Sueña este valle lejos del saludo y más lejos del abrazo.
Sueña con el torrente que ya no está, con las antiguas crecidas y con el
murmullo de sus rápidos; ahora, el cauce seco de su amado río es la cicatriz
sin lluvias donde la semilla jamás germinó. El azafrán se quedó sin estambres Y
el valle prefiere no despertar.
Si tan sólo
fuesen las ilusiones de la espera; hay también un asalto de congojas. Con cada
minuto que pasa crece la invasión de la sequía y el agrio rencor arruina la
tierra. Es la pesadilla del triunfo de la ausencia. El valle perseguido por
desiertos y hostigado por delirios. Con
cada huella del sol el rocío huye asustado
En alguna ocasión la rueca del tiempo
torció la vereda. Antes siempre estuvo el río en su lecho con su canto de
murmullos, era el espejo de pertinaz claridad. Pero las Parcas tejieron otro
destino. Y ya la corriente no adorna el huerto. No hay canela que irrigue las
euforias. Es que llegó el estiaje, se marchó la humedad. Un tifón de sequedades
arrastró el río y el capullo de la orquídea languideció en su tallo.
La ausencia es un hielo iracundo, es la granizada de la
destrucción. No hay cáliz que resista su golpe. La soledad es la sequía grande,
una herida yerma en el suelo y la feroz sed de los dromedarios. Simplemente el
valle fue verde. Hoy lejos del riacho, el valle vive inundado de flagelos y
cardos, bajo el agobio de la separación. Y sueña con los bosques de la memoria y los olores del
mantillo que asaltaban las narices. Sueño tras sueño, recuerdo tras recuerdo,
gota tras gota, la peña será vencida. Tanto va el cántaro al eco del río que
quiebra la arcilla solitaria. Una añoranza en clausura es cincel y martillo.
Pero la
roca es granito puro. El valle huérfano y sordo a la canción del verde de las
cañas; es víctima del nocturno destierro. En la boca un sabor perdido En la mente dos pesadillas
¡Adiós a la tranquilidad de la noche!
Para detener el suplicio, el valle abrazó el vientre de una
quimera y aunque ya no hay flores, sólo rastrojos, prefirió soñar que el río
asaltaba la hierba seca y que pronto brotarían las margaritas. Los cardos ríen
del consuelo iluso del valle. Su regocijo es la pesadilla de unas sequedades
creciendo.
Los flagelos llenos de abismos azotan la
orilla de los pétalos y cae un pistilo de la flor ¿Recordarán los dueños del
olvido? Ojalá así sea y se pueda llamar a la lluvia, y regrese el río a su
cauce y por fin renazca la crecida.
Encendidas las angustias quizás el valle
se llene de arenas, de las dunas oportunistas, de los planos y estaciones. Las
orquídeas se bifurcan, buscan petroglifos que hablen de humedades. Así tal vez
la lluvia escuche la súplica y germine la semilla.
¿Aún el mantillo resguardará los olores
del bosque? ¿Flotarán los aromas sin ruta fija entre galaxias de animales? Ya
no hay minutero en silencio; un pícaro tic tac aprendió a cantar y la melodía
vuela entre libélulas. Las hiedras conquistan los muros Seis ramas de albahaca
en suspiro El colibrí agita el color ¿O es la guerra de las esperas?
Los cardos
sospechando la derrota aceptaron incendiarse, en último intento de borrar el
frescor del valle. Con lenguas y espinas, con ansias y mareos, anhelan la
tierra fértil Conquistarla a punta de cenizas, quemar los musgos sedientos Y
desenterrar la capilla. Y repeler el diluvio
En el
trillo que crea el fuego la luz de las sombras recoge garabatos. Huele a dolor
y añoranza. Unos pétalos amarillos aparecen en la muralla. Prófugas hormigas
anuncian el peligro ¡Qué indefenso el valle de margaritas!
El incendio aprieta la
alfombra y las nubes rechazan la ofensa del humo manchando su cielo, del valle
asaltado por la hoguera. Cáliz brotado y listo, la lluvia está en su punto. La sequía teme.
Primero fue la pincelada gris y luego el
aguacero. Un olor a carbón mojado borró la candela. El colibrí voló hasta el
nimbo y cayó vestido de gotas. Después de tantos calores la sequía falleció. El
suelo árido vuelve a cantar y pronto la ausencia conocerá la derrota. La lluvia
llena los vacíos. Ya vuelve el río a su antiguo lecho.
Hay
treinta y siete pétalos en la pared y ciento ochenta y tres capullos de
orquídeas por explotar. El valle despierta.
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