¿Quién envuelve con su piel?
No es Penélope. Es la ira y ni siquiera es mujer pero sus manos tejen en el
recuerdo las caricias que provocan incendios.
¿Quién pretende dictar los
sabores? No es Odiseo. Es el rocío y ni siquiera es hombre pero marchó sobre
los mares en busca de los muros de Troya.
¿Quién pretende ser el puerto?
No es Itaca. Es la otra Taboga y ni siquiera es isla pero desde sus playas se
abordan naves que descubren universos.
Taboga, la otra Taboga. Isla
de piñas con riveras de tela y vigilada por un pequeño sol. Así como las arenas
reciben las olas, así sus almohadas acogen los sueños.
Taboga, la otra Taboga. La
repleta de inquietudes y oráculos: ¿Quién hará feliz al mendigo de flores? La
jardinera de sueños. ¿Qué perfume abrazará el cáliz? El de la tierra
envolviendo entrañas. ¿Dónde los tallos alcanzarán el polen? En las playas de
nubes. ¿Quién traerá el consuelo? El sol y sus dientes de maíz. ¿Y por qué un
huracán envuelto en sus espinas desafiará la soledad? Porque el viento se va y
los ojos firmes continúan en la habitación.
Taboga es isla. Es puerto. Es
oráculo. Pero sobretodo, Taboga es nostalgia.
Evoca el entorno de miradas
cuando los besos no se rinden. La sonrisa de rostro entero y el ombligo de
sensibilidades. Los conjuros de aquella palabra que hace caer la lluvia y a los
cangrejos bailar y a las gaviotas cantar y a los cocoteros aplaudir y a las
olas silbar.
Y sueña con regresos. Porque
de los peces y los gatos, de los líquidos y los arenas, un sol de mandarina
bailará en los labios náuticos. Taboga tiene nostalgias.
Y cada árbol y cada roca de
sus riveras y cada pez y cada tortuga de sus aguas piden al céfiro se lleve
este verso: “Idólatra de las rocas, ven y camina por estas arenas”.
Con amor
ama Taboga, por lo menos al recuerdo que marca sus pasos en la arenisca. Más
cuando viene el sol en caída libre mientras lo espera el horizonte y sus brazos
abiertos. Más cuando viene el viento cabalgando entre las olas mientras lo
seduce el aroma de los sargazos. Más cuando viene la luna sonriendo entre las
nubes mientras la rodean las estrellas danzarinas.
Taboga es sol y viento, nubes
y luna, horizonte y sargazos, olas y estrellas. También es la espera. Esperar
esa peculiar expresión de labios a punto de sonreír y ceño que corre de ida y
vuelta, entre el enojo y la alegría. Esperar que esas facciones de tristeza
alcen vuelo y dejen el campo libre a media docena de bocas rebeldes y prestas a
parir besos.
Nunca más la una en punto,
nunca más la soledad. Y en cada atardecer esperar se continúe el rito: El canto
del viento arrullando al sol que se duerme. Y en cada madrugada, la luna
acariciando los cristales.
Con amor ama Taboga, más
cuando viene el manto frío de la noche y con la noche, el mago de los sueños y
con el mago, la caricia sobre los pechos.
Así ama Taboga, sin retratos pero
sin olvido, sin promesas pero sin desmayo. Sólo quiere sentir pasos en la playa
y escurrir su arena entre los dedos y las sandalias. Sólo beberse el horizonte
y las espumas rojas del atardecer.
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