Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

lunes, 30 de diciembre de 2013

Y desde el margen un cuento de mi cuarto libro:

VÉRTIGO

            Cuando desperté estaba cayendo. Lo que yo suponía un mal sueño, resultó ser la más grave de las realidades, la más impune, la  inexplicable.
            A pesar de no divisar aún el suelo, sentía su rápida aproximación; el viento hacía vibrar mis orejas, provocando un zumbido que servía de aburrido fondo. La sensación del vacío parecía plegarse y formar pólipos en mis intestinos; presentía que la nada me lamía la piel.
            ¿Por qué? ¿Por qué estoy cayendo? ¿Acaso el aire no es únicamente para el batir de alas? ¿Acaso yo tengo alas?
            El pánico me hizo vomitar un grito en cámara lenta y tercera dimensión. Un grito contrastante con el zumbido de mis orejas; era como un solista policolor acompañado por un coro monotonal. El vértigo de la caída me pareció una ola que viajaba desde las uñas de mis pies hasta la curva de mis rizos, enredándose de paso en las paredes de mi estómago. Tantos años sobreviviendo y ahora sobremuero mi fin.
            Luego de sumergirme en un banco de nubarrones, la náusea me atormentó menos. Sentí el rocío fresco envolviendo mis sienes y alejando de ellas el malestar.
            Mi abuelo gustaba de caminar bajo la lluvia, alzar la cara y que las gotas después de estrellarse caminaran por el mapa de sus mejillas. Los placeres del abuelo eran los disgustos de la abuela: que si la ropa mojada, que si un resfriado, que si la pulmonía, que si el hospital, que si el cementerio. Al final la abuela tuvo razón, el viejo murió de pleuresía a los noventa años.
            Aún no acabo de comprender el por qué de este viaje acelerado, del vértigo tormentoso, de la máxima inseguridad. No sé el por qué, mucho menos cómo inició. Sólo sé que ahora se divisa el suelo, el final futuro, más cerca de lo deseado.
            La abuela sobrevivió nueve años a la muerte de su consorte. Nueve años de periódicas y puntuales citas médicas, nueve años de píldoras e inyecciones, nueve años donde nunca una gota de lluvia tocó algún punto de su cuerpo. Fueron nueve años extrañando la sonrisa de satisfacción dibujada en el rostro del abuelo, mientras ella con una toalla lo secaba.
            El suelo a pesar de su significado y probablemente por su lejanía, se me antojaba como un inmenso óleo. Muchos tonos de verdes y chocolates competían por llamar mi atención; en el horizonte, ahora nuevo, los azules bordeaban el blanco de las nubes que parecían colosos con sus brazos alzados en plegaria. El sol llenaba de rayas blancas el croquis del cielo y de manchas negras las espaldas de las colinas.
            Descubrí que al balancearme con ritmo, convertía en música el zumbido de mis orejas. Pude desenredar las náuseas de mi estómago, luego las digerí.
            De niño, junto a mi abuelo tuve la más grande de mis aventuras: un viaje en velero hasta isla Contadora. Inolvidable la danza del yate sobre el mar, los delfines saltando a estribor y la ensalada hecha con la sierra pescada en el ombligo de la tarde. Lo recuerdo parado en la proa, cortando el viento con su nariz, extendiendo los brazos y gritando:
            -Vuela hijo, vuela-.
            ¡Qué tipo era mi abuelo! 
            Todavía recuerdo las gotas caminando despacito por sus mejillas, su sonrisa satisfecha empapando la toalla de la abuela; incluso me acuerdo de su grito en el yate.
            Convencido de lo inevitable de mi encuentro con el suelo y aún así, sin ninguna desesperación, lancé un grito armónico con la nueva música de mis orejas, abrí los brazos y dejé libre mi pecho para el impacto, abrí los brazos y mis dedos rebanaron como queso el aire, abrí los brazos y grité:
            -abuelooo-.
            Abrí los brazos lo más que pude, abrí los brazos y estos... ....emplumaron.
            ¡Una brizna de hierba apenas rozó mi abdomen!

miércoles, 18 de diciembre de 2013

LA NOTICIA

En fila

...Y en otro orden de noticias, reproducimos parte de las palabras que en horas de la tarde dirigió el Director del Departamento Nacional de Salud, a manifestantes agolpados en las puertas de su oficina. El motivo del mitin, fue protestar por la supuesta negligencia de ese despacho ante la rara epidemia que azota hoy en día nuestro terruño. Las palabras del señor director fueron del tenor siguiente:
            "...Así es conciudadanos, hemos sido otra vez invadidos; ahora por una enfermedad perniciosa que socava sobre todo la salud de nuestra infancia. Ya no se puede caminar por las calles sin toparse con algún contaminado de aspecto deprimente. Ya todos conocemos sus síntomas: molestias estomacales, fatiga, palidez y baja presión.
            El Presidente de la República en nombre del gobierno central ha pedido al pueblo una cuota de sacrificio, y hace un llamado a seguir las recomendaciones de salud. Primero, lavarse las manos por lo menos tres veces al día con detergente y agua tibia; segundo, disponer de la basura en bolsas plásticas y mantenerla aislada de moscas, cucarachas y otras alimañas. Hay que evitar la proliferación de mosquitos, limpiando calles y patios. Y lo primordial, hay que aislar a todo enfermo, para de esa forma evitar el contagio. Un enfermo en cuarentena no podrá propagar la enfermedad. ¡Ah! sepan que esa rara enfermedad no llegó accidentalmente a nuestras costas; escuchen bien, ella es parte de la guerra biológica que llevan adelante los subversivos. No me digan que es cosa del imperialismo, ¡patrañas!, es cosa de quienes quieren destruir nuestra democracia.

            El esfuerzo de nuestros investigadores ha sido grande y ya por lo menos han dado el primer paso para vencerla. Hemos encontrado la cura. La solución la tienen ustedes mismos en sus manos: ¡Coman tres veces al día, so pena de multa o arresto!”

