La copa que no contiene
Ciudad Menhir.
Año
2136.
Hace
147 años apareció la plaga.
Por
las noches, para defenderse, los ciudadanos construyen retenes donde la esperan
armados. Por las noches, para defenderse, los ciudadanos inundan la oscuridad
con el sonido de las contiendas.
Silcon
es el jefe de los beligerantes; es un notable estratega y conoce bien la
ferocidad de la plaga. Alrededor del ombligo tiene varias cicatrices que le
recuerdan unos dientes antropófagos.
A
Menhir llegan pocos turistas, un viento de miedo los aleja. Uno de ellos
llamado Tedrom, se sumó a la defensa de la ciudad. Viene del otro lado de la
cordillera, atraído por las noticias de los desastres causados por la plaga.
Al
anunciar su deseo de pelear, recibió muchos aplausos de los ciudadanos;
solamente Nutbra no lo felicitó. Uno y otro conversaron sobre lo desatinado de
guerrear en los retenes, pero aún así, la curiosidad de Tedrom se mantuvo viva.
Nutbra
es un maestro dedicado ha estudiar a la plaga; sus hábitos, evolución y
desarrollo son temas que domina de sobra. Él conoce su origen; ella es una
mutación fruto del contacto con los vapores desprendidos por unos cristales al
sublimarse. Un día observó una transformación y quedó muy impresionado; desde entonces, procura alejar de las
refriegas a las personas que nunca han visto a la plaga.
Todo
esto, excepto los detalles de la fisonomía de la plaga, Nutbra se lo contó a
Tedrom; pero este insiste en hacer guardia, empujado por la angustia que despierta el peligro de
ser comido. Nutbra teme revelar con una palabra de más, lo que él considera el
mayor perjuicio de la plaga.
Caminaron
juntos hacia un retén donde Silcon recibió alegre al visitante, tanto que
improvisó algo con sabor a ceremonia militar al entregarle un arma de combate.
Orondo
con su fusil, Tedrom imaginaba vivir una aventura bélica; estaba listo a
exterminar fría y serenamente a ratas, grillos, reptiles o cualquier peste que
fuese la plaga.
En
la barricada, los ciudadanos parecen lobos prestos a libar sangre. Nutbra
frente a ellos calla...el retén es para la guerra...pero no olvida la fisonomía
de la plaga. Al tomar los guerreros sus posiciones, la espera muy delicadamente
se viste con el chal del silencio. La luna sonríe a todo fulgor, dando
suficiente luz para apuntar, disparar y no fallar.
El
espeso mutismo se diluyó, cuando la atmósfera se colmó de pequeños ruidos que
se convirtieron en un gran escándalo al grito de allí vienen.
Silcon
pasándose la mano por el ombligo dio las órdenes pertinentes. Nutbra se
persignó y apuntó con su rifle hacia donde se oía acercarse a la plaga; todavía
lamentaba la presencia del forastero en el retén. Tedrom por su parte, sufría
las consecuencias de un derrame de adrenalina en la sangre; el pulso acelerado
ocasionaba un ruido de cascadas en sus oídos, impidiéndole escuchar claramente
otras cosas.
Entre
bramidos se dejó ver la plaga y a una señal de Silcon, los ciudadanos con muy
afinada puntería, empezaron a disparar; Nutbra también.
Tedrom
no pudo creer lo que veía, era espantoso conocer por fin a la plaga y verla
morir...horrible. La curiosidad y el temor a ser comido, fueron superados en creces
por nuevos y agobiantes
Sentimientos. Por un segundo cruzó su
mirada con Nutbra, comprendiendo el afán de salvarlo de tal espectáculo. Se
quitó la camisa y gotas de sudor aterido recorrieron zigzagueando su espalda.
Un pequeño mareo le ascendió por las piernas hasta las sienes, un ligero
malestar asustado por un espécimen de la plaga que saltando el retén, vino a
morir a sus pies gracias a los tiros de Nutbra. Silcon sonrió y siguió
disparando. Tedrom observó bien el cuerpo y ya no tuvo ninguna duda sobre que
era la plaga. El visitante del otro lado de la cordillera, el turista que vino
a deleitarse en sentimientos desagradables, sintió afectada su humanidad y
estrangulando el cañón del fusil, dejó escapar un plañido y torpemente pudo
balbucear: -pero si son niños...son sólo niños...-