Siempre
me he preguntado ¿Por qué siendo tan hermosas tenemos que saldar las cuentas
ajenas? ¿Que culpa tenemos de ser lindas? ¡Vaya destino! Fallecer en nombre del
amor, el flirteo o el halago. Pero si vamos morir, mejor hacerlo sobre unas
manos cariñosas. De repente y eso tenga sentido. Por eso me ofendiste y
ahora que me aprietas entre tus dedos tengo que reclamarte.
Llenaste mis pétalos con la promesa
de regalarme a una mujer que acogería mis colores. Pero me ocultaste. Y encima
tuviste el coraje de decirme: "Que cursi es regalar una rosa". Luego
me abandonaste en un refrigerador. En un frío y atiborrado congelador. ¿Qué te
costaba respirar hondo, quizás sonrojarte, estirar la mano y cumplir lo
prometido? No te atreviste. ¡Cobarde! Cubierta de escarchas espero que cumplas
con tu palabra. Aún no entiendo tus razones. ¿Tanto temes al rechazo? ¿O fue la
soberbia? De cualquier forma, ¿Cómo osaste desdeñar la magia de mi belleza? Y
por encima de todo ¿Por qué me encerraste aquí? Pese a su destino los alimentos congelados
confortaron mi abandono: Las barras de mantequilla acariciaron mi tallo; los
chorizos me hicieron reír con sus anécdotas y a los tiernos quesos los oí
sollozar mientras contaba mi historia. Un corazón de pollo intentó consolarme y
sentenció: "Mejor el frío que un basurero". Fue tierna su intención
pero una nevera no es mi lugar. Por eso hablo sin temblores y te digo: ¡Qué
incertidumbre soporté cada vez que abrías la refrigeradora! ¡Qué desilusión
sufrí al verte llevar una rodaja de mortadela en mi lugar! Escúchame ahora que te atreves a tomarme entre tus dedos. Comprende
que el perfume de una rosa no merece disiparse entre costillas de cerdo. No
puedo seguir encerrada; anímate y resuelve mi destino ¡Manos prometidas o basurero! Pero no más frío.
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