martes, 26 de noviembre de 2013

LA PLAGA

La copa que no contiene

Ciudad Menhir.
            Año 2136.
            Hace 147 años apareció la plaga.
            Por las noches, para defenderse, los ciudadanos construyen retenes donde la esperan armados. Por las noches, para defenderse, los ciudadanos inundan la oscuridad con el sonido de las contiendas.
            Silcon es el jefe de los beligerantes; es un notable estratega y conoce bien la ferocidad de la plaga. Alrededor del ombligo tiene varias cicatrices que le recuerdan unos dientes antropófagos.
            A Menhir llegan pocos turistas, un viento de miedo los aleja. Uno de ellos llamado Tedrom, se sumó a la defensa de la ciudad. Viene del otro lado de la cordillera, atraído por las noticias de los desastres causados por la plaga.
            Al anunciar su deseo de pelear, recibió muchos aplausos de los ciudadanos; solamente Nutbra no lo felicitó. Uno y otro conversaron sobre lo desatinado de guerrear en los retenes, pero aún así, la curiosidad de Tedrom se mantuvo viva.
            Nutbra es un maestro dedicado ha estudiar a la plaga; sus hábitos, evolución y desarrollo son temas que domina de sobra. Él conoce su origen; ella es una mutación fruto del contacto con los vapores desprendidos por unos cristales al sublimarse. Un día observó una transformación y quedó muy impresionado;  desde entonces, procura alejar de las refriegas a las personas que nunca han visto a la plaga.
            Todo esto, excepto los detalles de la fisonomía de la plaga, Nutbra se lo contó a Tedrom; pero este insiste en hacer guardia, empujado  por la angustia que despierta el peligro de ser comido. Nutbra teme revelar con una palabra de más, lo que él considera el mayor perjuicio de la plaga.
            Caminaron juntos hacia un retén donde Silcon recibió alegre al visitante, tanto que improvisó algo con sabor a ceremonia militar al entregarle un arma de combate.
            Orondo con su fusil, Tedrom imaginaba vivir una aventura bélica; estaba listo a exterminar fría y serenamente a ratas, grillos, reptiles o cualquier peste que fuese la plaga.
            En la barricada, los ciudadanos parecen lobos prestos a libar sangre. Nutbra frente a ellos calla...el retén es para la guerra...pero no olvida la fisonomía de la plaga. Al tomar los guerreros sus posiciones, la espera muy delicadamente se viste con el chal del silencio. La luna sonríe a todo fulgor, dando suficiente luz para apuntar, disparar y no fallar.
            El espeso mutismo se diluyó, cuando la atmósfera se colmó de pequeños ruidos que se convirtieron en un gran escándalo al grito de allí vienen.
            Silcon pasándose la mano por el ombligo dio las órdenes pertinentes. Nutbra se persignó y apuntó con su rifle hacia donde se oía acercarse a la plaga; todavía lamentaba la presencia del forastero en el retén. Tedrom por su parte, sufría las consecuencias de un derrame de adrenalina en la sangre; el pulso acelerado ocasionaba un ruido de cascadas en sus oídos, impidiéndole escuchar claramente otras cosas.
            Entre bramidos se dejó ver la plaga y a una señal de Silcon, los ciudadanos con muy afinada puntería, empezaron a disparar; Nutbra también.
            Tedrom no pudo creer lo que veía, era espantoso conocer por fin a la plaga y verla morir...horrible. La curiosidad y el temor a ser comido, fueron superados en creces por nuevos y agobiantes

Sentimientos. Por un segundo cruzó su mirada con Nutbra, comprendiendo el afán de salvarlo de tal espectáculo. Se quitó la camisa y gotas de sudor aterido recorrieron zigzagueando su espalda. Un pequeño mareo le ascendió por las piernas hasta las sienes, un ligero malestar asustado por un espécimen de la plaga que saltando el retén, vino a morir a sus pies gracias a los tiros de Nutbra. Silcon sonrió y siguió disparando. Tedrom observó bien el cuerpo y ya no tuvo ninguna duda sobre que era la plaga. El visitante del otro lado de la cordillera, el turista que vino a deleitarse en sentimientos desagradables, sintió afectada su humanidad y estrangulando el cañón del fusil, dejó escapar un plañido y torpemente pudo balbucear: -pero si son niños...son sólo niños...-

domingo, 17 de noviembre de 2013

Y desde el margen un cuento de mi cuarto libro:

LA CARTA


            T. Rogers es un tipo de agradables modales y permanente sonrisa. En la escuela siempre dijeron que llegaría muy lejos pues era de los más inteligentes y creativos de la clase; posiblemente el número uno. Su ingenio era agudo y capaz de inventar lo imposible, su memoria competía con las mejores cámaras fotográficas, su elocuencia lo transformaba en un persuasivo hablador. Todas estas cualidades lo habían llevado a recorrer el país de frontera a frontera, instalarse en los más caros hoteles y relacionarse con grandes personalidades. También conocer muchas cárceles y a los más reconocidos criminales. T. Rogers era un estafador dedicado a vivir del esfuerzo pulmonar de sus congéneres.
            Cuanto se regodeaba de sus geniales ocurrencias, como la vez que vendió un pozo séptico asegurando que se encontraba bajo un hoyo de la capa de ozono y un efecto de ello era que el agua sucia se convertía en petróleo grado A, por no estar añejado; o cuando se le descompuso el auto a una doña: la convenció que empujara el carro mientras él, sentado tras el timón, lo arrancaba; bonita cara de la señora al verlo alejarse manejando. Pero acabado de salir de chirona y desplatado, no podía acostarse en sus laureles. Era urgente buscar una víctima. Ya tenía más o menos elegido a un viejo solitario de la bajada de El Llano. Vivía en una casucha de bloques repellados con moho negro y techo oxidado; en el patio la hierba casi cubría los restos de un carro; gracias a una ventana observó que en caso de incendio los muebles no darían mucho calor. Durante el tiempo que lo vigiló, el viejo siempre vistió con saco y corbata.
            Se acercó a la casa a la hora en que se encontraba el viejo. Después de las respectivas presentaciones y de otros preliminares, estuvieron conversando sobre el clima, la inflación en Uganda, el arte egipcio practicado por los mayas y por último, sobre el auto en el patio. Resultó ser un regalo de la hija del viejo antes de marcharse del país. El anciano acostumbraba sentarse dentro del auto y pasarse horas allí.
            Al timador le basto oír en donde se encontraba la niña para armar su artimaña; le contó al viejo que por razones de negocios, constantemente tenía que viajar hacia ese punto.
            Basándose en la fisonomía del viejo, hizo una descripción de su retoño. Habló, habló hasta el cansancio  y concluir que en uno de esos viajes, él conoció a la muchacha y que ella le dio una carta con la esperanza de que hallase al desaparecido anciano. Según él, la hija perdió la dirección del padre. Volvió el arrugado hombre a hablar del auto y de las horas que pasaba en él sentado, hasta aquel suceso. Al investigarlo, lo único que pudo recabar fue que años atrás encontraron un hombre muerto dentro del auto, supuestamente un vago. Rogers siguió hablando hasta el mareo y convencer al viejo de que le diera dinero para el taxi e ir a buscar la carta. El viejo accedió y le dio el costo de viajar en taxi ida y vuelta, de una punta a otra de la ciudad. Con la plata en la mano, se dirigió a una abarrotería cercana donde compró hojas, un sobre y un bolígrafo, todo por treinta y cinco centavos. En el mostrador redactó una carta:
            "Querido papá...espero te encuentres bien...perdóname no haberte escrito antes... para compensarte te envió una estufa, una lavadora y un refrigerador...debes pagar el flete y los impuestos aduaneros...te quiero..."
            Calculando el tiempo prudente, regresó a la casucha mientras pensaba:
            -Saco y corbata es igual a dinero.
            Al entregarle la carta, Rogers siguió hablando hasta agotar pero el viejo no le escuchaba; leía atentamente la carta, masticando cada letra antes de tragarla. La expresión del viejo se transformaba  a medida que avanzaba en la lectura. Una enorme sonrisa parecía borrar las grietas del pergamino de su cara.
            -Ya puedo ir, ya puedo ir...
            Decía el viejo en su alegría. Rogers conocedor del contenido de la carta, se arriesgó a cometer un desliz al comentarle al viejo lo del flete. Aún así el anciano continuaba saltando y cantando. Rogers sintió mala espina y creyó haber provocado la locura en el viejo.          
            -Ya puedo ir-cantaba el viejo con voz de aria y brincaba como párvulo en recreo escolar.
            Enojándose T. Rogers, le dijo firmemente al viejo de que se trataba la carta y de que no era que la bendita hija lo mandaba a buscar.
            -Mi hija ¿buscarme?
            Primero apareció en su rostro una leve sonrisa que creció hasta convertirse en una lluvia de cristalinas carcajadas, era tan contagiosa que hasta Rogers quedó riendo.
            -Pero ¿de que me estoy riendo?
            Tomó al viejo y lo sentó en una destartalada  silla y lanzó un discurso sobre el problema de la lectura comprensiva y su incidencia en el aprendizaje. Inverosímil que alguien con tantos años de edad, cuya conversación demostraba que se trataba de una persona culta, confundiera así la interpretación de una simple carta. Nuevamente le explicó lo del flete y la aduana, reiterándole que no se trataba de una petición de su hija para que fuera a vivir con ella.
            -No entiendes hijo, ya me puedo ir...
            -Viejo loco. La carta es para que pague los fletes.
            Nuevamente el discurso y la explicación, y esta vez estuvo a punto de confesarle el fraude. Pero no...Primero descubierto que confesar.
            -Viejo loco, esa carta no es un boleto de avión... 

