Mal día
Mi madre nunca dijo nada. Pero yo lo
presentía, aunque sin comprender del todo. Durante los últimos años, o sea, mi
vida entera, me lo estuvo dando a entender. Siempre repitiendo su refrán: "La mata de ortiga jamás dará rosas". Extrañas palabras, en
especial si las decía al final de un regaño.
Mi madre tenía cada cosa. Nunca me
dejó hacer oficios. Cuando niñita, si yo tomaba la escoba de pencas y la pasaba
por el piso terroso de la casa, ella me la quitaba y mirando el techo de paja
decía:
-¡Ay
Mailena, si no sabes ni lo intentes!-.
Nunca me enseñó a barrer, trapear,
coser o cocinar. Daba por hecho que yo dominaba algún oficio secreto del cual
me valdría oportunamente. Entre las dos las funciones estaban claras. Los
oficios de la casa eran lo suyo; lo mío escucharla y pensar que yo no trabajaba
en casa por el mucho cariño que ella, mi madre, me tenía.
Salvo por algunas cartas y las
muchas maldiciones de mi madre, no conocí a mi padre. Por el remitente del
correo supe que residía en otro pueblito, un poco más grande que la aldea donde
vivíamos nosotras. Nunca me invitó, nunca lo visité.
Por las imprecaciones de mi madre
supe que la echó de ese villorrio, cargando conmigo en su vientre, algunos trapos
en un cartucho y la promesa de ayuda monetaria; unos centavos que siempre
llegaron tarde. Las maldiciones de mi madre causaron en mí toda clase de
emociones: asombro, dolor, miedo y hasta risa. Por último, el tema de mi padre
provocaba en mí una gran indiferencia, por eso dejé de enviarle las cartas que
raramente contestaba.
Mi padre fue maldecido en nombre del
monstruo, la bestia y el falso profeta. Con él, todos los machos. Además de
evitarme los oficios y maldecir a mi padre, la vida de mi madre se reducía a
lavar y planchar para la calle, hacer tamales por encargo, ver telenovelas en
casa de la vecina y alejarme de cualquier presencia masculina. ¡Qué lío cuando
en cuarto grado tuve maestro y no maestra!
Por mi parte, fuera de no hacer nada
en casa y escuchar las maldiciones, me dedicaba dizque a estudiar y probar lo
prohibido...a escondidas. Mi madre se pasaba el día maldiciendo a mi padre, o
sea, hablando de hombres; tanto, que terminó por intrigarme.
Apenas tenía 14 años cuando a mi
pregunta "¿por qué mi madre odia a
los hombres?" un tío, el hermano más joven de mi madre, me contestó:
-Bueno,
tendrás que probar uno para saberlo-.
La primera vez fue muy dolorosa. Él
era muy grande y yo muy chica. Las siguientes veces no; al parecer el ganó destreza
y yo me llené de ganas. Así fue hasta que nos descubrieron...fue otro tío, el
hermano mayor de mi madre...yo pensé que sí podía con uno...pronto fui la
preferida de todos los tíos...y los primos...y los vecinos...que fácil era
conseguir favores así y lo que comenzó como una gran curiosidad, terminó siendo
un corrido de atardeceres polvorientos allá en la cañada.
Aunque no cesaron las maldiciones,
la vida se le hizo menos trajinada a mi madre. Hice que mis tíos, los hermanos
menor y mayor de mi madre, construyeran un pequeño corral, lo llenaron de
gallinas y que ellos mismos las alimentaran. Nunca hubo carne de gallina tan
cara y tan solicitada. Creo que por eso mi madre aún me quitaba la escoba de
las manos y me decía:
-Anda,
Mailena, anda a cuidar tus gallinas-.
Nunca sospeché que las benditas
gallinas me traerían problemas. Justo cuando estaba por cumplir los 17, cuando
las gallinas se encontraban más gordas, estalló la bomba; las verdades y las
exageraciones salieron a relucir. Las uñas de tías, primas y vecinas, casi me
deshilachan. Me salvó mi tío, el hermano menor de mi madre; me embarcó rumbo a
la poca conocida ciudad capital. Allá en mi pueblo, Cerritos Grandes, quedaron
las gallinas, mi madre y las maldiciones. Mis tíos, primos y vecinos prometieron
visitarme.
