Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

jueves, 28 de julio de 2011

Su nombre es Joaquín


Su nombre es Joaquín
Y vive en los suburbios
De una ciudad que no lo quiere

Su nombre es Joaquín
Y camina receloso
Entre las esquinas de sombras
Y los colores de un semáforo

Su nombre es Joaquín
Y a veces se divierte
Poniendo a pelear a las hormigas
O tirándole piedras
A ese árbol de mangos

Su nombre es Joaquín
Y no conoce el significado
De la palabra pedofilia
Le suena a dolor en las tripas
Pero sí sabe
Que de acercarse mucho al viejo de la panza gris
Será acariciado entre las piernas
Y eso
No le gusta

domingo, 17 de julio de 2011

ALECRÍN ES UNA CANCIÓN

Cascada amarilla (Dece Ereo-Panamá)

Alecrín es la flor que canta, una copla en febrero, la sinfonía de septiembre. Sin embargo. Su canción es inconveniente, inoportuna, imposible. Y aún así. A pesar del julio fatal. Himno lejano del Octavo Sol.
Entre las ráfagas de la incertidumbre se escuchan las notas del cántico. Así como aletear de colibrí, tenue torrente que se aproxima y, asustado, rehuye el encuentro. Se escucha el canto y el prado vacante del Octavo Sol, invitó a diez mariquitas a caminar entre los capullos y desde las puntas del pasto avistaron a Alecrín vestida de cantatas y recorriendo las praderas. Una obertura verde nació desde sus labios.
El octavo Sol al medio día lanzó mil reflejos contra el escudo arcilloso. Y nació un feroz ataque de sed. Ese canto perfecto, ¿sería un espejismo? Ningún par de huellas crecía en la ribera. La flor no caminaba. El astro habitaba el cielo.
¿Sería un espejismo? El Sol oyó la canción y por fin quiso correr hasta la flor y las corolas que no eran ensueños. El pasto no mintió. El himno era su alegría.
Sin embargo la arcilla jamás guardó los pasos. No podía. El octavo Sol, al igual que todos los soles, no abandonaba sus pisadas. Una vez un sol lo hizo y el incendio fue terrible. A pesar de la cercanía, a la flor no le pudo arrancar ni una sola gota de perfume. Y no fue culpa de las espinas. No era Alecrín el espejismo. Él, el incandescente sublime, lo era.
Desencanto. El lucero tan cerca de los pétalos, el aroma tan lejos de los rayos.
Alecrín es una flor y también una canción, una copla en febrero, la sinfonía de septiembre. Sin embargo. Canción inconveniente, inoportuna, imposible. Y aún así. A pesar del julio fatal. Himno del Octavo Sol
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domingo, 10 de julio de 2011

VÉRTIGO

El hombre de retazos de papel (Dece Ereo)
Cuando desperté estaba cayendo. Lo que yo suponía un mal sueño, resultó ser la más grave de las realidades, la más impune, la inexplicable.
A pesar de no divisar aún el suelo, sentía su rápida aproximación; el viento hacía vibrar mis orejas, provocando un zumbido que servía de aburrido fondo. La sensación del vacío parecía plegarse y formar pólipos en mis intestinos; presentía que la nada me lamía la piel.
¿Por qué? ¿Por qué estoy cayendo? ¿Acaso el aire no es únicamente para el batir de alas? ¿Acaso yo tengo alas?
El pánico me hizo vomitar un grito en cámara lenta y tercera dimensión. Un grito contrastante con el zumbido de mis orejas; era como un solista policolor acompañado por un coro monotonal. El vértigo de la caída me pareció una ola que viajaba desde las uñas de mis pies hasta la curva de mis rizos, enredándose de paso en las paredes de mi estómago. Tantos años sobreviviendo y ahora sobremuero mi fin.
Luego de sumergirme en un banco de nubarrones, la náusea me atormentó menos. Sentí el rocío fresco envolviendo mis sienes y alejando de ellas el malestar.
Mi abuelo gustaba de caminar bajo la lluvia, alzar la cara y que las gotas, después de estrellarse, caminaran por el mapa de sus mejillas. Los placeres del abuelo eran los disgustos de la abuela: que si la ropa mojada, que si un resfriado, que si la pulmonía, que si el hospital, que si el cementerio. Al final, la abuela tuvo razón, el viejo murió de pleuresía a los noventa años.
Aún no acabo de comprender el por qué de este viaje acelerado, del vértigo tormentoso, de la máxima inseguridad. No sé el por qué, mucho menos cómo inició. Sólo sé que ahora se divisa el suelo, el final futuro, más cerca de lo deseado.
La abuela sobrevivió nueve años a la muerte de su consorte. Nueve años de periódicas y puntuales citas médicas, nueve años de píldoras e inyecciones, nueve años donde nunca una gota de lluvia tocó algún punto de su cuerpo. Fueron nueve años extrañando la sonrisa de satisfacción dibujada en el rostro del abuelo, mientras ella con una toalla lo secaba.
El suelo a pesar de su significado y probablemente por su lejanía, se me antojaba como un inmenso óleo. Muchos tonos de verdes y chocolates competían por llamar mi atención; en el horizonte, ahora nuevo, los azules bordeaban el blanco de las nubes que parecían colosos con sus brazos alzados en plegaria. El sol llenaba de rayas blancas el croquis del cielo y de manchas negras las espaldas de las colinas.
Descubrí que al balancearme con ritmo, convertía en música el zumbido de mis orejas. Pude desenredar las náuseas de mi estómago, luego las digerí.
De niño, junto a mi abuelo tuve la más grande de mis aventuras: un viaje en velero hasta isla Contadora. Inolvidable la danza del yate sobre el mar, los delfines saltando a estribor y la ensalada hecha con la sierra pescada en el ombligo de la tarde. Lo recuerdo parado en la proa, cortando el viento con su nariz, extendiendo los brazos y gritando:
-Vuela hijo, vuela.
¡Qué tipo era mi abuelo!
Todavía recuerdo las gotas caminando despacito por sus mejillas, su sonrisa satisfecha empapando la toalla de la abuela; incluso me acuerdo de su grito en el yate.
Convencido de lo inevitable de mi encuentro con el suelo y aún así, sin ninguna desesperación, lancé un grito armónico con la nueva música de mis orejas, abrí los brazos y dejé libre mi pecho para el impacto, abrí los brazos y mis dedos rebanaron como queso el aire, abrí los brazos y grité:
-Abuelooo.
Abrí los brazos lo más que pude, abrí los brazos y estos...emplumaron.
¡Una brizna de hierba apenas rozó mi abdomen!

domingo, 3 de julio de 2011

ME GUSTAS

Me gustas (Dece Ereo, Panamá)
Me gustas
Me gusta verte
Y más me gusta desnudarte

Es lindo ver
La mariposa de tu sonrisa
Y la sonrisa de tu mariposa
En el prado de tu rostro
Anunciando que nuestros cuerpos
Se buscan

Es bello oler
Los colores de tu aliento
Mientras
Inundas mis sudores

Pero sobre todo

Es tierno sentir
El cincel de tu mirada
Dibujar
Una mariposa en mis labios
Cuando mis manos rompen
El pudor de tu piel