Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 26 de abril de 2015

BELLA Y TARADA

¡Es una coqueta! Frente a mis ojos flirtea con cualquiera que la salude y a mí me da la espalda, a mí, el hombre que le tiene cariño. Lo que pasa es que se sabe bella y lo proclama a viva voz. La humildad no es una de sus cualidades. Y menos con tan exuberante corona. Ella encanta con su blancura y lo asombroso de su hablar. Sin embargo es una malagradecida; me empeño en bien cuidarla y jamás escuchó la palabra gracias. ¡Abusiva!
Y es que a ellas les gusta abusar. No es la primera vez que abusan de mí. Hace unos años disfruté de un largo noviazgo hasta que mi futuro suegro me exigió una fecha para el matrimonio. ¡Crisis total! Al final, debido a graves conflictos, tuve que resignarme a insospechadas condiciones impuestas, no me quedó de otra. El día de la boda y en medio de mi angustia, mi mamá volvió a sermonearme. Ella y su traje blanco estaban preciosos. Pocas horas más tarde su cuerpo explotó en mujer. Al igual que su padre, ella caminaba con los pies bien puestos sobre la tierra. Muy bien puestos. Era un regalo del cielo. Lástima que no fui yo quien recibió tal obsequio. Desde entonces tiendo a suponer que todos los seres vivos son de igual calaña y poseedores de esa execrable costumbre de sobrestimar eso de caminar con los pies bien puestos sobre la tierra.     

            ¿Estaré prejuiciado? Si lo estoy. Creo estar matizado por esa experiencia de mi pasado. Por el recuerdo de mi antigua novia cuando opino sobre esta otra no puedo ser neutral. No permitiré que otra coqueta tarada con el supuesto de tener los pies bien puestos sobre la tierra arruine mi vida. Por eso a ésta la tengo encerrada y no le permito poner los pies sobre el suelo. ¡Sí señor! ¡Así es! Esta vez las insospechadas condiciones las impongo yo. De ningún modo seré abandonado de nuevo. ¡El destino de mi cacatúa australiana es vivir encerrada en su jaula!

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