Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 26 de octubre de 2014

ALECRÍN ES UNA CANCIÓN


Alecrín es la flor que canta, una copla en febrero, la sinfonía de septiembre. Sin embargo. Su canción es inconveniente, inoportuna, imposible. Y aún así. A pesar del julio fatal. Himno lejano del Octavo Sol.
            Entre las ráfagas de la incertidumbre se escuchan las notas del cántico. Así como aletear de colibrí, tenue torrente que se aproxima y, asustado, rehuye el encuentro. Se escucha el canto y el prado vacante del Octavo Sol, invitó a diez mariquitas a caminar entre los capullos y desde las puntas del pasto avistaron a Alecrín vestida de cantatas y recorriendo las praderas. Una obertura verde nació desde sus labios.
            El octavo Sol al medio día lanzó mil reflejos contra el escudo arcilloso. Y nació un feroz ataque de sed. Ese canto perfecto, ¿sería un espejismo? Ningún par de huellas crecía en la ribera. La flor no caminaba. El astro habitaba el cielo.
            ¿Sería un espejismo? El Sol oyó la canción y por fin quiso correr hasta la flor y las corolas que no eran ensueños. El pasto no mintió. El himno era su alegría.
            Sin embargo la arcilla jamás guardó los pasos. No podía. El octavo Sol, al igual que todos los soles, no abandonaba sus pisadas. Una vez un sol lo hizo y el incendio fue terrible. A pesar de la cercanía, a la flor no le pudo arrancar ni una sola gota de perfume. Y no fue culpa de las espinas. No era Alecrín el espejismo. Él, el incandescente sublime, lo era.
            Desencanto. El lucero tan cerca de los pétalos, el aroma tan lejos de los rayos. Alecrín es una flor y también una canción, una copla en febrero, la sinfonía de septiembre. Sin embargo. Canción inconveniente, inoportuna, imposible. Y aún así. A pesar del julio fatal. Himno del Octavo Sol.

domingo, 19 de octubre de 2014

CARTA A UNA COSA ALADA Y PELUDA


Juan Díaz, 1 de abril de 2002

Querida cosa alada y peluda:
            ¡Hola! ¿Cómo estás? Espero que bien y recuperándote de ese terrible y afortunado accidente. Fue como para el titular de un periódico: “Murciélago choca a alta velocidad contra un ventanal”. Me imagino que te confundiste por volar de día. ¿Qué te motivó a hacerlo? ¿Acaso fue el gato del vecino que rondó por donde acostumbras dormir? Si fue así, házmelo saber para reclamarle cuanto antes al dueño del felino.
            ¿Ya sanó tu fractura del tabique nasal? Cuando te vi sangrar por la trompa supe al instante que te amaría por siempre. Mi vocación de veterinario frustrado brotó como agua de un manantial. Te tomé muy dulcemente entre mis manos y limpié la sangre de tu rostro. Tuve que tener mucho cuidado para que no me mordieras con tus filosos dientes. Mira si te amo, a pesar de mi costumbre, no te obligué a fumar ni un solo cigarrillo. Todo lo contrario. Al terminar de curarte te deposité entre las ramas de un almendro; así podrías, después de recuperarte, tener a la más corta de las distancias los frutos que tanto te gustan.
Al volver en ti, como para demostrar tu maestría, volaste varia veces cerca de la ventana sin siquiera rozarla. Luego te alejaste y no te he vuelto a ver. Por eso decidí escribirte esta carta. La voy a dejar en la misma rama donde te coloqué aquella tarde del accidente. Espero que regreses por almendras, la encuentres, vueles hasta mi ventana y como no sabes leer, me pidas con una mirada que camine hasta el almendro y te lea mi carta. Con cariño...

Alberto Olivardía