Las
sirenas repletas de hisopos aún parecen deltas impenetrables. Es el canto agudo
que recuerda los clavos y las hienas. La noche de las chispas de terror y
fósforo, puntas que atormentaron en diciembre. Ni aquel enero fue tan cruel. La Niña de Chocolate fue
inmolada en adviento. Secreto de pirámide y carne convertida en olor y ceniza.
Nos sorprendió dormidos. Entre tanto amago, no amagar fue
la sorpresa. Golpe de brazas sin ascos ni contemplaciones. Los ídolos de la
guerra proclamaron su oráculo: ¡Vengan los humos ácidos y las llamas crueles!
Una garra apagó las estrellas.
Las tanquetas a media noche vomitaron.
Los torpedos iluminaron con luz de oscuridad los techos, baños y zaguanes. A la
una de la madrugada murió Demetrio envuelto en sudarios de fuego. El reloj
demente declaró que la lumbre lamió el barrio a las siete de la mañana. Así fue
el apuro por declarar inocente a un cangrejo llamado Hummer.
Con sus tenazas lujuriosas y obscenas, aquel cangrejo
rasgó la playa y nos dejó sin tiempo y ahogados en intrigas. Desde Carolina
llegó flotando y desató la lluvia de vergüenzas y bermellones. El fósforo
molido inundó las arterias y el incendio habitó entre nosotros.
En los techos y envueltas en
sábanas de humo, las moscas letales depositaron sus huevos. Y más allá de las
cortinas donde sólo llega el resplandor voló
un murciélago sin perdonar a quien no llevó la marca de un transponder. Desde
una trampa llamada retén, Manuel, el de las especias, fue triturado por las
muelas malditas de un crustáceo. Y encima convirtieron en suceso el que su
cuerpo no cupiera en la bolsa negra.
La montura de Atila cabalgó por la
ciudad y su relincho opaco sólo lo escuchó la muerte. La peor de las guerras
cohabitó entre nosotros, con el incendio de la veintisiete y los aplausos de la
cincuenta. Y el fuego cundió. Y una raza de castrados anidó junto a las garzas.
Y un machete azotado fue reemplazado por una carrera hasta la más próxima
sotana. Ecuación infame: Un general más un machetazo más una manada de pequeñas
alimañas indispuestas para la lucha igual a una recua de cobardes.
¿Será posible lavar la brisa del
asco de la orgía montada en el nido de amor de las tanquetas, de la vulgaridad
del saqueo, de la sensación de impotencia, del sabor que deja en la boca ver a
un gringo desde un hummer saludar como reina de carnaval? ¿Será posible
olvidar?
Mis pupilas sonámbulas dan vueltas y buscan sin encontrar. Una
lágrima con sabor a vinagre surca la mejilla. Claman los caídos bajo el húmedo
césped. Murió el culantro y sólo crecen hongos. ¿Será posible olvidar? ¿Ocultar
el holocausto?
¿Qué máscara, por inmensa que sea,
puede ocultar el horror de las cenizas de Demetrio y la bolsa negra de Manuel?
¿Qué máscara puede ocultar detrás de los votos las botas invasoras? Si tan sólo se hubiesen preocupado por
dejar una gotita de aire sin humo, sin ceniza de zinc retorcido y carne
abrazada. Pero no les bastó el dolor del fuego. Tuvieron que construir el muro
de los aplausos. ¡Oh Señora tricolor! ¿Cuándo bajaras del Ancón convertida en
el otro fuego? La causa justa embriagó a los istmeños con tuétano de fémures y
nuevamente precisan cubrir el horror con un velo. ¡Resaca maldita!
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