Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 18 de diciembre de 2016

EL GENIO Y EL OTRO ALADINO

Hay una historia, hasta ahora, no escrita; por lo tanto, poco conocida. La del otro Aladino. Sí. Hubo otro Aladino. Uno que caminaba las calles por no volar en alfombras ajenas. Aquel que quiso regresar la lámpara y por querer regresarla limpia, la frotó hasta abrillantarla. Ya había liberado al genio de su encierro, sin embargo él seguía lustrando la farola. Tan abstraído estaba que no restó atención al famoso discurso, ese de amo estoy a tus servicios, he de concederte todos tus deseos, bla bla, bla. Aladino, el otro, parecía más preocupado por completar la labor comenzada. El genio, después de unos minutos de ser ignorado, se impacientó y preguntó con imperiosa voz: -¿Qué deseas?.

            El otro Aladino levantó sus ojos y poco se admiró con los vestidos del majestuoso elfo. Vio un sesgo despectivo en su mirada que no le agradó para nada. He dicho que deseas-insistió, casi gritando, el mágico ser. El Aladino de las sandalias gastadas le contestó que por lo pronto no deseaba nada y puso mayor ahínco en el movimiento del paño sobre la superficie del quinqué. Así estuvo por lo menos un par de minutos, hasta que finalizó. Una vena comenzó a inflarse en la frente del genio.
¿Acaso deseas un palacio repleto de joyas? Cada baldosa sería del más fino mármol. Cada acabado de oro y marfil. No habría mueble que no fuese de sándalo y caoba. Sus jardines abundarían en flores y topacios-inquirió el antiguo habitante de la lámpara. El otro Aladino, arqueó por un instante la ceja izquierda, se llevó el índice de la mano derecha hasta sus trompudos labios, y finalmente le dijo a su interlocutor que mejor no. Que eso de dedicar el resto de su vida a velar por el brillo de una casa tan bella y de tantas alhajas no le era para nada atractivo. Y ni casa ni joyas tendrían gracia si alguien no se dedicase de lleno a cuidar su fulgor. Abrillantó la lámpara sólo para no regresarla opaca a su dueño.  Podrías dedicarte a abrillantar diamantes y esmeraldas y luego regalarlos a tus familiares y amigos-le sugirió el genio. Aladino, el del turbante viejo, reaccionó de un saltó preguntándole al genio sobre que clase de amigo sería él, si por culpa de esos regalos sus familiares y amigos perdieran el amor al trabajo.
Después de un largo suspiro el genio preguntó: ¿Quieres ser dueño de mucha tierra y mucho ganado? Tendrías los más finos corceles. Las vacas y cerdos más gordos. Las ovejas con la más delicada lana. Las aves de corral de más rápido crecimiento. Muchas hectáreas sembradas con las más frescas legumbres y muchas más hectáreas cubiertas por las sombras de los más productivos árboles frutales. Nuestro Aladino le contestó que apenas tenía tiempo y ganas para atender una docena de sábilas que crecían en su patio trasero.           Podrías darle trabajo a tus amigos- sugirió tentador el majestuoso cumple deseos. Al Aladino de las manos callosas no le pareció mala la idea. Pero al final desistió, pues tendría que preguntarse si sus amigos y familiares seguían siendo sus amigos y familiares o se convertirían en sus empleados. La respuesta lo asustaba.
¿Quieres que te consiga la mujer de tus sueños?-golpe bajo de parte del genio. Aladino, el otro, apenas pudo confesar que aquella a la cual dedicó muchas horas de ilusión, al final, decidió ilusionar a otro. Y él respetaba tal opción. El genio insistió: Te inventaría una mujer de acuerdo a tus gustos y deseos. El otro Aladino no disimuló su ira y le espetó al mago que se imaginara lo amargo que sería vivir con una mujer sabiendo que toda la felicidad no era más que fruto, no del amor, sino de un hechizo. El genio enojado, con la vena de la frente a punto de estallar, se transformó en ogro y lanzó esta amenaza: O le pedían un deseo o a alguien le iría mal. Muy mal. El otro Aladino, dadas así las cosas, sólo se le ocurrió ordenarle que entregase la lámpara a su dueño. Pero el dueño de la lámpara es quien tiene la lámpara- replicó el genio. Bueno, ahora tú la tienes, le dijo el otro Aladino. Y así muy ufano se marchó. Y la cara del genio angustiado se alargó, se alargó y se alargó.

