Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 6 de noviembre de 2016

LAS MANOS DEL HIJO DEL ISTMO

En enero el hijo del istmo salió a sembrar plantones en los jardines y las praderas del gran huerto. Salieron a sembrar flores blancas, rojas y azules rebosantes de néctares y polen. Pero ese mes, las garras del águila calva bebieron del plasma rebelde.
            Antes de aquel término hubo otras manos de sueños universales y savias multicolores. Manos de cobre que crecieron entre frutos de la selva. Manos de ébano que preñaron a la joven tierra. Manos de bronce que, con arcilla delgada y sudor grueso, forjaron la quimera libertad. Manos de marfil que rompieron el aire con la guitarra. Manos bellas y ancestrales.
            Cuando nació la idea del gran huerto, desde cada esquina del arco iris vinieron muchas manos a tirar del arado y trazar los surcos. Las manos juntas clavaron sus gruesas falanges en la hoja metálica, rompieron tierra, allanaron planicies y sembraron abrazos inmortales en plena cintura del hogar istmeño. Manos de cada esquina del arco iris vinieron a cubrirse de callos en el borde del huerto. También lo hicieron las manos del hijo del istmo.
            Y vio crecer las verduras y las legumbres y los granos. Y después de muchos años creyó conveniente sembrar sus flores en los predios del gran huerto. Nada más natural le pareció. Y esperó el mes de enero. Y el águila calva también lo hizo.
            El día nueve el tornado de alas y garras arrastró las flores. Y nunca fueron tan unidas las manos, la izquierda y la derecha, del hijo del istmo. Un dilatado peregrinar emprendió. Sin embargo, cuatrocientos meses más tarde, llegó el medio día del águila calva. Aún hubo otro incendio maldito. Pero la historia ya estaba escrita. Las manos del hijo del istmo ahora siembran dignos plantones blancos, rojos y azules entre los ricos surcos del gran huerto.
            La cosecha es mucha.