Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 30 de marzo de 2014

EL ATRAPASUEÑOS


Tengo muy mala memoria. Pésima. Difícilmente puedo acordarme que desayuné en la mañana. Menos que soñé la noche anterior. ¿Sabes lo desagradable que es despertarse alterado y desconocer el porqué? ¿Abrir los ojos desbordando alegría y no poder transmitirla por ignorar la causa? Así era mi vida. Ya no lo es. Sí, ahora puedo relatar mis sueños, comprar los números de la lotería de acuerdo a lo soñado y visitar al sicoanalista sin ninguna dificultad onírica.
Es que un día, mientras deambulaba entre los kioscos de Salsipuedes, me topé con un buhonero muy particular. Un indígena iroqués proveniente de alguna región de la fría Canadá. Por lo que hablamos en mi torpe inglés y en su corto español deduje que además era un chamán, una especie de mago. Rápido ganó mi confianza y terminé contándole mi dilema con los sueños.
Después de escucharme con mucha atención, trasteo entre sus baratijas y me mostró unos aros adornados con lazos y tejidos. Dijo que se llamaban atrapasueños y que al colocarlos sobre la cabecera de la cama servían precisamente para eso: atrapar sueños.
Desde aquella tarde gozo de mis sueños y me asusto con las pesadillas. Claro que eso lo hago en diferido. Cada mañana al despertarme tomo el atrapasueños en mis manos y veo, como quien ve televisión, mis sueños de la noche anterior.
Casualmente anoche tuve este sueño: Yo era un mensajero y llevaba una valija llena de billetes y un tipo me atracó. Se me fue por detrás y me sorprendió. Comencé a chillar, a berrear y a lamentarme: Que si perdía la plata me botaban. Que si me botaban mi mujer me mataba. Que si mi mujer me mataba mis hijos quedaban huérfanos. Que si mis hijos quedaban huérfanos se convertirían en criminales. Que si mis hijos se convertían en criminales irían a buscar al tipo que asaltó a su padre y lo matarían y que sería lentamente. El tipo, no sé si aburrido de mi cantaleta o por miedo a la venganza llevada a cabo por mis pequeños niños, no me asaltó.
¡Qué sueño más raro! Ni siquiera tengo hijos.
También soñé que el patito feo ya no lo era. Soñé que vivía en la Ciudad Luz y era modelo de alta costura y que triunfaba en las pasarelas. Tengo muy mala memoria. Pésima. Pero ya puedo recordar hasta mis pesadillas. Por las tardes llevo mi atrapasueños al parque y allí comparto mis sueños con alguien que pronto se interesa en contarme los suyos.

domingo, 23 de marzo de 2014

CARTA A MANDY DESDE EL PARAÍSO

CARTA A MANDY DESDE EL PARAÍSO
Cerro Patacón, 27 de febrero de 2002

Mi muy querida Mandy:

¿Cómo está mi cucaracha preferida? ¿Bien? Cuanto me alegro. Te mando estas líneas para saludarte y desear que estés rodeada por tus 3 458 hijas, nietas, bisnietas y tataranietas. Sé lo difícil que es eso. Con tanta fumigación espero que el número de tu familia no se vea exageradamente mermado.
Te cuento prima que por acá me va muy bien. Esto es el paraíso. Hay montañas de basura. Tanta que las ratas ni me voltean a ver. Nunca tengo que preocuparme porque alguna de ellas me quiera cenar. Y lo mejor de todo: Nadie anda persiguiéndome apurado a destriparme con una chancleta.
Mudarme fue lo mejor que pude hacer. Espero que tomes en serio mi invitación a convertirte en mi vecina junto con tus muchas hijas, nietas, bisnietas y tataranietas. Tan sólo tienen que imitarme. Llegué aquí montado en un camión recolector de basura y te digo que el viaje es bastante seguro y entretenido. Hazlo pronto y antes de la próxima fumigación.

Con cariño

Mingo

domingo, 16 de marzo de 2014

CUENTOS DE DO, RE Y MI…

Do le preguntó a su hermanito Re sobre el por qué sus padres fueron tan tacaños y los bautizaron con nombres tan diminutos. Mi, la hermanita de ambos, sin que le preguntaran, le dijo que un nombre pequeño era signo de cariño. Re estuvo de acuerdo con Mi y le recordó lo lindo que se escuchaban sus nombres en la boca de mamá.