            -No entiendes hijo, ya me puedo ir...ya no tengo que regresar a esta casa...ya tengo mi carta...alguien se acordó de mí... al fin alguien me escribió una carta...

sábado, 9 de noviembre de 2013

EL CASO DE LA CALLE 14

Acosado

Frente a mis ojos se transformó, se convirtió en una especie de perro negro de enormes colmillos amarillos; sus patas, con enormes garras grises, estaban cubiertos de callos rosados y su cola verde parecía de rata. No estoy loco y no crean que porque estoy viejo imagino cosas.
            La fama que tiene la calle 14 es la de ser una vía peligrosa, por lo cual es poco transitada. Durante el día es probable ser asaltado y en la noche, prácticamente un hecho. La calle 14 es el nicho ecológico de las hordas de la niebla pulverizada, por lo cual es sinónimo de robo y violación. Violación. En más de una ocasión los gritos inundaron el silencio de la noche. Hace poco una muchacha fue prácticamente majada a golpes y sólo un milagro podría salvarle la vida. ¡Quién sabe si ese milagro ocurrió!
Yo vi cuando esa cosa lo mató. Le mascó el cuello, la cara y el pecho. ¡Pobre tipo! Fue por lana y salió trasquilado.
            Dentro de las hordas uno de los peores sicarios es Cható, el de la cicatriz facial en forma de luna. Dicen que a sus víctimas les va peor cuando no tienen dinero encima, dizque para que el próximo atraco no olviden traerlo. Habitualmente, patrulla en la oscuridad de la calle 14 en busca de quienes le darán el tributo forzado que lo sumergirá en los vapores de la niebla pulverizada. Para ello se asegura que las luminarias de la calle siempre estén apagadas. Ha desarrollado un buen brazo de tanto apedrearlas.
            Hoy es una buena noche para fechorías: la luna atemorizada se esconde tras una pared de nubes y las estrellas  indiferentes fingen no verlo pasar. Hace un primer recorrido donde sólo se topa con el viejo Liopo, el desamparado del barrio, que buscaba un hueco donde dormir. Siempre en la sombra y al acecho, se envalentona con monte mientras los perros aúllan a la luna escondida.
            Pasada la media noche, alguien dobla por donde empieza la calle 14. Por las sombras, Cható no pudo distinguir bien y decidió acercarse cautelosamente. Como una pantera, recortó la distancia en silencio y pudo percatarse de que se trataba de una mujer joven. Esto aceleró sus instintos y tensó sus músculos ansiosos por atacar.
No sé si fue cosa de la justicia divina o de un pacto con el diablo, pero sí sé que fue horrible.

            A la distancia correcta se abalanzó sobre su presa. La luna queriendo ser testigo salió de su escondite, mientras las estrellas engordaron sus miradas. El espectáculo parecía que estuviese ocurriendo en una selva y no en la ciudad, entre animales y no entre personas: Él encima de ella trataba a golpes de callar sus gritos, a su vez las flechas del miedo cerraban las ventanas de las casas vecinas. Ya en posición, los rayos de la luna acariciaron el rostro golpeado de la joven; Cható reconoció aquella cara que ahora le sonreía misteriosamente...

domingo, 3 de noviembre de 2013

Y desde el margen un cuento de mi cuarto libro



Tropa y dos oficiales

UN RÁPIDO VIAJE




Hoy se acaba esto. Ya vera ese muchacho quien soy yo. No por gusto me llamaban el Rompevallas.

            Orvin es un muchacho metódico y muy creativo en lo que fastidiar vidas ajenas se refiere. Empezó de pequeño con sus padres y hermanos; luego, en el colegio, adquirió experiencia valiosa al practicar con sus profesores y compañeros de estudios. Hoy a los diecinueve años, está pronto a doctorarse en tormentos intensivos, al hacerle imposible la existencia a un pepenador que recoge latas por el residencial.

            Si señor, Rompevallas, el más fuerte bateador de La Hondonada. Tuve mis momentos de gloria, en especial cuando bateaba y la bola pasaba por encima de la cerca.

            Al principio, siempre lo esperaba oculto en la misma esquina. Después añadió la sorpresa y escondido en diferentes rincones, lo atacaba e inmediatamente se daba a la fuga. A veces pasaba indiferente a su lado y a cierta distancia, ¡zas! Por último, optó por el descaro y desde cualquier balcón o azotea prestada por algún cómplice, bombardeaba al recoge latas con certeros tomates e hirientes carcajadas.

            Recuerdo el partido en que me enfrenté al mejor lanzador de La Hondonada: Nando Bola Tibia. Me tenía loco con su curva; cuando llegamos a la cuenta máxima, lanzó su famosa recta. Cerré los ojos y bateé; los abrí con el tuc del bate, vi la bola elevarse y pasar por encima de las gradas. Nunca he vuelto a sentirme tan bien como en esa ocasión.

            Según Orvin y sus compinches, el pepenador descuadra con las calles barridas y los árboles podados del residencial; sobretodo cuando rompe las bolsas de basura en busca de latas y otros objetos. 

            Ya verá ese patán. Esta tabla servirá. Cuando me tire sus tomates, se los voy a regresar a punta de batazos.

            Además de su espíritu sádico y de la complicidad de los residentes, Orvin tenía otros móviles para su proceder. Una noche sentado en la acera, bebía cerveza en compañía de otros muchachos; al ver a su víctima transitar por el otro lado de la calle, Orvin le arrojó una lata a medio beber. El paria la recogió, cruzó la calle y mirándolo a los ojos, vació su contenido, la estrujó con una mano y la dejó caer al suelo. Luego se marchó con una sonrisa de dientes careados.

            Hoy le voy a demostrar quien soy, quien es Rompevallas.

