Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 28 de febrero de 2016

JEREMIADA

Solía convertirme en cualquier cosa. No es que fuese una especie de transformista. No es que podía cambiar mi esencia a mi gusto. Nada de eso. Pero hay cosas que uno termina haciendo, simple y llanamente, porque uno se acostumbra a todo. Es increíble la capacidad humana de bajar hasta el fango y al día siguiente, aún poder bajar más.
            Solía caminar por los parques y ver a los piedreros inhalar sus pipas de crac y a los borrachos extender hacia mí sus manos pedigüeñas de cuaras y yo, sin el menor problema, me podía transmutar en ciego y no ver nada. Solía detenerme en una esquina cualquiera, observar a las niñas ofrecerse a los transeúntes y a los transeúntes conducirlas a una pensión cercana. Yo, sin el menor dolor, me podía transformar en retrazado mental y no entender nada.
            Solía subir las escaleras de la casa condenada donde vivo, abrir mi puerta, traspasarla y al escuchar como algún vecino azotaba las paredes de su cuarto con el cuerpo de su mujer, sin ningún resquemor, yo podía transformarme en sordo y no oír nada. Hasta mi cocina llegaba el llanto de los infantes asustados por la suerte de su madre, pero ya no importaba. Un sordo mudo incapaz de hablar por no querer escuchar. Hasta no hace mucho mi piedad se reducía a no hablar mal de nadie. Ni siquiera hablaba bien de alguien. Es más, ni siquiera hablaba con alguien.

            Solía percatarme cómo los delincuentes vendían su porquería y cómo la policía pedía su parte del negocio y cómo, para justificar su salario, arrestaban a un ciudadano con la cédula vencida y yo, como si nada, me convertía en autista y me aislaba de la inmundicia.

            Sí, así es. Solía hacer esas cosas y otras peores. Ya no puedo. Perdí el don de transformarme. Hasta para ser apático se necesitan fuerzas.

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