Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 14 de septiembre de 2014

SIMÓN EL ALFARERO

¡Vengan señoras! ¡Vengan señores! Vengan y admiren el arte de Simón el Alfarero. También ustedes, almas incrédulas, vengan, asómbrense y vuelvan a creer. No se resistan y abran las orejas a la historia.
            Así nació el arte de Simón. Desde las aguas púrpuras agotó los partos iracundos y sus poros vomitaron el rencor de los siglos y la náusea y los espasmos y el dolor en las articulaciones y la mordida en el pecho dijeron adiós y él pudo bajar a la piscina y, al fin, lavarse la sangre. Desde ese instante la arcilla se topó con la magia. Y ya no fue Simón, sino Simón el Alfarero.
            Con diez dedos Simón forja unas manos hábiles; con un puñado de miradas un par de ojos rasgados; con unas carcajadas una treintena de dientes blancos; con cuatro largos suspiros Simón forja tres melancolías cortas.
            ¡Eso no es nada señoras y señores! 
            Él atrapó al pez vestido de cunas, el de las aletas de ébano y ojos diamantinos, el que nada entre los vientos y aparta las nubes grises. Él atrapó al pez de la mordida de fenómeno marino, la que convierte huracanes en papalotes mojados. Simón pilló al pez de las violetas, al pez con la fábula trazada en sus agallas. Al arenque bandido que salta los eclipses y asperja atardeceres.
            ¡Vengan señoras! ¡Vengan señores! ¡Vengan y crean!
            Denle hojas caídas en otoño y él les regresará un árbol, traigan aceite de oliva y él les regresará miles de aceitunas, entréguenle algunas plumas deslustradas y él les regresará tucanes. En sus manos un poco de lodo será un músculo recio, agua de arroyo sangre valiente, tronco de árbol huesos firmes.
            Así es el talento de Simón el Alfarero. Vengan a verlo.
            Con el alba, él se levanta de la alfombra y decide respirar. Sin la incertidumbre de las respuestas. Sin la soledad de unos muebles sin usar. Sin el polvo y la sinusitis. Él se levanta de la alfombra y decide correr a la montaña y llenarse los pulmones.
            Así es el talento de Simón el Alfarero. Vengan a verlo ustedes los indecisos que van y vienen mordiendo arenas y digiriendo pulpos. Ustedes los dragones iracundos, temerosos y avergonzados de sus garras afiladas. Ustedes las simas de mutismos hilados por arañas discretas y prudentes. Ustedes los gritos insensatos y escondidos entre los buenos modales. Ustedes los deseos de herir la atmósfera y beber su sangre. Ustedes los oídos sordos y las gargantas gruesas. Ustedes, más que nadie, deben venir y admirar su arte. Así lo hice y ahora existo en la montaña.

            Vengan señoras, vengan señores, vengan y vuelvan a creer. 

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