Do no quedó muy convencido e insistió que los nombres cortos eran para no gastar mucho aire. Re y Mi le replicaron que cómo iba a pensar eso y terminaron envueltos en una discusión. Y Do que les decía: “Papá es un tacaño” y Re que le contestaba: “Te voy a pegar un puñete” y Mi que no se quedaba atrás, gritaba a todo galillo: “Pégale, pégale”. En eso estaban, hasta escuchar una voz muy dulce que los llamó por sus nombres. Era mamá. Los tres corrieron hasta su falda y Do olvidó la tacañería.

domingo, 9 de marzo de 2014

AURORA

Aurora, cantas y de tu boca brotan..., ¿Canciones? ¿Historias? ¡No! ¡Maldiciones! Unas envueltas en celofán o papel de regalo, otras perfectamente desnudas, pero todas llenas de esperanza. Son como querubes de sol que rasgan el tapiz de la noche. Son como extrañas melodías que hurgan el punto preciso.
            Tus maldiciones son especiales; no son gasto inútil de saliva. Son juramentos sin marcas de la bestia, germinados en una esquina del desierto, libres de víboras y cangrejos. Tienen sabor a cabellos despeinados, olor a dedos industriosos y textura de orquídea amable.   
            Maldices todos los días y hasta tienes tus preferencias, por ejemplo, condenas el agua estancada y el viento frenado, la impotable y el irrespirable. Para ti, interrumpirse es morir y tú maldices por no resignarte. ¡Vivan tus cascadas y tornados! ¡Adiós a la charca!
            Tus maldiciones son las mías, las de una tarde vacía de eclipses pendencieros y colmada de resonancias luminosas. Me costó unos años comprenderlo. Sin embargo el dolor, el tiempo y el amor lograron abrir mis oídos y así pude entender de imprecaciones. No tengo tu maestría, pero ahora proclamo que es mejor maldecir que doblar la rodilla izquierda.
Maldices al papá que regala una bicicleta a un niño sin enseñarle a manejarla; y a la madre que matrimonia a la hija con una ceremonia y no con un hombre. Al joven que necesita colgarse una marca en el cuello para sentirse y a la chica que requiere engancharse a un cuello para sentir.
Maldices la cucaracha oliva que se filtra entre las rajaduras del ombligo y se jacta de las envidias que derraman sus encías. Tú maldices, Aurora, las horas bordadas con el temor de zafarse de las sombras. ¡Miedo al miedo! Hay que apagar el televisor y encender la vida. ¡Maldita sea!
            Por tus maldiciones, un puñal de tul en caída libre se sumerge en las carnes y abre espacio entre las costillas y rompe la unidad de los tejidos y los inunda de coraje. Por tus maldiciones, el encaje más amarillo se torna blanco al sufrir los pinchazos de la aguja uniéndolo a la pollera. Tú nunca te rindes y siempre coses tus camisas. Por eso atiendo tus maldiciones.
            Aurora, cantas y la atmósfera estalla en maldiciones, llenas de esperanza. Y tu anatema viaja hasta los cometas y tu denuesto rebota por los cráteres. Extraña melodía en busca de libertades. Sé que no eres necia sino que en verdad nos quieres.

            Benditas tus maldiciones, las que no abandonan el bajel amenazado por el naufragio. Benditas tus maldiciones, las que perennemente alentarán a un niño armado con un biombo, a lanzar una piedra al aire para que estallen los colores. Aurora, cantas y de tu boca brotan..., ¿Canciones? ¿Historias? ¡No! ¡Maldiciones!

domingo, 2 de marzo de 2014

Uno de mis cuentos traído desde el margen:

CANTATA DE GORDA Y MURCIÉLAGO 


            Hoy he decidido que sea 29 de febrero. Recuerdo que el 29 de febrero del año pasado la pasé muy bien. Sí, en efecto, así fue.       También he decidido que sea miércoles. Supongo que el ombligo semanal me ayudará a soportar mejor este peso en el cardias, el de esta gorda sentada sobre la boca de mi estómago, el que no me permite hacer bien la digestión.
            Basta que me acueste o hasta que me siente, para que la obesa, se acomode sobre mí. Creo que ya debo oler a estiércol, porque encima me hecha cada flatulencia.
            Son las 19:31. Es una bonita mañana.
            Ayer, por unos minutos, pude zafarme de la gorda que me impide hacer bien la digestión; es que fui al mercado público y una piedrera me pidió un cuara. Trate de ser discreto, pero aproveché la ocasión. Claro que yo no necesito regresar, ese problema ya lo tengo resuelto, hace mucho tiempo.             
            Aunque he decidido que hoy sea miércoles, el aire me sabe a domingo. Debe ser una evocación. Una memoria traída por usar a la piedrera. Cuando niño en la misa me dedicaba a observar mujeres. Las miraba a ellas y su aparentar de ángeles y santas. A las mayores por sus velos cubriendo misterios. A las más jóvenes por sus rostros de poco maquillaje. Me gustaba imaginar las curvas bajo esos trajes poco insinuantes, sin importar si se trataba de un seno caído o una nalga firme. Me gustaba darle alas a la invención y sentir en mi paladar el sabor a sudor. Dejé de ir a misa. Ahora me basta con cerrar los ojos o mirar al cielo raso.
            Pese que estoy tomando decisiones en forma clara y sin titubeos, hoy el olfato se me ha despertado confundido. Siento olores a jamón, confeti y cera de vela. Quiere decir que debemos estar en agosto. Ya mis oídos adivinan el sonido de la patria y de nuevo el olor a jamón; o ¿Será que adivino la música de una murga y el olor a incienso? No sé. Creo que ya no me puedo guiar por el olfato para saber en que época del año estamos. Esa gorda debe estar involucrada en esta pérdida de agudeza de mi tan preciado sentido. Hace días o semanas, no estoy seguro, no recibo visitas y por cuestión de justicia, no visito a nadie. Quizás el olor a flato sea insoportable y por más jabón, desodorante y perfume que use, no lo puedo disimular. Hoy desperté comprensivo, así que, en nombre de los que no me visitan y no me invitan, voy aceptarme esa disculpa.
            Tener estas particularidades, como una gorda oprimiendo con su peso mi cardias, es cosa de familia. Mi hermano mayor también tiene lo suyo. Él en vez de un corazón que bombea sangre, tiene un murciélago que la succiona.  Antes que se me olvide. El sentido del tacto de mi hermano es muy singular. Que yo sepa, una almohada es suave, hasta puede ser tierna; pero sólo muy dormido se le puede confundir con una mujer. En la piel de una mujer, según lo escuchado alguna vez, se puede sentir el sabor a sudor ajeno, en una almohada, no. Él, mi hermano, sin estar dormido y si el murciélago se lo permite, puede sentir el sabor a sudor ajeno sobre la funda de una almohada.
            Ya se me olvido que tenía que decirles.
            ¡Ah! Mi hermano duerme solo. Bueno, casi siempre. Me contó, hace mucho tiempo, que a veces los sueños le acompañan, pero que basta con un cambio en el ritmo de su respirar, para que se fuguen. Basta que el murciélago que habita en su tórax roce sus pulmones, para que éstos se le agiten. Entonces los sueños se van, lo abandonan huyendo del terrible batir de alas peludas.
            De verdad, él tiene un murciélago volando dentro de su pecho, nadie le cree. Yo sí.
            Cuando va al médico, el doctor siempre se enoja. Dice el galeno que su corazón tiene una magnífica salud que lo de él, no es más que una extraordinaria necedad. Que difícil se le hace a mi hermano explicar que cuando el miserable quiróptero bate las alas, agita sus pulmones, espanta sus sueños, arruga su ceño y sospecho, deja su boca con un aliento terrible. Algo parecido al olor a caca de mi gorda.
            ¿Cómo pudo crecer ese bicho dentro de él? ¿Cómo pudo esa gorda acomodarse sobre mi cardias?  No sé, supongo que fue cosa de los años, las costumbres y esas ganas de comer en nuestros platos sin interrupciones. En la secundaria, siempre nos mantuvimos alejados de los muchachos, mucho más de las muchachas; nunca jugamos pelota, jamás piropeamos chicas, él siempre sentía el roce del murciélago en sus entrañas. Yo, el olor de mi gorda. Desde entonces, al eructar él, siente como el pelo asqueroso se mezcla con la comida; al sentarme yo, me ahogan el peso y los gases de mi gorda.
            Una vez en el bachillerato, a mi hermano, la sensación de pelos rozando su lengua, le provocó vomitar; al explicarle la razón a nuestro padre, este revisó minuciosamente la devolución y al no encontrar nada parecido a un pelo, lo castigó por una semana. Yo no confesé ni insinúe nada sobre mi gorda. Eso molestó a mi hermano y desde entonces, su murciélago y mi gorda, viven sin verse ni tolerarse.
            Pero seguimos siendo hermanos.
            Nosotros, él gracias al murciélago, yo a la gorda, hemos recorrido una vida entera sin molestarnos en pensar el por qué nuestros labios inferiores, al acostarnos, no tienen otra compañía que la de nuestros labios superiores.
            Los dos aprendimos la innecesidad de ir a misa.
Por el murciélago, él sin estar dormido, sin usar mucho la imaginación y sin la compañía de los sueños, confunde el olor de almohada con aroma a sudor de mujer. Por la gorda, a mí me basta cerrar los ojos o mirar fijo al cielo raso.

