, buscando pescar cuanto tiburón se le pegue. También entre ellas es posible distinguir varios grupos; las hay desde aquellas que le basta con

pasearse entre la jauría y con una mirada escoger con quién se acuestan, hasta las que tienen que ir de oído en oído repitiendo: "Subamos, papi, y te la convierto en biberon".

Por lo general, mientras más jóvenes y "buenonas" levantan más rápido. Se visten con bikinis, por un lado para lucirse mejor y por otro, porque como para copular sólo usan la entrepierna, no tienen que desnudare el pecho, evitando así que le manoseen y baboseen los senos. De este modo salvan su honra, sin importar cuántos la penetren. Otras visten como de fiesta y cuando suben, con tantro trapo se pasa el tiempo desnudándose y no echando el polvo. Las más veteras visten con vestidos de baños enteros y se desnudan completamente ante el cliente, sin que por esto se dejen manosear y menos babosear por cualquier pelagato. ¡Ah!, pero eso sí, los besos de amantes son tabú, preferible un pene a una boca; eso es trofeo, si es que se arriesgan, de aquellos que han sabido llenar sus vaginas con algo más que esperma.

Los cantineros y mesoneros, siempre callados y mustios, cierran el cuadro de personajes del mundo de la media luz y olor a desinfectante, junto con el tipo que cerca de los cuartos lleva el tiempo y que siempre está dispuesto a rajarle la cara a cualquier atrevido que se sobrepase con las chicas.

Fede, entretenido con las maquinitas, pregona esporádicamente su producto, miemtras las damiselas se ganan la vida repitiendo una y otra vez el mismo ritual: abordan al parroquiano, cruzan breves palabras, él le da la plata y ella paga en la caja, se dirigen al cuarto pasando frente al tipo que mide el tiempo. Al poco rato, regresan donde se separan como si nada hubiese pasado. Lo más probable es que, en realidad, eso sea lo que ha acontecido: nada.


En este mundo
siempre lo mismo;
no sol, sí carne,
donde nada se posee
y todo se pierde
donde lo único que existe
es la noche.


Esta noche no es de placer, sino de negocios, por lo que, "adios maquinita, y a vender ceviche". La venta iba más o menos; como siempre, los "armys" son los que más compraban; los marineros y su jerigonza "namás" era joder, y los limpios parados en la sombra, ni se inmutaba en mirarlos.

Así marchaba la cosa, hasta que oyó un alboroto en una de las esquinas: un tipo perseguido por una de las damas es interceptado por uno de los saloneros y le dan tal "nudera" que hasta Fede aprovecha para meterle un par de "cochazos". Todavía estarían dándole golpes si no es porque llegó la "chota". La ley, por supuesto, le dio un par de toletazos. Entre la algarabía, Fede pudo enterarse de que el fulano decidió no pagar e irse a la oscuridad y autoservirse. Fue descubierto por la fulana y ya sabemos el cuento. A la pregunta de por qué hizo esa cochinada, el tipejo contestó: "Lo que pasa es que las camas son muy duras". Al escuchar eso, reído Fede, se marcha con su pregón: "Ceviche, ceviche bien picante...".