Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 21 de junio de 2015

¿PREGUNTAS?

¿Cómo no encerrar esas cuantas voces entre signos de interrogación? ¿Cómo no darles el tono de la duda? ¿Cómo no preguntarse por tantos misterios? ¿Acaso un perro es un misterio? ¿Por qué saca la lengua? ¿Se estará burlando? ¿Y al mover la cola desea refrescar a su amo? ¿Y cómo es que suelta tanto pelo y nunca queda calvo?
            ¿Cómo no preguntarse por qué debajo de la cama siempre aparecen monstruosas bolas de pelusa? ¿Será que de noche, misteriosos primates descansan de un ajetreado día? ¿Y por qué siempre son grises? ¿Se tratará de una raza uniformada?
¿Cómo no preguntarse por qué una rebanada de pan siempre cae al piso del lado untado con mantequilla? ¿Por qué eso ocurre con más frecuencia después de varios días sin barrer? ¿Será una conspiración para reducir las calorías en la dieta? ¿Y qué detergente es el adecuado para quitarle el sucio a la mantequilla ensuciada?
¿Cómo no preguntarse por las ballenas azules? ¿Por qué no tienen cabellos? ¿Por qué ni siquiera tienen plumas? ¿Cómo pueden soportar tanto frío? ¿Y cómo pueden cantar tan bello? ¿Será que las ballenas azules fueron alumnas de las famosas sirenas?
¿Cómo no preguntarse por Herodes y su afán por los niños? ¿Se habrá preguntado si logró asesinar al niño adorado por los Magos? ¿Cuántos años tuvo de zozobras? ¿De cuántos infantes habrá sospechado? ¿A cuántos habrá asesinado, en secreto, con sus propias manos?
¿Cómo no encerrar entre gigantescos signos de interrogación esas cuantas voces secretas que llegan a mis oídos? ¿Cómo no darles el tono de la duda y preocuparse obstinadamente por elaborar la siguiente pregunta? ¿Cómo no preguntarse por tantos misterios?

