Y Dios se ríe. Y se ríe de mí.
Y sus carcajadas juegan la ronda. Y yo en el centro las veo saltar. Y Dios se
ríe. Y es estruendoso. Y no es sutil. Y sí es obvio. Y es más que evidente. Y
es hasta tosco. Y sus risas me sacan la lengua. Y me resisto. Y mi cejo intenta
arrugarse. Y mi abdomen se endurece. Y no tarda en relajarse. Y lucho contra
las intenciones de mis labios.
Y Dios se ríe. Y
pienso cómo hacer para que se detenga. Y se me ocurre no complacerlo. Y pienso
no cumplir los mandamientos. Y decido no cumplir el noveno mandamiento. Y sí
deseo la mujer de mi prójimo. Y pienso que así Dios dejará de reírse. Y ya Dios
sabrá lo que es que yo me convierta en pecador. Y Dios continúa riéndose.
Y Dios se simplifica. Y yo me
complico. Y soy asaltado por un pero. Y es que siempre hay un pero. Y a veces
hay varios peros. Y sus carcajadas son más fuertes. Y de nuevo pienso en
infringir el noveno mandamiento. Y las risas me restriegan las dudas en el
rostro. Y sí las deudas de esa mujer son más grandes que mi cheque quincenal. Y
sí sus hijos detestan el sólo pensarme. Y sí sus complejos son mayores que los
míos.
Y la duda es un petardo. Y ese petardo me estalla en la
cara. Y sí ella se atreve a decirme: “Nunca dejaré a mí marido”. Y es
preeminente no complicarse la vida. Y se me hace preciso no codiciar la mujer
de mi prójimo. Y es que el rechazo duele. Y no me funciona el cohecho.
Y
Dios se ríe más fuerte. Y sus ja ja me tuercen los ojos. Y sus jo jo me hacen
muecas. Y hasta sus ji ji me asaltan con cosquillas. Y ahora intento el regaño.
Y le digo a las risas que hay cosas serias. Y de las cuales no se deben reír. Y
que la historia está llena de pesares. Y que eso no es cosa de risa. Y que es
todo lo contrario.
Y le recuerda a Dios el
dilema fraterno. Y Caín y Abel. Y me enojo. Y pienso en el asesino. Y Caín
invirtió mucho sudor. Y los callos le abundaron en las manos. Y ensució sus
uñas con la tierra. Y le costó mucho esfuerzo encontrar las semillas. Y más le
costó cargar el agua. Y todo para que las cabras de Abel rumiaran el huerto.
Y Caín se complicó la vida. Y dijo que nada diferente
pudo hacer. Y Abel pagó la complicación. Y todo por que Caín quería ser el
preferido. Y no lo era. Y era Abel. Y no lo soportó. Y Caín no pudo vivir libre
de una preferencia ajena. Y Dios entre risas, me recuerda que Él tiene sus
preferencias. Y que tiene derecho a tenerlas. Y que Él entre divertirse con los
corderos y comerse los vegetales de la comida, elige divertirse. Y vuelve a
reír más fuerte.
Y yo le recuerdo las eternas
alabanzas de los ángeles. Y Dios me dice que prefiere decir un chiste tonto y
reírse solo sin sentirse idiota. Y yo le recuerdo los santos sacramentos. Y
Dios me dice que prefiere correr por el parque con sus chiquillos. Y yo le
recuerdo los ritos y los rezos. Y Dios me dice que prefiere irse a beber una
cerveza sin gastarse toda la quincena y sin pegarle a su mujer. Y yo le
recuerdo las revelaciones escritas. Y Dios me dice que prefiere mirarse las
llantas sin correr al gimnasio. Y yo. Y Dios. Y yo me complico y Dios se simplifica.
Y a mí ni chantaje ni regaño y ni evocaciones me funcionaron. Y Dios se sigue
riendo.
Y estoy desconcertado. Y ningún catecismo me preparó
para un Dios sin Plagas de Egipto ni Corona de Espinas. Y eso me aturde. Y es
que necesito mi Valle de Lágrimas. Y Dios me viene ahora con una pradera de
sonrisas. Y no creo lo que en el fondo significan las risas divinas. Y es que
no puedo creerlo. Y qué concepto tan poco ortodoxo tiene Dios de la vida.
Y Dios sigue riéndose. Y eso me parece poco serio. Y
mi ceño de nuevo intenta fruncirse. Y las risas corren hasta él. Y no me queda
más remedio que rendirme.
Y Dios se ríe de mí. Y es de mí de quien se ríe. Y me
suena a burla. Y me convenzo de que Dios se burla de mí. Y no me parece bien. Y
mi ceño se arruga. Y de nuevo tengo que rendirme. Y es que las risas son
muchas. Y son pertinaces. Y son impertinentes. Y las fuerzas de mi ceño no son
muy grandes.
Y trato de ser adusto. Y
pienso en la injusticia histórica. Y Dios se ríe más fuerte. Y se ríe de mí. Y
de mi excusa para no reír. Y Dios sabe cuanto me importan la justicia y la
historia. Y que la injusticia histórica es una excusa para beber café. Y Dios
se ríe de mí. Y las risas asaltan mi ceño. Y mi ceño se resiste. Y las risas
son muchas. Y finalmente mi ceño es vencido.
Y Dios se ríe más fuerte. Y mis labios comienzan a
estirarse. Y son unos labios traidores. Y mis comisuras labiales buscan mis
mejillas. Y mi diafragma comienza a vibrar. Y mi estómago también. Y mis
pulmones se hacen cómplices. Y mi hígado los acompaña. Y mi corazón se prepara
para la traición. Y ya mi páncreas me traicionó.
Y es que de una traición se trata. Y es que Dios se ríe
de mí. Y mis labios se aprestan a imitarlo. Y todo mi cuerpo. Y mi alma entera.
Y mi cerebro también. Y comprendo que es
necesario evitarme la humillación. Y pienso en traiciones. Y pienso que eso de
amar al prójimo como a ti mismo es como usar el hilo dental muy despacio. Y en
cada uno de los dientes. Y hacerlo una vez cada dos años. Y descubro la
traición. Y la traición en mis labios crece.
Y hago un último intento por
resistir la risa. Y pienso en cosas tristes. Y pienso en el padre de una niña
que quiere una muñeca. Y el tipo no se atreve a contarle la verdad. Y no se
atreve decirle que Santa Claus sólo lee las cartas de los clientes con crédito
en alguna juguetería. Y no se atreve decirle que los arbolitos navideños sólo
crecen al sonido de las monedas. Y no se atreve decirle que este año el olor a
pavo y jamón sólo entrará por la ventana desde la casa de la vecina. Y el buen
hombre se complica la vida. Y se afana por las vitrinas. Y pone su mano sobre
un paisaje nevado. Y no lo siente frío. Y se le complica la vida. Y me enojo. Y
Dios se ríe de la mano que busca el frío de la nieve en el dibujo de una
vitrina ubicada en el trópico.
Y Dios
se ríe. Y se ríe más fuerte. Y es de mí de quien se ríe. Y sé que es de mí de
quien se ríe. Y por mis venas corren las ganas de capitular ante sus risas. Y todas mis células me piden
la rendición. Y no me queda más remedio. Y acepto la rendición. Y mi risa se
une a la de Dios. Y Dios ríe conmigo. Y los dos reímos libres de suplicios. Y
ahora somos dos quienes nos reímos. Y nos reímos de las cosas complicadas que
me pasan a mí. Y porque es a mí a quien le pasan esas cosas complicadas. Y esas
cosas son tan complicadas que Dios prefiere reírse.