Cuando un artista pinta ranchitos lo hace con mucho cuidado,
tal como si fuera a vivir en ellos; por lo menos así es el caso de Widelino. Él
siempre toma muy en serio su terapia ocupacional.
Widelino,
según palabras de su padre, es un caso de cables cruzados. Realmente no está
loco, sino que es diferente. Mucho. Tan distinto que es más cómodo clasificarlo
como orate que enredarse en mucho análisis, hipótesis y pensamiento. Es que ese
tejido que nos une y convierte en cuerdos, esa matriz que nos sostiene y da la
fuerza moral para defender las tradiciones no pueden admitir a gente como
Widelino.
Realmente
no está loco. Pero sus teorías extrañas son muy extrañas; sobre todo esa de los
viajes. ¿Acaso es posible viajar a otras dimensiones con tan sólo crear esas
otras dimensiones? Estamos acostumbrados a vivir de acuerdo a las reglas y una
muy importante es que la creación pertenece a los dioses, no a los mortales.
¿Qué sería de nosotros si pudiésemos crear a la par de los dioses? Definitivo,
Widelino está equivocado. ¡Nadie puede pintarrajear y crear un nuevo mundo!
Lo que no me agrada de todo esto es pensar dónde se
encuentra y qué hace cuando desaparece después de pintar un cuadro de
ranchitos. Días enteros. Sin que nadie sepa de él. Lo que más me desagrada es
que durante esos días, en sus cuadros de ranchitos, un hombrecito parece
trabajar la tierra y hacerla parir cosechas.