Cenando
La
ausencia se hizo muralla y sobre ella colgamos los impermeables después de
vitorear los tranques y antes de vestirnos con silencios. Cuarenta termitas
caminan por mi espalda mientras tu angustia espera el próximo aguacero. Y sólo
espero comprar suficientes cirios para quemar un poco lo nublado y rogar que
sea lo gélido quien haga temblar las mandíbulas y no el miedo a una vejez sin
siquiera discusiones.
La ausencia se hizo muralla y sin
embargo hubo un tiempo que dimos hospedaje al cariño y a toda su familia;
fuimos sus anfitriones y ellos nos guiaban a las nueve de la noche, cuando tus
pechos rozaban mi pecho; así fue hasta que la lluvia los echó de la casa que
antiguamente era nuestro hogar y ahora parece nuestra cárcel.
La ausencia se hizo muralla, pero
aún creo que a pesar de la humedad es posible el regreso. Si tan sólo pudieras
escucharme sin hundir tus oídos en el lodo rabioso. Si tan sólo pudiera besarte
sin imaginar el mármol y el granito. ¿Por qué no me ayudas a olvidar las
manchas de negación? ¿Por qué no quiebras las reticentes tijeras? ¿Por qué no
huimos del techo carcomido que amenaza con caerse? La soledad promete
visitarnos con el próximo chubasco y cada sollozo enclaustrado se convierte en
cemento, ladrillo.
La ausencia se hizo muralla y sólo espero
que cuando escampe, todavía nos sobre tiempo para que un dedo camine sobre la
primera arruga y no sólo seamos cónyuges, sino también amantes.
La ausencia se hizo muralla y sólo
espero que cuando escampe se marchen la angustia y sus termitas y mi pedúnculo
por fin, vuelva a crecer hasta tu cáliz y tus dedos tornen a cantar la música
arrancada con tus uñas, al pentagrama de mi cuerpo.
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