Tu luz me abandonó y volví a temblar
con la oscuridad de los invidentes.
¡Que tonto! De mis brazos te dejé
escapar y ahora como te añoro mi amada Mocedad. Siempre estuviste allí
hinchando mis velas y empujando mis piernas. El celaje de tus ojos animaba mis
detalles. El vaho de tu aliento entibiaba mi soledad. Sí que eras importante
para mí. Aún lo eres.
Cómo te añoro Mocedad. Qué difícil
se me hace librar el alma de odios y rencores. El recuerdo del tiempo
compartido y tu vacío en los años que vendrán dejan mi vida en moratoria, empalagada
con sueños inacabados y sin cielo a la vista. El desierto llenó mis huesos de
lastres y mi piel de fastidios. El ruiseñor de mis labios voló la mañana en que
te marchaste y las nubes del estío se enredaron en mis cabellos. Tu ausencia
definitiva debilitó mis carnes hasta reducir lo irreducible. Cómo te añoro mi
amada Mocedad. Tu fuerza. Tu ingenuidad. Tus sueños.
Ahora que las hormigas desbastan el
bosque de mi vida te añoro mucho, amada Mocedad. Una puerta abierta, un
descuido, un auto a gran velocidad y ya tu resuello no me hace más compañía. Se
acabaron los días de tu paso firme, tu cola de abanico y tus ladridos alegres.
No hubo, no hay y no habrá perra
guía como tú. Terminaron mis paseos por el parque. Prefiero no salir o sólo
usar el bastón para ciegos que buscarme otro perro lazarillo.
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