Media mañana dominical. Nicasio camina rumbo a la iglesia.
Busca sentir esa atmósfera que tienen los edificios viejos y pequeños. Camina
mirando el suelo y cuidándose de no pisar algún adorno matutino, abandonado por
algún perro callejero. Él es un jubilado que juega dominó en la acera, los días
que la lluvia y la policía lo permiten. Pero ir al templo no es un pasatiempo,
más bien, es un resumen.
Al llegar, por breves segundos
contempla la fachada; luego atraviesa el atrio y se quita el sombrero de
fieltro ya no tan negro; con una rodilla en el piso, se persigna como sólo él
sabe hacerlo; por último, se levanta y busca asiento en la última banca. Es
temprano y la misa no ha empezado. Cerca del altar se oye el ensayo de un coro
y las voces de unas doñas que conversan mientras acomodan flores; a un costado,
unos pasos de tacón grueso se dejan escuchar. Ese clima interior del templo le
gusta, le parece que es como estar sumergido en un lago donde nadan los sonidos
bañados por el sigilo.
Cuando la mayoría de las bancas
están ocupadas, la misa da inicio. Es muy bonita. El evangelio leído es el de la Resurrección de
Lázaro y en la homilía se comenta sobre el bingo del próximo sábado. No faltó
el gran anuncio de todos los domingos: pronto habrá un templo inmenso y nuevo
que reemplazará al viejo y pequeño. La misa continúa.
Al momento de la señal de la paz,
los parroquianos con brazos abiertos buscan saludar y estrechar las manos de
conocidos y desconocidos. Nicasio es el blanco principal y en esos momentos es
cuando desea que a misa viniera otro viejo mal vestido; así se repartirían
tanto saludo. Él responde con la mano alargada cual palanca de maquinita de
casino.
Después de la bendición final sale
por donde entró y observa a los asistentes abordar rápido sus autos. A su lado
mirando el suelo pasa la muchacha que lo besó en ambas mejillas. También pasa
el cura gritando indicaciones, algo sobre unos cartones de bingo. Pronto queda solo, ve una vez más la fachada
del templo y le dice:
“Cuando te derrumben, no sé a que
viejo le van a estrechar la mano en la misa, porque lo que soy yo, a ese nuevo
edificio, no voy...”.