¡Vengan
señoras! ¡Vengan señores! Vengan y admiren el arte de Simón el Alfarero.
También ustedes, almas incrédulas, vengan, asómbrense y vuelvan a creer. No se
resistan y abran las orejas a la historia.
Así nació el arte de Simón. Desde
las aguas púrpuras agotó los partos iracundos y sus poros vomitaron el rencor
de los siglos y la náusea y los espasmos y el dolor en las articulaciones y la
mordida en el pecho dijeron adiós y él pudo bajar a la piscina y, al fin,
lavarse la sangre. Desde ese instante la arcilla se topó con la magia. Y ya no
fue Simón, sino Simón el Alfarero.
Con diez dedos Simón forja unas
manos hábiles; con un puñado de miradas un par de ojos rasgados; con unas
carcajadas una treintena de dientes blancos; con cuatro largos suspiros Simón
forja tres melancolías cortas.
¡Eso no es nada señoras y
señores!
Él atrapó al pez vestido de cunas,
el de las aletas de ébano y ojos diamantinos, el que nada entre los vientos y
aparta las nubes grises. Él atrapó al pez de la mordida de fenómeno marino, la
que convierte huracanes en papalotes mojados. Simón pilló al pez de las
violetas, al pez con la fábula trazada en sus agallas. Al arenque bandido que
salta los eclipses y asperja atardeceres.
¡Vengan señoras! ¡Vengan señores!
¡Vengan y crean!
Denle hojas caídas en otoño y él les
regresará un árbol, traigan aceite de oliva y él les regresará miles de
aceitunas, entréguenle algunas plumas deslustradas y él les regresará tucanes.
En sus manos un poco de lodo será un músculo recio, agua de arroyo sangre
valiente, tronco de árbol huesos firmes.
Así es el talento de Simón el
Alfarero. Vengan a verlo.
Con el alba, él se levanta de la
alfombra y decide respirar. Sin la incertidumbre de las respuestas. Sin la
soledad de unos muebles sin usar. Sin el polvo y la sinusitis. Él se levanta de
la alfombra y decide correr a la montaña y llenarse los pulmones.
Así es el talento de Simón el
Alfarero. Vengan a verlo ustedes los indecisos que van y vienen mordiendo
arenas y digiriendo pulpos. Ustedes los dragones iracundos, temerosos y
avergonzados de sus garras afiladas. Ustedes las simas de mutismos hilados por
arañas discretas y prudentes. Ustedes los gritos insensatos y escondidos entre
los buenos modales. Ustedes los deseos de herir la atmósfera y beber su sangre.
Ustedes los oídos sordos y las gargantas gruesas. Ustedes, más que nadie, deben venir y admirar su
arte. Así lo hice y ahora existo en la montaña.
Vengan señoras, vengan señores,
vengan y vuelvan a creer.
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