A veces
la felicidad arroja guijarritos contra el tragaluz de mi recámara. Eso me
preocupa. Mucho. Es que escucho con recelo los ayes del cristal asaltado.
Desde el césped y con cada gimoteo
vidrioso, ella, la felicidad, rompe mis costumbres. No entiendo sus deseos,
pero esperaré la tarde en que con una piedra rompa el ventanal.
Esperaré que la luz tibia de la
tarde entre por la pequeña ventana rota y se resbale por las paredes, asperje
la alfombra y me envuelva con un paño.
Esperaré que afuera la brisa
despeine los árboles y me invite a pasear. Me atreveré a franquear la puerta y
los sueños se colarán en mi alcoba. Y ya no serán necesarios más vidrios rotos.
Esperaré que la soledad no teja más
espinas y que la música traspase el dolor. Será posible el regreso y llegará la
mañana sin mareos y una sonrisa retozará en la habitación.
Esperaré que el vértigo deje de ser,
que la muerte entierre las uñas en su ombligo y que mi cama no admita un
insomnio más.
Esperaré que por la ventana rota la felicidad entre a mi
recámara. De allí no saldrá. Trenzará mallas y las tirará al mar de mi tristeza
y me atrapará. Sé que lo hará. Espero ansioso la tarde en que la felicidad con
un guijarro rompa los cristales.
A veces la felicidad…
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