Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

sábado, 4 de enero de 2014

Y desde el margen un cuento de mi cuarto libro:

Puente y espejo

TRISTE BEBIDA PARA LOS GUAYACANES


            Parecía un viaje más hasta que nos topamos con un inoportuno embotellamiento. Sentado al lado de la ventana de uno de los primeros asientos, observaba a través del parabrisas del autobús como avanzaba lentamente la fila de coches. Primero me enojé y luego, exasperé por la demora. El pesado bus adelantaba unos cuantos metros y frenaba, sacudiendo nuestros cuerpos como mangos en árbol apedreado por chiquillos. ¡Que necedad! Avanzar, frenar...y el remezón. Las luces de frenos de los autos que nos precedían, estaban semiocultas por el humo de sus escapes: Humo con sabor azul ocre y color soso amargo. En caída libre el sol chocaba contra el pavimento, transformándolo en una extensa caldera. Dentro del bus, se respiraba una mezcla de aburrimiento y aire húmedo. El tiempo avanzaba...frenaba...y agitaba sus minutos. Una isleta sembrada de guayacanes floridos, dividía en dos la avenida; sus pétalos caídos parecían alfombra tendida bajo los pies de la tostada tarde. Con pausa nos fuimos acercando a un auto blanco metido en la isla; era como un gran cebú tirado en el pasto, con la testa de cristal hecha añicos. Su conductor y un pasajero conversaban dentro del automóvil. Para ver mejor, saque la cabeza por la ventanilla y constaté la diferencia entre el aire hervido interno al bus y la atmósfera asada de afuera. Estiré el cuello y allí lo vi, acostado al pie de un guayacán: los brazos en cruz, la pierna derecha recogida y la otra estirada, ambas sin zapatos. Una aureola de sangre rodeaba su cabeza. Nunca olvidaré que cuando el bus se detuvo a su lado, sus ojos opacos y los míos parecieron encontrarse. Esa tarde joven, vi como los guayacanes se conmovieron al ver su diluida alfombra, manchada de bermellón. Un agrio bocado les tocó engullir, plasma coagulado de dolor; el asco hizo palidecer sus hojas, ramas y troncos. No pude resistir la tentación de bajar del bus e investigar los por menores. Ella estaba al lado del cuerpo en una actitud muy extraña; le hablé y según me dijo, lo vio todo, bueno, casi todo. Me contó que ambos tenían la intención de cruzar la ardiente calle. Él se adelantó y le faltaban unos cuantos pasos. Ella no se decidía, pues una brisa impertinente intentaba levantarle la falda; solamente oyó un estallido sordo y al levantar la vista, él caía en pleno césped. Sin importar el espectáculo de la falda, corrió lo más veloz que pudo, tratando de ganarle a la de los ojos de abismo. Se apuró...si...como se apresuró. Sin embargo cuando llegó a su diestra, ya la mariposa de las alas de viento había volado. Puso la mano muy suave sobre su pecho aún tibio, tomó sus despeinados calzados y los apretó contra su seno mientras los tristes guayacanes, con su tapete salpicado de bermellón y raíces borrachas de ruina, lloraron pétalos de colores sobre el cuerpo.
            Yo estaba allí ¿acaso se te olvida? Fue cosa del destino. El destino tuvo la culpa, tú no. La velocidad en esta zona es de setenta y apenas ibas a setenta y cinco. No bebiste ni una sola gota de licor, no lo has hecho; tampoco manejabas con desorden, soy testigo de ello. Casualidad que al acercarte, el neumático delantero izquierdo reventó tirando el carro hacia donde él se encontraba. Trató de esquivarte pero el golpe fue peor, en vez de pegarle con un costado lo agarraste de frente: defensa, parabrisas, capota, baúl; finalmente, suelo. ¡Que porrazo! Sin verlo ya me imagino su estado. ¡No! Escucha, no eres responsable, te juro que fue un accidente, te lo juro. ¿Cómo se te ocurre hacer esas comparaciones? Este percance no tiene nada en común con el otro. Aquella vez: una fiesta de fin de semestre, algo de cerveza, un poco de cansancio acumulado, conducir sin otra persona con la cual conversar, un segundo de sueño y despertaste con el golpe. Huiste lleno de pánico al ver manchado su trajecito. Por supuesto que lo hiciste. ¿Donde estaba la madre? Apenas eras un estudiante ¿Que podías hacer? Ir a la cárcel no le devolvería la vida. Truncar tu carrera ¿Con que provecho? Si, si, quizás tuviste algo de culpa, tal vez... ¡pero esta vez no! Un reventón, una llanta explotó y te sorprendió ¿quién puede prevenir algo tan casual? Convéncete, fue un accidente. El auto se dirigió hacia él y no hubo tiempo para reaccionar. ¡Te juro que fue un accidente! Sacúdete los vidrios de la camisa. Es más fácil si te sueltas el cinturón. No, no. Dudo que haya algo útil que hacer. Esta bien, esta bien, ya que insistes, vamos a ver. No creo que me guste, pero vamos.

            No me gusta y no entiendo. No se por qué hacen tanta alharaca, total, así es la vida. A cualquiera le puede ocurrir un incidente. Con cosas más importantes que hacer y pierden el tiempo curioseando. ¡Morbosos! En vez de ayudar, están allí... mirando. Yo no puedo perder tiempo, no puedo darme ese lujo. Por los reajustes estoy en la calle y ahora mi trabajo es buscar empleo. Tengo mujer y tres niños a los cuales no abandonaré, aunque a veces me entran ganas de huir. Estábamos tan bien y ahora no les doy buena vida. Los dos mayorcitos iban a la escuela particular, tuve que cambiarlos a la pública. No les estoy dando la vida que se merecen y por eso la Maida buscó trabajo en un almacén. Mi orgullo y mi bolsillo, al respecto, tienen opiniones contrarias. Por más empeño que pongo la suerte no me acompaña, sólo trabajos eventuales. La única buena suerte fue ganar una oferta, un seguro de vida por un mes. Claro, esperan que después del plazo lo siga pagando. ¿Con qué? ¿Con cascarita de huevo? Conmigo no cuenten. La situación puede mejorar. Acabo de tener una entrevista donde me dieron esperanzas, casi seguridad. Volveré a trabajar, seré de nuevo el jefe de la casa y ya no tendrá que trabajar mi mujer. Ahora debo levantarme y ordenar las cosas, no puedo desperdiciar tiempo. ¡Ah! No me puedo mover. Y siguen allí, mirando. Vayan a hacer algo útil en vez de estar aquí alimentando su curiosidad. Morbosos, eso es, morbosos entrometidos que se deleitan en observar los contratiempos ajenos. Sí, especialmente ese cabezón de rostro sudado que me miraba desde la ventanilla del bus y ahora está aquí, junto a la loca que robó mis zapatos.