            Orvin y una docena de tomates aguardaban en el balcón de una de sus patrocinadoras. No tardó mucho en aparecer el esperado y pronto estuvieron frente a frente. La dueña de la casa al ver al desarrapado con una tabla, llamó a la policía. El muchacho desde la altura miraba a su contendiente y manoseaba un tomate. Rompevallas soltó el saco y comenzó a abanicar el aire con la tabla, calentando así sus brazos. Una vena en la frente de Orvin delataba su agitación; pronto enterró los dedos en el tomate. Tomó otro y al palparlo le pareció extraño. Mientras acariciaba el tomate, sufrió un malestar que supuso provocado por el exceso de adrenalina. Rompevallas estaba listo.

            Lanza, lanza que aquí te espero. ¡Chiquillo malcriado!

            El primer tomate fue a estrellarse bastante lejos del pepenador; sus sonrisas irritaron en extremo al muchacho. Tomó otro fruto rojo y de nuevo experimentó un desvanecimiento al acariciarlo. Este segundo lanzamiento, Rompevallas apenas lo rozó con la tabla, provocando en Orvin una ira dolorosa. Agarró otro proyectil y en esta ocasión no hubo mareo, por el contrario, sintió como sus dedos encajaban perfectamente en la piel del tomate.

            Va a tratar de sorprenderme, no se lo voy a permitir. Me moveré rápido y la sorpresa será para él.

            Sin agitación, sin ningún malestar, lleno de confianza y nuevas energías; Orvin lanzó el tomate con toda la energía de su joven vida y fue tal el esfuerzo, que esta vez si se desmayó.

            Ahora vas a saber quien es Rompevallas.
            Al despertar, viajaba veloz y directo hacia la tabla que ya cortaba el aire, impelida por los aún poderosos brazos de Rompevallas.

domingo, 27 de octubre de 2013

MUERTE SÚBITA

Las copas del sacrificio

…Aquí el estadio Capital, aquí el termómetro emotivo estalló, ganan las Águilas a los Jaguares. Gol de oro después de un empate a tres, gol de oro del zaguero Roger Hernández, a los cuatro minutos del segundo tiempo extra. Un centro incómodo con ansias de excelencia y el taco izquierdo de Roger convirtió la zozobra en triunfo glorioso. Un poco más y se van al punto penal. Juego no apto para cardíacos, señores, pero ganó el mejor, el que metió el gol, no cualquier gol, sino el gol dorado, el gol que hace la diferencia final y definitiva. La muerte súbita llegó y el ganador se lo lleva todo. Después de un marcador adverso, dos a cero durante todo el primer tiempo, cuarenta y cinco minutos bajo el yugo; pero las Águilas se crecieron, abrieron sus alas y no sólo empataron sino que ganaron el partido, la final de la Copa Globalizadores del Continente. El público aclama a los ganadores, las autoridades policíacas ponen a buen recaudo a los perdedores. Ya pronto inicia la ceremonia protocolar de premiación. Los personeros de la Federación de Fútbol y las personalidades invitadas se acercan al entarimado, las Águilas saludan a su público y la fanaticada ruge. Las Águilas suben a la tarima y uno a uno recibe su medalla, y Roger Hernández, el autor del gol de oro, recibe el trofeo, la Copa Globalizadores del Continente. Las Águilas recorren el cuadro de juego, en vuelta triunfal, mostrando la Copa, paseando la Copa, llenos de honor, repletos de orgullo y el público los aclama con gritos, con aplausos y quien sabe, con algún lamento. En estos momentos las autoridades policíacas conducen a los Jaguares, al equipo perdedor, a quienes vieron desvanecerse el triunfo, al centro del campo y ahora sí, lo que todo el mundo esperaba, la vuelta a las antiguas tradiciones, el perdedor se quedó sin nada. Desde el primer torneo en la ciudad de Davos, las reglas establecen claramente, medallas para los ganadores y lapidación pública y automática para los perdedores. Los fanáticos enloquecen, aúllan. La policía ya está lista. Roger Hernández abraza emocionado el trofeo. No hay escape para los jaguares…

lunes, 14 de octubre de 2013

LAS PERRAS DE MIS VECINAS

Frente a frente

Son unas fábricas de excremento. Unas factorías peludas y garrapatosas. ¡Si las he visto en plena faena!, no crea que hablo sin fundamento. A mí me llaman Chejito Pimentel y mi papá siempre me dijo: -No deje que le falten el respeto a su nombre - Y a mí unas perras no me van a irrespetar.
            Duermo cerca de la ventana y el vaho de defecaciones tibias, me despierta en las mañanas. Las malditas han escogido el jardincito bajo mi ventana para desalojar sus tripas. Claro que ganan las rosas, pero pierden mis pulmones. Podría cerrar la ventana pero el calor me sofocaría.
            Estas vecinas mías. Comenzaron con eso de criar perros desde antes que arrancara mi memoria. Dicen que por dedicarse a los perros se quedaron solteras. Digo yo que se quedaron locas.
            Esto se me está volviendo una porquería de rutina: despertarme asqueado, llenar un cubo con agua en el traspatio y disolver excremento y gases, con el cuidado de no maltratar las flores.
            Las viejas, que no son tan viejas, fueron rompiendo palito con los vecinos en la medida en que sus perros fueron desapareciendo. Ahora sólo hay un par de perras. No faltaba más, una barraca con más de nueve perros en un cuarto. Había que hacer algo. De repente tienen motivos válidos para vengarse. Pero, ¿Y el resto de la humanidad? ¿Acaso no contamos? Al deambular por ahí, los perros y sus colmillos, lo acechaban a uno. Ellas decían que los cuadrúpedos eran provocados por las intromisiones en su propiedad; que yo sepa en tan corto espacio, no es muy fácil tener claro los linderos. ¡Ah! Lo peor era cuando una perra se alborotaba; eso era aullido y pelea toda la noche, noche tras noche. Olvidaba las garrapatas. Invasión total y completa. Consecuencia, hueco en el presupuesto de tanto bañarse con jabón fenicado y fregarse los lomos con alcohol y tabaco para evitar la sarna. Mi mujer se volvió una experta restregadora de pellejo, por supuesto, ¿Quién era el más dulce para las chupadoras?
            Mi mujer, me dice que no rezongue tanto, que ella les tiene lástima, más ahora que andan todas desgreñadas. Pero el coraje no se me quita, sus cochinadas me hartaron. Lo que pasa es que mi mujer, cuando va a ver sus rosas, ya el agua a disuelto la caca.