Tuve que marcharme sin esclarecer
algo que no me atreví a preguntarle a mi madre. Mis presentimientos infantiles
e incomprensibles, se hicieron evidentes. Que yo sepa, durante el tiempo que
cuidé de las gallinas, a pesar de que jamás hice algo al respecto, la regla
nunca me falló; es más, por eso reventó el asunto: un primo prometió a otro que
él sería quien me preñaría y al fallar, las burlas del otro no se hicieron
esperar. Tampoco la riña.
Lo demás es historia. Ya en la
capital, los primeros días pasé las de Caín; si desayunaba, no cenaba; si me
bañaba con jabón, me lavaba los dientes sin pasta de dientes.
Llegué con unos cuantos centavos,
algunos trapos y la dirección de una pensión del mercado público. Allá fue a
visitarme mi tío, el hermano mayor de mi madre. Esta vez le cobré en efectivo y
sin hablar de las gallinas. Gracias a él, me enteré que mi nombre pasó de ser
motivo de escándalo a digno de lástima. Mi esterilidad era obvia, no así las
causas. También me dijo que a pesar de mi compromiso de ayudarla
económicamente, mi madre ahora maldecía el nombre de mi padre y el mío. Cuando
le tocaban a ella el tema, el de mi esterilidad, sólo sonreía, con esa sonrisa
suya tan opaca, lejana. Dijo mi tío que él, para dejar clara las cosas, no
fuera que yo me hubiese marchado embarazada, emboscó, esquinó y enfrentó a mi
madre. Ella después de muchos rodeos, gritos y lamentos, le contestó:
-Ay
vete tranquilo, siempre supe que ella tenía la sangre malvada de su padre, lo
vi en sus ojos cuando nació, solo piensan en sexo; y para mi maldición nació
mujer. Ya me veía de abuela, criando un chorro de nietos, mientras ella
zorreaba en cualquier hueco. Pero tranquilo que muy a tiempo me aseguré que esa
ortiga no diera rosas-
No pude evitar que le heredara su
maldad, lo vi en sus ojos cuando nació, pero muy a tiempo me aseguré que con
ella, muriese la mala sangre. No habría nietos.
Me engañó de la forma más cruel.
Aquí venía con su camión, a comprar las legumbres que sembraba mi padre. Me vio
y se encaprichó conmigo. No es por nada, pero yo era una muchacha bastante
agraciada, tierna y...tonta. Me bajó el cielo y las estrellas y en uno de sus
viajes me convenció de que huyera con él y que fuera su mujer. Mi papá casi se
muere de la rabia y hasta me desheredó. Repartió en vida las huertas entre mis
hermanos y a mí me dejó por fuera. Cuando regresé, apenas si me dio este rincón
que me sirve para dormir y esconder mis penas.
Al echarme de su casa y del pueblo,
el muy canalla me quiso dar a entender que el asunto no funcionó, pues me quedé
corta. Según sus palabras, él era un buen ejemplo de tenacidad y trabajo para
la comunidad. Me dijo que empezó con un kiosco donde vendía desde galletas,
carne y cepillos de dientes, hasta cerveza y lotería clandestina. Con el
constante gotear de sudor, creció en espacio y clientela hasta convertirse en
un comisariato. Luego compró el camioncito y comenzaron los viajes hasta
Cerritos Grandes. Me conoció y dice que honestamente pensó que yo era la mujer
adecuada. Pero me quedé corta, pues no tenía espíritu para los negocios; todo
por que me embaracé cuando aún no estaba consolidada la empresa...
¡Cuento!. Yo no sabía nada de como
vienen los niños al mundo, así que embarazarme no fue idea mía. Y a él le
molestó tener hijos de una cholita con la cual no pensaba tener nada en serio,
si no ¿por qué reconoció el niño de la hija de la señora de la pensión y hasta
se casó con ella? ¿Por qué era blanquita y fula? Anduvo con las dos a la vez y cuando le tocó
decidir se fue con la de los ojos claritos y a mí me dijo que me había llevado
de empleada, no de esposa.
