Me muevo al margen...

Aquí, en el margen, en el margen del canon, no hay reglas que cumplir, ni jueces que complacer, ni halagos que buscar, ni aplausos que dar con el hígado irritado...aquí, en el margen, en el margen del canon, sólo puedo hacer lo que me da la gana...

domingo, 24 de abril de 2016

BODEGA DESNUDA DE FLORES

En vano me demoro deletreando el mundo; las letras se me vuelven quirópteros de arena y vuelan sobre techos de oropel, plástico, excremento. ¿Cómo entender este mundo sí la hermenéutica y la simbología se me atascan entre los dedos y no puedo soltar un par de tuercas verbales?
            En vano pierdo el tiempo; las manecillas del reloj, antiguo y de cuerdas, aprietan el hocico de mi estómago y mi digestión es asesinada por el asco. Un pescuezo y dos yucas fritas, un vomitar sin libertad. La casa del aceite y una corvina nadando, y todo porque un bobo decidió que aún no había llegado el tiempo. ¿Quién lo autorizó?
            En vano intento entender una ocurrencia de moda, justicia en tonterías. Tan frondoso fue su detalle; ahora montón de falanges desnutridas alzándose a quien sabe qué cielo; buscan esporas y caspas entre estrellas y cenizas, algún deseo negado, una bendición oculta.
            En vano me demoro; esta cosa no tiene descosificación, este café sin cafeína que bebo en la mañana después de la letra M, este infinito que quisiera se me convirtiera en lienzo y no en los bichos alados que se alejan de mis labios. ¿Por qué me hunden en el fango donde el sol no rasga la punta de mi nariz? ¿Por qué no me ayudan a extraviar mis cabellos manchados de leche? ¿Por qué no ahuyentan de mis costados esas tijeras del silencio?
            Muchos por qué y ninguna respuesta. Abundante náusea y escasos piropos. Una tele mentirosa y un espejo demasiado franco; tanta tensión me fastidia y nada me alivia el asco.       
            Ni la venduta de carne zaherida ni la célebre larva de satín arcilloso ni la moneda duchada con polvo de huesos. ¡Nada! Ni la fuente de supuraciones ni el cielo rosado ni sus élitros de tul envejecido. ¡Nada! Le tengo terror a una próstata inflamada y a las fauces de la tonta mariposa que con el roce de sus dientes me recuerdan mi blanqueado y cardiaco sepulcro.       

            Me siento como el arbusto de cangrejos nacido el día que el sol se ocultó al mediodía. Un almuerzo en sociedad, otra rifa desubicada: Señorita no quisiera avergonzarla, pero podría ayudarme con todos estos tenedores. ¡Cubiertos repugnantes! ¿Y qué me importa la urbana y cortés etiqueta de los enlatados con corbata?

El mundo no tiene gramática posible y a veces me parece que academia se escribe con zeta de soberbia. ¡Torpe pretensión! La mantis vuela y se posa sobre mi pecho. Y en medio de tanto marasmo el asco crece. ¿Vida y muerte se escriben con k de cómplice?
            ¡No es posible escribir sin faltas ortográficas la palabra mundo! Sin embargo hay vocablos más sencillos; por ejemplo, cantina. La bodega desnuda de flores y vestida de ausencias. La taberna de cerveza caliente y donde siempre falta un real de trapo: Me ahogo sobre la mesa. La decrépita cantina de paredes de madera vieja y clientes ancianos; un letrero de letras rojas prohíbe hablar con vulgaridades, a las once cierra. ¡Apúrate! Bebe rápido y ligero.
            Allí los quirópteros de arena se bañan en la espuma y ya no importa el abecedario que encierra la palabra mundo. Las tuercas se aflojan solas y la semiótica se fue de viaje. El reloj libera el hocico de mi estómago y las falanges engordan mientras agradecen. El pantano se llena de los mangos y su miel. Es un engaño, el asco sólo duerme, pero no me importa. La carne es débil, la sed es fuerte. La cantina es mi guarida cuando la filología se me complica. Pero siempre hay un pero. Borrachos petulantes y sabiondos llevan el problema lingüístico a la cantina. Me arruinaron el escape. Abandono el mundo, me marcho a otra cantina. 