            Como es la vida, ¡Qué rosas más lindas crecen bajo nuestra ventana! Pero ni eso las salva. Mi mujer les tiene lástima porque la sinusitis le impide sentir el tufo, pero yo si tengo muy buen olfato y voy a terminar con esto. Se me ocurre que puedo ir ganando su confianza, con algún platito de comida, otro de agua y hasta de leche. De vez en cuando, jugar con ellas, lanzándole una pelota o algo parecido. Y llegará el día en que ya no olfatearan la comida, ya no la probaran con atisbo de paranoia, me creerán un amigo, y ese día, un par de filetes, suficiente veneno y se acabó el tufo a excremento en las mañanas.

domingo, 6 de octubre de 2013

EL HÉROE

         
El cucharón espera a la flor

-Por favor, solicitamos a los presentes hacer silencio, para dar inicio a nuestra conferencia de prensa. Esta actividad es el primer contacto de los medios con el señor Carvajal. Ya todos conocemos su gran hazaña, así que un poquito de calma-.
            Así se expresaba un administrativo del hospital donde Alejandro, joven atleta, se encontraba recluido mientras observaba a los  periodistas disparar sus cámaras y tratar de entrevistarle; también sentía flotar un aire festivo que le sobrecogía, al recordar su hazaña. Su especialidad deportiva: los 4OO metros planos. Después de un torneo exitoso, decidió aceptar una invitación, hecha por otros atletas, de pasar unos días en el interior. Al parecer la fecha para el viaje, no era la mejor,  pues durante el trayecto de ida y en toda su estadía el  tiempo fue lluvioso y muy escasos los ratos en que brilló el sol, pero a pesar del agua, no se pudo quejar de la atención brindada por sus amigos; especialmente de doña Lola, la madre de uno de sus anfitriones, que lo trató y recibió como a un hijo. A la hora de regresar aunque lloviznaba, media docena de admiradoras deslumbradas por el brillo de sus medallas, salieron con él a la carretera y le acompañaron entre chiste y anécdota, hasta  detener una chiva que iba medio vacía. Antes de subir se despidió  efusivamente de sus seguidoras. Se fijó en su reloj, decía las 9:16 p.m.  Había  esperado hasta el último momento para irse. Ya dentro de la chiva, que era un modelo antiguo bien destartalado, fue a sentarse al fondo en el asiento que precisamente daba la espalda a la puerta  de urgencia; ésta  apenas arrancó el carro comenzó a temblequear y hacer  un ruido telegráfico. A su lado iba una joven con cara de niña y un infante como de tres años. Alejandro observó lo activo que era el niño. Una mirada de la muchacha le confirmó que era todo un diablito. A todo esto, el niño tarareaba una canción imaginaria al ritmo telegráfico de la puerta.
            -A ver, dinos, Alejandro ¿qué se siente ser héroe?-
            -Se siente uno como bicho raro enjaulado en el zoológico-                         
            -Pero, tú no estás tras las rejas, ¿qué te hace sentir así?-
            -¿Qué diría usted si cada diez minutos alguien con cara de incrédulo abre la puerta del cuarto y le pregunta: Qué se siente ser un héroe?-
            No bien había tomado velocidad la chiva, cuando el aguacero arreció más fuerte. Con las ventanas cerradas, casi todos los pasajeros dormían, excepto el niño y sus juegos, que no le permitían cerrar los ojos a su protectora y a Alejandro, se lo impedía el frío infiltrado por la puerta trasera. Luego pudo comprobar que la puerta estaba cerrada con un alambre. Se enojo, pero al poco rato se serenó. A unos cuantos minutos, próximo a un puente de río crecido, se oyó la bocina de un camión acercándose con la intención de rebasar, precipitadamente, a la chiva.
            -En el día de ayer, el Premier declaró a los medios, estar disgustado con usted por su comportamiento grosero e imprudente. ¿Qué tiene que decir al respecto?-
            -Mire, no quise ofender a nadie. Ayer el señor Ministro vino en nombre del señor Presidente a imponerme una condecoración en honor al valor. Yo sólo dije: "Ojala que el niño más adelante no se arrepienta de seguir con vida."-
            La chiva había reducido la velocidad y el camión, por el contrario, aceleró. Faltando poco para entrar al puente, la mole se abrió a mano contraria. Ya casi había pasado, cuando el camión cortó bruscamente a la derecha, cerrándole el paso a la chiva y empujándola estrepitosamente al río.
            -Después de todo, Alejandro ¿tuviste miedo?
            Debido al golpe, la puerta trasera quedó libre del alambre abriéndose totalmente. La chiva voló por los aires y cayó en un clavado de panza; el agua penetró violentamente mezclándose con el pánico, los gritos y el no saber que hacer. Alejandro aprovechó  la puerta abierta y, arrebatándole furiosamente el infante a la joven con cara de niña, escapó por ella. De allí en adelante, sólo recuerda ideas confusas y en desorden: el vuelo, la succión de la chiva hundiéndose, el esfuerzo sobrehumano, los gritos del niño, la cara de la joven, la fuerte corriente, bultos que afloraban a la superficie para luego desaparecer, la terrible oscuridad, los golpes con las rocas, los gritos del niño, la cara de la joven; por fin, la orilla...
            -Alejandro ¿tuviste miedo?
            Volvió a su mente ese ruido telegráfico de la puerta trasera de la chiva... y recordó a la joven con cara de niña gritando: "¡No...!"

            - Aún tengo miedo, mucho miedo.

sábado, 28 de septiembre de 2013

PARA BIEN O PARA MAL



            Sientes que han transcurrido varios años desde que cerraste los ojos. Tus ánimos regados por el suelo, entierran sus pequeñas uñas en la alfombra, como buscando fuerzas en el polvo. Decidir entrar al baño te cuesta un mundo, pero tu olor te empuja a hacerlo.
            Hoy la recamara te parece más grande que nunca.
            Con el agua, el cerebro se te refresca y empieza a funcionar. Un poco, por lo menos. Lo que te extraña es que pareciera que hoy amanecieron de otro color, los azulejos del baño.
            Lo primero que recuerdas es el rostro de Lera. Sin tener a donde ir, a cambio de techo y comida fungías como mucamo de tu propia hermana. Tal situación era buena.
            Lera estaba por casarse y se mudaría, dejándote el apartamento. Ya con un hueco propio, la mitad de tus problemas se resolvían. La situación no era tan mala. Pero.
            Un día de lavado, Lera te vio olfateando una sedosa pieza de ropa íntima; te preguntó que hacías y le contestaste que te gustaba el olor a detergente y suavizador. Desde entonces Lera estuvo más atenta y se percató de otros incidentes parecidos.     La situación comenzó a cambiar.
            Otro día, buscando periódicos viejos en el armario, Lera encontró una "Play-boy" con un panty suyo manchado con algo viscoso y blancuzco. La situación explotó.
            El reclamo que Lera te hizo fue de lo más violento y desagradable. Ella incluso te golpeó varias veces y en la cara; tú, por suerte, únicamente le prometiste a gritos que la próxima mujer que te tocara el rostro, se rifaba la vida. Lera a esa amenaza te contestó con otra: el muerto serías tú, sí tan sólo volvías a pensar otra cochinada que la involucrara a ella. Tuviste que mudarte.
            A medida de que el fresco líquido te recorre el cuerpo, tu mente se aclara. Aún así, no puedes reconocer el olor del jabón que usas.
            Te acordaste de que pese a todo, te invitaron a la boda. Parecía que tu hermana siempre te iba a dejar el apartamento. No ibas a ser el mejor vestido ni el más acogido en la ceremonia, pero la intimidad que obtendrías en tu nueva posesión, bien costaba la simulación.
            Más agua, más claridad. Recuerdas que anoche fue la fiesta. Explotabas de felicidad, después de todo tú quieres a tu hermana. Mucho. Bebiste, bailaste, bebiste, comiste, bebiste, conversaste, bebiste, cantaste, bebiste y bebiste.
            Sacaste a Lera a bailar un vals imaginario. Ella por un momento olvidó la muralla entre ambos y también bailó contigo. Después de todo, todavía eran hermanos. En tu ímpetu, acercaste más a tu pareja y apretándole una nalga le dijiste:
            -No imaginas lo feliz que estoy, mamacita-.
            Sigues bañándote. Disfrutas de las caricias del agua. Tomas una esponja que no recuerdas haber comprado y te restriegas firmemente tu anatomía, comenzando por el rostro, luego el pecho y lo que podías alcanzar de tu espalda. Pusiste mucha espuma en tus genitales y los frotaste. Igual hiciste con tus muslos, pantorrillas y cada uno de los dedos de tus pies. Tu mente se aclara.
            Lera se veía feliz. Tu cuñado es un hombre maduro que encontró una mujer de temple, con la cual andar el mismo camino. Ya se habían prometido amor eterno y Lera cumplía su palabra. La familia entera era fiel a las promesas hechas. Ya lo decía papá:
            -Para bien o para mal, palabra dada, palabra cumplida-.  
            Dejas el agua caminar tonificantemente sobre tu piel. ¡Que alivio a los efectos de la borrachera! Un chorro de agua sobre la cara alivia tu malestar, mientras por tu mente pasan los acontecimientos de anoche: la ceremonia, la fiesta, la bebida, el vals, la estrujada...
            El chorro de agua fresca logró hacerte recordar nítidamente lo ocurrido. Después de la estrujada de nalga vino la bofetada. Recordaste que a Lera tú le hiciste una advertencia. También te acuerdas de la amenaza de ella. Ahora si te quedó claro, totalmente claro, como un vaso de cristal recién fregado, el significado de las palabras de tu padre. Tú le apretaste el trasero a tu hermana y no tuviste tiempo. Ahora no te queda más que cerrar y apretar los ojos, para que no se te desborden las imágenes de la noche anterior.

