Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 30 de agosto de 2015

TÚ ME DICES QUE NO IMPORTA

Quisiera rozar tus labios con las puntas de mis dedos y obsequiarte con alegres noticias; no lo hago, no puedo, no hay buenas nuevas que contar, sólo las malas de siempre. Tantos sudores, tanta fatiga y vivo asustado con la idea de no tener suficiente para pagar la cuenta del teléfono; y con rencor, ternura, odio y amor escribo versos; versos que parecen crueles espejos que nunca reflejan las engañosas máscaras, versos que salpican con rayos de luna mis insomnios.
            Escribo mis pobres versos que lo son todo y no son nada. Recuerdo los gritos de tu madre: "¡Un poeta! ¿Tú estas loca? ¿Acaso se come poesía?". Cuanta razón encerraban sus palabras, la pobreza es triste y es lo único que no quisiera darte.
            Ahora casi siempre pienso que los versos no son nada y agredido por la incertidumbre, ya no sé para qué sirven. Por suerte tú sí, y tu boca dibuja una sonrisa mientras dices: "No importa" y con la fuerza de dos palabras, tus palabras, regresa mi anhelada paz.
            Cada tarde, después de ocho horas en una oficina mediocre y asfixiante, me pides mis versos y yo te los doy, por lo menos eso puedo entregarte y aunque no todas las veces los entiendes, siempre los comprendes.
            Sabes que son tuyos, que los escribí en tu nombre movido por la ira de saber que te quiero y que hay miles de cosas que no puedo regalarte. Y mayor es mi enojo al comprobar que ya los amores no vienen con el pan y la cebolla.
            Y tú sólo te sonríes y me pides mis versos y yo te los doy, sabes que son tuyos, que los escribí en tu nombre movido por la rabia de saber que pronto llegará la cuenta de luz y habrá que decidir entre dormitorio iluminado o timbre de teléfono.
            Me pides mis versos y yo te los doy, sabes que son tuyos, que los escribí en tu nombre movido por el coraje de saber que los versos no se comen, que tu madre tenía razón y aunque todas las quincenas te traigo un cheque, siempre hay cuentas que pagar y sólo queda lo único que no quisiera darte: la triste pobreza.
            Y tú me dices: "No importa" y vuelas hasta a mi pecho con alas de picaflor, tan suave, tan quedo, que temo moverme y en mi brusquedad romper el frágil encanto.
            Por eso escribo con el odio y el rencor de no poder cubrirte de obsequios.
            Por eso escribo con la ternura y el amor que tu sonrisa siembra en mí, en especial, cuando nos sobran las deudas y tu me dices: "No importa, la quincena que viene pagaremos, ahora léeme tu último poema".

domingo, 2 de agosto de 2015

LA RAZA ADOLORIDA

¡Nosotros pertenecemos a la raza adolorida!
            La que derrama lágrimas en el silencio de la noche, la que ya no habla pues tiene un grito amargo atascado en la garganta. La que tiene repletos sus adentros de calores y olores.
            El brillo de nuestra sonrisa no es más que maquillaje impuesto. Un detalle de los amos para lucirnos en las fiestas. Luego de ser oprimidos y aplastados por el peso de nuestros explotadores, somos los olvidados en un rincón, el pasto de los hongos. Somos un linaje herido, el de los pobres diablos, sin mayor esperanza que ser gastados y luego desechados. ¡Qué vida!
            Mañana a mañana, tarde a tarde, noche a noche lo nuestro es salir a la calle cargando los deberes hasta que el tiempo nos hiera con su aguijón. Parecemos destinados a ocupar el último lugar; siempre lo ocupamos. Aún así, no desfallecemos.
            Llueven los golpes pero no nos hacen mella; después del primero los que siguen no duelen. Por eso proseguimos sin dejarnos engañar ni por la perfidia ni la envidia, ambas hijas de la ignorancia y nosotros no somos ignorantes. Insistimos sabiendo que al final del camino nuestros sueños nos estarán aguardando. Como todos los demás también tenemos sueños: levantarnos del suelo y ver con nuestros propios ojos a las nubes jugar con el sol en el horizonte.
            Así llegará un día en que el negro, el blanco y el chocolate uniremos nuestras roncas voces, para dejar escapar el grito amargo que teníamos atascado en la garganta y decir con orgullo:
            ¡Zapatos de todos los países, uníos!