Aurora, cantas y de tu boca brotan..., ¿Canciones?
¿Historias? ¡No! ¡Maldiciones! Unas envueltas en celofán o papel de regalo,
otras perfectamente desnudas, pero todas llenas de esperanza. Son como querubes
de sol que rasgan el tapiz de la noche. Son como extrañas melodías que hurgan
el punto preciso.
Tus maldiciones son especiales; no
son gasto inútil de saliva. Son juramentos sin marcas de la bestia, germinados
en una esquina del desierto, libres de víboras y cangrejos. Tienen sabor a
cabellos despeinados, olor a dedos industriosos y textura de orquídea amable.
Maldices todos los días y hasta
tienes tus preferencias, por ejemplo, condenas el agua estancada y el viento
frenado, la impotable y el irrespirable. Para ti, interrumpirse es morir y tú
maldices por no resignarte. ¡Vivan tus cascadas y tornados! ¡Adiós a la charca!
Tus maldiciones son las mías, las de
una tarde vacía de eclipses pendencieros y colmada de resonancias luminosas. Me
costó unos años comprenderlo. Sin embargo el dolor, el tiempo y el amor
lograron abrir mis oídos y así pude entender de imprecaciones. No tengo tu
maestría, pero ahora proclamo que es mejor maldecir que doblar la rodilla
izquierda.
Maldices al papá que regala una bicicleta a un niño sin
enseñarle a manejarla; y a la madre que matrimonia a la hija con una ceremonia
y no con un hombre. Al joven que necesita colgarse una marca en el cuello para
sentirse y a la chica que requiere engancharse a un cuello para sentir.
Maldices la cucaracha oliva que se filtra entre las
rajaduras del ombligo y se jacta de las envidias que derraman sus encías. Tú
maldices, Aurora, las horas bordadas con el temor de zafarse de las sombras.
¡Miedo al miedo! Hay que apagar el televisor y encender la vida. ¡Maldita sea!
Por tus maldiciones, un puñal de tul
en caída libre se sumerge en las carnes y abre espacio entre las costillas y
rompe la unidad de los tejidos y los inunda de coraje. Por tus maldiciones, el
encaje más amarillo se torna blanco al sufrir los pinchazos de la aguja
uniéndolo a la pollera. Tú nunca te rindes y siempre coses tus camisas. Por eso
atiendo tus maldiciones.
Aurora, cantas y la atmósfera
estalla en maldiciones, llenas de esperanza. Y tu anatema viaja hasta los
cometas y tu denuesto rebota por los cráteres. Extraña melodía en busca de
libertades. Sé que no eres necia sino que en verdad nos quieres.
Benditas tus maldiciones, las que no abandonan el bajel
amenazado por el naufragio. Benditas tus maldiciones, las que perennemente
alentarán a un niño armado con un biombo, a lanzar
una piedra al aire para que estallen los colores. Aurora, cantas y de tu boca
brotan..., ¿Canciones? ¿Historias? ¡No! ¡Maldiciones!
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