domingo, 7 de junio de 2015

LA CANCIÓN DE CAÍN

Y Dios se ríe. Y se ríe de mí. Y sus carcajadas juegan la ronda. Y yo en el centro las veo saltar. Y Dios se ríe. Y es estruendoso. Y no es sutil. Y sí es obvio. Y es más que evidente. Y es hasta tosco. Y sus risas me sacan la lengua. Y me resisto. Y mi cejo intenta arrugarse. Y mi abdomen se endurece. Y no tarda en relajarse. Y lucho contra las intenciones de mis labios.
            Y Dios se ríe. Y pienso cómo hacer para que se detenga. Y se me ocurre no complacerlo. Y pienso no cumplir los mandamientos. Y decido no cumplir el noveno mandamiento. Y sí deseo la mujer de mi prójimo. Y pienso que así Dios dejará de reírse. Y ya Dios sabrá lo que es que yo me convierta en pecador. Y Dios continúa riéndose.
            Y Dios se simplifica. Y yo me complico. Y soy asaltado por un pero. Y es que siempre hay un pero. Y a veces hay varios peros. Y sus carcajadas son más fuertes. Y de nuevo pienso en infringir el noveno mandamiento. Y las risas me restriegan las dudas en el rostro. Y sí las deudas de esa mujer son más grandes que mi cheque quincenal. Y sí sus hijos detestan el sólo pensarme. Y sí sus complejos son mayores que los míos.
Y la duda es un petardo. Y ese petardo me estalla en la cara. Y sí ella se atreve a decirme: “Nunca dejaré a mí marido”. Y es preeminente no complicarse la vida. Y se me hace preciso no codiciar la mujer de mi prójimo. Y es que el rechazo duele. Y no me funciona el cohecho.
Y Dios se ríe más fuerte. Y sus ja ja me tuercen los ojos. Y sus jo jo me hacen muecas. Y hasta sus ji ji me asaltan con cosquillas. Y ahora intento el regaño. Y le digo a las risas que hay cosas serias. Y de las cuales no se deben reír. Y que la historia está llena de pesares. Y que eso no es cosa de risa. Y que es todo lo contrario.
            Y le recuerda a Dios el dilema fraterno. Y Caín y Abel. Y me enojo. Y pienso en el asesino. Y Caín invirtió mucho sudor. Y los callos le abundaron en las manos. Y ensució sus uñas con la tierra. Y le costó mucho esfuerzo encontrar las semillas. Y más le costó cargar el agua. Y todo para que las cabras de Abel rumiaran el huerto.
Y Caín se complicó la vida. Y dijo que nada diferente pudo hacer. Y Abel pagó la complicación. Y todo por que Caín quería ser el preferido. Y no lo era. Y era Abel. Y no lo soportó. Y Caín no pudo vivir libre de una preferencia ajena. Y Dios entre risas, me recuerda que Él tiene sus preferencias. Y que tiene derecho a tenerlas. Y que Él entre divertirse con los corderos y comerse los vegetales de la comida, elige divertirse. Y vuelve a reír más fuerte.
            Y yo le recuerdo las eternas alabanzas de los ángeles. Y Dios me dice que prefiere decir un chiste tonto y reírse solo sin sentirse idiota. Y yo le recuerdo los santos sacramentos. Y Dios me dice que prefiere correr por el parque con sus chiquillos. Y yo le recuerdo los ritos y los rezos. Y Dios me dice que prefiere irse a beber una cerveza sin gastarse toda la quincena y sin pegarle a su mujer. Y yo le recuerdo las revelaciones escritas. Y Dios me dice que prefiere mirarse las llantas sin correr al gimnasio. Y yo. Y Dios. Y yo me complico y Dios se simplifica. Y a mí ni chantaje ni regaño y ni evocaciones me funcionaron. Y Dios se sigue riendo.
Y estoy desconcertado. Y ningún catecismo me preparó para un Dios sin Plagas de Egipto ni Corona de Espinas. Y eso me aturde. Y es que necesito mi Valle de Lágrimas. Y Dios me viene ahora con una pradera de sonrisas. Y no creo lo que en el fondo significan las risas divinas. Y es que no puedo creerlo. Y qué concepto tan poco ortodoxo tiene Dios de la vida.
            Y Dios sigue riéndose. Y eso me parece poco serio. Y mi ceño de nuevo intenta fruncirse. Y las risas corren hasta él. Y no me queda más remedio que rendirme.
            Y Dios se ríe de mí. Y es de mí de quien se ríe. Y me suena a burla. Y me convenzo de que Dios se burla de mí. Y no me parece bien. Y mi ceño se arruga. Y de nuevo tengo que rendirme. Y es que las risas son muchas. Y son pertinaces. Y son impertinentes. Y las fuerzas de mi ceño no son muy grandes.
Y trato de ser adusto. Y pienso en la injusticia histórica. Y Dios se ríe más fuerte. Y se ríe de mí. Y de mi excusa para no reír. Y Dios sabe cuanto me importan la justicia y la historia. Y que la injusticia histórica es una excusa para beber café. Y Dios se ríe de mí. Y las risas asaltan mi ceño. Y mi ceño se resiste. Y las risas son muchas. Y finalmente mi ceño es vencido.
            Y Dios se ríe más fuerte. Y mis labios comienzan a estirarse. Y son unos labios traidores. Y mis comisuras labiales buscan mis mejillas. Y mi diafragma comienza a vibrar. Y mi estómago también. Y mis pulmones se hacen cómplices. Y mi hígado los acompaña. Y mi corazón se prepara para la traición. Y ya mi páncreas me traicionó.
            Y es que de una traición se trata. Y es que Dios se ríe de mí. Y mis labios se aprestan a imitarlo. Y todo mi cuerpo. Y mi alma entera. Y mi cerebro también. Y comprendo que es necesario evitarme la humillación. Y pienso en traiciones. Y pienso que eso de amar al prójimo como a ti mismo es como usar el hilo dental muy despacio. Y en cada uno de los dientes. Y hacerlo una vez cada dos años. Y descubro la traición. Y la traición en mis labios crece.
            Y hago un último intento por resistir la risa. Y pienso en cosas tristes. Y pienso en el padre de una niña que quiere una muñeca. Y el tipo no se atreve a contarle la verdad. Y no se atreve decirle que Santa Claus sólo lee las cartas de los clientes con crédito en alguna juguetería. Y no se atreve decirle que los arbolitos navideños sólo crecen al sonido de las monedas. Y no se atreve decirle que este año el olor a pavo y jamón sólo entrará por la ventana desde la casa de la vecina. Y el buen hombre se complica la vida. Y se afana por las vitrinas. Y pone su mano sobre un paisaje nevado. Y no lo siente frío. Y se le complica la vida. Y me enojo. Y Dios se ríe de la mano que busca el frío de la nieve en el dibujo de una vitrina ubicada en el trópico.

Y Dios se ríe. Y se ríe más fuerte. Y es de mí de quien se ríe. Y sé que es de mí de quien se ríe. Y por mis venas corren las ganas de capitular ante sus risas. Y todas mis células me piden la rendición. Y no me queda más remedio. Y acepto la rendición. Y mi risa se une a la de Dios. Y Dios ríe conmigo. Y los dos reímos libres de suplicios. Y ahora somos dos quienes nos reímos. Y nos reímos de las cosas complicadas que me pasan a mí. Y porque es a mí a quien le pasan esas cosas complicadas. Y esas cosas son tan complicadas que Dios prefiere reírse.