sábado, 21 de septiembre de 2013

MAILENA CHERIGO

         

Mal día

Mi madre nunca dijo nada. Pero yo lo presentía, aunque sin comprender del todo. Durante los últimos años, o sea, mi vida entera, me lo estuvo dando a entender. Siempre repitiendo su refrán: "La mata de ortiga jamás dará rosas". Extrañas palabras, en especial si las decía al final de un regaño.

            Mi madre tenía cada cosa. Nunca me dejó hacer oficios. Cuando niñita, si yo tomaba la escoba de pencas y la pasaba por el piso terroso de la casa, ella me la quitaba y mirando el techo de paja decía:
            -¡Ay Mailena, si no sabes ni lo intentes!-.
            Nunca me enseñó a barrer, trapear, coser o cocinar. Daba por hecho que yo dominaba algún oficio secreto del cual me valdría oportunamente. Entre las dos las funciones estaban claras. Los oficios de la casa eran lo suyo; lo mío escucharla y pensar que yo no trabajaba en casa por el mucho cariño que ella, mi madre, me tenía.
            Salvo por algunas cartas y las muchas maldiciones de mi madre, no conocí a mi padre. Por el remitente del correo supe que residía en otro pueblito, un poco más grande que la aldea donde vivíamos nosotras. Nunca me invitó, nunca lo visité.
            Por las imprecaciones de mi madre supe que la echó de ese villorrio, cargando conmigo en su vientre, algunos trapos en un cartucho y la promesa de ayuda monetaria; unos centavos que siempre llegaron tarde. Las maldiciones de mi madre causaron en mí toda clase de emociones: asombro, dolor, miedo y hasta risa. Por último, el tema de mi padre provocaba en mí una gran indiferencia, por eso dejé de enviarle las cartas que raramente contestaba.
            Mi padre fue maldecido en nombre del monstruo, la bestia y el falso profeta. Con él, todos los machos. Además de evitarme los oficios y maldecir a mi padre, la vida de mi madre se reducía a lavar y planchar para la calle, hacer tamales por encargo, ver telenovelas en casa de la vecina y alejarme de cualquier presencia masculina. ¡Qué lío cuando en cuarto grado tuve maestro y no maestra!
            Por mi parte, fuera de no hacer nada en casa y escuchar las maldiciones, me dedicaba dizque a estudiar y probar lo prohibido...a escondidas. Mi madre se pasaba el día maldiciendo a mi padre, o sea, hablando de hombres; tanto, que terminó por intrigarme.
            Apenas tenía 14 años cuando a mi pregunta "¿por qué mi madre odia a los hombres?" un tío, el hermano más joven de mi madre, me contestó:
            -Bueno, tendrás que probar uno para saberlo-.
            La primera vez fue muy dolorosa. Él era muy grande y yo muy chica. Las siguientes veces no; al parecer el ganó destreza y yo me llené de ganas. Así fue hasta que nos descubrieron...fue otro tío, el hermano mayor de mi madre...yo pensé que sí podía con uno...pronto fui la preferida de todos los tíos...y los primos...y los vecinos...que fácil era conseguir favores así y lo que comenzó como una gran curiosidad, terminó siendo un corrido de atardeceres polvorientos allá en la cañada.
            Aunque no cesaron las maldiciones, la vida se le hizo menos trajinada a mi madre. Hice que mis tíos, los hermanos menor y mayor de mi madre, construyeran un pequeño corral, lo llenaron de gallinas y que ellos mismos las alimentaran. Nunca hubo carne de gallina tan cara y tan solicitada. Creo que por eso mi madre aún me quitaba la escoba de las manos y me decía:
            -Anda, Mailena, anda a cuidar tus gallinas-.
            Nunca sospeché que las benditas gallinas me traerían problemas. Justo cuando estaba por cumplir los 17, cuando las gallinas se encontraban más gordas, estalló la bomba; las verdades y las exageraciones salieron a relucir. Las uñas de tías, primas y vecinas, casi me deshilachan. Me salvó mi tío, el hermano menor de mi madre; me embarcó rumbo a la poca conocida ciudad capital. Allá en mi pueblo, Cerritos Grandes, quedaron las gallinas, mi madre y las maldiciones. Mis tíos, primos y vecinos prometieron visitarme.
            Tuve que marcharme sin esclarecer algo que no me atreví a preguntarle a mi madre. Mis presentimientos infantiles e incomprensibles, se hicieron evidentes. Que yo sepa, durante el tiempo que cuidé de las gallinas, a pesar de que jamás hice algo al respecto, la regla nunca me falló; es más, por eso reventó el asunto: un primo prometió a otro que él sería quien me preñaría y al fallar, las burlas del otro no se hicieron esperar. Tampoco la riña.
            Lo demás es historia. Ya en la capital, los primeros días pasé las de Caín; si desayunaba, no cenaba; si me bañaba con jabón, me lavaba los dientes sin pasta de dientes.
            Llegué con unos cuantos centavos, algunos trapos y la dirección de una pensión del mercado público. Allá fue a visitarme mi tío, el hermano mayor de mi madre. Esta vez le cobré en efectivo y sin hablar de las gallinas. Gracias a él, me enteré que mi nombre pasó de ser motivo de escándalo a digno de lástima. Mi esterilidad era obvia, no así las causas. También me dijo que a pesar de mi compromiso de ayudarla económicamente, mi madre ahora maldecía el nombre de mi padre y el mío. Cuando le tocaban a ella el tema, el de mi esterilidad, sólo sonreía, con esa sonrisa suya tan opaca, lejana. Dijo mi tío que él, para dejar clara las cosas, no fuera que yo me hubiese marchado embarazada, emboscó, esquinó y enfrentó a mi madre. Ella después de muchos rodeos, gritos y lamentos, le contestó:
            -Ay vete tranquilo, siempre supe que ella tenía la sangre malvada de su padre, lo vi en sus ojos cuando nació, solo piensan en sexo; y para mi maldición nació mujer. Ya me veía de abuela, criando un chorro de nietos, mientras ella zorreaba en cualquier hueco. Pero tranquilo que muy a tiempo me aseguré que esa ortiga no diera rosas-
            No pude evitar que le heredara su maldad, lo vi en sus ojos cuando nació, pero muy a tiempo me aseguré que con ella, muriese la mala sangre. No habría nietos.
