Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

sábado, 28 de junio de 2014

¡QUÉ COMPLICADO ES EL AMOR BREVE!

¡QUÉ COMPLICADO ES EL AMOR BREVE!

            ¡Que complicado es el amor breve! No permite que el sabor de los besos se añeje en los labios y que las pieles se reconozcan a fuerza de contacto. No permite que las miradas se sumerjan hasta tocar los valles y que las sonrisas anuncien las gratas esperas. No permite irritarse y que el enojo fallezca como aguacero.
            ¡Qué complicado es el amor breve! Tanto como construir un dolor o correr a los brazos del miedo. Peor que abrazar la cintura del mar o caminar descalzo sobre la brisa. Es cosa de ventanas cerradas o fuga de estrella interrumpida o degustación de arena huraña.
            ¡Qué complicado es el amor breve! No deja espacio para que un hombre pida a una mujer que despida los silencios con el susurro nacido de sus cabellos, de su boca, de su cutis, en las noches sin luna. No deja que se escuchen los versos de los dedos arando la piel o las sinfonías de los poros estallando.
            ¡Qué complicado es el amor breve! Sin hogar de pocos trastos y muchas conversas. Sin ollas preocupadas por tener algo de arroz para las visitas. Sin mecedoras cálidas que acojan a quien merece descanso. Sin camas cómplices a la hora de la hora de nuestra vida amén.

            El amor breve es tan complicado, basta un descuido y fallece marchito. El amor breve es tan complicado como volar con las alas de Ícaro, acercarse al sol y pretender sobrevivir.

domingo, 15 de junio de 2014

LOS JUEGOS DE LA INFANTA ALEJANDRA

Arte de Rafael Galdames

A mí me gusta platicar con la Luna. Es muy divertido porque ella es muy hablantina. Sólo hay que aprender a escucharla. Ya es de noche cuando aterriza en mi patio y me escapo por la puerta de la cocina y voy al jardín a saludarla. La miro muy fijamente, le digo hola y entonces comenzamos a conversar. Así aprendí a oírla. Ella me cuenta que viene de más allá de las nubes y de jugar con meteoros; yo le cuento mis andanzas.
A veces, la Luna se conforma con ser resplandor y me saluda desde los sombreros del bosque; otras veces se convierte en niña y jugamos a las escondidas. Antes de irme a dormir, siempre, me invita a sentarnos en el césped y usamos de espejo las gotitas del rocío. Al día siguiente, el Sol se pone muy celoso y calienta mi cabeza con más fuerza. ¡Qué mal humor tiene el Sol! Por eso tengo que jugar con él también. Pero él nunca se convierte en niño.
            También me gusta jugar en los parques. Allí corro por las veredas, salto las bancas y hago sudar mucho a mi abuelito. Cómo me gusta ver a las estatuas. Pero siempre que miro una está inmóvil. A ninguna he visto caminar, correr o saltar ni siquiera sentarse a las que están de pie. Siempre quietecitas, sin gotas de sudor en sus caras, sin sus pechos inflarse al respirar, sin sacudir las piernas por el cansancio. Tal vez algunas de ellas bajen por las noches a caminar por los patios que vigilan de día. Quizás, cuando nadie las ve, estiran perezosas los músculos mientras truenan sus huesotes. A lo mejor van en secreto hasta una refresquería y allí beben mucha chicha. Mi papá dice que tales cosas son una tontería y que nadie ha visto brincar a una estatua. Yo creo que lo que pasa es que ellas son tímidas y no les gusta que las vean juguetear.
            Con las estatuas no puedo jugar y nada más las miro… ¡cómo no se mueven…! Por eso cuando voy al parque me divierto con el viento. Lo que no me gusta es que siempre trata de soltarme las trenzas que mi mamá me hace en las mañanas. También juego mucho con las nubes, yo adivino y ellas dibujan. A veces, ellas tratan de adivinarme el pensamiento.
Lo que sí no me agrada es ir a la escuela y hacer la tarea.
Ayer le pregunté a la maestra: ¿Para qué sirve un caracol? No me contestó. Supongo que un caracol sirve para dejar baba sobre las piedras del jardín. O para dormirme mientras camina hasta la siguiente piedra. Lo hace tan lento que no hay más remedio. También para verlo mover sus antenas como si fuera un marciano. Creo que los caracoles no sirven para jugar, me da asco la baba esa. ¡Ah! Ya sé: los caracoles deben servir para asustar a las otras niñas, pero que sea Emilio el que los agarre, ni loca me embarro con esa baba.
La maestra nunca me sabe contestar mis preguntas. Por eso no me gusta la escuela. Pero sí me encanta jugar. Jugar con la luna, el sol, las estatuas, las nubes, el viento y hasta con los caracoles. Pero con quien más prefiero jugar es con papá y mamá; más que con mis muñecas. Dice mi abuelita que lo que ellos deben hacer es regalarme un hermanito. No sé cómo van a hacer, pues yo no he visto que vendan hermanitos en las jugueterias.

domingo, 1 de junio de 2014

LA MANCHA AUSENTE EN EL RETRATO

Contraste en verde
Buscó acuciosamente en esa deformidad pintada que un día fue su retrato. Cada pulgada del lienzo fue indagada con extrema diligencia. Allí encontró todo el amarillo de sus infamias. Los amores muertos a golpe de hielo. Las humillaciones infringidas a los claveles que sólo querían agradarle. Almas azules que creyeron que la hiel sabía de sinceridad. Allí la pareja abandonada, allá el amigo hundido en la empresa fraudulenta. Acá la familia avergonzada y aquí el ser que ya no resiste la inmortalidad de su malvada belleza. Eternamente joven. Eternamente vacío. ¡Basta ya!
Vino, coca, sexo. Nunca amistad. Menos amor. Jamás lealtad. Mucho menos fidelidad. Aunque sí fue fiel. A su terso rostro. A lo hermoso de su cuerpo. Al ingenio de su charla. A la fulminante ternura de su mirada. Sí fue fiel. A como adueñarse de las voluntades ajenas para ajarlas y luego arrojarlas por el caño. Por el mero placer de hacerlo. Sólo porque se podía hacer.
Pero hay límites. No hay lienzo que resista tanta mancha putrefacta. No hay posible resistencia al horrendo cuadro. Por eso ese ser, paradigma de la belleza de la piel para afuera, decidió ponerle fin a todo. Un cuchillo. Un corte preciso y adiós a la pintura que le recuerda sus muchas crueldades. Un corte preciso y adiós a esa eterna, bella, decrépita juventud.

Pero tenía que saberlo. Tenía que confirmar que allí no estaba la mancha que registraba la destrucción del único ser que vio a través del oropel barato y luego le sonrió mirándolo directo a los ojos. Ese ser que sin estar frente al grabado de sus maldades siempre supo de las entrañas de su sepulcro blanqueado. Buscó en el retrato deforme. Indagó por muchas horas. Y allí, entre todo el amarillo de sus infamias, no encontró la mancha que registraba la ruina de aquel ser tan especial. Al final, la belleza de la piel para afuera regaló su última sonrisa. Un corte preciso y todo terminó.