Gato posando
Regresa,
todavía hay rostros que resienten tu distancia.
Rostros que precisan despeinarse,
chocar contra el viento y archivar las arrugas en la última gaveta; rostros
faltos de mejillas con alas que puedan volar sobre los lagos azabaches, esos
donde duerme la memoria sumergida en sal.
Rostros que precisan construir
hogares y no edificios inteligentes, caminar en las marchas y no reprimirlas,
dar el vuelto exacto y hallar en el diccionario la palabra ministerio; rostros
que quieran pregonar más el Domingo de Pascua y menos el Viernes Santo.
Rostros que precisan entender que
las ventanas son para la luz y no para el espionaje, que la gente es gente y no
chequera; rostros adictos que necesitan desistir de la velocidad.
Rostros que precisan buscar dientes
de leche insertos en una boquita, el coraje de no traicionarse, vivir sin
ocultar la luz, morir sin buscar la muerte, vivir sin imitar al murciélago;
rostros que precisan desplomarse en soledad antes que permanecer hediondos a
orines de gusano.
Regresa, esos rostros ya no son ajenos
sino tuyos e insisten en buscarte en el cristal. Ellos te darán lo bello. No
sabrán cómo, no tendrán idea, pero te cumplirán.
Regresa, todavía hay
rostros que resienten tu distancia.
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