Estoy
muy enfermo. Me soplo las narices y siento que una masa viscosa es arrancada
desde las mismas raíces de mis sesos. Qué alivio es abrir el pañuelo y ver que
es verde o roja, no gris. Me preocuparía si así fuera. Precisamente, ese es uno
de los síntomas terminales de mi enfermedad: catarros grises. No cualquier
gris, sino gris cerebral.
¡Y todo por la caja boba! El mundo
entero la ve. Pero ocurre que hay cerebros que se derriten al entrar en
contacto con las emanaciones Q-14. Muy pocas personas pueden captar dichas
emanaciones televisivas. Obsérvese que he dicho emanaciones, no radiaciones.
Este síndrome, provocado por un gene
recesivo, se debe a una hipersensibilización de la corteza cerebral, que
permite procesar las emanaciones mencionadas y la consiguiente formación del
infraplasma. Esta última sustancia convierte la masa encefálica sólida en un
gel, que termina por escurrirse, gracias al proceso osmótico, a través de las
cavernas acondicionadoras del aire usadas en la respiración. Las emanaciones de
la caja embobizante, a una de cada diez mil personas, le transforma el cerebro
en catarro, en moco. ¡Qué suerte! Tenía que ser una de esas diez mil personas.
Ahora. Con la vida que he llevado no
morir de SIDA, cirrosis o un infarto es un prodigio. Morir de algo que le da a
una de cada diez mil personas, también es un milagro.
Me percaté que algo raro me ocurría
cuando no pude curarme de una exagerada dolencia, un resfriado caracterizado
por los ríos de moco que se escurrían por mi labio superior. En lluvia como en
soleado, la gripe no daba ninguna muestra de mejoría; todo lo contrario, se
agravaba.
Vinieron los exámenes médicos, las consabidas pruebas
antialérgicas, los días en la sala de observación, muchas cápsulas,
inyecciones, muestras de sangre, orina y por supuesto, de moco.
Luego de una serie de análisis un especialista, de esos
que están suscritos a muchas revistas médicas y que sí sacan tiempo para
leerlas, me refirió al famoso Centro Internacional de Investigaciones
Neurológicas.
Allí, casi un mes después de mi
hospitalización, diagnosticaron mi mal: Síndrome Neurolítico por Emanaciones
Catódicas (S.N.E.C.). También me explicaron lo irreversible del mal, pero que
podía controlarse sometiéndome a un régimen inflexible de medicamentos, dieta
libre de colesterol, mucho ejercicio físico al aire libre y, sobre todo,
alejamiento total de la fuente de las perniciosas emanaciones; me recomendaron
que dedicara tiempo a leer y a conversar con amigos y familiares.
Allí también les expliqué a los
doctores lo absurdo que era pretender que un hombre de este siglo, viviera sin
ver televisión. Soy un hombre moderno y asumo las consecuencias. Morir de algo
que le da a una de cada diez mil personas es un gran honor. Me consuela saber
que me convertiré en mártir.