¡Es una
coqueta! Frente a mis ojos flirtea con cualquiera que la salude y a mí me da la
espalda, a mí, el hombre que le tiene cariño. Lo que pasa es que se sabe bella
y lo proclama a viva voz. La humildad no es una de sus cualidades. Y menos con
tan exuberante corona. Ella encanta con su blancura y lo asombroso de su
hablar. Sin embargo es una malagradecida; me empeño en bien cuidarla y jamás
escuchó la palabra gracias. ¡Abusiva!
Y es que a ellas les gusta abusar. No es la primera vez
que abusan de mí. Hace unos años disfruté de un largo noviazgo hasta que mi
futuro suegro me exigió una fecha para el matrimonio. ¡Crisis total! Al final,
debido a graves conflictos, tuve que resignarme a insospechadas condiciones
impuestas, no me quedó de otra. El día de la boda y en medio de mi angustia, mi
mamá volvió a sermonearme. Ella y su traje blanco estaban preciosos. Pocas
horas más tarde su cuerpo explotó en mujer. Al igual que su padre, ella caminaba
con los pies bien puestos sobre la tierra. Muy bien puestos. Era un regalo del
cielo. Lástima que no fui yo quien recibió tal obsequio. Desde entonces tiendo
a suponer que todos los seres vivos son de igual calaña y poseedores de esa
execrable costumbre de sobrestimar eso de caminar con los pies bien puestos
sobre la tierra.
¿Estaré prejuiciado? Si lo estoy.
Creo estar matizado por esa experiencia de mi pasado. Por el recuerdo de mi
antigua novia cuando opino sobre esta otra no puedo ser neutral. No permitiré
que otra coqueta tarada con el supuesto de tener los pies bien puestos sobre la
tierra arruine mi vida. Por eso a ésta la tengo encerrada y no le permito poner
los pies sobre el suelo. ¡Sí señor! ¡Así es! Esta vez las insospechadas
condiciones las impongo yo. De ningún modo seré abandonado de nuevo. ¡El
destino de mi cacatúa australiana es vivir encerrada en su jaula!
Por lo menos te canta? Un abrazito desde Chile!
ResponderEliminar