Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 13 de abril de 2014

QUIERO VER

Gato arbóreo

Pasaba el Maestro por la vía de la Consolación. Allí Jericó el ciego acostumbraba pedir limosnas. Obviamente, cualquier paseo del Maestro provocaba algarabía o por lo menos un intenso susurro de voces y pasos. Eran muchos sus seguidores. El rumor provocó que Jericó preguntara que ocurría. Le respondieron que el Maestro transitaba por la vecindad y el ciego abandonó sus pocos trastos y las pocas monedas cosechadas del bolsillo de los piadosos y gritó: ¡Maestro! ¡Maestro! ¡Líbrame de la amargura!
Jericó vociferaba e intentaba acercarse al Maestro. Los discípulos le bloqueaban el paso y hasta pretendían callarlo; uno incluso le cubrió la boca con la mano, mano a la cual Jericó le hincó los dientes con mucha fuerza. El grito de ay del atrevido fue suficiente para llamar la atención del mentor. Después de escuchar las explicaciones pertinentes, el Maestro preguntó a Jericó: ¿Y cómo puedo librarte de la amargura? Enséñame a ver, contestó el limosnero.
El Maestro sopesó por un instante la petición del ciego, sonrió y aceptó complacerlo. Quieres ver, entonces verás. Aleja de tu corazón los espejismos y las sombras huirán de tus ojos. Dicho y hecho. No bien Jericó había cumplido las indicaciones cuando la luz inundó sus pupilas.
Y Jericó vio. Vio el rostro compasivo del Maestro. Vio las caras sonrientes de los discípulos. Vio sus propias manos y la mano mordida del atrevido que intentó callarlo. Vio las frentes sudorosas y trabajadoras. Vio los ojos colmados de fe de los testigos del milagro. Pero también vio miradas repletas de envidia. Vio cuellos estirados. Vio rostros llenos de desprecio que parecían preguntarse el por qué el maestro lo complació. Vio recogerse las manos que antes se extendían atiborradas de monedas. Y Jericó vio tantas cosas que sólo pudo preguntar: ¿Y si me arrepiento? El Maestro no le contestó.

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