domingo, 3 de abril de 2016

DOS PUNTOS ROJOS SOBRE SUS FAUCES

Me observaba desde la vidriada luna y al percatarme de tal detalle cesé todo movimiento. Por lo menos los movimientos bruscos. Su mirada, dos puntos rojos sobre sus fauces, era tan fija que sentía un clavo en pleno esternón. Las ansiedades son tan difíciles de anticipar. Terminan por horadar un abismo en medio de nuestras seguridades. Si pudiera huir, si tan sólo lo quisiera. Soy la prueba palpable de que no querer es no poder.
            Uno tiene sus planes y espera algo. Trabaja, avanza, retrocede y vuelve a avanzar. Uno nunca se rinde. Uno quiere triunfar. No importa el precio. El dedo de la angustia trabado en la garganta hace necesario anudar la boca del estómago. Es la única forma de no vomitar. Uno sigue trabajando, avanzado, retrocediendo y volviendo a avanzar. De repente, sin petición alguna, se abre una puerta. Todo se hace fácil. La gran oportunidad, el negocio del centenario: la venta de viajes sin aeropuertos ni visas.        
El progreso nos pone una mano en el hombro. Entonces los parientes. Los amigos. Los conocidos. Todos ellos. Lo miran a uno con malos ojos y lo señalan a uno con el dedo índice. Uno les huele mal. Pretenden arrojarnos al rostro la mugre almacenada bajo sus uñas. Así es. Hasta que se entiende y uno procura que el propio bienestar los alcance a ellos. Entonces la situación cambia y adiós a las miradas y señales. También a la mugre de sus uñas.
Trabajar, avanzar, retroceder y volver a avanzar deja de ser nuestra rutina. Ya no lo hacemos, otros lo hacen por nosotros. Ahora nuestros planes se cumplen Ya no tenemos que esperar porque lo esperado ya llegó.
No hay problemas, no los hay. Pero una noche un sobrino se cae de un vuelo y todo se complica. No era cualquier sobrino. Era mi sobrino. Tu sangre no quiere olerte y los índices, ahora sí, te arrojan su mugre. Un desfile de uniformes te acosa y por último, desde algún punto detrás del cristal, llega él y clava sus ojos en tu esternón. Aunque sin pasión, como si fueses un negocio más. Y uno recuerda los años de avanzar y retroceder y se siente nostalgia por el dedo de la angustia trabado en la garganta. Tal vez hacernos un nudo en la boca del estómago no nos hizo gran bien. Nos alejó del vómito, del asco y de aquellas sensaciones que anuncian el peligro.
Uno se arrepiente de haber traspasado esa puerta que uno nunca pidió que se abriera. Esa bendita puerta. La ancha. La que convirtió los planes en algo más que simples propósitos. La de las enormes ganancias. Ahora resulta que había un precio por traspasarla. Y ahora me vienen a cobrar. Él viene a cobrarme.
Pensar que nada hubiese pasado si el sobrino del vuelo hubiese sido el de otro. Ni toda la mugre ni todos los uniformes me hubiesen inquietado. Pero fue mi sobrino. Y eso me inquietó. Una sombra se vistió con mis ropas.
            Ya pronto llega él. No hay más nada que hacer. Sólo caminar con él, llevado por él, cargado por él. Uno da largas al asunto hasta que los relojes revientan y se entiende que hay que hacer lo que hay que hacer. Sólo eso. La idea clara, el cuerpo listo y uno se levanta, se llena los pulmones, y se grita a los oídos:
            -Mejor no pierdo más el tiempo y me arrojo ya a su hocico-.