Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 8 de mayo de 2016

POEMA DEDICADO A UN VALLE QUE SUEÑA

Sueña este valle lejos del saludo y más lejos del abrazo. Sueña con el torrente que ya no está, con las antiguas crecidas y con el murmullo de sus rápidos; ahora, el cauce seco de su amado río es la cicatriz sin lluvias donde la semilla jamás germinó. El azafrán se quedó sin estambres Y el valle prefiere no despertar.
            Si tan sólo fuesen las ilusiones de la espera; hay también un asalto de congojas. Con cada minuto que pasa crece la invasión de la sequía y el agrio rencor arruina la tierra. Es la pesadilla del triunfo de la ausencia. El valle perseguido por desiertos y  hostigado por delirios. Con cada huella del sol el rocío huye asustado
En alguna ocasión la rueca del tiempo torció la vereda. Antes siempre estuvo el río en su lecho con su canto de murmullos, era el espejo de pertinaz claridad. Pero las Parcas tejieron otro destino. Y ya la corriente no adorna el huerto. No hay canela que irrigue las euforias. Es que llegó el estiaje, se marchó la humedad. Un tifón de sequedades arrastró el río y el capullo de la orquídea languideció en su tallo.
     La ausencia es un hielo iracundo, es la granizada de la destrucción. No hay cáliz que resista su golpe. La soledad es la sequía grande, una herida yerma en el suelo y la feroz sed de los dromedarios. Simplemente el valle fue verde. Hoy lejos del riacho, el valle vive inundado de flagelos y cardos, bajo el agobio de la separación. Y sueña con  los bosques de la memoria y los olores del mantillo que asaltaban las narices. Sueño tras sueño, recuerdo tras recuerdo, gota tras gota, la peña será vencida. Tanto va el cántaro al eco del río que quiebra la arcilla solitaria. Una añoranza en clausura es cincel y martillo.
            Pero la roca es granito puro. El valle huérfano y sordo a la canción del verde de las cañas; es víctima del nocturno destierro. En la boca un sabor perdido En la mente dos pesadillas ¡Adiós a la tranquilidad de la noche!
     Para detener el suplicio, el valle abrazó el vientre de una quimera y aunque ya no hay flores, sólo rastrojos, prefirió soñar que el río asaltaba la hierba seca y que pronto brotarían las margaritas. Los cardos ríen del consuelo iluso del valle. Su regocijo es la pesadilla de unas sequedades creciendo.
Los flagelos llenos de abismos azotan la orilla de los pétalos y cae un pistilo de la flor ¿Recordarán los dueños del olvido? Ojalá así sea y se pueda llamar a la lluvia, y regrese el río a su cauce y por fin renazca la crecida.
Encendidas las angustias quizás el valle se llene de arenas, de las dunas oportunistas, de los planos y estaciones. Las orquídeas se bifurcan, buscan petroglifos que hablen de humedades. Así tal vez la lluvia escuche la súplica y germine la semilla.
¿Aún el mantillo resguardará los olores del bosque? ¿Flotarán los aromas sin ruta fija entre galaxias de animales? Ya no hay minutero en silencio; un pícaro tic tac aprendió a cantar y la melodía vuela entre libélulas. Las hiedras conquistan los muros Seis ramas de albahaca en suspiro El colibrí agita el color ¿O es la guerra de las esperas?
            Los cardos sospechando la derrota aceptaron incendiarse, en último intento de borrar el frescor del valle. Con lenguas y espinas, con ansias y mareos, anhelan la tierra fértil Conquistarla a punta de cenizas, quemar los musgos sedientos Y desenterrar la capilla. Y repeler el diluvio
            En el trillo que crea el fuego la luz de las sombras recoge garabatos. Huele a dolor y añoranza. Unos pétalos amarillos aparecen en la muralla. Prófugas hormigas anuncian el peligro ¡Qué indefenso el valle de margaritas!

            El incendio aprieta la alfombra y las nubes rechazan la ofensa del humo manchando su cielo, del valle asaltado por la hoguera. Cáliz brotado y listo, la lluvia está en su punto. La sequía teme.

Primero fue la pincelada gris y luego el aguacero. Un olor a carbón mojado borró la candela. El colibrí voló hasta el nimbo y cayó vestido de gotas. Después de tantos calores la sequía falleció. El suelo árido vuelve a cantar y pronto la ausencia conocerá la derrota. La lluvia llena los vacíos. Ya vuelve el río a su antiguo lecho.
            Hay treinta y siete pétalos en la pared y ciento ochenta y tres capullos de orquídeas por explotar. El valle despierta.

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