Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 11 de diciembre de 2016

LA VOZ ESCONDIDA

Las sirenas repletas de hisopos aún parecen deltas impenetrables. Es el canto agudo que recuerda los clavos y las hienas. La noche de las chispas de terror y fósforo, puntas que atormentaron en diciembre. Ni aquel enero fue tan cruel. La Niña de Chocolate fue inmolada en adviento. Secreto de pirámide y carne convertida en olor y ceniza.
            Nos sorprendió dormidos. Entre tanto amago, no amagar fue la sorpresa. Golpe de brazas sin ascos ni contemplaciones. Los ídolos de la guerra proclamaron su oráculo: ¡Vengan los humos ácidos y las llamas crueles! Una garra apagó las estrellas.
            Las tanquetas a media noche vomitaron. Los torpedos iluminaron con luz de oscuridad los techos, baños y zaguanes. A la una de la madrugada murió Demetrio envuelto en sudarios de fuego. El reloj demente declaró que la lumbre lamió el barrio a las siete de la mañana. Así fue el apuro por declarar inocente a un cangrejo llamado Hummer.
            Con sus tenazas lujuriosas y obscenas, aquel cangrejo rasgó la playa y nos dejó sin tiempo y ahogados en intrigas. Desde Carolina llegó flotando y desató la lluvia de vergüenzas y bermellones. El fósforo molido inundó las arterias y el incendio habitó entre nosotros.
            La Niña de Chocolate por más gritos y alaridos no lo pudo evitar. En la tarde cerveza y dominó en la acera, en la noche clavos de hoguera traspasando las manos de la infanta. Un aletazo del abismo quemó sus mejillas, ahorcaron la doble sena de un viejo aburrido.
En los techos y envueltas en sábanas de humo, las moscas letales depositaron sus huevos. Y más allá de las cortinas donde sólo llega el resplandor voló un murciélago sin perdonar a quien no llevó la marca de un transponder. Desde una trampa llamada retén, Manuel, el de las especias, fue triturado por las muelas malditas de un crustáceo. Y encima convirtieron en suceso el que su cuerpo no cupiera en la bolsa negra.

            La montura de Atila cabalgó por la ciudad y su relincho opaco sólo lo escuchó la muerte. La peor de las guerras cohabitó entre nosotros, con el incendio de la veintisiete y los aplausos de la cincuenta. Y el fuego cundió. Y una raza de castrados anidó junto a las garzas. Y un machete azotado fue reemplazado por una carrera hasta la más próxima sotana. Ecuación infame: Un general más un machetazo más una manada de pequeñas alimañas indispuestas para la lucha igual a una recua de cobardes.
            ¿Será posible lavar la brisa del asco de la orgía montada en el nido de amor de las tanquetas, de la vulgaridad del saqueo, de la sensación de impotencia, del sabor que deja en la boca ver a un gringo desde un hummer saludar como reina de carnaval? ¿Será posible olvidar?
            Mis pupilas sonámbulas dan vueltas y buscan sin encontrar. Una lágrima con sabor a vinagre surca la mejilla. Claman los caídos bajo el húmedo césped. Murió el culantro y sólo crecen hongos. ¿Será posible olvidar? ¿Ocultar el holocausto?
            ¿Qué máscara, por inmensa que sea, puede ocultar el horror de las cenizas de Demetrio y la bolsa negra de Manuel? ¿Qué máscara puede ocultar detrás de los votos las botas invasoras?      Si tan sólo se hubiesen preocupado por dejar una gotita de aire sin humo, sin ceniza de zinc retorcido y carne abrazada. Pero no les bastó el dolor del fuego. Tuvieron que construir el muro de los aplausos. ¡Oh Señora tricolor! ¿Cuándo bajaras del Ancón convertida en el otro fuego? La causa justa embriagó a los istmeños con tuétano de fémures y nuevamente precisan cubrir el horror con un velo. ¡Resaca maldita!

            No hay máscara posible. El fuego quemó los lazos y los salvajes acamparon en el patio y no hay lágrima que los conmueva. No es posible pensar que todo fue un mal sueño, pesadilla de indigestiones. El olor a muerto abrazado aún se siente. No se puede, aún las botas marchan cerca, muy cerca.

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