Palabras de un tío a su sobrino

Querido Davisín, querido sobrino, sobrino que cargué en mis brazos, mis brazos que también abrazaron a Monina, mi bella hermana, tu bella madre, te hablo desde mi oscuro podium de ánima penitente. Mi alma no descansa, no puede descansar.
Querido Davisín, querido sobrino, sé y lo sé muy bien que no recuerdas mis sonrisas. Pero también sé y lo sé muy bien que tú y yo estuvimos conectados. Fuiste tú quien dio la alarma: ¡Tío Pipo pum, pum! ¡Tío Pipo pum, pum! Sino hubieses dado ese pitazo, yo hubiese muerto sin volver a ver el rostro tierno de mi madre, el rostro tierno de tu abuela.
Querido Davisín, querido sobrino, la historia está escrita, la de Ascanio, la mía no. Te la cuento. Estudié hasta el I bimestre de 6° año en el Instituto Bolívar, de allí pasé a la nocturna del Instituto Nicolás Victoria Jaén, me cambié porque quise trabajar, quise hacerme responsable de mi vida, quise dejar de ser una carga para mis padres. Además, trabajando en Salsipuedes, recogía algunos reales con los cuales patrocinaba una que otra actividad de la federación de estudiantes. El 9 de enero de 1964 era ya casi el final del IV bimestre, faltaba un mes y unos cuantos días para graduarme del bachillerato. Pero la ocupación colonial no quiso que fuese así.
Aquella tarde de dolor y gloria, de sangre y honor, los aguiluchos llegaron hasta mi aula de clases y nos contaron la humillación, y nos hablaron del escarnio, y mi pecho no pudo menos que estallar y marchar hasta la frontera impuesta. Sabes muy bien que, al igual que tú, soy panameño hijo de inmigrantes, tu abuelo es colombiano, tu abuela es peruana, pero tu abuelo y tu abuela quisieron más a esta patria que muchos malandrines nacidos aquí. 
Caminamos desde Bella Vista hasta la frontera impuesta, la que hoy conoces como avenida de Los Mártires. Allá tomé la bandera y marché con ella y marchamos todos, varias veces, entre el comisariato de Curundú y el Nido de Águilas. Veníamos de regreso desde el Instituto y en la esquina del Hotel Tívoli, en esa  maldita esquina y desde ese maldito hotel, cerca de las diez de la noche dos  balas del 45 me alcanzaron. Una atravesó mi cuerpo, la otra reventó mis pulmones. No creas que me causó alguna consternación saber que saquearon ese hotel.
Me llevaron al Santo Tomás y me dieron por muerto. A la una de la madrugada del 10 de enero se percataron que aún vivía y hasta a esa hora comenzaron a atenderme. La noche del 9 de enero fui herido y di la batalla por mi vida hasta la noche del 11 de enero. Dicen que si el banco de sangre no hubiese colapsado, quizás me hubiese salvado. Quizás en el siguiente mayo hubiese celebrado mi cumpleaños número 19. Pero Panamá es tierra de paz, ¿cómo estar listos para la guerra? ¿Quién iba a imaginar que el odio se atrevería a tanto? Antes de partir, al ver el rostro lloroso de mi madre, sólo pude consolarla con estas palabras, mis palabras: todo es por la patria.
Pero Davisín, a pesar de los muchos frutos de la sangre derramada, mi sangre, no puedo descansar, no me dejan hacerlo. Desde acá te digo que hay seres peores que los demonios del infierno. Los hombres, las mujeres que se burlan de la sangre del sacrificio valiente, los que se mofan de los muertos por la patria, esos son peores que Belcebú y sus legiones.