            Me engañó de la forma más cruel. Aquí venía con su camión, a comprar las legumbres que sembraba mi padre. Me vio y se encaprichó conmigo. No es por nada, pero yo era una muchacha bastante agraciada, tierna y...tonta. Me bajó el cielo y las estrellas y en uno de sus viajes me convenció de que huyera con él y que fuera su mujer. Mi papá casi se muere de la rabia y hasta me desheredó. Repartió en vida las huertas entre mis hermanos y a mí me dejó por fuera. Cuando regresé, apenas si me dio este rincón que me sirve para dormir y esconder mis penas.
            Al echarme de su casa y del pueblo, el muy canalla me quiso dar a entender que el asunto no funcionó, pues me quedé corta. Según sus palabras, él era un buen ejemplo de tenacidad y trabajo para la comunidad. Me dijo que empezó con un kiosco donde vendía desde galletas, carne y cepillos de dientes, hasta cerveza y lotería clandestina. Con el constante gotear de sudor, creció en espacio y clientela hasta convertirse en un comisariato. Luego compró el camioncito y comenzaron los viajes hasta Cerritos Grandes. Me conoció y dice que honestamente pensó que yo era la mujer adecuada. Pero me quedé corta, pues no tenía espíritu para los negocios; todo por que me embaracé cuando aún no estaba consolidada la empresa...
            ¡Cuento!. Yo no sabía nada de como vienen los niños al mundo, así que embarazarme no fue idea mía. Y a él le molestó tener hijos de una cholita con la cual no pensaba tener nada en serio, si no ¿por qué reconoció el niño de la hija de la señora de la pensión y hasta se casó con ella? ¿Por qué era blanquita y fula?  Anduvo con las dos a la vez y cuando le tocó decidir se fue con la de los ojos claritos y a mí me dijo que me había llevado de empleada, no de esposa.
            Él fue mi primera ilusión, mejor dicho, la única. Desde niña siempre esperé un príncipe que me rescatara de la vida del campo, yo no quería repetir a mi madre y abuela. Parir y trabajar. En esos tiempos en Cerritos Grandes, sólo había primaria y mi padre me envió de mala gana; la mayoría de mis compañeras se juntaron con algún hombre antes de llegar a sexto grado. Yo fui una de las pocas que terminó y quería seguir estudiando, salir de Cerritos Grandes y conocer otras cosas, pero como no se podía...fue entonces cuando apareció él. Parecía un sueño del que me desperté de la peor manera.
            Como lo detesto. Por eso cuando Mailena nació me fijé mucho en ella. La vi muy bien y me di cuenta de cuanto se parecía a su padre. No tenía alternativa, debía terminar con esa raza de malvados; fue fácil... ¡y hay gente que no cree en los curanderos!
            Por ser tan laborioso, yo consideraba justo tener cierto tipo de esparcimiento; alguna actividad relajante que me alejara de las tensiones del negocio. De joven, mi pasatiempo eran las cholitas de los campos cercanos; pero eso se complica con el matrimonio y más cuando uno se convierte en pilar de la comunidad. Pero con suficiente dinero, puedo viajar y guardar las apariencias. Además, ya no tengo ni gracia ni labia para enamorarlas, así que me conformo con algo más fácil, seguro y libre de complicaciones.
            Por eso jamás pensé en este resultado. Nunca creí que el destino jugaría conmigo de esta forma tan oscura.
            La noche del último viernes de cada mes, me siento en mi burdel preferido, de espalda a la pared y esquivando las luces de neón; pido un cóctel de mariscos y una botella de ginebra con sus respectivas gotas, y espero.
            En casa queda mi esposa, las estampas de los santos pegadas en la pared y mi hijo mayor. Nunca lo he visto con una mujer. Sus hermanas ya se casaron y él nada. No me gusta para nada el dejo que tiene al hablar y menos el brillo que veo en sus ojos cuando llegan los camioneros a entregar mercancía.
            Anoche no tenía ningún apuro, bebía con calma mientras observaba las mismas viejas con sus cueros siempre colgando. De madrugada y cuando ya estaba bastante bebido, en medio de aquella curtiembre, apareció en la tarima desnudándose al son de la música, una muchacha que... ¡diablos!...tenía todo lo necesario para acelerarme el pulso y quitarme la borrachera. A pesar de ser blanca, tenía facciones de cholita, de esas que tanto me gustan. Se quitaba una pieza de ropa, la arrojaba y esta demoraba una eternidad en tocar suelo. Tuve que apurarme en pagarle a un mesero para que me la enviara a la mesa. ¡Qué suerte! Tenía asegurada una noche deliciosa. Me costó un dineral pero fue fascinante.
            Esta mañana, sentado en la cama y aún extasiado, veía y acariciaba su cuerpo desnudo; pretendía entablar una larga conversación con ella. Nunca imaginé que todas esas cosas se podían hacer. Como buen hombre de negocios, necesitaba garantizar los servicios de alguien tan profesional. Elegí, sin conocer ni sospechar nada, la táctica paternal para obtener el monopolio de esa muchacha. Quería evitar cualquier riesgo, enfermedad o competidor. Intentando ser meloso le hablé de mi familia, de que tenía hijos con más o menos su edad. Ella me contestó que entonces yo debía estar un poquito viejo. Le dije que un poco, no mucho, pero que anoche con todo y los años la puse a sudar. Le hablaba así, mientras acercaba mi lengua a sus senos. Ella, envolviendo mi cara con sus manos, la separó de su pecho y me dijo que no fuera travieso. Le pregunté su dirección y me dijo que vivía en una pensión del mercado. También le pregunté su verdadero nombre, pues sospechaba que el que me había dado no era verdadero, me contestó que la dirección y el apodo bastaban para localizarla. Yo, queriendo hacer algún tipo de compromiso personal, insistí no solo en su nombre, sino el de su madre, su padre, incluso que deseaba saber de donde venía, porque obviamente no era capitalina. Ella para despacharme rápido y que dejara de sobarle las nalgas, me contestó todas mis preguntas; una por una.
            Jamás pensé en este resultado. Nunca creí que el destino jugaría conmigo de esta forma tan oscura. Si las respuestas que me dio fueron verdaderas, no pude enterarme de peor forma, de quien era ella

