En vano
me demoro deletreando el mundo; las letras se me vuelven quirópteros de arena y
vuelan sobre techos de oropel, plástico, excremento. ¿Cómo entender este mundo
sí la hermenéutica y la simbología se me atascan entre los dedos y no puedo
soltar un par de tuercas verbales?
En vano pierdo el tiempo; las
manecillas del reloj, antiguo y de cuerdas, aprietan el hocico de mi estómago y
mi digestión es asesinada por el asco. Un pescuezo y dos yucas fritas, un
vomitar sin libertad. La casa del aceite y una corvina nadando, y todo porque
un bobo decidió que aún no había llegado el tiempo. ¿Quién lo autorizó?
En vano intento entender una
ocurrencia de moda, justicia en tonterías. Tan frondoso fue su detalle; ahora
montón de falanges desnutridas alzándose a quien sabe qué cielo; buscan esporas
y caspas entre estrellas y cenizas, algún deseo negado, una bendición oculta.
En vano me demoro; esta cosa no
tiene descosificación, este café sin cafeína que bebo en la mañana después de
la letra M, este infinito que quisiera se me convirtiera en lienzo y no en los
bichos alados que se alejan de mis labios. ¿Por qué me hunden en el fango donde
el sol no rasga la punta de mi nariz? ¿Por qué no me ayudan a extraviar mis
cabellos manchados de leche? ¿Por qué no ahuyentan de mis costados esas tijeras
del silencio?
Muchos por qué y ninguna respuesta.
Abundante náusea y escasos piropos. Una tele mentirosa y un espejo demasiado
franco; tanta tensión me fastidia y nada me alivia el asco.
Ni la venduta de carne zaherida ni la
célebre larva de satín arcilloso ni la moneda duchada con polvo de huesos.
¡Nada! Ni la fuente de supuraciones ni el cielo rosado ni sus élitros de tul
envejecido. ¡Nada! Le tengo terror a una
próstata inflamada y a las fauces de la tonta mariposa que con el roce
de sus dientes me recuerdan mi blanqueado y cardiaco sepulcro.
Me siento como el
arbusto de cangrejos nacido el día que el sol se ocultó al mediodía. Un
almuerzo en sociedad, otra rifa desubicada: Señorita no quisiera avergonzarla,
pero podría ayudarme con todos estos tenedores. ¡Cubiertos repugnantes! ¿Y qué
me importa la urbana y cortés etiqueta de los enlatados con corbata?
El mundo no tiene gramática posible y a veces me parece que academia se
escribe con zeta de soberbia. ¡Torpe pretensión! La mantis vuela y se posa
sobre mi pecho. Y en medio de tanto marasmo el asco crece. ¿Vida y muerte se escriben con k
de cómplice?
¡No es posible escribir sin faltas
ortográficas la palabra mundo! Sin embargo hay vocablos más sencillos; por
ejemplo, cantina. La bodega desnuda de flores y vestida de ausencias. La
taberna de cerveza caliente y donde siempre falta un real de trapo: Me ahogo
sobre la mesa. La decrépita cantina de paredes de madera vieja y clientes
ancianos; un letrero de letras rojas prohíbe hablar con vulgaridades, a las
once cierra. ¡Apúrate! Bebe rápido y ligero.
Allí los quirópteros de arena se
bañan en la espuma y ya no importa el abecedario que encierra la palabra mundo.
Las tuercas se aflojan solas y la semiótica se fue de viaje. El reloj libera el
hocico de mi estómago y las falanges engordan mientras agradecen. El pantano se
llena de los mangos y su miel. Es un engaño, el asco sólo duerme, pero no me
importa. La carne es débil, la sed es fuerte. La cantina es mi guarida cuando
la filología se me complica. Pero siempre hay un pero. Borrachos petulantes y
sabiondos llevan el problema lingüístico a la cantina. Me arruinaron el escape.
Abandono el mundo, me marcho a otra cantina.
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