Querido Davisín, querido sobrino, estoy cabreado, estoy cabreado de tanta pose. Estoy asqueado de tanto turismo. Porque parece que de eso se trata, de ir a tomar el aire fresco frente a mi sepultura, de tomarse la foto a pocos pasos de la placa que identifica mis restos. ¿Será que los  más honestos son los que de una vez se marchan a las playas y olvidan el día de mi asesinato? Gobiernos van, gobiernos vienen y ni uno sólo ha sido capaz de reivindicar la totalidad de nuestra causa: Panamá para todos los panameños y no para unos cuantos.
Querido Davisín, querido sobrino, estoy cabreado, estoy cabreado de tanta mentira. Estoy cabreado de ver que aquellos que gritaron: ¡Maten a todos esos comunistas! Ahora son los que pelechan del canal. Esos que decían que la soberanía no se come, son los mejor alimentados por la soberanía. Estoy cabreado sobrino, muy cabreado.
Querido Davisín, querido sobrino, estoy cabreado, estoy cabreado de tanta incoherencia. Estoy cabreado del turismo revolucionario, de ver a tanto joven de mi edad que estudia en la universidad a la que las balas no me permitieron asistir, verlos ser patriotas hasta que se gradúan y el gobierno o el partido o alguna ONG patrocinada por mis asesinos los contrata. Son patriotas hasta que comienzan a cobrar un cheque por dejar de serlo. Y claro, mientras hacen la revolución no dejan de enriquecer a los dueños de las cervecerías, a los cómplices de mi asesinato.
Estoy cabreado, sobrino, estoy cabreado de ver a tanto turista del primer mundo exclamar con gran asombro en las marchas del tercer mundo: ¡Esto ser da revolución! ¡Que gud es ser revolucionario! Sobrino, ¿tú no crees que sería mejor que ellos regresasen a sus países a revolucionar las leyes de migración que nos impiden ir a sus tierras a hacer la revolución que ellos no se atreven a hacer allá y así nosotros poder regresar y hacer la revolución acá?


Davisín, soy Estanislado Orobio Williams, tu tío, la razón por la cual te sientes orgulloso de no tener la visa de los gringos. Pero también espero ser la razón por la cual te sientes orgulloso de tu trabajo, de tus amigos, tu bandera y tu país. Pero querido sobrino, te pido un gran favor, te lo pido desde mi oscuro podium, sigue conectado a mí. No a mi fantasma, a mí. No a mí nombre, sino a mi persona. Fui un muchacho que aún ama este país, que como hijo amó y también como hermano y como enamorado; apenas pude comenzar a trabajar lo hice y siempre que pude fui solidario; cuando tuve que cargar la bandera también lo hice. Mi pecho fue atravesado por el plomo y morí por no recibir la correcta atención médica. Sé y lo sé muy bien que jóvenes como yo aún abundan en Panamá. Davisín, conéctate a mí y diles mis palabras, diles que no las olviden: Todo es por la patria. Todo es por la patria. Que todo es por la patria. Sólo así podré abandonar este oscuro podium, sólo así podré descansar. Sólo así mi Panamá, tú Panamá será la patria, por fin, la patria de todos los panameños.