viernes, 13 de septiembre de 2013

AMOR A PRIMERA BIRRA

Motivos grises

La cerveza estaba caliente, así que tomé dos relucientes vasos de mi vajilla fina, dos bien fregados frascos de mayonesa con todo y etiqueta, los llené con cubitos de hielo y luego con el espumante líquido dorado. Bebimos. Ella habló, yo escuché.
También recordé. Nos conocimos en el lugar más adecuado, una cantina; en la fecha más propicia, los carnavales. Empatamos tan bien que nos encuartelamos en mi casa. Allí vivimos una borrachera hasta el Domingo de Resurrección. Ni siquiera perdonamos el Viernes Santo. Entre la cerveza y el coger se nos escaparon ligeros el entierro de la sardina, la cuaresma y nuestras vacaciones. Ella comenzó el semestre regular en la universidad. Yo regresé a mi trabajo en una agencia de guardias de seguridad.
Al principio iba a buscarla y pronto se me hizo evidente que eso le molestaba. Luego comenzaron las discusiones por las causas más tontas; algo pasaba. Podré ser cualquier cosa, pero no idiota, así que la invité a conversar sobre nuestra relación. Ella habló, yo escuché.
Fue una retahíla como de media hora: que si ella era una universitaria y yo no, que mi ordinariez extrema, que mi descuido en el aseo de la casa, que mi apatía en cosas de salud, que sí este santo, que sí aquella virgen; al final confesó cuanto se perturbó el día que fui a buscarla y la seguí al interior del baño de damas. Por esa razón rompía conmigo. Terminó la cerveza, me entregó el frasco con un gesto que decía “¿Vez?” Y se marchó con sus trastos.

Nunca dijo toda la verdad. Nunca me dijo que a pesar del placer y la cerveza que gozaba en privado conmigo, en público su estómago se llenaba de sobresaltos. Nunca me dijo que al ir a buscarla, su cara palidecía frente a sus amigos universitarios. Nunca me dijo que no podía confesar que cuando hacíamos el amor, mis enormes tetas aplastaban sus pequeños senos.

domingo, 8 de septiembre de 2013

LOS MOTIVOS DE CASTEL

Motivos grises

Sin armas ni recursos ni alternativas, salvo aquella mirada insulsa repleta de tonterías. Así era yo cuando estaba frente a ella. Nunca pude dominar tal situación.
            La conocí en la discoteca del hotel con nombre de santo, donde, por lo general, se escucha mucho merengue. Cualquiera diría que en medio de esa música tan agitada no hay espacio para el romance. Todo lo contrario, no sólo la sangre sube de temperatura, también las hormonas y lo que comienza siendo un ejercicio aeróbico termina siendo el desaforado ritual canino. Por las ansias, buscar donde fue una labor tormentosa; tanto que al desvestirme, el mero roce de la ropa casi me hace culminar anticipadamente. Por suerte no fue así y pude cumplir. Siguieron otras veces, siempre llenas de esfinges y misterios; de silencios como respuesta. Otras veces que eran locos retos de forma y lugar. Creo que la vez más salvaje fue en un ascensor entre la planta baja y el décimo piso.
            Pero. Desde el día que la conocí, un gusano comenzó a reptar sobre la mucosa de mis entrañas. Esa discoteca, la del hotel con nombre de santo, no se caracterizaba precisamente por el buen nombre de sus asistentes, sino por el contrario, por lo terrible de la fama de sus acciones. Sólo este hecho me puso a la defensiva. Una defensa endeble, pero defensa al fin.
            Ella nunca respondía claramente a mi inquietud. Hablarle sobre el tema era navegar en mares plagados de tintoreras. Con un no sé o un quizás, dejaba laceradas las piernas de mi alma, frustrando así, cualquier posible huida. Eso me lastimaba.
            Cuando le preguntaba, sus besos quemaban con pasión mi boca mientras sus manos colmaban de ternura mis cabellos; aún así, jamás dio una respuesta directa a una pregunta directa. Únicamente callaba y sus ojos desilusionados, me condenaban. Nunca tuve una respuesta definitiva, nunca calme mi inquietud, nunca supe si de verdad me quería, si yo significaba algo más que un momento para ella. Le era tan fácil salir a bailar con otro en la discoteca; sólo me decía "ahora vengo" y se introducía en la pista de baile. El día que la conocí ¿a quién le diría "ahora vengo"?
            ¿A quién? ¿A quién? Decía que a nadie, pero el tono de su voz no me convencía. Si le hubiese creído me habría evitado el dolor. Esos miserables celos, clavaban sus colmillos de víbora en las carnes de mi vientre hasta lograr convulsionarme. En su ausencia, pensar las infinitas posibilidades de lugares donde podría encontrarse me provocaba las más graves fiebres y nauseas; más al pensar, en las infinitas posibilidades de aventuras con otros tipos que podía tener. Pero nada me enfermaba tanto como hacerme la siguiente pregunta: ¿Y si yo era una aventura?
            Vivía entre ausencias dolorosas, intensos encuentros eróticos y largas discusiones. No soportaba las nubes de humo que la rodeaban; su pasado, presente y futuro, despertaban única y absolutamente dudas en mi persona. ¿Estaría yo incluido en sus planes? A pesar del ardor y la pasión nada indicaba que así sería. No soportaba tanta incertidumbre. ¿Qué le costaba darme algo de seguridad?
            Por eso, para evitar el dolor agudo de mi vientre y alejar los colmillos de víbora, decidí realizar la mejor defensa, atacar y terminar con esta absurda situación. Después de muchos rodeos temerosos, me convencí de que debía no sólo eliminarla de mi vida sino de la vida. Me faltaba el valor para hacerlo yo mismo pero no me atrevía a contratar a alguien. ¿Y si por mala suerte contrata a uno de sus negados amantes?
            Yo tendría que hacerlo. Muchas horas de planes y decisiones se alternaron con angustias y arrepentimientos. Pero las discusiones y los ataques de celos se hicieron demasiado abundantes, como para no hacerlo. Su asesinato finalmente tomo forma en mi mente: un cuchillo clavado en su pecho en la misma discoteca donde la conocí. Tal vez en el baño o en la misma pista, no sé, pero sí después de que me dijera "ahora vengo".

            Con paciencia aguardé la noche adecuada, la noche donde no hubo discusiones. Bailamos, comimos, bebimos, hubo besos, caricias y a la mitad de una íntima conversación, un tipo vino a sacarla a bailar y ella aceptó. Largos minutos duró la espera. Una furia sorda colmó mi espíritu, una furia que guiaría mi mano hasta su pecho. Al rato, ella regresó a la penumbra de nuestra mesa; regresó, me dio un gran beso y me dijo al oído: "Ves que siempre regreso a tus brazos". Saqué el cuchillo, mi corazón y pulmones triscaban bestialmente, un sudor frió pobló la piel de mi cara; pronto sentí el efecto de su persona sobre la mía y posando mis ojos sobre ella, con aquella mirada insulsa repleta de tonterías, solté el cuchillo sobre la alfombra y dejé que me besara.