Frente a frente
Son unas fábricas de excremento. Unas
factorías peludas y garrapatosas. ¡Si las he visto en plena faena!, no crea que
hablo sin fundamento. A mí me llaman Chejito Pimentel y mi papá siempre me
dijo: -No deje que le falten el respeto a su nombre - Y a mí unas perras no me
van a irrespetar.
Duermo
cerca de la ventana y el vaho de defecaciones tibias, me despierta en las
mañanas. Las malditas han escogido el jardincito bajo mi ventana para desalojar
sus tripas. Claro que ganan las rosas, pero pierden mis pulmones. Podría cerrar
la ventana pero el calor me sofocaría.
Estas
vecinas mías. Comenzaron con eso de criar perros desde antes que arrancara mi
memoria. Dicen que por dedicarse a los perros se quedaron solteras. Digo yo que
se quedaron locas.
Esto
se me está volviendo una porquería de rutina: despertarme asqueado, llenar un
cubo con agua en el traspatio y disolver excremento y gases, con el cuidado de
no maltratar las flores.
Las
viejas, que no son tan viejas, fueron rompiendo palito con los vecinos en la
medida en que sus perros fueron desapareciendo. Ahora sólo hay un par de
perras. No faltaba más, una barraca con más de nueve perros en un cuarto. Había
que hacer algo. De repente tienen motivos válidos para vengarse. Pero, ¿Y el
resto de la humanidad? ¿Acaso no contamos? Al deambular por ahí, los perros y
sus colmillos, lo acechaban a uno. Ellas decían que los cuadrúpedos eran
provocados por las intromisiones en su propiedad; que yo sepa en tan corto
espacio, no es muy fácil tener claro los linderos. ¡Ah! Lo peor era cuando una
perra se alborotaba; eso era aullido y pelea toda la noche, noche tras noche.
Olvidaba las garrapatas. Invasión total y completa. Consecuencia, hueco en el
presupuesto de tanto bañarse con jabón fenicado y fregarse los lomos con
alcohol y tabaco para evitar la sarna. Mi mujer se volvió una experta
restregadora de pellejo, por supuesto, ¿Quién era el más dulce para las
chupadoras?
Mi
mujer, me dice que no rezongue tanto, que ella les tiene lástima, más ahora que
andan todas desgreñadas. Pero el coraje no se me quita, sus cochinadas me hartaron.
Lo que pasa es que mi mujer, cuando va a ver sus rosas, ya el agua a disuelto
la caca.
Como
es la vida, ¡Qué rosas más lindas crecen bajo nuestra ventana! Pero ni eso las
salva. Mi mujer les tiene lástima porque la sinusitis le impide sentir el tufo,
pero yo si tengo muy buen olfato y voy a terminar con esto. Se me ocurre que
puedo ir ganando su confianza, con algún platito de comida, otro de agua y
hasta de leche. De vez en cuando, jugar con ellas, lanzándole una pelota o algo
parecido. Y llegará el día en que ya no olfatearan la comida, ya no la probaran
con atisbo de paranoia, me creerán un amigo, y ese día, un par de filetes,
suficiente veneno y se acabó el tufo a excremento en las mañanas.
Interesante su lectura, increíble sus vecinas, quizá les haga falta la figura masculina para que se independicen de sus caninos.
ResponderEliminarvaya, yo he visto perros y gatos en agonía por envenenamiento y es bien triste.... por más que la caca y el tufo sea insoportable, ver un animal o ser humano en agonía con dolor interno, ahogado en veneno... es bien triste. Y si el animal te agarra cariño y ganas su confianza es mucho más triste. Thelma...
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