Quisiera
rozar tus labios con las puntas de mis dedos y obsequiarte con alegres
noticias; no lo hago, no puedo, no hay buenas nuevas que contar, sólo las malas
de siempre. Tantos sudores, tanta fatiga y vivo asustado con la idea de no
tener suficiente para pagar la cuenta del teléfono; y con rencor, ternura, odio
y amor escribo versos; versos que parecen crueles espejos que nunca reflejan
las engañosas máscaras, versos que salpican con rayos de luna mis insomnios.
Escribo mis pobres versos que lo son
todo y no son nada. Recuerdo los gritos de tu madre: "¡Un poeta! ¿Tú estas
loca? ¿Acaso se come poesía?". Cuanta razón encerraban sus palabras, la
pobreza es triste y es lo único que no quisiera darte.
Ahora casi siempre pienso que los
versos no son nada y agredido por la incertidumbre, ya no sé para qué sirven.
Por suerte tú sí, y tu boca dibuja una sonrisa mientras dices: "No
importa" y con la fuerza de dos palabras, tus palabras, regresa mi
anhelada paz.
Cada tarde, después de ocho horas en
una oficina mediocre y asfixiante, me pides mis versos y yo te los doy, por lo
menos eso puedo entregarte y aunque no todas las veces los entiendes, siempre
los comprendes.
Sabes que son tuyos, que los escribí
en tu nombre movido por la ira de saber que te quiero y que hay miles de cosas
que no puedo regalarte. Y mayor es mi enojo al comprobar que ya los amores no
vienen con el pan y la cebolla.
Y tú sólo te sonríes y me pides mis
versos y yo te los doy, sabes que son tuyos, que los escribí en tu nombre
movido por la rabia de saber que pronto llegará la cuenta de luz y habrá que
decidir entre dormitorio iluminado o timbre de teléfono.
Me pides mis versos y yo te los doy,
sabes que son tuyos, que los escribí en tu nombre movido por el coraje de saber
que los versos no se comen, que tu madre tenía razón y aunque todas las
quincenas te traigo un cheque, siempre hay cuentas que pagar y sólo queda lo
único que no quisiera darte: la triste pobreza.
Y tú me dices: "No
importa" y vuelas hasta a mi pecho con alas de picaflor, tan suave, tan
quedo, que temo moverme y en mi brusquedad romper el frágil encanto.
Por eso escribo con el odio y el
rencor de no poder cubrirte de obsequios.
Por eso escribo con la ternura y el
amor que tu sonrisa siembra en mí, en especial, cuando nos sobran las deudas y
tu me dices: "No importa, la quincena que viene pagaremos, ahora léeme tu
último poema".
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