domingo, 11 de diciembre de 2016

LA VOZ ESCONDIDA

Las sirenas repletas de hisopos aún parecen deltas impenetrables. Es el canto agudo que recuerda los clavos y las hienas. La noche de las chispas de terror y fósforo, puntas que atormentaron en diciembre. Ni aquel enero fue tan cruel. La Niña de Chocolate fue inmolada en adviento. Secreto de pirámide y carne convertida en olor y ceniza.
            Nos sorprendió dormidos. Entre tanto amago, no amagar fue la sorpresa. Golpe de brazas sin ascos ni contemplaciones. Los ídolos de la guerra proclamaron su oráculo: ¡Vengan los humos ácidos y las llamas crueles! Una garra apagó las estrellas.
            Las tanquetas a media noche vomitaron. Los torpedos iluminaron con luz de oscuridad los techos, baños y zaguanes. A la una de la madrugada murió Demetrio envuelto en sudarios de fuego. El reloj demente declaró que la lumbre lamió el barrio a las siete de la mañana. Así fue el apuro por declarar inocente a un cangrejo llamado Hummer.
            Con sus tenazas lujuriosas y obscenas, aquel cangrejo rasgó la playa y nos dejó sin tiempo y ahogados en intrigas. Desde Carolina llegó flotando y desató la lluvia de vergüenzas y bermellones. El fósforo molido inundó las arterias y el incendio habitó entre nosotros.
            La Niña de Chocolate por más gritos y alaridos no lo pudo evitar. En la tarde cerveza y dominó en la acera, en la noche clavos de hoguera traspasando las manos de la infanta. Un aletazo del abismo quemó sus mejillas, ahorcaron la doble sena de un viejo aburrido.
En los techos y envueltas en sábanas de humo, las moscas letales depositaron sus huevos. Y más allá de las cortinas donde sólo llega el resplandor voló un murciélago sin perdonar a quien no llevó la marca de un transponder. Desde una trampa llamada retén, Manuel, el de las especias, fue triturado por las muelas malditas de un crustáceo. Y encima convirtieron en suceso el que su cuerpo no cupiera en la bolsa negra.

            La montura de Atila cabalgó por la ciudad y su relincho opaco sólo lo escuchó la muerte. La peor de las guerras cohabitó entre nosotros, con el incendio de la veintisiete y los aplausos de la cincuenta. Y el fuego cundió. Y una raza de castrados anidó junto a las garzas. Y un machete azotado fue reemplazado por una carrera hasta la más próxima sotana. Ecuación infame: Un general más un machetazo más una manada de pequeñas alimañas indispuestas para la lucha igual a una recua de cobardes.
            ¿Será posible lavar la brisa del asco de la orgía montada en el nido de amor de las tanquetas, de la vulgaridad del saqueo, de la sensación de impotencia, del sabor que deja en la boca ver a un gringo desde un hummer saludar como reina de carnaval? ¿Será posible olvidar?
            Mis pupilas sonámbulas dan vueltas y buscan sin encontrar. Una lágrima con sabor a vinagre surca la mejilla. Claman los caídos bajo el húmedo césped. Murió el culantro y sólo crecen hongos. ¿Será posible olvidar? ¿Ocultar el holocausto?
            ¿Qué máscara, por inmensa que sea, puede ocultar el horror de las cenizas de Demetrio y la bolsa negra de Manuel? ¿Qué máscara puede ocultar detrás de los votos las botas invasoras?      Si tan sólo se hubiesen preocupado por dejar una gotita de aire sin humo, sin ceniza de zinc retorcido y carne abrazada. Pero no les bastó el dolor del fuego. Tuvieron que construir el muro de los aplausos. ¡Oh Señora tricolor! ¿Cuándo bajaras del Ancón convertida en el otro fuego? La causa justa embriagó a los istmeños con tuétano de fémures y nuevamente precisan cubrir el horror con un velo. ¡Resaca maldita!

            No hay máscara posible. El fuego quemó los lazos y los salvajes acamparon en el patio y no hay lágrima que los conmueva. No es posible pensar que todo fue un mal sueño, pesadilla de indigestiones. El olor a muerto abrazado aún se siente. No se puede, aún las botas marchan cerca, muy cerca.