Él fue mi primera ilusión, mejor
dicho, la única. Desde niña siempre esperé un príncipe que me rescatara de la
vida del campo, yo no quería repetir a mi madre y abuela. Parir y trabajar. En
esos tiempos en Cerritos Grandes, sólo había primaria y mi padre me envió de
mala gana; la mayoría de mis compañeras se juntaron con algún hombre antes de
llegar a sexto grado. Yo fui una de las pocas que terminó y quería seguir estudiando,
salir de Cerritos Grandes y conocer otras cosas, pero como no se podía...fue
entonces cuando apareció él. Parecía un sueño del que me desperté de la peor
manera.
Como lo detesto. Por eso cuando
Mailena nació me fijé mucho en ella. La vi muy bien y me di cuenta de cuanto se
parecía a su padre. No tenía alternativa, debía terminar con esa raza de
malvados; fue fácil... ¡y hay gente que no cree en los curanderos!
Por ser tan laborioso, yo
consideraba justo tener cierto tipo de esparcimiento; alguna actividad
relajante que me alejara de las tensiones del negocio. De joven, mi pasatiempo
eran las cholitas de los campos cercanos; pero eso se complica con el
matrimonio y más cuando uno se convierte en pilar de la comunidad. Pero con
suficiente dinero, puedo viajar y guardar las apariencias. Además, ya no tengo
ni gracia ni labia para enamorarlas, así que me conformo con algo más fácil,
seguro y libre de complicaciones.
Por eso jamás pensé en este
resultado. Nunca creí que el destino jugaría conmigo de esta forma tan oscura.
La noche del último viernes de cada
mes, me siento en mi burdel preferido, de espalda a la pared y esquivando las
luces de neón; pido un cóctel de mariscos y una botella de ginebra con sus
respectivas gotas, y espero.
En casa queda mi esposa, las
estampas de los santos pegadas en la pared y mi hijo mayor. Nunca lo he visto
con una mujer. Sus hermanas ya se casaron y él nada. No me gusta para nada el
dejo que tiene al hablar y menos el brillo que veo en sus ojos cuando llegan
los camioneros a entregar mercancía.
Anoche no tenía ningún apuro, bebía
con calma mientras observaba las mismas viejas con sus cueros siempre colgando.
De madrugada y cuando ya estaba bastante bebido, en medio de aquella
curtiembre, apareció en la tarima desnudándose al son de la música, una
muchacha que... ¡diablos!...tenía todo lo necesario para acelerarme el pulso y
quitarme la borrachera. A pesar de ser blanca, tenía facciones de cholita, de
esas que tanto me gustan. Se quitaba una pieza de ropa, la arrojaba y esta
demoraba una eternidad en tocar suelo. Tuve que apurarme en pagarle a un mesero
para que me la enviara a la mesa. ¡Qué suerte! Tenía asegurada una noche
deliciosa. Me costó un dineral pero fue fascinante.
Esta mañana, sentado en la cama y
aún extasiado, veía y acariciaba su cuerpo desnudo; pretendía entablar una
larga conversación con ella. Nunca imaginé que todas esas cosas se podían
hacer. Como buen hombre de negocios, necesitaba garantizar los servicios de
alguien tan profesional. Elegí, sin conocer ni sospechar nada, la táctica
paternal para obtener el monopolio de esa muchacha. Quería evitar cualquier
riesgo, enfermedad o competidor. Intentando ser meloso le hablé de mi familia,
de que tenía hijos con más o menos su edad. Ella me contestó que entonces yo
debía estar un poquito viejo. Le dije que un poco, no mucho, pero que anoche
con todo y los años la puse a sudar. Le hablaba así, mientras acercaba mi
lengua a sus senos. Ella, envolviendo mi cara con sus manos, la separó de su
pecho y me dijo que no fuera travieso. Le pregunté su dirección y me dijo que
vivía en una pensión del mercado. También le pregunté su verdadero nombre, pues
sospechaba que el que me había dado no era verdadero, me contestó que la
dirección y el apodo bastaban para localizarla. Yo, queriendo hacer algún tipo
de compromiso personal, insistí no solo en su nombre, sino el de su madre, su
padre, incluso que deseaba saber de donde venía, porque obviamente no era
capitalina. Ella para despacharme rápido y que dejara de sobarle las nalgas, me
contestó todas mis preguntas; una por una.
Jamás
pensé en este resultado. Nunca creí que el destino jugaría conmigo de esta
forma tan oscura. Si las respuestas que me dio fueron verdaderas, no pude
enterarme de peor forma, de quien era ella