Vuelvo a
mi pueblo y voy comparando los recuerdos de la infancia con las imágenes
provocadas por los retumbos del auto. Ya no había razón para quedarme allá, ya
no podía quedarme allá, por eso regreso a mi pueblo.
Desde mi cómoda posición, me acuerdo de la selva por la
que tantas veces busqué guabita cansa boca y evoco el monte que siempre estuvo
lleno de sonidos. Recuerdo a mis parientes que de día labraban la tierra y en
la noche, con sus cuentos y leyendas, sembraban fantasías en mi mente. También
recuerdo el hambre que me alejó de este territorio. Esa hambre que tiene olor a
perro.
Hoy regreso y encuentro un silencio
de olor a hierba quemada y a guabita cansa boca desaparecida. Ya hay carretera
hasta el pueblo; siento como el carro, a pesar de los baches, se desplaza sin
mayores problemas mientras me llegan voces de chiquillos. Me los imagino
desnudos corriendo en el lodo. Presiento que todo ha cambiado y que ahora es
más fácil sacar a una mujer parturienta y buscar guaro y cigarrillos.
Al llegar a casa, me dan la
bienvenida las carcajadas rellenas de aliento alcohólico de jóvenes vecinos que
ni siquiera habían nacido cuando partí. Los olores de la cocina empeoraron
desde la última vez que los percibí. Hace tantos años partí huyendo del aroma a
olla vacía. Pero nunca olvide mi pueblo. Ahora regreso a él. Lo encuentro y a
la vez no lo encuentro. A pesar de los años el dolor no se movió de lugar.
Vuelvo a mi pueblo y sólo hallo
caras nuevas con los mismos sufrimientos. Por eso siempre es amargo volver.
Pero ya no podía quedarme allá. Siempre es triste recomenzar. Pero ya no puedo
reiniciar nada. ¡Que grande es mi malestar! ¿Pero a mí que me pueden importar
ya los malestares?
Intenté quedarme allá, en esas
tierras, y ser próspero y estable; logré ganar algo de dinero pero jamás me
aceptaron. Siempre fui tratado como extranjero. Ahora de nuevo aquí, me siento
rodeado de espumas y lo peor... creo que soy el único con esa sensación.
No hay muchos amigos y parientes
conocidos, sólo recuerdos ingratos que a fuerza de no querer sufrir tengo que
endulzar. ¿Dónde me habré equivocado? ¿Habrá sido al pensar en el progreso? ¿En
desear tiempos mejores? ¿En huir de un pueblo sin otro futuro que el de
mantener a sus hijos en vacaciones permanentes? No sé. Lástima que dentro de
esta camisa de madera, este cajón del viaje sin regreso, ya no pueda enmendar
nada.
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