Sientes que han transcurrido varios
años desde que cerraste los ojos. Tus ánimos regados por el suelo, entierran
sus pequeñas uñas en la alfombra, como buscando fuerzas en el polvo. Decidir
entrar al baño te cuesta un mundo, pero tu olor te empuja a hacerlo.
Hoy la recamara te parece más grande
que nunca.
Con el agua, el cerebro se te
refresca y empieza a funcionar. Un poco, por lo menos. Lo que te extraña es que
pareciera que hoy amanecieron de otro color, los azulejos del baño.
Lo primero que recuerdas es el
rostro de Lera. Sin tener a donde ir, a cambio de techo y comida fungías como
mucamo de tu propia hermana. Tal situación era buena.
Lera estaba por casarse y se
mudaría, dejándote el apartamento. Ya con un hueco propio, la mitad de tus
problemas se resolvían. La situación no era tan mala. Pero.
Un día de lavado, Lera te vio
olfateando una sedosa pieza de ropa íntima; te preguntó que hacías y le
contestaste que te gustaba el olor a detergente y suavizador. Desde entonces
Lera estuvo más atenta y se percató de otros incidentes parecidos. La situación comenzó a cambiar.
Otro día, buscando periódicos viejos
en el armario, Lera encontró una "Play-boy" con un panty suyo
manchado con algo viscoso y blancuzco. La situación explotó.
El reclamo que Lera te hizo fue de
lo más violento y desagradable. Ella incluso te golpeó varias veces y en la
cara; tú, por suerte, únicamente le prometiste a gritos que la próxima mujer
que te tocara el rostro, se rifaba la vida. Lera a esa amenaza te contestó con
otra: el muerto serías tú, sí tan sólo volvías a pensar otra cochinada que la
involucrara a ella. Tuviste que mudarte.
A medida de que el fresco líquido te
recorre el cuerpo, tu mente se aclara. Aún así, no puedes reconocer el olor del
jabón que usas.
Te acordaste de que pese a todo, te
invitaron a la boda. Parecía que tu hermana siempre te iba a dejar el
apartamento. No ibas a ser el mejor vestido ni el más acogido en la ceremonia, pero
la intimidad que obtendrías en tu nueva posesión, bien costaba la simulación.
Más agua, más claridad. Recuerdas
que anoche fue la fiesta. Explotabas de felicidad, después de todo tú quieres a
tu hermana. Mucho. Bebiste, bailaste, bebiste, comiste, bebiste, conversaste,
bebiste, cantaste, bebiste y bebiste.
Sacaste a Lera a bailar un vals
imaginario. Ella por un momento olvidó la muralla entre ambos y también bailó
contigo. Después de todo, todavía eran hermanos. En tu ímpetu, acercaste más a
tu pareja y apretándole una nalga le dijiste:
-No
imaginas lo feliz que estoy, mamacita-.
Sigues bañándote. Disfrutas de las
caricias del agua. Tomas una esponja que no recuerdas haber comprado y te
restriegas firmemente tu anatomía, comenzando por el rostro, luego el pecho y
lo que podías alcanzar de tu espalda. Pusiste mucha espuma en tus genitales y
los frotaste. Igual hiciste con tus muslos, pantorrillas y cada uno de los
dedos de tus pies. Tu mente se aclara.
Lera se veía feliz. Tu cuñado es un
hombre maduro que encontró una mujer de temple, con la cual andar el mismo
camino. Ya se habían prometido amor eterno y Lera cumplía su palabra. La
familia entera era fiel a las promesas hechas. Ya lo decía papá:
-Para
bien o para mal, palabra dada, palabra cumplida-.
Dejas el agua caminar
tonificantemente sobre tu piel. ¡Que alivio a los efectos de la borrachera! Un
chorro de agua sobre la cara alivia tu malestar, mientras por tu mente pasan
los acontecimientos de anoche: la ceremonia, la fiesta, la bebida, el vals, la
estrujada...
El
chorro de agua fresca logró hacerte recordar nítidamente lo ocurrido. Después
de la estrujada de nalga vino la bofetada. Recordaste que a Lera tú le hiciste
una advertencia. También te acuerdas de la amenaza de ella. Ahora si te quedó
claro, totalmente claro, como un vaso de cristal recién fregado, el significado
de las palabras de tu padre. Tú le apretaste el trasero a tu hermana y no
tuviste tiempo. Ahora no te queda más que cerrar y apretar los ojos, para que
no se te desborden las imágenes de la noche anterior.
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