Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 22 de mayo de 2011

AURORA

La Maldiciente (Dece Ereo-Panamá)
Aurora, cantas y de tu boca brotan... ¿Canciones? ¿Historias? ¡No! ¡Maldiciones! Unas envueltas en celofán o papel de regalo, otras perfectamente desnudas, pero todas llenas de esperanza. Son como querubes de sol que rasgan el tapiz de la noche. Son como extrañas melodías que hurgan el punto preciso.

Tus maldiciones son especiales; no son gasto inútil de saliva. Son juramentos sin marcas de la bestia, germinados en una esquina del desierto, libres de víboras y cangrejos. Tienen sabor a cabellos despeinados, olor a dedos industriosos y textura de orquídea amable.
Maldices todos los días y hasta tienes tus preferencias, por ejemplo, condenas el agua estancada y al viento frenado, la impotable y el irrespirable. Para ti, interrumpirse es morir y tú maldices por no resignarte. ¡Vivan tus cascadas y tornados! ¡Adiós a la charca!

Tus maldiciones son las mías, las de una tarde vacía de eclipses pendencieros y colmada de resonancias luminosas. Me costó unos años comprenderlo. Sin embargo el dolor, el tiempo y el amor lograron abrir mis oídos y así pude entender de imprecaciones. No tengo tu maestría, pero ahora proclamo que es mejor maldecir que doblar la rodilla izquierda.

Maldices al papá que regala una bicicleta a un niño sin enseñarle a manejarla; y a la madre que matrimonia a la hija con una ceremonia y no con un hombre. Al joven que necesita colgarse una marca en el cuello para sentirse y a la chica que requiere engancharse a un cuello para sentir.

Maldices la cucaracha oliva que se filtra entre las rajaduras del ombligo y se jacta de las envidias que derraman sus encías. Tú maldices, Aurora, las horas bordadas con el temor de zafarse de las sombras. ¡Miedo al miedo! Hay que apagar el televisor y encender la vida. ¡Maldita sea!

Por tus maldiciones, un puñal de tul en caída libre se sumerge en las carnes y abre espacio entre las costillas y rompe la unidad de los tejidos y los inunda de coraje. Por tus maldiciones, el encaje más amarillo se torna blanco al sufrir los pinchazos de la aguja uniéndolo a la pollera. Tú nunca te rindes y siempre coses tus camisas. Por eso atiendo tus condenaciones.

Aurora, cantas y la atmósfera estalla en maldiciones, llenas de esperanza. Y tu anatema viaja hasta los cometas y tu denuesto rebota por los cráteres. Extraña melodía en busca de libertades. Sé que no eres necia sino que en verdad nos quieres.

Benditas tus abominaciones, las que no abandonan el bajel amenazado por el naufragio. Benditas tus execraciones, las que perennemente alentarán a un niño armado con un biombo, a lanzar una piedra al aire para que estallen los colores.

Aurora, cantas y de tu boca brotan... ¿Canciones? ¿Historias? ¡No! ¡Maldiciones!

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