Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 21 de septiembre de 2014

LA NIÑA Y LA MARIPOSA


Era una tarde de luz melódica. Una tarde de acordes resguardados por los colores. Era una tarde afectada por la transparencia. Había tanta luz que nada quedaba oculto. Todo se podía ver. Era una tarde repleta de franquezas.
            Esa tarde, durante un buen rato, una niña estuvo observando a las mariposas. Observó su vuelo en el jardín, tal como si fuesen retazos de tul flotando sobre el césped. Observó su ir y venir entre las flores bebiendo el néctar, tal como si fuese el más rico de los siropes. Observó el golpe de sus lentas alas, tal como si estuvieran suspendidas en el aire por hilos invisibles. Y con tanta observación se le ocurrió una idea.
            Corrió por todo el prado practicando el aletear de las mariposas. También estiraba los labios formando una trompeta presta a chupar el líquido dulce de las flores.
            Cuando creyó estar lista, la niña extendió sus manitas y sus dedos aletearon entre la luz. Los colores del iris, haciéndose cómplices con ella, pintaron sus intenciones.
            Primero fueron las uñas de sus manitas, luego las mismas manitas; los codos y los hombros; el cuello, la cara y el cabello; su tórax, abdomen y espalda. Por último, sus piernas, tobillos y pies.

            Esa tarde brillante y honesta, ella, la niña que observaba a las mariposas, bañada en colores y con su trompeta lista a chupar el líquido dulce, extendió sus alas y voló con alas de retazos de tul. Tal como si estuviera suspendida en el aire por hilos invisibles. Tal como si buscara el néctar que hay más allá de las flores.

domingo, 14 de septiembre de 2014

SIMÓN EL ALFARERO

¡Vengan señoras! ¡Vengan señores! Vengan y admiren el arte de Simón el Alfarero. También ustedes, almas incrédulas, vengan, asómbrense y vuelvan a creer. No se resistan y abran las orejas a la historia.
            Así nació el arte de Simón. Desde las aguas púrpuras agotó los partos iracundos y sus poros vomitaron el rencor de los siglos y la náusea y los espasmos y el dolor en las articulaciones y la mordida en el pecho dijeron adiós y él pudo bajar a la piscina y, al fin, lavarse la sangre. Desde ese instante la arcilla se topó con la magia. Y ya no fue Simón, sino Simón el Alfarero.
            Con diez dedos Simón forja unas manos hábiles; con un puñado de miradas un par de ojos rasgados; con unas carcajadas una treintena de dientes blancos; con cuatro largos suspiros Simón forja tres melancolías cortas.
            ¡Eso no es nada señoras y señores! 
            Él atrapó al pez vestido de cunas, el de las aletas de ébano y ojos diamantinos, el que nada entre los vientos y aparta las nubes grises. Él atrapó al pez de la mordida de fenómeno marino, la que convierte huracanes en papalotes mojados. Simón pilló al pez de las violetas, al pez con la fábula trazada en sus agallas. Al arenque bandido que salta los eclipses y asperja atardeceres.
            ¡Vengan señoras! ¡Vengan señores! ¡Vengan y crean!
            Denle hojas caídas en otoño y él les regresará un árbol, traigan aceite de oliva y él les regresará miles de aceitunas, entréguenle algunas plumas deslustradas y él les regresará tucanes. En sus manos un poco de lodo será un músculo recio, agua de arroyo sangre valiente, tronco de árbol huesos firmes.
            Así es el talento de Simón el Alfarero. Vengan a verlo.
            Con el alba, él se levanta de la alfombra y decide respirar. Sin la incertidumbre de las respuestas. Sin la soledad de unos muebles sin usar. Sin el polvo y la sinusitis. Él se levanta de la alfombra y decide correr a la montaña y llenarse los pulmones.
            Así es el talento de Simón el Alfarero. Vengan a verlo ustedes los indecisos que van y vienen mordiendo arenas y digiriendo pulpos. Ustedes los dragones iracundos, temerosos y avergonzados de sus garras afiladas. Ustedes las simas de mutismos hilados por arañas discretas y prudentes. Ustedes los gritos insensatos y escondidos entre los buenos modales. Ustedes los deseos de herir la atmósfera y beber su sangre. Ustedes los oídos sordos y las gargantas gruesas. Ustedes, más que nadie, deben venir y admirar su arte. Así lo hice y ahora existo en la montaña.

            Vengan señoras, vengan señores, vengan y vuelvan a creer. 

domingo, 7 de septiembre de 2014

Y LA LLUVIA LLEGÓ

          Salió a pescar el artesano cuando las cerámicas crecieron a un costado de los montes. Ellas, las cerámicas, semejaban árboles de trigo masticados por la mirada hambrienta del sol. Ellos, los montes, parecían sorbetes de granito y mármol derramándose hasta los valles.
            Las manos de vidrio del artesano, callosas y repletas de elefantes, a lo largo del camino acariciaban los lacios cabellos del índigo pasto; a su vez, el niño medio día lloraba lágrimas rubias sobre sus hombros aterronados.
            Sus ojos, cuencas de jazmines, tejían quimeras sobre el lago de las eternidades y del modo que mimarían a las almejas veloces de conchas carnosas y labios únicos y voluptuosos en las noches breves con piel de celo.
            Sus pies, como lenguas hambrientas, saboreaban los reflejos. Un calor picante empujaba su ombligo de humedad y el artesano sonreía al imaginarse reflejado en el lago querido.
            Al llegar a la orilla, ¡Fraude de fraudes! Ni una gota, ni una, sólo moluscos atrapados en el lodo duro, envejecido. Sus manos de cristal se marchitaron cual claveles ermitaños. Sus ojos, cuencas marinas, se inundaron de vacíos mientras tintoreras amargas aleteaban en sus remansos. Sus pies, ofendidos al ver el lago asesinado por la sequía, vomitaron los sabores del camino.
            El artesano, desde la orilla, lloró por las almejas antes veloces y ahora cubiertas de fango. Se acercó a una de ellas, la tomó y, luego de besarla, la alimentó con requiebros en su cobijo. ¡Restitución de restituciones! Al alzar los ojos, el artesano vio el cielo nublado y prestó a derrumbarse sobre él. El lecho del lago y los moluscos atrapados en el lodo envejecido, se prepararon para la danza.