Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 27 de octubre de 2013

MUERTE SÚBITA

Las copas del sacrificio

…Aquí el estadio Capital, aquí el termómetro emotivo estalló, ganan las Águilas a los Jaguares. Gol de oro después de un empate a tres, gol de oro del zaguero Roger Hernández, a los cuatro minutos del segundo tiempo extra. Un centro incómodo con ansias de excelencia y el taco izquierdo de Roger convirtió la zozobra en triunfo glorioso. Un poco más y se van al punto penal. Juego no apto para cardíacos, señores, pero ganó el mejor, el que metió el gol, no cualquier gol, sino el gol dorado, el gol que hace la diferencia final y definitiva. La muerte súbita llegó y el ganador se lo lleva todo. Después de un marcador adverso, dos a cero durante todo el primer tiempo, cuarenta y cinco minutos bajo el yugo; pero las Águilas se crecieron, abrieron sus alas y no sólo empataron sino que ganaron el partido, la final de la Copa Globalizadores del Continente. El público aclama a los ganadores, las autoridades policíacas ponen a buen recaudo a los perdedores. Ya pronto inicia la ceremonia protocolar de premiación. Los personeros de la Federación de Fútbol y las personalidades invitadas se acercan al entarimado, las Águilas saludan a su público y la fanaticada ruge. Las Águilas suben a la tarima y uno a uno recibe su medalla, y Roger Hernández, el autor del gol de oro, recibe el trofeo, la Copa Globalizadores del Continente. Las Águilas recorren el cuadro de juego, en vuelta triunfal, mostrando la Copa, paseando la Copa, llenos de honor, repletos de orgullo y el público los aclama con gritos, con aplausos y quien sabe, con algún lamento. En estos momentos las autoridades policíacas conducen a los Jaguares, al equipo perdedor, a quienes vieron desvanecerse el triunfo, al centro del campo y ahora sí, lo que todo el mundo esperaba, la vuelta a las antiguas tradiciones, el perdedor se quedó sin nada. Desde el primer torneo en la ciudad de Davos, las reglas establecen claramente, medallas para los ganadores y lapidación pública y automática para los perdedores. Los fanáticos enloquecen, aúllan. La policía ya está lista. Roger Hernández abraza emocionado el trofeo. No hay escape para los jaguares…

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